El difícil equilibrio de las mujeres deliveristas de Nueva York en un trabajo mayoritariamente de hombres

Las trabajadoras inmigrantes de reparto se enfrentan a retos únicos al intentar cubrir la responsabilidad con sus familias con las exigencias de un trabajo de riesgo y sin protecciones laborales

Micaela Quibajá en Manhattan, en noviembre de 2024.Mariana Navarrete

El cliente abrió la puerta, recibió el delivery y escaneó el cuerpo de la deliverista Marleny Chumil, cubierto con capas de ropa negra y un casco que le escondía su cabello largo. Por más que insistió, ella rechazó entrar en su casa. Chumil recordó a sus tres hijos, bajó del edificio y bloqueó ese momento. No se lo contó a nadie. “¿Qué voy a andar reportando? A veces como mujer migrante no toman en cuenta tu palabra, no tienes valor”, dice la guatemalteca de 27 años residente de Brooklyn.

Chumil aprieta sus manos de forma nerviosa al contar esa noche de trabajo. Se le aguan los ojos, pero no llora. A su hijo de 5 años, William, sentado a su lado, casi se le derrama el chocolate caliente y ella se levanta de inmediato a por una servilleta.

Un mes después de parir a William en 2020, Chumil consiguió una bicicleta eléctrica y empezó a trabajar como deliverista con la aplicación de DoorDash y GrubHub. Es el trabajo que podía hacer mientras a su hijo recién nacido lo cuidaba una amiga, o lo dejaba en guarderías. Durante tres años formó parte de los más de 65.000 repartidores de comida en Nueva York.

Marleny Chumil en una cafetería en Brooklyn, en septiembre de 2024.Mariana Navarrete

“Muchos dicen que una mujer no puede porque no cualquiera se atreve a hacer deliveries, pero yo sí me atreví porque tenía necesidad. Es el único trabajo que conseguí que me dejaba tiempo para mi hijo”, cuenta Chumil con una mirada muy orgullosa. El trabajo de delivery se adapta a las tareas de cuidado de muchas mujeres. Sin embargo, estas mismas responsabilidades limitan su participación en el activismo de los repartidores de comida, dominado por hombres, lo que deja de lado sus necesidades como el acoso o el acceso a baños durante la menstruación.

La deliverista mexicana Sandra Ortiz, de 37 años, se ha acostumbrado al dolor de útero con las ráfagas de viento helado neoyorquino cuando está en su ciclo menstrual. Para ella, aguantar el dolor al trabajar es normal, así como el de las caídas semanales de su bicicleta. “Aquí todo mundo se rasca como puede”, dice Ortiz, repartidora de comida de la aplicación de Relay, quien se encarga de mantener a su hijo, que crió a distancia, mientras le manda dinero a sus padres y paga los estudios de su hermana menor. Es la cabeza de la familia.

Ortiz tiene cicatrices en su brazo derecho de golpes y caídas en el trabajo. Su muñeca derecha muestra un hueso salido por una fractura que nunca trató en un hospital. Sus ojos negros, profundos y perdidos, parecen mirar hacia Puebla, en México, donde vive su hijo. Para ella, hay pocas mujeres repartidoras porque no todas “aguantan” los cólicos al trabajar, andar de un pedido de comida a otro sin descanso y las caídas.

Una de cada cuatro deliveristas es mujer, según el reporte más reciente de la ciudad de Nueva York, y Ortiz es parte de ese 24%. En sus turnos de la mañana por Harlem corre en su bicicleta casi a la misma velocidad que los autos. Esquiva camiones y rebasa motocicletas para dejar bagels y café calentitos a los clientes.

Sandra Ortiz, en noviembre de 2024.Mariana Navarrete

A pesar de que le han gritado ‘vete de aquí indocumentada’ en inglés al estacionar su bicicleta en la calle, que le han pegado en el casco en un semáforo, y de las caídas al cruzar intersecciones, el trabajo le da libertad. En sus trabajos anteriores como niñera en una casa y como empleada de restaurantes sentía que la “absorbían” y la tenían “encerrada”.

Al igual que Ortiz, la deliverista guatemalteca Micaela Quibajá, de 34 años, prefiere andar en bicicleta como contratista independiente que trabajar como repartidora de un restaurante. Así puede crear su horario y ser su propia jefa. “No estoy encerrada, pero estoy anclada a las aplicaciones, voy del trabajo a la casa, nada más”, comentó Quibajá, que trabaja para mantener a sus seis sobrinos, hermanos y padres a distancia. Es la hermana mayor.

Cuando para en la luz roja del semáforo, se le enchina la piel. Y pone sus cinco sentidos en alerta si ve pasar a un ciclista cerca. Dice que se pone nerviosa, como el día en que le apuntaron con un arma para quedarse con su bicicleta en un alto.

El robo de bicicletas es algo común en el trabajo de entrega de comida a domicilio, junto con asaltos, accidentes en la calle y hasta muertes. Tan solo en el 2024, el Workers’s Justice Project registró diez muertes de deliveristas. Puede que sean más.

