CAPITULO 1 Niger

El alma de Bouza. En una pequeña localidad de Níger, el país más pobre del planeta, un joven narrador transforma los problemas de sus vecinos en bellos y crudos cuentos. En torno a sus historias y a su implicación en la ayuda contra la malnutrición infantil gira la primera entrega de la serie ‘Testigos del olvido’

Por Santiago Roncagliolo fotografía de Juan Carlos Tomasi

NIGERpor Santiago Roncagliolo

El escritor Oumarou M. Rabe nunca ha aparecido en una lista de los más vendidos. Sin embargo, Europa ha visto a los personajes de su novela en los informativos, tratando de escalar vallas en Melilla, esquivando a la policía o atravesando el Mediterráneo sobre barcazas atestadas. Algunos, cuando llegan las cámaras, ya están muertos.

Las noticias sólo muestran el final de las historias de las pateras, cuando sus ocupantes acaban en una fosa común de Lampedusa o en un centro de acogida. Oumarou cuenta lo que ocurre antes, en el desierto, en los pueblos a lo largo de la ruta y en el mar.

La tarea de los animadores de MSF es cambiar hábitos muy arraigados en la población. Al 85% de los niños del hospital les acompañan sus tías o abuelas.

Su novela, basada en hechos reales, narra la travesía de los africanos desde Agadez, Níger, a través del Sáhara hasta las costas libias para embarcarse hacia Europa. No es una comedia. El título es claro: La mierda o la tumba de las ilusiones.

–Escribí La mierda después de mi primer viaje por tierra a Libia a través del Magreb –explica el novelista–. Yo no quería emigrar. Iba a Trípoli a estudiar. Pero en el viaje conocí a los inmigrantes que atravesaban el continente para llegar a Italia. Escuché sus historias. Y me inventé otras. Por eso hay un epígrafe: “La imaginación no se crea de la nada. Se alimenta de lo que nos rodea y de lo que vivimos”.

El protagonista de la novela se llama Ado, que suena similar a la palabra árabe para decir “esclavo”. Ado sufre explotación, estafas, persecución y miseria. Un libio le dice:

–Mi perro es mejor que tú. Él está en su país.

La prosa de Oumarou M. Rabe no se detiene en eufemismos, pero tampoco se regodea en detalles miserables. Narra con transparencia y eficiencia, como lo haría alguien que cuenta su propia historia. La novela apenas tiene 64 páginas. Según su autor, en Níger nadie tiene tiempo de leer más. Su objetivo, más que estético, es educativo, casi informativo:

Los que salen de aquí y consiguen llegar a Europa, cuando regresan a casa de vacaciones cuentan historias de éxito. Pero es sólo un espejismo”

–Los emigrantes creen que al final de ese viaje te espera la felicidad y el paraíso. Que llegarán a Italia y todos sus problemas se resolverán. Los que sí han con llegar a Europa, cuando vuelven a casa de vacaciones, reparten dinero e historias de éxito. Pero es sólo un espejismo. Escribí este libro como una advertencia a los emigrantes. Para que sepan lo que van a encontrar, de un modo concreto. Aparte de La mierda, Oumarou ha escrito otra novela corta titulada El huérfano o la infancia interrumpida. Trata sobre un hombre cuya madre muere en el parto y queda a merced de la terrible esposa de su padre, que le inflige los peores sufrimientos, y le obliga a hacerse adulto rápidamente. Otra historia dura de contenido social. Oumarou explica:

–La gente siempre me trae sus problemas, para que les ayude y aconseje. Una noche tuve insomnio. Pensaba en todas las dificultades que vivían mis vecinos, mis parientes, mis amigos. Me levanté y me puse a escribir. Sentí que me liberaba, como si rompiese el muro que encerraba mis pensamientos.

No se tome la molestia de buscar sus libros. Los dos últimos permanecen inéditos. Y La mierda sólo apareció en un tiraje de ciento veinte ejemplares pagados por el propio autor, que apenas circuló en Bouza, Níger, donde él reside, y en la capital del país, Niamey. Producir cada ejemplar costó 1.250 francos de África Central (CFA), unos dos euros. Oumarou regaló 60 y vendió los demás a 2.000 CFA cada uno (3 euros). No podía perder más dinero. La única reseña, en el diario oficial Le Sahel, celebra que el autor haya conseguido un trabajo en Níger, y para más mérito, fuera de la capital.

