Opinión

Las defensoras

La esperanza está en no estar solas, en saber que somos mucha gente

Amanda Mijangos

Entretejo las voces de mujeres que me hablaron de su lucha defendiendo el territorio y cuidando y celebrando la vida en Campeche, Oaxaca, Puebla, Veracruz, CDMX, Estado de México, Jalisco, y Sonora. Ellas se nombran: Leydi Pech, el Colectivo de mujeres de Ayutla mixe, las mujeres del colectivo MARE (Mujeres y abejas nativas en red), las mujeres de la unión de ejidos y comunidades en defensa del agua, la tierra y la vida Atolcahua Ixtacamaxtitlán Puebla, Cristina Barros, mujer de la comunidad ñatho en el Municipio de Huixquilucan, Evangelina Robles, Myrna Valencia.

Que nuestra voz llegue...

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Entretejo las voces de mujeres que me hablaron de su lucha defendiendo el territorio y cuidando y celebrando la vida en Campeche, Oaxaca, Puebla, Veracruz, CDMX, Estado de México, Jalisco, y Sonora. Ellas se nombran: Leydi Pech, el Colectivo de mujeres de Ayutla mixe, las mujeres del colectivo MARE (Mujeres y abejas nativas en red), las mujeres de la unión de ejidos y comunidades en defensa del agua, la tierra y la vida Atolcahua Ixtacamaxtitlán Puebla, Cristina Barros, mujer de la comunidad ñatho en el Municipio de Huixquilucan, Evangelina Robles, Myrna Valencia.

Que nuestra voz llegue allá a donde pueda ser escuchada. Nuestra lucha por el territorio la mayoría de las veces no es entendida porque nuestro pensamiento está colonizado y es muy difícil que además de resistir hay que educar y vislumbrar el mundo que queremos tener. Además de que, como mujeres, hay que enfrentar el machismo y el patriarcado desde una visión indígena.

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Nosotras somos parte de las periferias de la Ciudad de México, vivimos en la Sierra de las Cruces, ahí están nuestras tierras comunales, ahí está el bosque, uno de los últimos pulmones que oxigenan a la ciudad. Seguimos siendo otomíes, indígenas escondidas en oficios, como el de trabajadoras de limpieza, empleadas de oficinas, o alguna otra labor impuesta por las dinámicas citadinas. Aunque históricamente han querido desaparecernos, seguimos aquí en nuestro territorio, en nuestro suelo que es el bien común. En estos momentos hay una lucha silenciosa para su defensa. Para nosotras significa todo: ahí está la historia de las abuelas que extraían la fibra de maguey para tejer con ixtle en el telar de cintura. La historia de mi madre campesina. Ahí, en esos cerros están cientos de años guardados de nuestra vida como otomíes.

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Ahí en ese lugar están nuestros recuerdos, nuestra infancia donde se trabajó hombro a hombro con nuestros bisabuelos, abuelos, padres. Conozco el manantial de agua que abastecía a toda mi comunidad y que nos arrebataron sin importarles poner en riesgo la vida de toda mi comunidad, vulnerando nuestros derechos, como el acceso al agua. Es un lugar hermoso no sólo por lo que no ves, sino por lo viva que te hace sentir estar ahí. Nuestro manantial es tan importante para nosotros que en varios momentos se han celebrado distintas ceremonias en el lugar antes de que fuera invadido, secuestrado.

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Me encuentro en territorio maya de nuestros ancestros, en el municipio Hopelchén del estado Campeche. Hoy la selva, los animales, las plantas medicinales, las abejas nativas y todo eso que cuidaron con mucho orgullo por muchos años nuestros abuelos se encuentra gravemente afectado por un modelo de desarrollo que está acabando no sólo con los árboles: se está perdiendo todo un conocimiento y toda una identidad del pueblo maya.

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Acá somos yoremes, conocidos en todo el territorio nacional como mayos. Estoy en la lucha por el territorio por el pueblo de Cohuirimpo y en la lucha por la tierra ejidal que es parte del territorio en mi pueblo, Buaysiacobe, en el municipio de Erchojoa que es parte de los 8 pueblos Mayos.