A pesar de los riesgos, ser repartidor sigue atrayendo a migrantes en Nueva York. Para las aplicaciones de comida y las autoridades, los repartidores son contratistas independientes, por lo que no tienen protecciones laborales, como seguridad social y salario mínimo. Con el auge del trabajo de entrega de comida en Nueva York durante la pandemia, un grupo de repartidores y activistas formaron Los Deliveristas Unidos, junto con la organización sin fines de lucro Workers Justice Project.

En los últimos tres años, la organización logró que se aprobaran paquetes de leyes que garantizan el acceso al baño en restaurantes, limitan las distancias de entrega, protegen contra tarifas injustas y establecen un salario mínimo. Pocas mujeres se involucraron en la organización del movimiento. Una de ellas fue la deliverista mexicana del Estado de Guerrero Ernestina Gálvez.

Ernestina Gálvez, en diciembre de 2024.Mariana Navarrete

Gálvez lleva seis años trabajando como deliverista. Por las mañanas prepara pancakes o quesadillas para su hijo de ocho años, y el almuerzo a sus hijas. Se despide de ellas, lo lleva a la escuela, luego se sube a su bici y empieza su turno de reparto. Su jornada termina poco después del mediodía. Después regresa a casa, prepara la comida, mira que sus hijos hagan las tareas y regresa a trabajar durante la cena. Incluso antes de separarse de su pareja, ella se encargaba de las tareas domésticas, de pagar las cuentas y cuidar a sus hijos.

Comenzó como voluntaria en Los Deliveristas Unidos, pero meses después le ofrecieron ser líder organizadora con un sueldo. Terminó siendo la “mamá” de cientos de deliveristas que le pedían ayuda. Atendió casos de asaltos, robos y muertes, a los que los repartidores siguen expuestos. “Yo me ponía a llorar, les decía que no encontraba la forma, de verdad sentía impotencia y coraje”, recuerda mientras se limpia unas lágrimas.

Gálvez dice que dejó la organización en el 2021 por múltiples desacuerdos internos, uno de ellos, porque no ayudan financieramente a los deliveristas que se accidentan o con la repatriación de cuerpos a sus países si mueren. También, porque hubo instantes en que los líderes de la organización tuvieron comportamientos machistas hacia ella en grupos de WhatsApp y en conferencias. “Para ellos, una mujer no sabe nada”, dice Gálvez.

William Medina, encargado de casos en Los Deliveristas Unidos, asegura en una llamada que no tiene conocimiento de casos de machismo dentro de la organización, pero no especificó si cuentan con medidas para detectar comportamientos machistas o casos de acoso por género. Gabriel Montero, director de Comunicaciones de la organización, aclara que si una mujer deliverista necesita ayuda puede ir a sus oficinas en Williamsburg, Brooklyn, para ser atendida.

La socióloga Ruth Milkman explica en uno de los pocos estudios nacionales sobre mujeres repartidoras de comida en Estados Unidos, que este trabajo se ajusta a las tareas de cuidados de las mujeres de clase trabajadora. Desde alimentar y vestir a sus hijos, servir como soporte emocional, hasta la gestión del hogar, como administrar presupuestos y pagar cuentas. En la mayoría del país, las mujeres suburbanas son quienes ocupan más trabajos de reparto de comida utilizando autos, pero Nueva York es un caso particular donde los repartidores son hombres y usan bicicletas eléctricas y motocicletas para moverse porque es más fácil y rápido en las calles congestionadas, dejándolos expuestos a más riesgos.

Zapato de Micaela Quibajá, en noviembre de 2024.Mariana Navarrete

La coalición Justice for App Workers, que lidera la taxista dominicana Adelgysa Payero en Nueva York, da espacios de organización para mujeres que trabajan con aplicaciones. Estas incluyen deliveristas y choferes. “Pienso que las mujeres no estamos tanto en el activismo como los hombres porque nuestro tiempo es más limitado y muchas veces lo que nos fue inculcado desde niñas es hacernos pequeñas”, explica Payero, madre de cuatro hijos.

Payero organiza reuniones mensuales en las cuales busca adaptar el espacio para que más mujeres que trabajen con aplicaciones de reparto se unan. Por ejemplo, trata de hacer encuentros virtuales en horarios en los que los niños están en la escuela. Si son en persona, por la tarde, alienta a las mujeres a que lleven a sus hijos y procura tener comida lista para que las mujeres que asistan no se preocupen por preparar la cena en casa. “Su voz cuenta, lo que ellas piensan y sienten importa, importa que hablen, no solamente para ellas, sino para las demás mujeres que pueden pasar por lo mismo”, dice.

Mientras tanto, Quibajá está en su segundo invierno en Nueva York y ya sabe cuántas capas de ropa necesita para aguantar el frío y los cólicos. Extraña jugar fútbol, pero desde que se mudó a Nueva York no ha podido porque no tiene el tiempo. Aunque ver la ciudad desde arriba en los rascacielos le parece espectacular, la bicicleta no es un deporte para ella, es un medio para trabajar que resulta bastante solitario. Quiere recuperar el dinero de sus deudas y, tal vez, regresar. “Yo sí, sí me uniría a protestar con ellos”, asegura Quibajá mientras sigue mandando dinero a su familia en Guatemala.

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