El brochazo rojo del Gobierno federal
El mapa epidemiológico carece de los matices que pueden ayudar a cada región a gestionar mejor la pandemia
Cuando el sábado 16 de enero la Secretaría de Salud de México actualizó el mapa de su semáforo epidemiológico de covid-19 para agregar a varios estados en el color rojo, la forma de dar el anuncio contrastó con la decisión, tomada hace un mes, de pasar a la Ciudad de México a esta categoría.
Antes de que la capital del país cambiara al indicador más severo para determinar medidas de suspensión de actividades y cierres de negocios, a finales de diciembre, las autoridades locales y federales inventaron toda una gama de tonos naranja para justificar por qué no se tomaba la medida extrema: ...
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Cuando el sábado 16 de enero la Secretaría de Salud de México actualizó el mapa de su semáforo epidemiológico de covid-19 para agregar a varios estados en el color rojo, la forma de dar el anuncio contrastó con la decisión, tomada hace un mes, de pasar a la Ciudad de México a esta categoría.
Antes de que la capital del país cambiara al indicador más severo para determinar medidas de suspensión de actividades y cierres de negocios, a finales de diciembre, las autoridades locales y federales inventaron toda una gama de tonos naranja para justificar por qué no se tomaba la medida extrema: naranja oscuro, naranja al límite y otras variantes fueron usadas antes de admitir que la situación en la Ciudad de México ya ameritaba el color rojo.
En cambio, el anuncio de la semana pasada para poner en rojo a Jalisco, Nuevo León, Coahuila, Querétaro, Hidalgo y Tlaxcala se hizo sin matices y de manera tajante. El subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, comunicó a autoridades de esos estados la decisión, pero sin aclarar, como lo hizo en el caso de la Ciudad de México, que el semáforo era “intrascendente”.
Pero la decisión dejó al descubierto cómo la toma de decisiones desde la capital se hace sin tomar en cuenta las características de cada situación regional, incluso dentro de un mismo Estado. El caso de Coahuila es ilustrativo. Es el tercero más extenso del país, con cuatro zonas metropolitanas separadas por vastas extensiones de desierto, cuyas dinámicas en el curso de la pandemia han corrido de manera independiente. Pero el centro decidió que todo el Estado fuera de un solo color.
Las diferencias entre las distintas regiones explican lo absurdo de tomar a los estados como unidades. El deterioro de Coahuila se dio principalmente en la región norte, donde el ritmo de contagios y las tasas de hospitalizaciones en las ciudades de Piedras Negras y Acuña, que son puertos fronterizos con Estados Unidos, se elevaron considerablemente el último mes.
El principal motor de los nuevos contagios parece haber sido el flujo de paisanos que cruzó a Coahuila para visitar familiares. Hubo días previos a Navidad en que más de 5.000 personas cruzaron los puentes de Piedras Negras y Acuña. Las autoridades estatales quedaron limitadas a pedir a los paisanos que se abstuvieran de viajar a México, porque el Gobierno federal nunca accedió a las peticiones de gobernadores fronterizos para restringir el cruce de personas.
Tres semanas después de las fiestas decembrinas, los municipios de la zona fronteriza de Coahuila tienen 450 casos activos de covid-19 en una población de menos de 350.000 habitantes. En contraste, la ciudad de Torreón tiene la misma cantidad de casos pero con el doble de habitantes.
Este dato ilustra las discrepancias que se dan entre regiones de un mismo Estado. Si los indicadores del semáforo epidemiológico que usa la Secretaría de Salud se aplicaran solo a la ciudad de Torreón, esta se encontraría aún en el color naranja. A pesar de tener altos niveles en incidencia de contagios, su ocupación hospitalaria es de 40% y ha logrado reducir la mortalidad.
Otro factor que empujó a Coahuila al color rojo es que la tasa de hospitalizados en las regiones centro y norte en las primeras semanas de enero, subió a niveles arriba del 60%, aunque en algunos casos se debió a que no se había ampliado la cantidad de camas disponibles porque los contagios se habían mantenido bajos en los últimos meses.
Al mismo tiempo, las dos principales ciudades del Estado, Torreón y Saltillo, tienen la mitad o más de sus camas desocupadas, pero están pintadas de rojo. Esto es porque la Secretaría de Salud toma en cuenta los números totales del Estado, en el que los indicadores muy negativos de una región pueden arrastrar a otras zonas aunque estas tengan indicadores positivos.
Hace dos meses, cuando Torreón vivió una época de emergencia, con el 90% de sus camas ocupadas y un promedio diario de fallecimientos que brincó de 3 a 10 entre octubre y noviembre, estos números no empeoraron los promedios de todo el Estado porque las demás regiones (Saltillo, Monclova y la frontera) estaban bajo control.
Desde hace tiempo era evidente que los funcionarios de la Secretaría de Salud federal eran insensibles a las dinámicas regionales. En una ocasión, para explicar la situación en la región de La Laguna, López-Gatell dijo que Gómez Palacio era vecino de Saltillo, Coahuila, cuando está a 250 kilómetros de distancia. Pudo haber sido un traspié, pero fue un símbolo de la dificultad que hay en el centro para comprender lo que ocurre dentro de cada Estado.
Si se vive en la Ciudad de México, por ejemplo, resulta lógico pensar que una epidemia se comporta de forma más o menos pareja en una compacta masa urbana con alta densidad de población. No es lo mismo en un Estado que mide 500 kilómetros de punta a punta con extensos desiertos entre cada ciudad y una densidad de población 160 veces menor a la zona metropolitana de la capital.
Los brochazos del Gobierno federal son anchos y de un solo color. Al aplicarlos en su mapa epidemiológico se pierden los matices que pueden ayudar a cada región a gestionar mejor la pandemia. Quien alguna vez dijo que “más allá del Toreo todo es Cuautitlán” tenía mucha razón.