Si siguiéramos las actuales recomendaciones al salir de la crisis, la situación sería dantesca: la apuesta por el vehículo privado ha conseguido presentar al transporte colectivo como una fuente inevitable de contagio. Sin embargo, un escenario donde aumentase el uso del coche, especialmente en las grandes ciudades, nos llevaría a un incremento desmesurado de la contaminación atmosférica. Además, nuestras ciudades colapsarían y estaríamos peor preparados para otra eventual crisis.

Como sociedad no podemos permitirnos abandonar el transporte público. Éste es el eje vertebral de la movilidad y el único que garantiza la accesibilidad universal. Necesitamos potenciarlo. Muchas ciudades en Europa se están replanteando la necesidad de mejores espacios para toda la ciudadanía. En España tendríamos que aprovechar esta situación excepcional de calles sin coches para dar espacio, por fin, a la movilidad sostenible.

Una bicicleta también es un vehículo privado, es segura y satisface la gran mayoría de viajes urbanos; hagamos carriles bicis. Fomentemos el caminar, la vida local, la compra de proximidad que tanto nos está aportando durante esta crisis. Para eso necesitamos mejores barrios, con aceras más amplias, donde se pueda hacer vida en la calle.

Pero también pensemos nuestras calles para el transporte público. Necesitamos más carriles bus; optimizar la gestión del transporte ferroviario; y atraer a los viajeros planteando una mejor experiencia de uso del sistema (desde sistemas tarifarios integrados hasta una mejor información de los viajes).

Sólo apostando de manera clara y contundente por la movilidad sostenible nos aseguramos un futuro mejor para todos y todas.