Un hilo invisible une al Ray Charles de What I’d Say (1959) con la contagiosa y naíf invitación del himno de houseFollow Me (1992), de Aly-Us, y con ese trallazo machacón y minimalista titulado Kalemba (Wegue Wegue) (2008) del colectivo multinacional de raíz portuguesa Buraka Som Sistema. Los tres están pensados para algo tan primitivo como la incitación al baile: ese propósito, empujarnos a negociar con nuestro propio cuerpo, tan viejo como la vieja humanidad
La colección
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Se ha vuelto casi una figura totémica e inalcanzable. Pero sus orígenes fueron más modestos. De selectores primero, en una radio primigenia dedicada solo a emitir música, a amenizar fiestas durante el París ocupado o el Chicago más ‘underground’ de los setenta. Descubrimos aquí la larga historia de los DJs
En una película, un anuncio o bailando en la discoteca… Conoces muy bien estas canciones aunque quizá no recuerdes cómo se llaman o quién las canta. Repasamos algunas de ellas
Man Power, Matt Karmil o Derrick Carter… Ellos son algunos de los que deciden qué escuchas y cuándo lo escuchas. Más de una treintena de DJs eligieron, cortaron y mezclaron para EL PAÍS. Recuerda aquí aquellas mixtapes
Geografía para los oídos
Por Isabel Valdés
De Memphis a Londres, pasando por Chicago, Detroit, Nueva York y Berlín. La música de baile tiene raíces en todo el mundo: ha bebido de decenas de culturas distintas, ha absorbido formas de vida, deseos, instrumentos y compases de todas las latitudes. En este mapa hacemos un breve repaso por algunas de las ciudades, los clubes y los nombres propios de la caleidoscópica historia del ritmo
Nueva York
Sobre Studio 54 corrieron historias, rumores y mucha tinta. La reina absoluta de la noche neoyorquina, en la calle 54 Oeste de Manhattan, abrió el 26 de abril de 1977. Ian Schrager y Steve Rubell fueron los hombres tras esta leyenda que cerró en marzo de 1986 y por la que pasaron cientos de nombres como Yves Saint Laurent, Salvador Dalí, Liza Minnelli o Mick Jagger. Junto a Studio 54, The Loft —localización de la primera fiesta de baile underground que David Mancuso organizó un 14 de febrero de 1970 y cuyo término se convirtió en cuño de exclusividad y verdadera pasión por el dance— y las cuatro plantas de Danceteria fueron los otros dos lugares que unieron la música disco a la noche de Nueva York
Chicago
En el Warehouse, se suele decir, empezó todo. Al menos todo lo que hoy se conoce como música house. Allí nació, en una antigua fábrica de tres plantas ubicada en el 206 de la calle South Jefferson, en Chicago. La mente, la mano y las mezclas del DJ residente Frankie Knuckles fueron las responsables de ese nuevo sonido que se gestó durante las fiestas de la segunda planta de esa nave industrial que costaban cuatro dólares la entrada, en las que el agua era gratis y cuyo público, casi siempre, era la comunidad homosexual negra… Disco, electrónica europea o r’n’b en un magnetofón que mezclaba y convertía la música en sonidos mecánicos, sintéticos y electrónicos en los que, por encima de todo, estaba la libertad que sacudían su cuerpo
Londres
El smiley —la sonriente y amarilla carita redonda—, el segundo verano del amor, la niebla artificial y densa, las raves… Son conceptos cosidos al acid house, que nació en Chicago y saltó rápido hasta Europa. Londres fue su primer destino. Allí, entre noviembre de 1987 y junio de 1988, abrieron dos de los clubes en los que el sonido se expandió y se multiplicó: Shoom y Trip. Unos cuantos años después, en 1993, el Clockwork Orange fue otro de los templos del acid en Londres, que tenía espacio de sobra para acoger lugares de culto de otros sonidos del dance. Londres es también la ciudad del Ministry of Sound, espacio sagrado del house y una de las macrodiscotecas más conocidas (y reconocidas) del mundo
Múnich