Los escritores de mi mundo tenemos problemas envidiables. Nos atascamos en una novela. Nos angustiamos. Nos preguntamos si nuestra novela seducirá a un editor, y luego, si gustará al público y la crítica. Son los mejores problemas del mundo. En Níger no hay editoriales. Todos los libros llegan del exterior, con pocos ejemplares, regalados por las ONG o distribuidos a precios imposibles. Apenas hay cuatro universidades para 17 millones y medio de habitantes, la mitad de ellos menores de 14 años. Sólo sabe leer el 29% de la población. El promedio de escolaridad es de cinco años.

Al último Premio Nacional de Literatura se presentaron 13 trabajos. El único centro cultural del país, el Franco-Nigerino, tiene en la puerta un centinela armado con fusil. La solitaria librería es para extranjeros: La Farandole des Livres, frente a un Liceo Francés amurallado y protegido con alambre de púas. Ahí se encuentran ediciones francesas de bolsillo descatalogadas y cinco libros de autores nigerinos. Las ediciones de bolsillo francesas cuestan 25 euros. Los libros autóctonos pagados por sus autores, ocho.

Aun así, Oumarou tiene una ilusión a prueba de alambres de púas. Con La mierda, organizó una presentación en su instituto, acompañado por el escritor Oumarou Kadri Koda, que trabaja en el Centro Franco-Nigerino y escribe en la prensa. Incluso se ha puesto un seudónimo de escritor (su verdadero apellido es Rabiou). Le pregunto qué espera de la literatura. Él responde con una sonrisa: “Estoy reuniendo dinero para publicar mis inéditos. A lo mejor pueden ayudar a algunas personas. Ojalá”.

A mí me han ayudado. A descubrir que hasta mis problemas son un privilegio.

Santiago Roncagliolo viaja a Níger junto con Médicos Sin Fronteras para escribir la primera entrega del especial 'Testigos del olvido'

El nombre médico del hambre. Desde España, viajar a Níger es prácticamente imposible. España carece de consulado nigerino, así que hay que pedir en Bélgica o Francia un permiso que cuesta cien euros. Aparte del visado, Níger exige a los visitantes vacunas contra la fiebre amarilla, la polio y la tifoidea, y recomienda llevar medicinas contra la malaria y la diarrea.

No hay vuelos directos. Al aeropuerto de Niamey viaja tan poca gente que el avión de Casablanca hace una parada en Burkina Faso para recoger más pasajeros. Para llegar a Bouza, aún hacen falta 11 horas más por tierra. La carretera sólo tiene dos carriles, y en Ramadán, época de lluvias, los accidentes de camiones causan atascos. Hay poco de todo. En toda Niamey, no vi más que un puñado de edificios. Alrededor de la carretera, sobre el paisaje semidesértico del Sahel, se suceden chozas de adobe y paja, pozos de agua, arbustos y rebaños de cabras. En los mercados se venden cebollas y gasolina en botellas de whisky. Cada kilómetro hacia Bouza es un paso hacia la Edad Media.

Oumarou trabaja con Médicos sin Fronteras (MSF) en el hospital de distrito. Cada día llegan cien pacientes, pero el Estado sólo tiene capacidad para asignar dos médicos. MSF pone otros nueve, aparte del personal logístico. También han construido los pabellones. El principal enemigo de MSF aquí es la desnutrición, nombre médico del hambre. Los niños llegan con manchas en la piel o con malaria, pero generalmente, su problema real es la falta de alimento, que anula sus defensas. Muchos niños –con sus madres– deben permanecer en el hospital semanas recibiendo más nutrientes que medicinas. Algunos mueren antes de recuperarse. A pesar del trágico entorno, Oumarou es un baño de energía positiva: un joven de 30 años en camiseta roja que saluda a sus colegas entre abrazos y bromas.

Oumarou no es médico. Es sensibilizador. Ayuda a promover conductas saludables entre la población y a luchar contra el estrés de las madres, para que les baje la leche. Se le puede ver paseando entre las camas y contando chistes a las pacientes. Una de ellas le cuenta que ya da el pecho a su bebé. Él lo celebra:

–¡Qué bueno! Es lo mejor para él.

Ella se saca un pecho y se lo enseña con coquetería:

–Y a los grandes también les gusta –responde haciendo un guiño. Los dos se ríen.

