Halladas 70 bolsas de basura con restos humanos en Jalisco, la tierra de los desaparecidos
Unos vecinos alertaron en abril del olor fétido que desprendían al menos 11 cadáveres descuartizados y arrojados a un predio baldío en Tonalá, a 30 minutos del centro de Guadalajara
En la zona metropolitana de Guadalajara, en un entramado de barrios sin asfaltar y colonias sin un solo árbol donde sobrevive el grueso de los trabajadores de la capital de Jalisco, hace tiempo que sus habitantes aprendieron a identificar el olor a muerto. Ese hedor a grasa podrida, que cualquier vecino sabe diferenciar del resto de basura, porque a muchos de ellos les han enterrado cadáveres en la puerta. En Tonalá, uno de los nueve municipios que forman la zona conurbada de Guadalajara, a 30 minutos en coche del centro de la capital, est...
En la zona metropolitana de Guadalajara, en un entramado de barrios sin asfaltar y colonias sin un solo árbol donde sobrevive el grueso de los trabajadores de la capital de Jalisco, hace tiempo que sus habitantes aprendieron a identificar el olor a muerto. Ese hedor a grasa podrida, que cualquier vecino sabe diferenciar del resto de basura, porque a muchos de ellos les han enterrado cadáveres en la puerta. En Tonalá, uno de los nueve municipios que forman la zona conurbada de Guadalajara, a 30 minutos en coche del centro de la capital, este miércoles las autoridades han encontrado hasta 70 bolsas con restos humanos. La Fiscalía todavía se encuentra removiendo la tierra en busca de más, pero de ese macabro puzle de brazos, cabezas y piernas, al menos han contado 11 cadáveres completos.
Los vecinos de la colonia Alamedas de Zalatitán, en Tonalá, habían advertido en abril a la policía del olor nauseabundo que desprendía un predio baldío utilizado como vertedero. Solo a simple vista, sin que los criminales que arrojaron los cuerpos se tomaran la molestia de esconderlos demasiado, se observaron hasta 13 bolsas con restos humanos. Esta semana han entrado las máquinas y bajo la tierra han descubierto decenas más. Se trata de un terreno de 180 metros cuadrados, que cuenta con muros y una puerta, aunque está al descubierto. No se encuentra, como era habitual, en una barranca perdida de la sierra, sino a un lado de casas humildes y calles por las que circulan cada día los vecinos.
La crisis de los desaparecidos en México ha reventado los esquemas criminales de un país que antes observaba las escenas de madres y activistas buscadores en los montes, en el desierto, en campo abierto, en lugares de difícil acceso. Los muertos se amontonan a las puertas de los barrios pobres, pues la impunidad rampante permite que cualquier punto —incluso la propia acera o parques públicos— sea un buen lugar para el tiradero de personas. Jalisco es el peor ejemplo de esta tragedia. Se ha convertido en el Estado del país con mayor número de personas desaparecidas: más de 12.790, según las últimas cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda (dependiente de la Secretaría de Gobernación). Le sigue Tamaulipas (con 11.424). La mayoría de ellas desapareció desde 2006, momento en que el entonces presidente Felipe Calderón emprendió la guerra contra el narcotráfico que sigue regando de cadáveres el territorio nacional: México tiene una de las cifras de personas desaparecidas mayor en el mundo, con más de 88.000.
La situación de Jalisco es de emergencia. Hace solo una semana, cientos de tapatíos marchaban en el centro de Guadalajara para pedir justicia por el asesinato de los hermanos González Moreno —José Alberto, 29 años; Luis Ángel, 32 años; y Ana Karen, 24 años— secuestrados, torturados y ejecutados. Su desaparición supuso un nuevo golpe a la ciudad desbordada de este tipo de crímenes. Sus cuerpos fueron encontrados enrollados en mantas y abandonados en una carretera dos días después. El caso de los hermanos provocó una de las manifestaciones más multitudinarias de los últimos años en la capital del Estado, donde muchas familias conviven con el terror de tener a un hijo, hermano o esposo en la lista negra de los desaparecidos.
La guerra abierta entre los carteles de la droga ha provocado además balaceras a plena luz del día en su capital, cadáveres embolsados en la vía pública, ejecutados en colonias populares y amenazas del narco a través de redes sociales. Unas escenas de terror que han alcanzado a Guadalajara, tercera ciudad más importante del país, con cinco millones de habitantes en su zona conurbada, después de Ciudad de México y Monterrey (Nuevo León). Es la sede de la feria del libro en español más importante del mundo —la Feria Internacional del Libro de Guadalajara—, núcleo urbano principal para los Estados del centro y noroeste del país. Y durante mucho tiempo se impulsó desde el Gobierno una prometedora campaña para atraer a las empresas de tecnología más relevantes del mundo: el Silicon Valley mexicano, lo llamaban.
Además de ser la cuna del mariachi y el tequila, es también la tierra del cartel más poderoso de México, el de Jalisco Nueva Generación. Su líder, Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, se ha convertido en uno de los más buscados por la DEA (la Administración para el Control de Drogas estadounidense). Desde este punto del país ha extendido sus tentáculos para hacerse con el control del crimen organizado en México. Y aquí también tiene abierta su propia guerra, contra una escisión suya, financiada ahora por el cartel de Sinaloa, llamado el de Nueva Plaza, que mantiene sitiados a plomazos a la mayoría de municipios que rodean la capital. Precisamente Tonalá se considera la sede de los rivales de El Mencho.
A unos 30 minutos en coche del predio de Tonalá, en otro de los municipios pegados a Guadalajara, El Salto, la Comisión Nacional de Búsqueda recuperó a finales del año pasado 189 cuerpos arrojados a una enorme fosa clandestina, una de las mayores del país. En febrero, los vecinos de Zapopan (otro de los municipios conurbados) amanecían con la noticia de que habían arrojado al menos 18 bolsas de basura con cuerpos descuartizados frente al estadio de fútbol de las Chivas, el gran equipo estatal. Y así la lista del terror continúa sumando muertos sin identificar.
El caso más representativo de esta escalada violenta se desveló hace tres años, cuando un tráiler con cámaras frigoríficas que transportaba al menos 273 cadáveres hacinados de los centros forenses desbordados, sin capacidad para conservarlos, se apagó junto a un barrio y el olor fétido movilizó a los vecinos. En un periplo surrealista del camión, que se dirigía a una bodega municipal, acabó atorado en una vereda de tierra de Tlajomulco (otro de los municipios de la zona metropolitana) y ahí decidieron abandonarlo. El escándalo fue tal que madres de desaparecidos de todo el país peregrinaron indignadas hacia Jalisco para ver si entre tal cantidad de cuerpos estaba su familiar. Los muertos se acumulaban ya a la puerta de las morgues, como hoy se amontonan a las puertas de los vecinos de Tonalá, sin que una autoridad haya podido frenar esta tragedia.
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