Las cadenas de valor mundiales están profundamente arraigadas en los modelos de crecimiento y en las tecnologías, pero también forman parte del contexto políticos y sociales, y son vulnerables a los conflictos geopolíticos y geoeconómicos. Su evolución durante los últimos 20 años ha transformado radicalmente la producción internacional. En la década anterior a la crisis financiera mundial pasaron del 35% a cerca del 50% de las exportaciones mundiales. Desde entonces su importancia ha disminuido ligeramente. El principal motor de este cambio ha sido la propia China. El país asiático ha reducido drásticamente su empleo de insumos extranjeros, básicamente produciendo dentro de sus fronteras los que utiliza en sus exportaciones y exportando más bienes intermedios. El efecto neto es que, ahora, China es menos dependiente del mundo y el mundo más dependiente de China.

Es probable que en la próxima década el panorama sea muy diferente a medida que las grandes empresas y los Gobiernos incorporen lo aprendido de la covid-19. El virus ha sido un duro recordatorio de su dependencia de China, a menudo su único proveedor de insumos decisivos. La incorporación de redundancias a las cadenas tendrá costes y muchas de ellas, si no la mayoría, ya están controladas por empresas chinas. El gigante asiático está haciendo enormes inversiones en tecnologías como la robotización y la inteligencia artificial, que determinarán la estructura de las futuras cadenas de valor. Ahora bien, los Gobiernos intentarán acercar una parte mayor de la producción a sus territorios y encontrar proveedores alternativos. Es de prever que las cadenas de valor de las industrias más avanzadas tecnológicamente terminen desacoplándose casi por completo. Este proceso ya estaba en marcha antes de la crisis. A medio plazo, las cadenas mundiales de valor serán menos mundiales y el mundo posiblemente más inestable.