Se dice en los rincones del disco que si estás vivo, has bailado a Giorgio Moroder. Los ochenta en cuanto a ritmos se refiere no se entienden sin él, fue el inventor del italodisco, ganador de tres premios Oscar como productor y compositor, fundador de los estudios Musicland en Múnich, y el creador del I feel love que entonó Donna Summer y que fue el principio de la revolución del pop; se publicó el 9 de julio de 1977 y convirtió a Moroder en uno de los tótems de la electrónica y del futuro de la música de discoteca. Él, detrás de éxitos como Love to love you baby o las bandas sonoras de El expreso de medianoche y El precio del poder, se retiró durante años hasta que Daft Punk lo llamó a filas en 2013. En aquel momento aseguró que no, que de ninguna manera se imaginaba volver, ni publicando disco ni detrás de unos platos convirtiéndose en DJ. Pero lo hizo. Fue uno de los artistas invitados en el Random Access Memories del dúo francés con la canción Giorgio by Moroder y acabó volviendo al mundo de la música… Todavía está ahí
Ibiza
Ibiza despierta en primavera y ya nada la para hasta que el verano dice adiós. Esa rutina como epicentro de la juerga mundial comenzó en los setenta, y desde entonces, la isla ha mutado la piel (aunque nunca del todo) en decenas de ocasiones para no perder ese papel protagonista dentro del ritmo y el cabeceo que empieza o acaba en la madrugada y que puede hacerse en salas, al aire libre o en hoteles, ya pensados también para la jarana. Pachá fue la primera en abrir, en 1973; después llegaron Privilege, la discoteca más grande del mundo, Amnesia, Space o Es Paradis… En Ibiza, a cualquier hora, puede ocurrir casi cualquier cosa. Y a cualquier hora y en cualquier sitio, sonará música y alguien bailará
Madrid
En Madrid se multiplican los nombres de las discotecas que forman parte de la historia de la música de baile: Mondo, Goldfield, Space, Friends, Radical, Aire, Voltereta, Max… Los noventa fueron la década para el caldo de cultivo perfecto. Fue entonces cuando se popularizó la electrónica; cuando, en lugares como el Morocco, la discoteca de Alaska, se generó el misticismo de las sesiones de Dani Pannullo y se gestaron grupos artísticos que movieron la música, la moda y la noche; cuando la Goa ni siquiera tenía un horario de cierre definido y en Midday se podía asistir a una sesión house en pleno vermú dominguero. La cosa venía de atrás. Tan atrás como una década, porque el 9 de marzo de 1981, la madrileña sala Marquee ya había organizado, junto a Aviador Dro, el primer simposio electrónico en España: tubos fluorescentes, reflectores de las ruedas de la bici pegados a la cara, el pelo pintado de blanco… Terminó en redada, pero ni aquella, ni ninguna otra (redada u obstáculo), pararon el avance de los distintos estilos que han pasado y atravesado, movida incluida, la capital
Barcelona
La electrónica se coló en España en los noventa y lo hizo por Barcelona. Y decir Barcelona y electrónica lleva, irremediablemente, al Sónar; porque la historia de ese sonido intramuros se divide en dos: antes y después del festival creado por Ricard Robles, Enric Palau y Sergi Caballero en 1994. En casi un cuarto de siglo ha sonado todo en la ciudad catalana, del hardcore al acid, pasando por el drum’n’bass, el techno y el house más clásico. Por él y en él (Sónar) pasa la vanguardia, el clasicismo, las revisiones y lo experimental. Es uno de los festivales de música avanzada más reconocidos del mundo, genera millones de euros de beneficio y se ha exportado a otros países, su éxito se expande con cada edición… Aunque sí, en Barcelona hay vida más allá de la conocida cita. Vida y culto. En las sesiones del Nitsa, por ejemplo, primero en un cuchitril de la plaza de Joan Llongueras y desde hace años en la Sala Apolo, en plena Rambla; en Zeleste, Moog o Razzmatazz. En medio de todo eso, nuevos nombres para sonidos nuevos: folktrónica, el nuevo dubstep o la techno-sardana… La excelencia siempre, o casi siempre, ha estado en el método prueba y error (y en Barcelona se da mucho esa heurística)
Detroit
