La covid-19 ha venido a recordarnos que las enfermedades infecciosas no son cosa del pasado. No tenemos, ni por asomo, respuestas para todos los retos que nos plantean las únicas dolencias capaces de segar de golpe miles de vidas y cambiar la historia.

Tres meses después de las primeras “neumonías atípicas” en una ignota ciudad china, la covid-19 se ha cobrado más de 200.000 muertes en el mundo y amenaza con un sufrimiento sin parangón. Pero miremos más allá de nosotros: esto que hoy, en Europa, vivimos horrorizados, es norma en regiones enteras del planeta, donde millones de personas conviven con infecciones como la malaria, que mata cada año a más de 400.000 personas. Recordemos que la diferencia en esperanza de vida entre España y la República Centroafricana es de casi 30 años, principalmente por las enfermedades infecciosas.

Una de las incógnitas más desgarradoras es cómo afectará la covid-19 a África. Sin duda, la epidemia y sus corolarios se cebarán con los más desfavorecidos, con quienes no puedan guardarse en casa o tengan un sistema inmune mermado por la desnutrición y la pobreza. Al desajuste de las economías seguirán muy probablemente el hambre y quizás la guerra.

¿Cómo saldremos de esta encrucijada? Mal, sin duda. Pero solo saldremos con ciencia, con conocimientos rigurosamente adquiridos y aplicados a as enfermedades infecciosas: incluyendo, claro está, la covid-19, pero también otras tan devastadoras como la malaria, el sida o la tuberculosis. Si esta experiencia nos hace entender que lo que sucede en cualquier sitio nos concierne a todos, habrá que agradecer este despertar aleccionador.