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Ver ese cielo despejado con el brillo de las estrellas, ver el amanecer del nuevo día despejado sin ruido de maquinarias y sólo el canto de los gallos, los tropeles de caballos, el canto de los pájaros, el ladrido de los perros, el bramido de las vacas, ¡amo mi forma de vida! Ese té de toronjil para conciliar el sueño, ese té de hierbabuena con manzanilla que salgo a cortar en mi casa. Cómo no defender mi pueblo de una empresa devastadora. Cómo no defender esos cerros que recorrí toda mi niñez pastoreando mi ganado, subiéndome a los arboles, cortando la leña, jugando con mis primas. Amo mi historia de vida y por eso la defendemos.

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Hacemos trabajo colaborativo con comunidades nahua y con la comunidad indígena de mezcala en las orillas del lago Chapala y la comunidad wirraritari. En la región se ha ido enfatizando la defensa del territorio de empresas transnacionales sobre todo que invaden tierras de ejidos en el sur de Jalisco, una de ellas, Amway, invade 300 hectáreas de la comunidad del ejido de San Isidro y junto con ella han ido llegando otras como Monsanto o Desert Glory. La gente tiene décadas defendiéndose en los tribunales agrarios. Además, también ocupan manantiales y generan una devastación ambiental porque producen mercancías agrícolas a partir de uso de paquetes tecnológicos muy tóxicos. Entonces las tierras, el agua, la misma gente que trabaja de jornaleros están muy intoxicados, envenenados, contaminados. Al mismo tiempo los trabajos que generan violan los derechos de los trabajadores a tal punto que se han encontrado personas en situación de esclavitud dentro de estas empresas. El gobierno da apoyos según para el campo, pero en realidad son para estas empresas que invaden tierras y generan contaminación. Y quien más levanta a voz en contra de toda esta devastación del medio ambiente y la salud son principalmente las mujeres.

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Porque se están acabando los bosques en todas partes. También en la Sierra Sur de Oaxaca. Me dijeron: "Si vas a Santo Domingo, eso es ahora un desierto." Y la gente te dice: "Estás sentada sobre los centavos y no te das cuenta. Corte usted esa madera." Todo lo ven como negocio. Si conservas, te dicen que eres tonta. Esta desconexión la estamos transmitiendo a las nuevas generaciones. Nos duelen los proyectos que desbaratan el tejido comunitario y el arraigo. Este pensamiento de saqueo está en la política soberbia, y es lo que ahorita tenemos que ver.

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Lloro porque Los Tuxtlas está seco, lloro porque soy mujer y soy de campo. No me valoran, piensan que somos ignorantes. Nosotras protegemos. Sabemos de plantas. A ver, que vengan, que vengan a tumbar un árbol en la asamblea ejidal con nosotras ahí dentro. Le dijeron a doña Gaspar, de 80 años: “Que se vayan esas mujeres, sólo saben hacer tortilla”. Y ella respondió: “Sé más que tú, yo no tumbo los bosques.”

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Nos agarró la tristeza y sabemos qué hacer con ella. Quien cuida abejas nativas está cerca del bosque: eso cura, te recupera. No hay otra cosa que hacer más que sembrar, cuidar. Aquí aguantaremos, aquí seguiremos porque las abejas son amigas, son aliadas y conservan la vida, porque son importantes por sí mismas y porque también tienen esas dobles jornadas invisibles sin reconocimiento, pero su trabajo ahí está, como el nuestro. Estamos aquí sorprendidas y agradecidas con las abejas que dan alimento, que curan el territorio, y que curan a la madre tierra, porque sin ellas: nada. Lloramos, oramos, pensamos en nuestros hijos, desayunamos, vamos al vivero, hacemos lo que tenemos que hacer, llenamos la carretilla de plantas, hacemos todo lo que toda la vida hacemos, vamos a la comunidad. Eso nos salva, volvemos a agarrar el hilo de la vida.

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Soy vecina de La Magdalena Contreras y la Supervía Poniente que finalmente se hizo, pasa a unas cuadras de donde vivo, el propósito de mi participación no fue exclusivamente defender mi zona, sino defender los suelos de conservación de la Ciudad de México. Considero que frente a varios de los más importantes problemas que se viven en la ciudad; falta de agua, inundaciones, hundimientos y mayor vulnerabilidad de las colonias que están asentadas en las orillas de lo que es el gran lago que se forma en la Cuenca de México, la única solución es tener una visión integral de lo que es la Cuenca de México, evitar el crecimiento de la ciudad sobre los suelos de conservación, captar el agua de lluvia en los bosques que rodean la ciudad para que se logre recargar el acuífero y plantear soluciones distintas a sacar a través de grandes sistemas de drenaje como el Túnel Emisor Oriente (TEO), que se llevan el agua de lluvias mezclada con aguas industriales y provenientes de las descargas de aguas negras rumbo al Golfo de México, dejando a su paso una temible estela de contaminación que desemboca en el mar. Incluyo la defensa de Xochimilco por lo que significa desde el punto de vista histórico, por la posibilidad de su contribución al abasto de alimentos a la ciudad y por la presencia de agua en esa zona. Proyectos como el Puente Vehicular Periférico Sur-Canal Nacional, son la antítesis de lo que debería hacerse para una ciudad sustentable.

