Un proyecto de Emanuela Zuccalà – Fotos de Valeria Scrilatti
Un proyecto de Emanuela Zuccalà
Emanuela Zuccalà: producción, textos, vídeos, edición de vídeo,
investigación de datos
Valeria Scrilatti: fotografía, 2ª cámara
Alessandro D’Alfonso: gráficos, mapas, desarrollo web
Valeria De Berardinis: investigación de datos, ayudante de producción
Nicola Romano / MAP Studio: posproducción de vídeo
Patrizio Parisi: posproducción de audio
Giulia Tornari: supervisión
Lola Huete Machado y equipo Planeta Futuro / El País: edición
y supervisión en castellano
Selección de contenido: Zona
CROSSING THE RIVER (Cruzando el río) se ha producido con el respaldo del Programa Beca de Innovación en Información sobre el Desarrollo del Centro Europeo de Periodismo (EJC) y la Bill & Melinda Gates Foundation, y realizado en colaboración con Médicos con África-Cuamm y Intersos.
Gracias en especial a Linda Previato, Giovanni Visone, Paolo Casagrande.
Traducciones:
Flaviour Nhawu (krio, mende)
Betty Agan, Fausta Abura (karimojong)
Halima Haruna Yusuf, Augustin Orji (hausa)
Adama Mohammed, Mala Babagana (kanouri)
Emanuela Zuccalà, Francesca Povoledo (inglés)
News Clips (español)
Asesora obstétrico-ginecológica
Dra. Adele Teodoro
Música
Lost Frontier, Organic Meditation Two, Relaxing Piano Music, Silver Flame,
Spirit of the Girl, Unanswered Questions de Kevin MacLeod
Circle of Life de Whitesand
Bajo licencia de Creative Commons, por Attribution 3.0
EN MEMORIA DE FANNY ISA
“Las comunidades, los países y, en última instancia, el mundo,
solo son fuertes en la medida en que lo es la salud de sus mujeres”.
Michelle Obama, discurso pronunciado en la escuela Elizabeth Garrett Anderson,
Londres, abril de 2009.
Betty, Flaviour y Halima no se conocen, y es probable que nunca coincidan fuera de las páginas de este documental web. Sin embargo, estas tres mujeres africanas libran cada día la misma batalla contra uno de los males más persistentes y anacrónicos que siguen afectando a su continente: la mortalidad materna1.
Cada año, 303.000 mujeres pierden la vida en el mundo debido a las complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto. Para otros 10 millones, convertirse en madre significa arrastrar enfermedades e infecciones el resto de su vida.
Desde 1990 hasta la actualidad, la mortalidad ligada al embarazo ha descendido un 44% a escala mundial, aunque no el 75% previsto por Naciones Unidas para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio2 antes de 2015. Nueve países del mundo han alcanzado este ambicioso resultado, y solo Ruanda está en el África subsahariana. En consecuencia, las peores tasas de mortalidad neonatal e infantil se siguen registrando en el continente africano3.
Si el 99% de las muertes maternas se producen en países en desarrollo, el África subsahariana por sí sola representa el 66%. Allí, un hecho tan natural para una mujer como la maternidad se puede convertir en una aventura impredecible, como cruzar un río desconocido. Caminas hacia la orilla sin saber si hay un puente, si está en buen estado y si es sólido. ¿Subirá el agua de repente? ¿Resbalaré? ¿Conseguiré cruzar sin hacerme daño o, peor, sin ahogarme? Y, una vez haya llegado a la orilla opuesta, ¿lograré olvidar pronto el miedo y las dificultades del viaje?
A pesar de que la mortalidad materna ha descendido en África un 50% desde 1990, por cada 100.000 nacidos vivos, 546 mujeres no sobreviven en la actualidad, mientras que en otras zonas desarrolladas del planeta la cifra se reduce a 12. A lo largo de su vida reproductiva, una mujer africana tiene una probabilidad entre 36 de morir durante el parto, mientras que para una madre europea o norteamericana el riesgo es solamente de una entre 4.900.
La causa de muerte más frecuente es la hemorragia, seguida por las infecciones derivadas del parto, la hipertensión durante el embarazo y los abortos practicados en condiciones higiénicas precarias. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mayoría de pérdidas se podrían evitar con un diagnóstico adecuado y una atención obstetro-ginecológica de calidad.
Sin embargo, además de la propagación de enfermedades como la tuberculosis, la malaria y el sida, África sigue padeciendo carencias estructurales en la atención sanitaria que se convierten en pesados lastres para la salud de la mujer. En primer lugar, la falta de personal. Mientras que en el mundo hay 13,9 médicos por cada 10.000 personas (32,1 en Europa)4, en África hay tan solo 2,7 médicos y 12,4 enfermeras y comadronas (frente a una media de 28,6 en el mundo y 80,2 en Europa). Se calcula que el continente ha perdido ya el 70% de su personal sanitario. Alrededor de 65.000 médicos y 70.000 enfermeras han emigrado hacia países ricos. Además, en las zonas rurales las mujeres normalmente prefieren ponerse en manos de comadronas tradicionales sin capacitación profesional.
Las inversiones públicas en el sector de la salud también influyen en esta situación. En el África subsahariana, los Gobiernos gastan de media en Sanidad un 11,4% de los presupuestos del Estado5, mientras que en la Declaración de Abuya, firmada en 2001 en la capital de Nigeria, los miembros de la Unión Africana se comprometieron a llegar al menos al 15%. Además los pacientes y los donantes privados, como las ONG internacionales y las agencias de la ONU, costean una media de más de la mitad del gasto sanitario.
