Elecciones: lo bueno, lo malo, y lo feo

El obradorismo obtuvo avances importantes en la elección territorial, pero perdió posiciones relevantes en la federal, correspondiente al poder legislativo

Seguidores de Morena en Chihuahua, la noche del domingo.JOSE LUIS GONZALEZ (Reuters)

¿Quién ganó y quién perdió en la jornada electoral de este domingo? A estas alturas, usted habrá escuchado que todos los líderes de las fuerzas políticas se declararon vencedores, lo cual en estricto sentido es absurdo. Se explica porque obviamente cada cual está haciendo una lectura parcial de solo aquellos datos que convienen a su causa. La elección fue tan compleja y con tantos frentes, que da para toda suerte de interpretaciones. Y, por lo demás, ahora empieza la otra batalla, la lucha por la narrativa, que tiene como objeto vender una imagen victoriosa sin importar cuáles hayan sido los r...

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¿Quién ganó y quién perdió en la jornada electoral de este domingo? A estas alturas, usted habrá escuchado que todos los líderes de las fuerzas políticas se declararon vencedores, lo cual en estricto sentido es absurdo. Se explica porque obviamente cada cual está haciendo una lectura parcial de solo aquellos datos que convienen a su causa. La elección fue tan compleja y con tantos frentes, que da para toda suerte de interpretaciones. Y, por lo demás, ahora empieza la otra batalla, la lucha por la narrativa, que tiene como objeto vender una imagen victoriosa sin importar cuáles hayan sido los resultados reales.

Para extraer una valoración política más o menos realista, tendríamos que asumir que estos comicios en realidad fueron dos elecciones metidas en una: la territorial, que tuvo lugar en muchas entidades (no solo las quince gubernaturas en disputa sino también congresos estatales y municipios); y por otro lado, la federal, que tenía por objeto renovar el poder legislativo en la Cámara de Diputados a nivel nacional.

Visto así, me parece que el obradorismo obtuvo avances importantes en la primera, lo territorial, pero perdió posiciones relevantes en la otra, la federal, correspondiente al poder legislativo. Obvio decir que la alianza opositora ganó lo que la otra perdió. Veamos.

El avance territorial de Morena es un hecho palpable. De las 15 entidades que cambiaron de gobernador, en las que solo controlaba Baja California y en Guerrero tenía un aliado, triunfó al menos en 10, quizá más, y logró avances importantes en los congresos estatales de algunas otras, lo que le ofrece moneda de cambio político para negociar con gobernadores de oposición. Llama la atención la paulatina consolidación de una zona obradorista en la frontera norte, particularmente en el occidente.

La oposición podrá argumentar que el resultado no fue tan malo considerando que hace apenas dos meses el bloque oficial iba adelante en 14 de las 15 entidades, pero no ayuda mucho como argumento de consolación. Lo cierto es que a partir de ahora, López Obrador tendrá en el resto de la geografía nacional poderosos aliados con los que antes no contaba, por no hablar de lo que representa para el PAN, y sobre todo el PRI, la pérdida de entidades que fungían como zona de refugio y apoyo económico en este período de vacas flacas a nivel federal.

Renglón aparte merece la inesperada derrota en varias delegaciones de la Ciudad de México. No tienen el peso político de una entidad federativa porque la mayor parte de las decisiones que le importan a Palacio Nacional las lleva la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Pero en términos estratégicos representa un duro golpe para las perspectivas de este movimiento. No hay que olvidar que históricamente ha sido el bastión de las fuerzas progresistas y la clave para sus triunfos electorales en los últimos 25 años. El hecho de que Morena pierda prácticamente la mitad occidental de la capital, caracterizada por un nivel económico más alto que el de la mitad oriental, podría ser reflejo de un creciente desencanto de clases medias y medias bajas con el presidente y algunos de sus candidatos. Se necesitaría mayor trabajo de campo y documental para confirmarlo, pero podría especularse que, al menos en parte, es resultado de los desencuentros del obradorismo con sectores vinculados a la cultura, la academia, la ciencia, las agendas feministas, el universo de las ONG o los derechos humanos. En suma, causas apreciadas por clases medias y por sectores progresistas modernos que hasta ahora habían apoyado a esta opción política.

Por lo que respecta a la otra elección, la de la Cámara de Diputados, el partido del presidente experimentó un retroceso neto. Pierde alrededor de medio centenar de curules, quizá más, lo cual no es catastrófico, pero deteriora sensiblemente la correlación de fuerzas, algo vital para la segunda mitad del sexenio. Morena y sus aliados tenían 330 diputados de un total de 500, lo cual les permitía tener la mayoría absoluta (y por consiguiente el control para aprobar presupuesto federal y leyes secundarias) y se quedaba corto por un puñado de diputados para gozar de la mayoría calificada (que le permite unilateralmente hacer cambios constitucionales). En estricto sentido mantendrán la misma ubicación: con mayoría absoluta pero sin alcanzar la mayoría calificada. Justo eso argumentó en su defensa este lunes el presidente, ante pregunta expresa. Pero igual que la argumentación de la oposición sobre las entidades perdidas, no abordó los detalles importantes.

Ahora Morena, con todo y sus aliados, se queda muy lejos de la posibilidad de alcanzar una votación de los dos tercios para impulsar reformas estructurales y cambios constitucionales. Antes requería convencer a tres o cuatro diputados, ahora a casi medio centenar, lo cual obviamente significa que dependerá de negociaciones con la oposición. Y algo quizá aún más preocupante: la composición de la alianza entre Morena y sus partidos asociados cambió en detrimento del partido del presidente. Antes Morena tenía 253 curules propios, es decir, por sí mismo el partido alcanzaba la mayoría absoluta; pero con la pérdida de más de 50 diputados, ahora dependerá de la buena voluntad, que nunca ha sido precisamente desinteresada, de los partidos aliados simplemente para conseguir la aprobación de presupuestos o leyes secundarias.

Esto en lo que respecta a los contendientes. Para el caso de la sociedad mexicana en su conjunto, la jornada también deja ganancias y pérdidas. La buena noticia es la enorme expresión de civilidad que significó la participación en la organización de la jornada de millón y medio de ciudadanos y una votación copiosa, pese a las amenazas de violencia. Hasta este momento ninguno de los perdedores ha pretextado haber sido víctima de fraude electoral y, todo indica, las partes están dispuestas a aceptar los resultados, empezando por el propio presidente. Eso es un triunfo de las prácticas e instituciones democráticas.

La mala noticia es el peso estratégico del Partido Verde, una agrupación poco menos que mercenaria de la política. Es producto de la irresponsabilidad de los presidentes en turno, que se han sometido a la extorsión de este membrete lucrativo que ofrece su apoyo a quien se siente en la silla a cambio de prebendas y garantías para su crecimiento. En la próxima legislatura contará con casi medio centenar de diputados, lo cual le permitirá conceder a capricho la mayoría a uno u otro bloque, convirtiéndose así en el gozne decisivo de lo que defina la cámara en los próximos tres años. Y por desgracia esto no es resultado de que los ciudadanos hayan votado a favor de este partido, sino por un reparto en escritorio: los muchos distritos en los que Morena permitió que el candidato verde representara a la coalición.

Una jornada, pues, con ganadores y perdedores variopinta y de consecuencias políticas para el futuro inmediato que habrá que ir desbrozando una a una en los próximos días.

@jorgezepedap

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