El ambiente se ha vuelto irrespirable
Ante la ausencia de cualquier coherencia o fuerza narrativa opositora, la voz privilegiada del presidente es capaz de estigmatizar el disenso y así cimentar el consenso que lo arropa
El ambiente se ha vuelto irrespirable. Y el debate público… intransitable.
Así llegamos a septiembre. Y no, no todo es culpa del coronavirus. El bicho, si acaso, solo evidencia nuestras ya flojas costuras sociales y humanas. Cierto, las medidas sanitarias y el miedo al contagio enrarecen el espacio habitable. Pero si a eso agregamos la bruma de la polarización, los excesos de la dieta informativa y el resquebrajamiento narrativo en fragmentos enconados, pues eso de respirar de manera sana se vuelve casi un milagro.
Nos urge sacudirnos con la ligereza de un perro mojado.
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El ambiente se ha vuelto irrespirable. Y el debate público… intransitable.
Así llegamos a septiembre. Y no, no todo es culpa del coronavirus. El bicho, si acaso, solo evidencia nuestras ya flojas costuras sociales y humanas. Cierto, las medidas sanitarias y el miedo al contagio enrarecen el espacio habitable. Pero si a eso agregamos la bruma de la polarización, los excesos de la dieta informativa y el resquebrajamiento narrativo en fragmentos enconados, pues eso de respirar de manera sana se vuelve casi un milagro.
Nos urge sacudirnos con la ligereza de un perro mojado.
Comienzo por el coronavirus. Con números oficiales que indican que, mientras esto escribo, son más de 64.000 las personas que han fallecido por la covid-19 en México. En los últimos seis meses hemos transitado por una narrativa de Gobierno que va de la negación a la condescendencia, pasando por un breve periodo de reconocimiento de la dimensión científica, que tiene a la población fatigada, incrédula, dolida o enojada. O todo al mismo tiempo. La economía por debajo de los suelos y las perspectivas arrinconadas, mientras millones de niñas y niños y jóvenes tratan de seguir la educación a distancia de alguna manera y las familias de abrazar la covidianidad con algún entusiasmo, queda poco espacio para respirar en necesaria libertad.
Nos urge sacudirnos con la intensidad de un perro mojado.
Sigo con la polarización. Lugar común para describir lo que sucede hoy en muchas sociedades en el mundo, México no se sustrae a esta dinámica que confronta a grupos sociales sobre temas de la cosa pública. Y no tendría por qué. Es más, la confrontación de puntos de vista no solo no debería ser preocupante, sino más bien deseable para la salud democrática de cualquier sociedad. Y aunque mucho se ha escrito sobre la manera en que la polarización en México paraliza y amedrenta e impide el debate de las ideas, sostengo que si ese debate no se da, no es por la polarización sino por la asimetría discursiva. Y a veces también porque de pronto no hay muchas ideas en debate, pero ese es otro asunto. Lo que vivimos en México es la expansión cotidiana de una voz privilegiada, la del presidente, desde la tribuna de sus conferencias mañaneras, de su movilización territorial (aun en pandemia) y de sus réplicas mediáticas y digitales, que, ante la ausencia de cualquier coherencia o fuerza narrativa opositora, es capaz de estigmatizar el disenso y así cimentar el consenso que lo arropa. Esta asimetría comunicativa no polariza, anula. E impide que incluso quienes ni siquiera se asumen como opositores puedan mínimamente transitar por un debate público aireado.
Nos urge sacudirnos con la libertad de un perro mojado.
Luego el exceso en la dieta informativa. Adictos a los caracteres tuiteros, las fotografías en Instagram, las cadenas WhatsApperas, los videos en TikTok, las discusiones feisbuqueras, si sumamos lo que consumismos en medios más las intensas video reuniones que nos traen con la neurona charoleada y el ánimo acongojado, pues ni cómo sobrevivir. Son dosis y dosis de adrenalina en mentes que apenas pueden sacar nariz por la ventana porque el coronabicho acosa, ni respirar en interiores porque ya no aguantamos. Así entonces, nos hemos ido refugiando en fragmentos que confieren sentido en lo inmediato y solo se amalgaman en colectivo en raras ocasiones de solidaridad o en llamados enconados de asimetrías comunicativas.
En verdad nos urge sacudirnos como perros mojados.
Porque si así llegamos a septiembre, no quiero imaginar cómo llegaremos a diciembre.
@warkentin