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Somos nosotras las que sostenemos a lo interno, somos las que llegamos y estamos al frente cuando hay alguna tensión, somos las que nos atrevemos a cuestionar alguna decisión, aunque nuestra voz no sea tan escuchada.

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Somos las cuidadoras del arraigo. Llegamos desde temprano, solas o acompañadas, pero llegamos. Llegamos también entre bostezos, que reflejan las dobles o triples jornadas que como mujeres realizamos a diario. Bostezos que son también la huella de nuestro trabajo invisible o no reconocido. Llegamos así, con esa carga y nos preguntamos “¿Ay dios, a qué vinimos?”. Vinimos a amamacharnos, pues.

Amanda Mijangos

No queremos heredar un mundo desolado. Queremos que nuestros hijos también sientan ese orgullo como hoy lo estoy sintiendo yo, que puedan decir que esto es algo que se defendió: hoy lo estamos cuidando. Creo que vivir bien es lo más importante. Pero no quiere decir que vivir bien es tener más dinero para nosotros: vivir bien es que nosotros podamos respirar aire limpio, tomar agua limpia, tener a mis abejas, que no me estén fumigando todos los días. Eso es vivir bien. Eso es un desarrollo: que podamos estar sanos, que podamos producir nuestros propios alimentos de forma sana. Que nuestros hijos migren a las grandes ciudades con un riesgo enorme, si les violan sus derechos como jornaleros, eso no es un desarrollo.

El territorio es uno y las luchas también deben ser una en ese sentido: cualquier proyecto, ya sea tren, parque eólico, soya, cualquier proyecto que llega a un territorio y afecta los medios de vida de las personas que estamos ancestralmente en esos territorios no es un proyecto de desarrollo. Nosotros siempre lo hemos visto así. Creo que el proyecto del tren es uno más que se suma para seguir violando nuestros derechos, para seguir un proyecto de despojo. Creo que esa es la parte que nosotros reclamamos: si es un proyecto de desarrollo que va a beneficiar la vida de los pueblos mayas entonces quienes tienen que proponer el proyecto somos nosotros. No que nos vengan a imponer. Justamente ese es el problema: nos imponen proyectos que van contra nuestra forma de vida, que van en contra de nuestra cultural en contra de nuestra manera de percibir y ver la vida. Nos mantenemos vivos aún, porque esos conocimientos los aplicamos en el día al día. Eso se contrapone con lo que llega impuesto y que no podemos comprender porque no nace ni parte desde la forma de mi conocimiento, mi forma de vida, mi forma de aprovechar mi recurso natural.

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Desde hace algunos años han ido fragmentando las tierras comunales de los poblados del municipio, comprando líderes locales para que acepten la venta y la expansión inmobiliaria en la zona. Nuestro bosque para ellos significa un buen mercado de bienes raíces por lo que cada vez es más grande el acecho de las empresas en colusión con las autoridades municipales. Pero nos organizamos para realizar la fiesta, es lo que aglutina, es el centro que sostiene la vida de la comunidad. Desde ahí los saberes se comparten y son el lazo que une y hace correspondencia con las comunidades vecinas.

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Defendemos la vida misma, si se tratara de un territorio pareciera ser tan simple de dejar ir, pero no lo es. Hasta el momento seguimos viviendo de esa fuente de vida que es nuestro manantial que se encuentra dentro de un territorio que es parte de otro gran territorio que es nuestro municipio de Ayutla.

La lucha que enfrentamos es sobrevivir por la falta de agua, arrebatada de manera ruin, lo que nos ha orillado a organizarnos como mujeres para evitar un enfrentamiento armado, porque sabemos que la violencia genera más violencia.