El Museo Motown, en Detroit, celebra la herencia musical de una ciudad que se quedó sin la empresa que dio nombre al sonido que la caracteriza en 1972, cuando Berry Gordy decidió dejar definitivamente la costa Este y asentar Motown Records en Los Ángeles. Al final de la calle donde se ubica este museo hay otro edificio que pasa desapercibido, justo como quisieron quienes lo crearon, los miembros de Underground Resistance —un movimiento fundado por los productores Jeff Mills y Mad Mike Banks a finales de los años ochenta que ellos definieron como una unión entre sonido, hombre y máquina—: es Exhibit 3000, un espacio a caballo entre el templo y el museo dedicado a la historia de la música electrónica en la ciudad estadounidense, imposible de entender sin ese sonido (y sin la industria del automóvil). Allí, donde empezó a sonar el garage de Iggy and The Stooges y el rap de Eminem, a principios de los ochenta, nació el techno, bajo los ritmos de los tintes analógicos, las cajas de ritmos y Juan Atkins, Kevin Saunderson y Derrick May, a quienes también se conoció como The Belleville Three
Las Vegas
Casinos, limusinas, dinero y electrónica… El eclecticismo de Las Vegas, donde se celebra el Electric Daisy Carnival, uno de los festivales de electrónica más grandes del mundo y al que, desde 2010, se llama la Ibiza americana. Alrededor de medio millón de personas recorre ya este festival que está a punto de cumplir medio siglo
Memphis
En Memphis coexiste la memoria de dos de las figuras más reconocidas de la historia de la música, Elvis y B.B. King. El primero se mudó allí en 1957 y compró una mansión que hoy se ha convertido en cebo turístico para amantes (amateurs y expertos) del rock, Graceland, a la vez imprescindible para entender la figura del Rey. Frente a ese lugar de peregrinaje más de cartón que de otra cosa, la llamada calle del blues, Beale Street, los estudios Sun (donde se dice, nació el rock and roll) y Stax Records, el lugar por excelencia del soul sureño de Estados Unidos, un estudio que recoge la historia de la música negra —del gospel al blues, pasando por el soul y el r’n’b— y donde nacieron algunos de los hits del género
Muscle Shoals (Alabama)
En Muscle Shoals (Alabama), en el 603 de la avenida Avalon, están los estudios FAME, donde, entre otras muchas cosas, se generó uno de los sonidos más característicos del soul de la segunda mitad del siglo XX y por donde paseó su élite en los sesenta. Su fundador, Rick Hall, murió a principios de este 2018, y los titulares de su fallecimiento recogían de forma nítida la importancia de un nombre que nunca fue conocido por el gran público, pero que estuvo detrás de muchos de esos grandes músicos que cualquiera conoce de forma casi instantánea, como Aretha Franklin. Una pequeña ciudad que llegó a competir no solo con los estudios más reconocibles del soul norteamericano, Stax Records, sino que fue ejemplo de una insistente lucha contra el racismo perpetrada tras la pasión por la música en una Alabama que, décadas atrás, abogaba por la segregación (casi) eterna
Bristol
Es la ciudad, sin la más mínima duda, del trip hop, ese sonido downtempo de la electrónica donde cajas rítmicas y bajos son imprescindibles y donde el grupo de DJs Wild Bunch revolucionó el sound system británico entre clubs, calles y almacenes abandonados. A mediados de los ochenta se separaron y de aquella disolución salieron los Massive Attack, Tricky y Milo. Los padres, aunque algunos renieguen de la etiqueta, del trip hop. Y llevan décadas rebelándose contra ella; a finales de los noventa, la banda de la ciudad portuaria lo dejó claro en una entrevista por su tercer álbum, Mezzanine: “Lo del trip hop es una estupidez… Lo que hacemos deriva del hip hop estadounidense pero está muy marcado por la herencia jamaicana de los sound systems. No es tan agresivo como el rap de Nueva York, refleja lo que sientes después de una noche sin dormir cuando te planteas tus relaciones o hacia dónde va tu vida. En realidad, es soul a nuestro estilo”. Un cajón de sastre de cadencias, ritmos, culturas y perspectivas que, a pesar de la rebelión contra la etiqueta, tiene un sonido claramente identificable
Berlín
