México: pandemia de disparates
Decenas de ideas rarísimas han aparecido en la discusión pública y privada y se han fortalecido en medio de la desesperación, la incertidumbre y el miedo
Es una hecatombe. Entre marzo de 2020 y enero de 2021, México ha sufrido casi 160.000 muertes debido a la covid-19, según las cifras oficiales. Y los cálculos podrían quedarse cortos, porque diversos análisis y estudios sobre el exceso de mortalidad en el periodo (es decir, las muertes que rebasan el promedio de esas fechas en años anteriores) indican que el número podría ser casi 50% mayor. Hablamos de defunciones relacionadas directamente con la enfermedad y sus consecuencias, como el desborde del sistema hospitalario. Son cifras aterrorizantes. De guerra.
A la vez que se producían es...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Es una hecatombe. Entre marzo de 2020 y enero de 2021, México ha sufrido casi 160.000 muertes debido a la covid-19, según las cifras oficiales. Y los cálculos podrían quedarse cortos, porque diversos análisis y estudios sobre el exceso de mortalidad en el periodo (es decir, las muertes que rebasan el promedio de esas fechas en años anteriores) indican que el número podría ser casi 50% mayor. Hablamos de defunciones relacionadas directamente con la enfermedad y sus consecuencias, como el desborde del sistema hospitalario. Son cifras aterrorizantes. De guerra.
A la vez que se producían esas decenas de miles de tragedias personales, familiares y sociales (no hay que perder de vista que las estadísticas se engullen una infinitud de desgracias con nombre y apellido, de esperanzas quebradas y dolores incalculables, porque alrededor de cada muerte hay comunidades enteras afectadas), y al tiempo que nos impactaba la crisis económica resultante de los cierres y las cuarentenas, que tiene al comercio, los servicios y la industria de rodillas, se han desatado también otro tipo de consecuencias funestas.
Por ejemplo, que la pandemia parece haberle dado pie a cierto sector de la sociedad para perder la cordura y entregarse a las formas más rocambolescas y torcidas del pensamiento mágico. Decenas de ideas rarísimas han aparecido en la discusión pública y privada y se han fortalecido en medio de la desesperación, la incertidumbre y el miedo. Teorías de la conspiración, repentina fe en productos milagro y terapias sin base científica, aversión por las medidas de higiene, de aislamiento y prevención...
Veamos unos casos ejemplares de este florecimiento de los disparates: Juan Sandoval Íñiguez, cardenal emérito de Guadalajara, está convencido de que el tecito de guayaba cura la covid-19 y piensa que la enfermedad no es para tanto. Lo sostiene y lo difunde. Facebook, de hecho, le restringió un vídeo en el que promovía esas teorías, por violar sus políticas sobre difusión de bulos... Pero ¿por qué un jerarca religioso apoya esa clase de posturas peligrosas? ¿Qué gana al dar cuerda a falsedades que ponen en peligro la salud de todos aquellos fieles cándidos que le hagan caso?
Resulta más que curioso que los conocimientos curativos de Sandoval no le hayan servido a su no menos emérito colega Norberto Rivera Carrera, quien se encuentra hospitalizado desde hace días por culpa del virus (al momento de escribir estas líneas ya está mejor, al parecer, y le ha sido retirada la respiración asistida por intubación, pero su estado es delicado aún). El té de guayaba seguramente posee virtudes magníficas. Varias generaciones de mexicanos lo han utilizado como remedio casero para las resacas alcohólicas. Pero es un hecho comprobado que no cura la covid y resulta delirante que un personaje con la resonancia de Sandoval vaya por la vida diciéndolo.
Como resulta también insólito que el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien durante la semana pasada estuvo en aislamiento, luego de dar positivo en la prueba del virus, y que debido a ello incluso dejó de aparecer en sus obsesivas ruedas de prensa matinales, decidiera difundir un vídeo para mostrar que su estado de salud es bueno… sin usar cubrebocas. ¿Cómo es que una persona contagiada, así sea asintomática o sufra solo síntomas leves, como dicen que es el caso del mandatario, expone al camarógrafo y al equipo que lo rodea, sencillamente porque no le da la gana cumplir con las medidas de protección esperables? ¿Cuánta gente se niega, en el país, a utilizar el cubrebocas amparada en su ejemplo?
Mientras el pensamiento mágico y los caprichos guíen la actuación pública de este tipo de personajes, las cifras seguirán incrementándose, y con ellas, el sufrimiento de millones. Lo dicho: hecatombe.