Yo soy un poco corta en edad, pero el compartir conocimiento sobre mi pueblo con mis compañeras, me hace amar con más intensidad mi comunidad. Es por eso que creo que es muy importante defender a como podamos el territorio que da vida a mi comunidad, porque como muchas, no queremos que nuestr@s hij@s y las demás generaciones sufran y pasen esta situación que se ha hecho muy compleja.

Logremos lo que podamos hará que en un futuro pueda decirles a mis hijos que luché, que intenté todo lo que estuvo en mis manos.

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Nos duele, en relación con nuestro territorio y las abejas nativas, la producción de alimentos con agroquímicos. Nos preocupa que vayan al agua. Nos duele que se haya roto la conexión de la comunidad de animales humanos con animales no humanos. Nos duele estar divididas, con estos corazones partidos en dos. Nos duele ese árbol, que me decía: "Defiéndeme". La desconexión entre el campo y la ciudad. Que todo tenga un precio: las abejas, la miel, nuestros bosques, la selva, nuestras vidas, nuestros territorios. Nos duele la indolencia. La indiferencia. Esta falta de conexión. Me duele que estamos siempre al final, como mujeres. Al final de las preocupaciones en salud frente a enfermedades después de 70 años de agrotóxicos. Al final cuando toca comer, cuando toca cuidar, cuando toca sanarse. Nos hacen crecer con la mentalidad de que somos menos que los hombres. Nos han hecho sumisas. Pero ya es tiempo que como red de meliponicultoras digamos: "¡Ya basta!".

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Los empresarios e inversionistas ven el dinero: por ahí pasa el río, y el río lo han enajenado. Lo cercan y donde la gente tenia libre acceso para sus tradiciones como ir y bañar a San Juan por ejemplo ya no se puede porque está cercado el rio. Luchamos mucho en contra de los mismos caciques y aun así presentaron el proyecto de drenaje a escasos diez metros del lecho del río. Pusimos demanda ante Derechos Humanos tuvimos acompañamiento del Concejo Nacional Indigenista, de Serapaz para proteger el territorio. Había que introducir tecnología alternativa y nunca nos escucharon. Organizaron grupos de choque y hicieron lo que les da la gana con recursos indígenas. Se siente una nostalgia tremenda porque también se colocó una obra de agua potable con tinaco elevado y con motores y bomba dentro del centro ceremonial a espalda del templo cuando había otros espacios donde ponerlo. Es la impunidad y el atropello a los derechos indígenas. Como mujeres tenemos un reto muy grande de conquistar estos espacios que nos han sido negados. Estamos llevando otro tipo de estrategias, hablar de nuestros problemas para atender una superación espiritual, mental y personal para abrir las conciencias para próximas luchas.

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Nuestra lucha es pacifica, visible, porque participamos en diferentes lugares. Es organizada. Es intensa y desagradable porque no nos respetan nuestros derechos, sentimos impotencia, agresión, discriminación en la comunidad, coraje. Sentimos tristeza y desesperanza. Cuando hay resultados se siente aliento, alegría y ganas de seguir luchando. Esto nos da fuerza para seguir defendiendo. Se han unido más personas porque se han dado cuenta de lo importante que es el territorio.

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Hicieron muestreo de orina de niños aquí en el valle del Grullo y dieron positivo a una serie de por lo menos 7 químicos en orina y en algunos casos hasta en la sangre. Los niños ya tenían un par de años mostrando síntomas de intoxicación. Las madres de familia lo habían denunciado y todo mundo minimizaba esos síntomas. Ellas son imparables. Uno de los principales argumentos es que esas transnacionales generan “alimentos” pero nada se queda localmente, nada es para consumo ni local ni nacional, además no son alimentos, nosotros les decimos productos del campo llenos de agrotóxicos y robándose el agua.

Amanda Mijangos

La pandemia nos ha regresado a nuestra tierra, nos ha hecho volver a respirarla, sentirla, volver a buscar el vínculo con ella. Está abonando a la organización o puede ser una esperanza y alivio para nuestro pueblo.

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Ha sido más insistente la lucha porque no podemos cumplir con las medidas de prevención por no contar con agua. A pesar de esto hemos realizado esfuerzos con diferentes acciones para prevenir el contagio: campaña de lavado de manos con gel antibacterial y muy poquita agua, perifoneo de las recomendaciones básicas e higiene, uso del cubrebocas al salir a la calle, filtros sanitarios, sanitización de vehículos, adecuación de consultorio y cuarto de aislamiento para caso sospechoso Covid-19. El Covid ha afectado en todo en esta lucha se agrega a la vulnerabilidad en la que nos encontramos. Es un factor que utiliza el gobierno para condicionar o sustentar posibles soluciones que sólo benefician a su imagen y que en nada aportan a la justicia que merecemos.