La consecuencia de esta situación es el suministro insuficiente de medicinas y medios diagnósticos, lo cual, combinado con la deficiencia de las infraestructuras, ha llevado a la OMS a declarar que el continente todavía debe dar varios pasos importantes hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados para 20306.
Por ejemplo, en lo que respecta a las cesáreas ‒que en algunos casos son intervenciones de emergencia para salvar la vida de la madre y el hijo‒, según la OMS es posible realizar intervenciones seguras entre un 10 y un 15% de los casos. En la región subsahariana, sin embargo, el porcentaje sigue siendo del 7,3%, frente al 18,6% de media mundial, el 25% en Europa y el 32,3% en Norteamérica. Algunos países africanos todavía están muy por debajo de las cifras del continente, como Sierra Leona y Nigeria, con un 3%, y Uganda, con un 5%.
Hay también algunas circunstancias que los países ricos considerarían insignificantes y fáciles de superar, pero que en África ponen en peligro el bienestar de madres e hijos. En muchas zonas rurales es difícil acceder a los centros de salud debido al mal estado de las carreteras y a la falta de medios de transporte; a menudo, el personal sanitario no recibe una formación adecuada y la elevada tasa de embarazos de adolescentes aumenta el riesgo de complicaciones. El legado patriarcal es un obstáculo para que las mujeres acudan a los centros de atención sanitaria porque en algunas sociedades el permiso del marido es necesario para cualquier cosa, incluidas las intervenciones médicas, y las cesáreas se suelen contemplar con recelo, ya que menoscaban la fuerza y la dignidad de la mujer y la familia.
También interfieren algunas creencias tradicionales, como en la región de Karamoja, en Uganda, donde la gente prefiere que el recién nacido sea recibido en casa por un miembro de la familia en vez de en un centro sanitario por una comadrona, a la que consideran una extraña. O en el distrito de Bonthe, en Sierra Leona, donde las mujeres son reacias a dar a luz en los hospitales porque tienen que atravesar ríos y, según la superstición de la zona, al hacerlo corren el riesgo de absorber los malos espíritus de las aguas. O en el estado de Borno, en Nigeria, arrasado por completo por los atentados terroristas del grupo Boko Haram, en el que los rebeldes han aniquilado literalmente el sistema de salud.
El problema es amplio y presenta múltiples aspectos, pero es innegable que en su origen está la diferencia de género. En las sociedades patriarcales que consideran que las mujeres son inferiores a los hombres, la salud de estas no recibe la atención adecuada, y la muerte de un recién nacido o de una mujer embarazada se considera un suceso fisiológico normal en el que no merece la pena invertir demasiada energía. Según el Banco Mundial y la OMS, para reducir la mortalidad materna es fundamental centrarse en combatir la pobreza y la desigualdad de género, que, combinados, influyen en la demanda y el uso de los servicios de salud por parte de las mujeres.
Betty, Flaviour y Halima trabajan en Uganda, Sierra Leona y Nigeria, respectivamente. Tres países con unos indicadores de salud de la mujer muy deficientes, incluido el uso limitado de anticonceptivos y el bajo número de visitas prenatales para embarazadas.
Betty Agan es comadrona jefe de un centro de salud rural en la región ugandesa de Karamoja. Gracias a sus métodos innovadores y a su manera de tratar a las mujeres, ha persuadido cada vez a más madres de que den a luz con ella en condiciones seguras.
Flaviour Nhawu es una especialista en salud pública de Sierra Leona, el país con la tasa de mortalidad materna más alta del mundo. En el distrito de Bonthe, al sur del país, está logrando importantes mejoras en los servicios a la mujer.
Halima Haruna Yusuf es médica en una ciudad prácticamente destruida de Borno, el estado nigeriano más afectado por los atentados de Boko Haram y en el que las mujeres están pagando más caro un conflicto interminable.
Sus historias personales, marcadas por una tenacidad poco común, muestran cómo en algunos lugares de la tierra la maternidad puede convertirse en una lucha por la vida, y cómo la solidaridad entre las mujeres es una de las claves para hacer frente a problemas complejos como la mortalidad materna. Es más: Betty, Flaviour y Halima tiran por tierra algunos de los tópicos frecuentes sobre las africanas que suelen contaminar los relatos de los medios de comunicación sobre el continente, polarizados entre dos extremos: el de las víctimas y el de las heroínas que, con una varita mágica, dan la vuelta a la suerte de sus comunidades.
Nuestras tres protagonistas son mujeres reales con una dedicación excepcional a su trabajo y a la salud de otras mujeres. Crean estrategias para aumentar el acceso de estas a la atención sanitaria y confían en el personal que la presta. No obstante, su vida cotidiana está jalonada por dificultades insuperables, crisis, momentos de insatisfacción personal, y también fracasos.
El África que descubrimos a través de sus ojos no es ni la que sufre en silencio, ni el continente exuberante y lleno de color descrito por cierta retórica periodística.
El África de Betty, Flaviour y Halim es el escenario de la lucha de unas mujeres que, paso a paso, han tomado el camino que debían. Un camino largo, sin duda, pero que, al menos, ahora está marcado.