Oumarou también imparte cursos de prevención contra enfermedades y organiza una animación grupal. En ella, pacientes y niños se reúnen sobre una alfombra salpicada de juguetes y cantan canciones sobre la lactancia y la higiene. Las sesiones terminan en pequeños góspeles entre animadores y pacientes. Es el único lugar divertido del hospital.

–Hay que ganarse la confianza de las familias –explica él–. Si el médico les pregunta “¿cómo estás?”, responderán siempre “bien”. Pero si sienten que nos preocupamos por ellas nos contarán cómo están de verdad.

Como comunicador en Bouza, Oumarou tiene una ventaja extra: es predicador. Estudió Teología General en una escuela coránica de Libia. Durante el Ramadán, dirige la oración de los jueves en una pequeña mezquita. Y en el hospital, trata de conciliar la fe de sus pacientes con las recomendaciones para una vida sana. “La mayoría de la población de Bouza es analfabeta”, cuenta. “Saben recitar el Corán de memoria, en árabe, pero no saben qué significa. Algunas madres quieren respetar el ayuno del Ramadán, pero sus hijos están mal nutridos. El Corán no impide comer si te va la vida en ello. Otras mujeres se niegan a dar el pecho para no quitarse el hiyab frente al personal masculino. Si está en juego la salud de su hijo, el Corán les permite quitárselo. Una mujer no es virtuosa y pura sólo por llevar el hiyab”.

El país más pobre del mundo ostenta la tasa de natalidad más alta del planeta: 7,6 hijos por mujer. En Bouza muchas mujeres tienen diez

La difícil misión de los animadores de MSF es cambiar los hábitos arraigados en la población. El 85% de los niños del hospital se internan acompañados de sus tías o abuelas, porque las madres sufren celos de alejarse del hogar. El Corán permite tener hasta cuatro esposas, que a menudo compiten entre ellas por la atención del varón. Y los varones exigen más hijos. El país más pobre del mundo ostenta la tasa de natalidad más alta del planeta: 7,6 hijos por mujer. En Bouza, muchas mujeres tienen 10.

Después de una mañana de trabajo, Oumarou me lleva a su casa, que consiste en un cuarto y un patio. En el patio, bajo un toldo de paja, descansa su colchón, dos ordenadores portátiles y una silla. Es el dormitorio. Oumarou vive con su hijo, que estos días se queda con los abuelos. Sí está su esposa, Ghaicha Oubalé.

El Corán permite hasta cuatro mujeres –dice Oumarou–, porque la poligamia es un mal menor que la fornicación, pero sólo si puedes tratar a todas tus esposas con consideración. Yo nada más quiero a Ghaicha.

No hemos venido a conocer a la familia. Oumarou quiere enseñarme algo. Entra en la única habitación y sale con una maleta negra llena de libros. “¡Esta es mi biblioteca!”. Las lecturas de cabecera del novelista Oumarou M. Rabe son dos ejemplares del Corán y una edición de los Hadiz, hechos de la vida del profeta Mahoma contados por sus discípulos. También hay textos no musulmanes: los Derechos del Niño o discursos de Luther King y Gandhi. Y un único autor nigerino: el presidente teniente coronel Seyni Kountché, que dio un golpe de Estado en 1974.

De hecho, el presidente de la Asamblea Nacional destituido y encarcelado por Kountché, Boubou Hama, también era escritor.

No es casualidad. La colonización de Níger fue un calco de El corazón de las tinieblas de Conrad. En el siglo XIX, los franceses arrasaron a la población, impusieron sus necesidades económicas y apenas se mezclaron con la sociedad. Cuando llegó la independencia, en 1960, eran contados los habitantes con educación. Los más hábiles, formados en Senegal, eran escritores, historiadores, poetas y políticos a la vez, porque nadie más podía serlo.