Bailar siempre fue un acto de transgresión y desobediencia. Hacerlo sobre las ruinas todavía calientes de la Guerra Fría era la quintaesencia de la revuelta. La noche que cayó el Muro cristalizó en el nuevo Berlín algo que llevaba tiempo fraguándose a un lado y otro del hormigón. Bebía del punk, del Krautrock, de los breakers de Alexander Platz, de la cultura gay del Oeste, el disco y las absurdas normas musicales de la Stasi. De pronto, comenzó a establecerse un extraño vínculo con un sonido procedente de Detroit que no era capaz de encontrar en su lugar de origen un espacio suficientemente radical para desarrollarse. La capital alemana sí cumplía ese requisito. Aquel 9 de noviembre de 1989 se formó un remolino en el desagüe de la subcultura berlinesa que terminó en un oscuro, vibrante, maquinal y salvaje lodazal llamado techno. (Texto de Daniel Verdú)
Nueva YorkChicagoLondresMunichIbizaMadridBarcelonaDetroitLas VegasAlabamaMemphisBristolBerlín
Sobre Studio 54 corrieron historias, rumores y mucha tinta. La reina absoluta de la noche neoyorquina, en la calle 54 Oeste de Manhattan, abrió el 26 de abril de 1977. Ian Schrager y Steve Rubell fueron los hombres tras esta leyenda que cerró en marzo de 1986 y por la que pasaron cientos de nombres como Yves Saint Laurent, Salvador Dalí, Liza Minnelli o Mick Jagger. Junto a Studio 54, The Loft —localización de la primera fiesta de baile underground que David Mancuso organizó un 14 de febrero de 1970 y cuyo término se convirtió en cuño de exclusividad y verdadera pasión por el dance— y las cuatro plantas de Danceteria fueron los otros dos lugares que unieron la música disco a la noche de Nueva York
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Chicago
En el Warehouse, se suele decir, empezó todo. Al menos todo lo que hoy se conoce como música house. Allí nació, en una antigua fábrica de tres plantas ubicada en el 206 de la calle South Jefferson, en Chicago. La mente, la mano y las mezclas del DJ residente Frankie Knuckles fueron las responsables de ese nuevo sonido que se gestó durante las fiestas de la segunda planta de esa nave industrial que costaban cuatro dólares la entrada, en las que el agua era gratis y cuyo público, casi siempre, era la comunidad homosexual negra… Disco, electrónica europea o r’n’b en un magnetofón que mezclaba y convertía la música en sonidos mecánicos, sintéticos y electrónicos en los que, por encima de todo, estaba la libertad que sacudían su cuerpo
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Londres
El smiley —la sonriente y amarilla carita redonda—, el segundo verano del amor, la niebla artificial y densa, las raves… Son conceptos cosidos al acid house, que nació en Chicago y saltó rápido hasta Europa. Londres fue su primer destino. Allí, entre noviembre de 1987 y junio de 1988, abrieron dos de los clubes en los que el sonido se expandió y se multiplicó: Shoom y Trip. Unos cuantos años después, en 1993, el Clockwork Orange fue otro de los templos del acid en Londres, que tenía espacio de sobra para acoger lugares de culto de otros sonidos del dance. Londres es también la ciudad del Ministry of Sound, espacio sagrado del house y una de las macrodiscotecas más conocidas (y reconocidas) del mundo
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Múnich
Se dice en los rincones del disco que si estás vivo, has bailado a Giorgio Moroder. Los ochenta en cuanto a ritmos se refiere no se entienden sin él, fue el inventor del italodisco, ganador de tres premios Oscar como productor y compositor, fundador de los estudios Musicland en Múnich, y el creador del I feel love que entonó Donna Summer y que fue el principio de la revolución del pop; se publicó el 9 de julio de 1977 y convirtió a Moroder en uno de los tótems de la electrónica y del futuro de la música de discoteca. Él, detrás de éxitos como Love to love you baby o las bandas sonoras de El expreso de medianoche y El precio del poder, se retiró durante años hasta que Daft Punk lo llamó a filas en 2013. En aquel momento aseguró que no, que de ninguna manera se imaginaba volver, ni publicando disco ni detrás de unos platos convirtiéndose en DJ. Pero lo hizo. Fue uno de los artistas invitados en el Random Access Memories del dúo francés con la canción Giorgio by Moroder y acabó volviendo al mundo de la música… Todavía está ahí
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Ibiza
