La madre naturaleza ha asestado a la especie humana dos golpes encadenados. Primero vino la enfermedad, y a continuación, la catástrofe económica planetaria. Si llega un tercero ‒el hundimiento del orden político mundial‒, puede que sea el definitivo. La perspectiva no es demasiado halagüeña.

El nacionalismo y el autoritarismo están en alza, mientras que la globalización y la democracia se tambalean desde la Gran Recesión de la primera década del siglo XXI. Estados Unidos atizó esta inversión del buen juicio. Una vez más, el país forma parte del problema. Donald Trump ha pisoteado valores, leyes y políticas que se remontan a los orígenes de la nación. De todas sus atrocidades, su respuesta a la pandemia ha sido la más abominable. Pero tal vez esto encierre una ironía. Trump ha logrado recuperarse de todas sus demás fechorías intimidando a su partido y a los medios de comunicación respetables al tiempo que hipnotizaba a sus seguidores. Tras aplastar el proceso de destitución en diciembre de 2019, inició 2020 convencido de que conseguiría un segundo mandato. Los sondeos le daban la razón.

Ahora todo eso parece muy lejano. El mundo ha dado un vuelco radical, pero lo mismo puede pasar con las aspiraciones de Trump. Por el momento, parece que la madre naturaleza ha propinado un golpe inesperado al peor presidente de EE UU. Si Joe Biden lo derrota, volveremos a un EE UU que gran parte del mundo reconocerá como el país del pasado y un socio para el futuro. Pero a qué terrible precio.