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La pandemia está sirviendo para que estén sucediendo más eventos más acciones en el territorio de los pueblos mayas. Aunque nosotras alcemos la voz y denunciemos no nos hacen caso porque “no es el momento”. Es muy lamentable. Es cuando más tenemos que estar atentos. En las granjas y las maquiladoras donde muchas familias son jornaleras es donde se están dando los brotes, se están enfermando y muriendo. ¿Qué necesidad hay que las familias de los campesinos estemos encerrados trabajando en esas fabricas de los otros cuando nuestros abuelos nos heredaron estos territorios, esta capacidad para hacer nuestros propios medios de vida? ¿porqué la gente en vez de estar sembrando su milpa se tienen que ir de jornaleros a las granjas a las fabricas a las maquilas? ¿qué va a suceder si no defendemos nuestro territorio? Que la gente ya no va a tener ese medio de vida tan importante que le arraiga a su comunidad, se exponen a trabajar en esas grandes empresas donde están los problemas de salud. A mí me da mucho orgullo ver cómo las comunidades se han organizado, han puesto sus retenes y filtros para cuidarse. Cuando escuchamos que dicen llama el 911, nos da pena ajena. En mi pueblo no hay ni señal de celular cómo voy a hablar al 911. ¡Por favor!

Nuestro único hospital que tenemos para 36 comunidades no tiene medicamentos, no tiene doctores y eso lo sabemos las comunidades por eso estamos tomando medidas para cuidarnos para protegernos. Muchos nos estamos manteniendo, produciendo lo que tenemos en nuestros traspatios, con todo lo que tenemos estamos haciendo frente a este problema, que es un problema que nos están trayendo. Yo creo que el gobierno no ha logrado entender que en nuestro país habemos comunidades alejadas que estamos mirando esta situación de otra forma. ¿Quédate en tu casa? ¿Pues dónde voy a ir? Estoy en mi casa, en mi pueblo; yo no me muevo, no voy a la ciudad. No estoy en lugares aglomerados. Si yo voy a trabajar en mi milpa, con la abeja, no me voy a enfermar. Pero el problema es que lo poco que queda es lo que nos están tratando de quitar y despojar para que nos quedemos como los otros que dependen de la granja, de la maquila, que nos volvamos jornaleros. Esa hectárea, si la tengo segura, me hace ser libre, no dependo. Puedo hoy guardarme, eso me da salud esas ganas de seguir viviendo, luchando.

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El periodo de contingencia nos afectado muchísimo porque hay procesos agrarios que tenemos abiertos, con abogados democráticos. Estábamos haciendo la labor de orientar a la gente y que la tierra no debe enajenarse porque es un patrimonio familiar.

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Este virus por lo menos a nosotros nos recuerda la vulnerabilidad que hay en respecto a la situación de salud. Esto que venimos denunciando de los efectos de la salud por todos los agroquímicos en los alimentos industriales son la razón de la hipertensión, de la diabetes, obesidad, de la inflamación y debilitación del sistema inmune entonces es todavía más importante la defensa de la vida campesina y de los modos de producción campesinos porque si no modificamos estas formas de producir y de alimentarnos vamos a ser cada vez mas vulnerables ante enfermedades y pandemia. Una cosa importante para sumarse es no creer que el modo industrial de producir alimentos nos está alimentando. Algo muy importante es consumir en los pequeños mercados, directamente a los productores. Eso es un apoyo mutuo: apoyan la defensa de la vida campesina y apoyan la posibilidad de estar más sanos para si mismos.

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A pesar de que en estos días de pandemia el diputado de Morena, Eraclio Rodríguez presentó ante la Cámara una reforma a la Ley de Variedades Vegetales (LFVV) que prohíbe el libre intercambio de semillas entre campesinos, condenando a quien lo haga a penas que incluyen cárcel y altas multas, hay una respuesta activa que va contra la reforma y que con vigor se opondrá a esta reforma.

Amanda Mijangos

Hoy por la mañana, llegó una vecina con una flor, para intercambiarla. Ella hace unos días se llevó unos frutos de zarza. Mi esperanza justo reside en las relaciones que hacen que los lazos comunitarios se vean fortalecidos, acciones así de chiquititas que nutren y hacen andar la vida en comunidad.

