“Decir ‘soy heterosexual’ es decir una mentira”

EL PAÍS reúne al escritor español Antonio J. Rodríguez, autor del ensayo ’Las nuevas masculinidades de siempre’, con los académicos mexicanos expertos en género Ignacio Lozano y Melissa Fernández para debatir sobre los significados de lo masculino

Retransmisión del debate.

El viaje de la Odisea comienza con una guerra por una mujer, Helena de Troya, y termina con la vuelta a casa del héroe para librar otra guerra por otra mujer, esta vez su esposa Penélope. Con este ejemplo suele explicar Antonio J. Rodríguez el primer nudo de La misma masculinidad de siempre (Anagrama), ...

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El viaje de la Odisea comienza con una guerra por una mujer, Helena de Troya, y termina con la vuelta a casa del héroe para librar otra guerra por otra mujer, esta vez su esposa Penélope. Con este ejemplo suele explicar Antonio J. Rodríguez el primer nudo de La misma masculinidad de siempre (Anagrama), un ensayo alimentado con un caudal de referencias culturales, desde el rap al deporte, teoría de género, entrevistas y hasta inmersiones en su propia biografía.

La masculinidad tradicional −también conocida como normativa o hegemónica− se contempla en el libro como una categoría política basada en dos pilares: la colonización del cuerpo de la mujer y el estado de guerra permanente con otros hombres. Una construcción que vendría cimentándose desde antes de los tiempos de Homero, pero que últimamente ha sido revisada bajo ese término de moda, nuevas masculinidades, convertido en el segundo nudo del ensayo y que para el autor no es más que una argucia, un cambio cosmético para que todo siga igual.

“Me suena a la pedagogía de la crueldad de Rita Segato (la antropóloga feminista argentina) cuando dice que los hombres se les puede definir por su relación de suprasubordinación del cuerpo de las mujeres entendido como un territorio a colonizar, entre otros análisis sobre como la masculinidad se define por la manera en que los hombres nos relacionamos con el poder”, explicaba este miércoles sobre la primera tesis del libro Ignacio Lozano, psicólogo y miembro de la Academia mexicana de estudios de género de los hombres, durante un debate digital organizado por EL PAÍS.

Desde el subtítulo −Capitalismo, deseo y falofobia− las reflexiones del ensayo se enmarcan en el clima contemporáneo de ansiedad y vínculos frágiles. Para Melissa Fernández, antropóloga social especialista en estudios de género y profesora en el Claustro de Sor Juana en la Ciudad de México, también es importante el anclaje político-económico: “Cuidado con las ficciones discursivas y cuidado con suponernos nuevos hombres y nuevas mujeres, cuando la realidad material e histórica sigue siendo la misma. ¿Qué tanto las noticias pop, las que se viralizan, nos hacen creer que la realidad está cambiando?”

Sobre la tensión entre el activismo más clásico y los nuevos feminismos, otro signo de los tiempos, Rodríguez la resuelve con una cita de un peso pesado: “Es frecuente escuchar que existe una conspiración-queer-feminista que está dejando de lado la lectura economista o material del momento, o que es una distracción. Pero creo que están estrechamente ligados. Engels ya dijo que la primera opresión de clase la sufren las mujeres en el momento en que se produce la división del trabajo y quedan condenadas a lo que hoy llamamos cuidados”.

Silicon Valley vs. Wall Street

Cerrando el foco sobre la etiqueta nuevas masculinidades, el ensayo ilustra la transición desde el estereotipo del banquero orondo y agresivo, esa especia de animal depredador de los mercados financieros, hacia los ejecutivos de los negocios tecnológicos, anatomía delgada, carácter templado, amantes del jogging y los madrugones: “La virilidad sobria de Silicon Valley se rebela de esta forma contra la ebriedad descontrolada de Wall Street”.

Fernández considera que es posible encontrar algún Zuckerberg trotando al amanecer por los barrios de clase alta de Ciudad de México pero, a la vez, pone la alerta sobre otra máscara: “Las nuevas masculinidades se definen por parámetros occidentales y hegemónicos frente a la caricaturización del mexicano promedio. Es decir, cuanto menos mexicano parezcas, mejor. El macho mexicano de las novelas todavía existe, pero en las clases altas también se da está masculinidad recalcitrante y violenta”.

En México, ocho de cada 10 mujeres ha sufrido violencia machista. Casi la mitad de los delitos son cometidos por el esposo o la pareja. Cada día se registran nueve asesinatos de mujeres. Y esto solo es el pico de iceberg porque apenas se llega a denunciar el 4% de los delitos de violencia sexual en el país. “Puede haber hombres que se encaminan a modelos más igualitarios, pero existe una lógica institucional de procuración de justicia históricamente masculina que produce posiciones subjetivas masculinas aunque la institución sea ocupada por mujeres”, añade Lozano sobre las insistentes demandas de introducir la perspectiva de género en los departamentos de policía y justicia.

El tercer nudo del ensayo plantea las líneas fuga a esa masculinidad tradicional devoradora de mujeres y en guerra con el resto de los hombres. “Me interesa -explica Rodríguez- todo lo que tenga que ver con expresiones de disidencia sexual o de género, en el sentido de cuestionar esa heterosexualidad monógama y androcéntrica que ha estado presente a lo largo de la historia. Los nuevos modelos conocidos como poliamor o el anarquismo relacional son expresiones de una voluntad de ser y desear que cuestionan esas ideas de colonización de cuerpo del otro”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de heterosexualidad?

Profundizando en los orígenes del deseo, una de las conclusiones es la demolición de las categorías de género y, en concreto, de la heterosexualidad. “Decir ‘yo soy heterosexual’ no es solo una profecía autocumplida, sino que es literalmente una mentira. Cuando uno dice ‘soy heterosexual` está diciendo otra cosa: me gusta un tipo de sujeto femenino acotado una serie de características que a su vez sirven para definirse a uno mismo. Este se ve muy bien en las aplicaciones de citas”, sostiene Rodríguez.

Anclado en la tesis de que el deseo es de todo menos algo biológico o natural, el ensayo propone incluso una reapropiación de elementos del feminismo radical como el lesbianismo político. Es decir: dejar de acostarse con hombres para no dar ni un paso atrás frente al enemigo. “Si el punto de partida es que la masculinidad hegemónica supone una guerra entre hombres, tenemos que dejar de verlos como adversarios para literalmente empezar una relación más amorosa”.

Fernández recoge el guante: “Yo lo entiendo no como un símil al estilo: a ver compañeros, enamórense entre ustedes, acuéstense y a ver qué pasa. Yo le daría un volantazo y les diría a los hombres que se junten para hablar, que se humanicen, que hablen de sus miedos para recordar que son un cuerpo y no una especie de semidiós”.

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