Columna

El movimiento feminista, la más fuerte oposición en México

A diferencia del Estado, el feminismo no tiene una líder, no tiene una cabeza, sino que es una voz colectiva

Una protesta feminista frente a la Fiscalía de Chimalhuaca, Estado de México.Nayeli Cruz

Me pregunto cómo puedo ocupar ese pequeño espacio que ocupé en la marcha del 8-M del año pasado desde este espacio en el periódico. Cómo podemos hacer para que nuestras trincheras, nuestras muy diversas trincheras, sean las calles que no podremos pisar esta vez. Cómo hacer para que las palabras escritas se oigan y resuenen fuerte como resuenan en las calles ahora que no podremos poner nuestros cuerpos. Me acuerdo de la fuerza que sentí el año pasado durante la marcha histórica que desde el punto de vista de un dron se miraban las calles llenas, pintadas del verde y violeta de los pañuelos, en ...

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Me pregunto cómo puedo ocupar ese pequeño espacio que ocupé en la marcha del 8-M del año pasado desde este espacio en el periódico. Cómo podemos hacer para que nuestras trincheras, nuestras muy diversas trincheras, sean las calles que no podremos pisar esta vez. Cómo hacer para que las palabras escritas se oigan y resuenen fuerte como resuenan en las calles ahora que no podremos poner nuestros cuerpos. Me acuerdo de la fuerza que sentí el año pasado durante la marcha histórica que desde el punto de vista de un dron se miraban las calles llenas, pintadas del verde y violeta de los pañuelos, en una ciudad que florece en feminismo y jacarandas. Desde el punto de vista a pie, recuerdo la conmoción al escuchar por primera vez la “Canción sin miedo” de Vivir Quintana (entonces sin saber que era de ella), en voz de un grupo de chicas que venían leyendo la letra en sus celulares, algunas de ellas en pequeños grupos compartiendo un teléfono, esa canción que se filtró ese día en grupos de whatsapp y que más tarde estalló como uno de los himnos feministas.

Cómo hacer para unirme a las consignas a las que desearía tanto unirme desde un teclado silencioso que no se acerca a lo poderosas que son las voces que se unen en el aire a veces a destiempo, a veces amplificándose, de las consignas feministas. Cómo hacer para tener las conversaciones organizativas en torno al 8-M, la noche anterior hacer pancartas, las reuniones, los chats, los desacuerdos. Los mensajes para empezar el día temprano en Nezahualcóyotl, luego ir a Reforma. De camino, sentada en las piernas de una amiga, apretadas varias en un coche entre risas y chisme. Perderme de pronto en la marcha, encontrarme a una amiga de la primaria y uniéndome a su grupo un tramo. La desconocida que me abrazó brincando en una consigna y luego corrió, la amiga a quien reconocí de lejos y me regaló una camiseta con una consigna, las señas que hacía con una amiga de un lado a otro de la calle para no perdernos de vista entre la marea, ella vestida con una túnica negra de bruja, bajo el sol recio, y yo buscando, entre la marea, el pico de su sombrero.

Esa noche terminé con un grupo de amigas en un karaoke improvisado, con la camiseta nueva encima del vestido que llevaba, el glitter que me seguía saliendo de la ropa interior, la cara pintada, sudada, desvelada, borracha y feliz. El calorón que hacía ese día y lo caliente que estaba todo en el contexto político con el presidente ignorando la marcha como si fuera cosa de unas cuantas activistas, sin mencionar nada en su discurso público, dándole prioridad a la rifa del avión presidencial, y ahora, en el arco de este año, de un 8-M a otro, López Obrador igual o peor. Igual de indiferente al movimiento; peor, defendiendo públicamente a un violador, dejando el mensaje de su Gobierno aún más nítido que antes: el movimiento feminista es la oposición más fuerte que tiene el Estado.

