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This is for la Raza: 50 años de arte chicano

Del mote despectivo para los mexicanos en Estados Unidos, pasando por la lucha de los derechos civiles y la identidad desde su “no identidad”, la cultura chicana ha permeado y trascendido al ecosistema del arte contemporáneo, expandiendo su cosmovisión misma y alimentando otras corrientes estéticas

Un hombre pasa frente a la entrada del 50 aniversario de la publicación La Raza en el Museo Autry del Oeste Americano en Griffith Park, Los Ángeles, septiembre de 2017.

De los días en los que la parte norte de México pasó a ser propiedad de Estados Unidos, a la época de los pachucos y braseros a salto de mata, la cultura chicana ha defendido su existencia desde todos los frentes posibles e imaginables, siendo el del arte un terreno noble y generoso pero también potente y certero para levantar un puño de guerra que dicta: “hey, homs, this is nuestra tierra también, ese”.

Reapropiación del soul de corazón más negro, ráfagas de mambo, ropa elegante pero tumbada, spanglish, reimaginación del regreso a Aztlán y una diáspora pictórica, fotográfica y escultórica que se ha expandido por las ciudades fronterizas de Estados Unidos, hablándole cada vez con más fuerte no sólo a los mexicoamericanos de segunda o tercera generación. Hoy, el arte contemporáneo chicano también ha acogido a otras concepciones latinoamericanas, a otros espejos exclusivamente angloparlantes y, a su vez se dislocado también al arte conceptual, el performance, las ferias y los mercados más relevantes del mundo, despojándose en el paso de algunos clichés, lecturas exotizantes y anquilosadas, sin dejar de ser un arte sumamente racial, identitario y politizado.

Exposición Patriotism in Conflict: Fighting for Country and Comunidad, que conmemora los 51 años de la Moratoria Nacional Chicana en el Este de Los Ángeles, junio de 2022. (Imagen: Brittany Murray/MediaNews Group/Long Beach Press-Telegrama a través de Getty Images)

El color de César Chávez

A lo largo de poco más de cinco décadas, el arte chicano ha expandido la iconografía de las camisas franeleras, los referentes penitenciarios, Tin Tán, el pocho slang y su ubicuidad que lo ceñía tradicionalmente como una obra, casi siempre pintura o escultura en el mejor de los casos, creada por estadounidenses de ascendencia mexicana y fuertemente influenciado por el Movimiento Chicano en Estados Unidos como parte de la revolución contracultural de finales de la década de los 60 y principio de los 70, en donde las protestas por la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles encabezadas por César Chávez dieron un primer paso sociopolítico y cultural.

Un punto de quiebre importante sucedió en 1990, con la inauguración de la exposición itinerante Chicano Art: Resistance and Affirmation en la Wight Gallery de la Universidad de California, en Los Ángeles, en donde el comité asesor de la exposición emitió las siguientes palabras, que fueron reconocimiento y existencia para la comunidad: “El arte chicano es la expresión moderna y continua de la lucha cultural, económica y política a largo plazo del pueblo mexicano dentro de los Estados Unidos. Es una afirmación de la compleja identidad y vitalidad de su pueblo. El arte chicano surge y está moldeado por nuestras experiencias en las Américas”.

Águilas, guerreros aztecas, vatos y rucas en plan rasquache (pobre o que se las arregla), como los grandes artistas del mundo han “tomado prestado” de otros movimientos artísticos o teorías posmodernas para ir ganando terreno. Así, hoy la figura dinámica y vibrante del arte chicano va del poderío plástico de artistas fundamentales como Carlos Almaraz, Yreina Cervántez, Shizu Saldamando o Linda Vallejo, pasando por la generación emergente que está posicionando las preocupaciones de la comunidad chicana en otro nivel: John Valadez (fotógrafo), Bárbara Carrazco (pintura) o Harry Gamboa (conceptual), hasta llegar a la radicalidad transgresora del performance en nombres como La Pocha Nostra, la mirada queer decolonial de Rafael Esparza, e incluso la expansión de lo chicanco como lo propuesto en el trabajo de la artista salvadoreña afincada en Los Ángeles, Beatriz Cortez, quien comanda una suerte de sci-fi conceptual transfronteras de mirada múltiple.

Aliendigenismo, proyecto gestado en tres años por Guillermo Estrada mientras realizaba sus estudios en la Universidad de California en San Diego para obtener su título en Master of Fine Arts.

Aliendigenismo

Así como el caso de Beatriz Cortez, un ejemplo paradigmático de la innegable huella del arte chicano incluso fuera de sus propios linderos lo encontramos hoy en día en el trabajo de artistas como Guillermo Estrada, de 43 años, quien desde muy temprana edad se ha visto influido por la relación transfronteriza, generando todo un lenguaje discursivo y estético en función de la identidad múltiple, derivada de la relación México-Estados Unidos.

“Yo soy de Tecate, Baja California, que está entre Ensenada, Tijuana y la línea Internacional con Baja California y entre localidades de menor dimensión como El Cajón y también una parte de San Diego. He tenido mucha relación y desarrollo de mi trabajo acá, porque también mi familia vive en esta zona y venía muy seguido a Estados Unidos a visitarlos. Cuando estuve estudiando la licenciatura en historia, con mi visa de turismo me venía a trabajar hasta 2013. Al mismo tiempo produzco cosas relacionadas con escena musical de Mexicali con el artista Christian Franco.

“Mi tesis y buena parte de mi trabajo tiene que ver con esta relación entre países, la idea de frontera, la cual es ‘todas partes’ y está en todo. Una forma de verlo es cuando experimento en 2013 -año en el que regularizo mi situación legal en Estados Unidos- y me asignan un número de ‘Alien’, me dan un registro de residente y me quedo clavado con eso. Además, mi abuelo creció en una comunidad indígena y eso fue decantando en este concepto del alien extranjero e indígena nativo. Entonces veo la frontera desde otra perspectiva, le pongo aliendigenismo: una persona que migra a otro lado, puede ser de colonia o de casa, y deshace la idea de frontera. Como límites, regiones, cosmos y el underground. Yo puedo platicar con Rancho Shampoo (proyecto performático y musical), que me da otra perspectiva y dimensión, eso me ha ayudado mucho para trabajar en Estados Unidos. Ahora regreso a México y soy un híbrido-eje con este país. Tener estas dos posibilidades de viajar sí me ha ayudado mucho a entender el entorno de cómo lo vivo a través de mis hommies, mi familia, mi trabajo, los cruces y la gente; es todo un ejercicio de reflexión en torno a donde vives y estás. Hay barreras, límites, regiones donde te mueves fácil y otras a contraluz. Esto también para que el diálogo crezca más, es una perspectiva distinta de mi frontera pero se puede combinar bien con otros fronterizos (como los chicanos) Está conectado”, asegura Estrada.

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