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Como comunidad estamos íntimamente vinculadas con el territorio, pues constituye una parte fundamental de identidad y espiritualidad profundamente arraigadas a nuestra cultura e historia, a una forma de vida colectiva en nuestra comunidad. Todas las mañanas las mujeres nos levantamos con esas ganas de seguir luchando por nuestros bienes naturales. En especial por el agua, porque significa vida para nuestra comunidad. Sin agua Ayutla es torturado día a día, las mujeres vivimos con la angustia de buscar e ir por agua para preparar los alimentos de nuestras familias, bañar a las niñas y niños, lavar la ropa, los trastes... La pasión de mis compañeras a quienes veo como todo un ejemplo a seguir, me conforta su seguridad, su solidaridad, su humildad de dar y no esperar nada a cambio. Me animan a no darme por vencida, por mí, por mi familia y por mi comunidad. Gracias a ellas he conocido el espíritu de vivir en comunidad. A estas alturas, en mi fe en algo más grande que un sistema de justicia ineficiente, ahogado en una burocracia cruel que nos limita a poder acceder a él y recibir justicia. Tengo esperanza en los espíritus de nuestros ancestros. Los mismos que nos permitieron que no murieran más hermanos aquel 5 de junio. Esperanza en los que se van sumando a esta lucha ocupando el lugar de los que van perdiendo las fuerzas necesarias para seguir. La esperanza en cada una de mis compañeras todos los días, cuando siguen de pie y con ganas de seguir luchando a pesar de todas las puertas que hemos tocado en el gobierno federal y estatal sin respuesta a nuestra petición de que nos reconecten el agua y cesen las violaciones a nuestros derechos humanos que vivimos desde hace tres años.

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La esperanza que yo veo es que estamos nosotras las mujeres incorporadas en esas luchas. No digo que los hombres no estén luchando, pero creo que nosotras tenemos una percepción distinta de la vida. Siento que eso es algo muy valioso. Que nuestros hijos se están incorporando en los procesos de lucha tan jóvenes, eso me da esperanza. Los partidos políticos han entrado y se han encargado de quebrar todo un sistema de organización que las comunidades tenían por muchos años, pero cuando algo pasa que nos llega y nos toca, inmediatamente vuelve a florecer. Se pierde el partido y el color, lo que nos une es esto: cómo nos cuidamos, volver a eso que nos enseñaron nuestros abuelos, eso que funciona. Todo eso que parece que está perdido, está vivo aun, y en los momentos difíciles sale y esta presente.

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Por las noches cuestiono qué tanto avanzamos. Muchas veces la fe llega a disminuir al ver que no hay logros. Con la contingencia y las dependencias cerradas, veo que los que quieren acaparar y cuidar sus intereses económicos no pierden el tiempo, y a nosotras nos tienen a la espera. Me levanto por las mañanas y me voy al patio trasero de mi casa: antes la vista era el monte, los mezquites y si me acercaba veía los conejos correr o los rebaños de los vecinos que todavía crían cabras y borregas. Ahora es ver un gris, una nebulosa que digo ¿se va a quitar? Vivir para que esa nebulosa se quite, que se cambie por el verde que estaba acostumbrada a ver, eso me inspira a seguir.

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Mi amor a la vida, a mi país, a mi ciudad, a la naturaleza, al campo, a quienes ahí trabajan para que podamos alimentarnos y la responsabilidad que siento ante mis nietos, y en general hacia las futuras generaciones. Luchar para que lo que llega a la mesa sea sano, empezando por una buena tortilla no industrializada, combatiendo el consumo de refrescos y de productos chatarra que producen obesidad y diabetes y provocan que la población sea más vulnerable, como lo hemos visto en estos días.

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Nos da esperanza apoyar con talleres sobre las plantas medicinales, de producción de hortalizas y de animales (gallinas) que ayuden a la economía y aprender nuevas cosas que fortalezcan nuestra vida y la lucha para seguir defendiendo el territorio.

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La esperanza está en no estar solas, en saber que somos mucha gente: en cada localidad, en cada rancho, cuando nos volteamos a ver y nos escuchamos sabemos que somos una canasta tejida donde todos juntos vamos fortaleciendo la posibilidad de generar un cambio real en la sociedad.

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