Ibiza despierta en primavera y ya nada la para hasta que el verano dice adiós. Esa rutina como epicentro de la juerga mundial comenzó en los setenta, y desde entonces, la isla ha mutado la piel (aunque nunca del todo) en decenas de ocasiones para no perder ese papel protagonista dentro del ritmo y el cabeceo que empieza o acaba en la madrugada y que puede hacerse en salas, al aire libre o en hoteles, ya pensados también para la jarana. Pachá fue la primera en abrir, en 1973; después llegaron Privilege, la discoteca más grande del mundo, Amnesia, Space o Es Paradis… En Ibiza, a cualquier hora, puede ocurrir casi cualquier cosa. Y a cualquier hora y en cualquier sitio, sonará música y alguien bailará
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Madrid
En Madrid se multiplican los nombres de las discotecas que forman parte de la historia de la música de baile: Mondo, Goldfield, Space, Friends, Radical, Aire, Voltereta, Max… Los noventa fueron la década para el caldo de cultivo perfecto. Fue entonces cuando se popularizó la electrónica; cuando, en lugares como el Morocco, la discoteca de Alaska, se generó el misticismo de las sesiones de Dani Pannullo y se gestaron grupos artísticos que movieron la música, la moda y la noche; cuando la Goa ni siquiera tenía un horario de cierre definido y en Midday se podía asistir a una sesión house en pleno vermú dominguero. La cosa venía de atrás. Tan atrás como una década, porque el 9 de marzo de 1981, la madrileña sala Marquee ya había organizado, junto a Aviador Dro, el primer simposio electrónico en España: tubos fluorescentes, reflectores de las ruedas de la bici pegados a la cara, el pelo pintado de blanco… Terminó en redada, pero ni aquella, ni ninguna otra (redada u obstáculo), pararon el avance de los distintos estilos que han pasado y atravesado, movida incluida, la capital
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Barcelona
La electrónica se coló en España en los noventa y lo hizo por Barcelona. Y decir Barcelona y electrónica lleva, irremediablemente, al Sónar; porque la historia de ese sonido intramuros se divide en dos: antes y después del festival creado por Ricard Robles, Enric Palau y Sergi Caballero en 1994. En casi un cuarto de siglo ha sonado todo en la ciudad catalana, del hardcore al acid, pasando por el drum’n’bass, el techno y el house más clásico. Por él y en él (Sónar) pasa la vanguardia, el clasicismo, las revisiones y lo experimental. Es uno de los festivales de música avanzada más reconocidos del mundo, genera millones de euros de beneficio y se ha exportado a otros países, su éxito se expande con cada edición… Aunque sí, en Barcelona hay vida más allá de la conocida cita. Vida y culto. En las sesiones del Nitsa, por ejemplo, primero en un cuchitril de la plaza de Joan Llongueras y desde hace años en la Sala Apolo, en plena Rambla; en Zeleste, Moog o Razzmatazz. En medio de todo eso, nuevos nombres para sonidos nuevos: folktrónica, el nuevo dubstep o la techno-sardana… La excelencia siempre, o casi siempre, ha estado en el método prueba y error (y en Barcelona se da mucho esa heurística)
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Detroit
El Museo Motown, en Detroit, celebra la herencia musical de una ciudad que se quedó sin la empresa que dio nombre al sonido que la caracteriza en 1972, cuando Berry Gordy decidió dejar definitivamente la costa Este y asentar Motown Records en Los Ángeles. Al final de la calle donde se ubica este museo hay otro edificio que pasa desapercibido, justo como quisieron quienes lo crearon, los miembros de Underground Resistance —un movimiento fundado por los productores Jeff Mills y Mad Mike Banks a finales de los años ochenta que ellos definieron como una unión entre sonido, hombre y máquina—: es Exhibit 3000, un espacio a caballo entre el templo y el museo dedicado a la historia de la música electrónica en la ciudad estadounidense, imposible de entender sin ese sonido (y sin la industria del automóvil). Allí, donde empezó a sonar el garage de Iggy and The Stooges y el rap de Eminem, a principios de los ochenta, nació el techno, bajo los ritmos de los tintes analógicos, las cajas de ritmos y Juan Atkins, Kevin Saunderson y Derrick May, a quienes también se conoció como The Belleville Three
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Las Vegas
