En 1975, el gran pianista de jazz Keith Jarrett tenía que dar un concierto en la Ópera de Colonia. El concierto no acabó en catástrofe por poco: el piano sobre el escenario era viejo, pequeño y estaba desafinado. Casi no se podía tocar. Él se sintió obligado. El resultado fue un triunfo: uno de los discos de jazz en directo de mayor éxito de la historia. Al tratar de adaptarse al piano que no se podía tocar, Jarrett halló una fuente de inspiración y nuevas formas de tocar.

Jarrett es único, pero su historia no lo es. La innovación surge a menudo frente a obstáculos perturbadores. Pensemos en la historia de la electrificación de las fábricas en Estados Unidos. El economista Paul David ha señalado que la energía eléctrica y los motores eléctricos estaban plenamente desarrollados en 1890, pero la productividad industrial no comenzó a crecer de manera notable hasta la década de 1920.

¿Por qué se tardó tanto? La capacidad de los nuevos motores solo se podía aprovechar al máximo si se rediseñaban las fábricas y se reciclaba a los trabajadores. Paul David mostró que esos cambios organizativos tan necesarios no llegaron hasta que estalló la I Guerra Mundial.

Una tragedia espantosa acabó impulsando la productividad.

Espero que ocurra lo mismo con esta pandemia. Estamos descubriendo nuevas formas de trabajar. Aprendiendo a valernos de las videoconferencias. Descubiriendo que tecnologías ágiles como la impresión en 3D son una forma de transformar fábricas paradas en proveedores de hospitales. Estamos aprendiendo qué es la resiliencia.

A la actual crisis sanitaria le seguirá una crisis económica. No obstante, espero que en el futuro echaremos la vista atrás y comprenderemos que la covid-19 fue un piano que no se podía tocar, y que respondimos al reto.