  • Bouza ha sido un escenario importante de los esfuerzos de la ayuda sanitaria internacional, a raíz de la crisis alimentaria de 2005 que azotó la región de Tahoua. La carretera no llegó hasta 1970 Por JUAN CARLOS TOMASI
  • Desde una visión antropológica y general, el Islam sigue siendo en Níger un importante factor de cambio en la vida, política, social y religiosa desde mucho antes del periodo colonial Por JUAN CARLOS TOMASI
  • Níger se sitúa en el número 63 de los países mas poblados de la tierra, con una población cercana a los 17 millones de habitantes. La composición étnica del país esta compuesta mayoritariamente por hausas, djermas, fulas, tuaregs y bereberes. La esperanza de vida es de 57 años y 7 el promedio de hijos por mujer, la segunda tasa más alta del mundo Por JUAN CARLOS TOMASI

La literatura africana del siglo XX, como la latinoamericana, está poblada de historias políticas y realismo mágico. La primera novela que leyó Oumarou fue La sangre, el amor y el poder del marfileño Isaïe Biton Koulibaly, la historia de un militar africano que derroca a un presidente sanguinario con la ayuda de las fuerzas sobrenaturales. Su escritor favorito es Aimé Césaire, también político e ideólogo de la negritud. Y su novela preferida, El niño negro de Camara Laye, un retrato del África poscolonial. Hasta hace poco, Oumarou también leía a algunos ingleses e indios que encontraba en la biblioteca de Bouza, donde se conservan unos dos mil libros donados por la Cooperación Internacional. Pero hace siete meses, los muros del local se rajaron por la lluvia, y ahora está clausurado. Para Oumarou, lo importante no son los libros sino las personas. Y en su trabajo conoce a muchas. “Todo lo que escribo, historia o poema, es un grito humanitario. Escribo sobre gente que sufre, y trabajo con gente que sufre”.

No somos como dicen. El jueves, Oumarou me invita a la mezquita para asistir a su rezo a las ocho de la noche, después de romper el ayuno del Ramadán. Pero entre el equipo de MSF que me acoge, saltan las alarmas.

En el Sahel, el terrorismo crece día a día. Hace un año y medio, Francia emprendió una intervención militar en la vecina Malí, que hasta ahora no consigue erradicar a los yihadistas. En Nigeria, a sólo cincuenta kilómetros, el temible grupo Boko Haram mantiene secuestradas a más de doscientas mujeres desde abril. En la propia Níger, 24 soldados y un civil han muerto el último año en ataques suicidas contra las minas de uranio. Y el año pasado, secuestraron a un grupo de trabajadores africanos de una ONG. Uno de ellos, un chadiano, se resistió y lo mataron.

Francia ha decidido movilizar una fuerza de tres mil hombres que tendrá aquí su centro de información. La operación Barkhane pretende cortar la comunicación y suministro entre yihadistas. En algunos países, los yihadistas permiten operar a las ONG mientras no lleven occidentales cristianos. Pero aquí, ni siquiera los africanos se mueven con libertad. Salir de noche, y para colmo a una mezquita, parece una temeridad.

En Bouza, una de las ciudades que aparece destacada en el mapa nacional, no hay agua corriente ni asfalto. El islam es el verdadero Estado
Médicos Sin Fronteras trabaja en Níger desde 1985. Junto a las estrategias de lucha contra la malaria tradicionales, como las mosquiteras, ahora se une la quimioprevención

He hablado con un profesor de Literatura, Amadou Saibou Adamou, que lamenta que los estudios académicos sobre literatura nigerina se refieran siempre a la escrita en francés. En este país, dice, se escribe desde el siglo VII: narraciones, poemas y ensayos en árabe. Y hay un libro que todos han leído y conocen de memoria: el Corán. En algunas tiendas informales de pociones mágicas y cebollas, se venden también ejemplares de ese libro, y de otros que hablan de él. La religión es la tradición literaria. Pero aquí esos argumentos son bastante ingenuos. MSF acepta pedir permiso al prefecto de Bouza y al imam para asistir al rezo del día siguiente en la mezquita principal. Oumarou los acompañará.

Al entrar, el prefecto saluda discretamente al jefe de MSF. Y al terminar el rezo, nos invita a salir por la puerta del imam. Se acercan a estrecharnos la mano autoridades y asistentes. El ambiente, terminada la ceremonia, no es solemne sino festivo y distendido.

–¿Ya lo ves? –me dice el prefecto–. Nosotros no somos como dicen. Bouza es un lugar tranquilo.

Oumarou sonríe. Él quería enseñarnos el rezo. Pero también quería enseñarles a sus vecinos que somos inofensivos. Algunos de ellos consideran que un buen musulmán no debe hablar con infieles. Oumarou opina lo contrario. Le interesa que la gente hable. Es la clave de su vida: “Todo lo que hago tiene que ver con las palabras. Ellas son nuestros vínculos con la sociedad”.

El escritor más pequeño del mundo, en su mundo, es el más grande .