Casinos, limusinas, dinero y electrónica… El eclecticismo de Las Vegas, donde se celebra el Electric Daisy Carnival, uno de los festivales de electrónica más grandes del mundo y al que, desde 2010, se llama la Ibiza americana. Alrededor de medio millón de personas recorre ya este festival que está a punto de cumplir medio siglo
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Memphis
En Memphis coexiste la memoria de dos de las figuras más reconocidas de la historia de la música, Elvis y B.B. King. El primero se mudó allí en 1957 y compró una mansión que hoy se ha convertido en cebo turístico para amantes (amateurs y expertos) del rock, Graceland, a la vez imprescindible para entender la figura del Rey. Frente a ese lugar de peregrinaje más de cartón que de otra cosa, la llamada calle del blues, Beale Street, los estudios Sun (donde se dice, nació el rock and roll) y Stax Records, el lugar por excelencia del soul sureño de Estados Unidos, un estudio que recoge la historia de la música negra —del gospel al blues, pasando por el soul y el r’n’b— y donde nacieron algunos de los hits del género
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Muscle Shoals (Alabama)
En Muscle Shoals (Alabama), en el 603 de la avenida Avalon, están los estudios FAME, donde, entre otras muchas cosas, se generó uno de los sonidos más característicos del soul de la segunda mitad del siglo XX y por donde paseó su élite en los sesenta. Su fundador, Rick Hall, murió a principios de este 2018, y los titulares de su fallecimiento recogían de forma nítida la importancia de un nombre que nunca fue conocido por el gran público, pero que estuvo detrás de muchos de esos grandes músicos que cualquiera conoce de forma casi instantánea, como Aretha Franklin. Una pequeña ciudad que llegó a competir no solo con los estudios más reconocibles del soul norteamericano, Stax Records, sino que fue ejemplo de una insistente lucha contra el racismo perpetrada tras la pasión por la música en una Alabama que, décadas atrás, abogaba por la segregación (casi) eterna
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Bristol
Es la ciudad, sin la más mínima duda, del trip hop, ese sonido downtempo de la electrónica donde cajas rítmicas y bajos son imprescindibles y donde el grupo de DJs Wild Bunch revolucionó el sound system británico entre clubs, calles y almacenes abandonados. A mediados de los ochenta se separaron y de aquella disolución salieron los Massive Attack, Tricky y Milo. Los padres, aunque algunos renieguen de la etiqueta, del trip hop. Y llevan décadas revelándose contra ella; a finales de los noventa, la banda de la ciudad portuaria lo dejó claro en una entrevista por su tercer álbum, Mezzanine: “Lo del trip hop es una estupidez… Lo que hacemos deriva del hip hop estadounidense pero está muy marcado por la herencia jamaicana de los sound systems. No es tan agresivo como el rap de Nueva York, refleja lo que sientes después de una noche sin dormir cuando te planteas tus relaciones o hacia dónde va tu vida. En realidad, es soul a nuestro estilo”. Un cajón de sastre de cadencias, ritmos, culturas y perspectivas que, a pesar de la rebelión contra la etiqueta, tiene un sonido claramente identificable
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Berlín
Bailar siempre fue un acto de transgresión y desobediencia. Hacerlo sobre las ruinas todavía calientes de la Guerra Fría era la quintaesencia de la revuelta. La noche que cayó el Muro cristalizó en el nuevo Berlín algo que llevaba tiempo fraguándose a un lado y otro del hormigón. Bebía del punk, del Krautrock, de los breakers de Alexander Platz, de la cultura gay del Oeste, el disco y las absurdas normas musicales de la Stasi. De pronto, comenzó a establecerse un extraño vínculo con un sonido procedente de Detroit que no era capaz de encontrar en su lugar de origen un espacio suficientemente radical para desarrollarse. La capital alemana sí cumplía ese requisito. Aquel 9 de noviembre de 1989 se formó un remolino en el desagüe de la subcultura berlinesa que terminó en un oscuro, vibrante, maquinal y salvaje lodazal llamado techno. (Texto de Daniel Verdú)