La pandemia ha cerrado las escuelas, pero no la Educación. Tras la declaración del estado de alarma, un nuevo sistema educativo ha surgido de repente: el sistema de educación a distancia. Los docentes y las familias han hecho todo aquello que estaba en su mano por convertir los hogares en espacios de enseñanza y aprendizaje y se ha articulado, de manera improvisada en muchos casos y con pocas instrucciones por parte de la Administración, un complejo entramado de videoconferencias, plataformas, tareas y otros dispositivos y artefactos para dar continuidad al aprendizaje durante el confinamiento.

Con estos mimbres y esta experiencia, no cabe duda de que el curso 2020-2021 será el año del ‘blended learning’, el año del mestizaje entre el aprendizaje presencial y virtual, de tal forma que podamos no solo garantizar la docencia en caso de que el confinamiento o las recomendaciones sanitarias impidan un desarrollo “normal” de las clases sino también explotar al máximo las oportunidades que brinda la tecnología para nuestro desarrollo integral y nuestra formación. Para ello se deben subsanar los déficits que la crisis sanitaria nos ha mostrado: necesitamos nueva formación, competencias, recursos, normativa y mucha conciencia social para percibir las brechas que cruzan y cuartean la Educación.

En todo caso, ha llegado el momento de superar el miedo a la tecnología y a la “deshumanización” de la Educación –un riesgo real solo si se apuesta más por los dispositivos y la Inteligencia Artificial que por los humanos y su capacidad creativa e investigadora–. La tecnología es una ventana de oportunidades donde aprender y compartir nuestro aprendizaje. No todos podemos tener el privilegio vivir en Granada o en Cádiz, pero todos deberíamos poder usar la tecnología para conocer la Alhambra o ver la llegada de los fenicios a La Caleta.