La idea de que África está en pleno despertar debido a sus altas tasas de crecimiento económico no deja ver el horizonte. Las decenas de miles de muertos de la emigración a Europa no han acabado con el mito de que no existe alternativa a la globalización capitalista. Es decir, peor que la covid-19 es el virus liberal que ha vuelto frágiles a los Estados africanos y ha paralizado sus sistemas de salud y educativos (por no hablar más que de dos aspectos de la inmunidad de cualquier cuerpo social).

La financiación indispensable en la lucha contra el coronavirus está comenzando a emprender la vía suicida el sobreendeudamiento del continente. En nombre de la urgencia sanitaria, las relaciones entre los dirigentes africanos y la comunidad de acreedores marchan bien, igual que en el caso de la crisis de seguridad en el Sahel, por ejemplo.

La batalla por el humanismo del siglo XXI será brutal porque los ganadores del mundo anterior no quieren renunciar a sus privilegios. África, rica en recursos naturales y con una población joven, se encuentra codiciada y, sin embargo, denigrada y humillada por el discurso dominante. Para que la terrible experiencia de la covid-19 no contribuya a agravar el miedo y el odio de los olvidados del crecimiento hacia afuera del continente, sus pueblos deben hablar entre sí y con sus hermanos de Europa y otros lugares en la lucha contra el enemigo número uno: el capitalismo depredador y destructor del vínculo social y el medio ambiente.

Si queremos un mundo mejor tras la crisis de la covid-19, necesitamos desconfinar el pensamiento del desarrollo del continente africano, que consiste en designar la globalización como capitalista, antigualitaria, racista y belicista. Y esa liberación está en marcha a través del despertar de la conciencia geopolítica de los pueblos de África, en particular los jóvenes que quieren ser dueños de su propio destino.