Es cierto que este año la marcha física no será ni de cerca lo que fue el año pasado. Es posible que el Estado lea esto como la debilidad de los tan diversos feminismos que conforman el movimiento. Unos días después del 8-M la pandemia nos encerró. Pero de ese día hubo una imagen que me conmovió y que hoy regresa con más fuerza y con más sentido. En algún momento, frente a mí, iban dos adolescentes muy jóvenes –tenían unos doce o trece años– yo las miraba de espaldas, a veces de perfil, en la esquina de un grupo de adolescentes mayores. Pensé, las hermanas chicas que suplicaron ir y que las demás no integraban por ese abismo que hay entre tener 12 y 17 años. Ellas estaban especialmente emocionadas en una consigna (¡No! ¡Que te dije que no! ¡Pendejo, no! Mi cuerpo es mío, yo decido, tengo autonomía, yo soy mía ¡porque no! ¡Que te dije que no!) cuando de pronto se abrazaron al terminar y una recargó la cabeza en el hombro de la otra, lloré. Me hizo pensar en cómo habría sido mi historia si yo hubiera podido abrazar así a una amiga a los trece años en una marcha como esa, me preguntaba qué persona sería hoy. Lloré de esperanza. Porque si algo ocultó la pandemia, si algo no se ve en las calles es lo que esas marchas despiertan en las casas, en los espacios de estudios y laborales. Lo que sentimos, lo que pensamos que se parece a los círculos concéntricos al tirar una piedra al agua, la piedra siendo el mismo día de la marcha.

Muy seguramente esas dos adolescentes hoy no toleran una broma misógina en su casa, tal vez cuestionan a sus padres, a sus madres, a sus hermanos, a sus compañeros, tal vez tengan más claro cuando alguien de su edad las aborde con comportamientos machistas, quizás vean con mayor claridad en sus futuros espacios de trabajo cuando estén lidiando con este tipo de prácticas patriarcales normalizadas. Porque lo cuestionan, porque los círculos concéntricos se siguen expandiendo. La marcha del 8-M es la punta de todo lo que pasa en las profundidades de la cantidad de mujeres que asistimos: en las casas, en las escuelas, en las universidades, en los espacios de trabajo. Esto es algo que López Obrador y su Gobierno no ha querido ver: a pesar de las tan diversas luchas, el movimiento feminista cruza clases y es transgeneracional. De un año acá, cómo puede ser que al presidente no le queda claro la potencia del movimiento cuando incluso dentro de su partido las mujeres se organizaron en contra de la candidatura de Félix Salgado Macedonio que él defendió públicamente.

Si el movimiento cruza sectores y edades es porque las violencias patriarcales están en todas partes, como lo prueban los casos de Félix Salgado Macedonio y Andrés Roemer en los extremos que representan un hombre blanco intelectual y un hombre moreno en la política. Porque los violadores y acosadores están en todos lados donde está el poder. Comparten los mismos mecanismos de humillación y abuso desde el poder que ejercen en dos espectros tan aparentemente opuestos de la sociedad: no por nada a Salgado Macedonio le apodaban “El Señor de los Table Dance” y Roemer fundó un festival al que tituló “Festival Internacional de Mentes Brillantes, La Ciudad de las Ideas”. Me gustaría hablar un poco más de este festival, sus temas, la mayoría de sus invitados varones y los table dance en Guerrero y la red de pornografía infantil, pero mejor decir que Roemer tiene un libro titulado Sexualidad, derecho y políticas públicas (2007) que pareciera poderle poner título también a la ominosa situación en la que se encuentra él mismo y Salgado Macedonio.

Puedo imaginar las pancartas que habrían surgido, desde el humor y desde la rabia, en torno al caso de Félix Salgado Macedonio, al de Andrés Roemer y tal vez algunas con la frase “Ya chole” de López Obrador. Esa defensa pública no hizo más que evidenciar la misoginia del presidente, pero ignora el costo electoral que esto traerá más adelante para su partido. Nadie en la 4T parece proyectar este futuro, uno en el que su oposición tiene el poder de sacarlos. El Estado ignora que el movimiento feminista es indestructible. Ignora la cantidad de colectivas que se han organizado, ignora los efectos y los círculos concéntricos de estas alianzas. La pandemia no ha impedido momentos clave como la toma de la CNDH en México y la celebración de la despenalización del aborto al filo del fin de año en Argentina. El movimiento feminista es la principal oposición de la 4T y será la pérdida electoral más grande. La defensa de López Obrador a un violador no puede quedar atrás. Tampoco puede quedar atrás que denosta una y otra vez a las mujeres cada vez que puede porque, a diferencia del Estado, el movimiento feminista no tiene una líder, no tiene una cabeza como la tiene el Estado, sino que es una voz colectiva. Esto debe desconcertarlo mucho pues no hay una cabeza que señalar. Es una voz colectiva que está en contra de su desdén, en contra del modus operandi de Roemer y Salgado Macedonio y que está en contra del pacto patriarcal de silencio. Tal vez este 8-M no tiemblen las calles, como dice la canción de Vivir Quintana, pero los feminismos cruzan sectores, generaciones, trincheras y si algo no se ve es cómo florece en las más jóvenes y los círculos concéntricos que dejan ellas.

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