Fortuny

el mosaico de un genio

Grupo de pie Señor con silla Señores en un banco Brasero Papel La Vicaría Pared

Al fin, profeta en su tierra

Borja Hermoso

Mariano Fortuny fue un virtuoso. Un pintor genial que, muy probablemente, murió de éxito. ¿Qué habría sido de él si sus clientes no le hubieran quitado de las manos todos aquellos cuadros de marquesas, nobles y vicarías, todas aquellas odaliscas y todo aquel tipismo orientalista? ¿Cuál habría sido su evolución si hubiera roto lazos con su muy exigente y muy conservador marchante Adolphe Goupil? Esa pudo ser parte de la primera muerte, la artística, de Fortuny. La otra, la física, le sorprendió en su umbría casa de Roma, demasiado joven como para aventurar más hipótesis...

La Odalisca

El indiscreto encanto de la burguesía

Rut de las Heras

El artista no era solo pincel, línea, profundidad o luz. Era viajes, campamentos en la batalla, aroma a curry y a desierto, la umbría de las callejuelas de Granada, la familia Madrazo... Ahora, un libro de Carlos Reyero recorre los aspectos de la vida del pintor que van más allá de su atelier

La pasión por el objeto

Francesc Quílez

La pulsión (convertida en auténtica pasión) por atesorar objetos marcó profundamente el devenir de Fortuny como hombre y como artista. Entre ellas se estableció un lazo indisociable y ninguna de ellas puede ser entendida sin tener en cuenta la otra

El coleccionista de estampas

Un viaje hacia el sur

Isabel Valdés

Un adolescente, mediados de los 70 y Tánger. La generación beat, David Bowie, los recuerdos y el momento de enfrentarse a las llegadas y las partidas de la vida… Todo ello es Idilio, el cómic que Javier Montesol ha creado a partir de la obra (y la vida) de Mariano Fortuny

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Minucioso pincel La elección de la modelo La realidad rápida Idilio Sobre agua Paisaje de Portici

La técnica

Fortuny no paró de moverse durante toda su vida, cada rincón que descubría lo hacía crecer. Una continua metamorfosis que lo convirtió en un genio que acumuló éxito ya en vida. Cada lugar que pisó el catalán marcó su vida y su arte. Aquí, un breve resumen del cuándo y el dónde; pincha en cada fecha para ver más.

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Barcelona

1852 - 1858

Mariano Fortuny se quedó huérfano a los seis años; su abuelo, Mariano Fortuny y Baró, se convirtió en su única familia, en su tutor y, de alguna manera, en el impulsor de toda la creatividad del artista desde su taller artesanal. Después, en la escuela municipal de Reus, dirigida por el pintor Domingo Soberano, Fortuny aprendió a partir de cartillas litográficas y entró en contacto con los pintores nazarenos. En 1852 se mudaron a Barcelona y un Fortuny ya adolescente comenzó a trabajar en el taller del escultor Domènec Talarn, que intervino para que consiguiese una matrícula gratuita en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Durante seis años aprendió con Pablo Milà y Fontanals, Claudio Lorenzale y Luis Rigalt. La pluralidad estética entre la que nadó durante aquellos primeros años tuvo mucho que ver en su versatilidad posterior.

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Roma

1858 - 1860

La Diputación de Barcelona becó a Fortuny en 1858 para aprender en Roma, por la obra Ramón Berenguer III clavando la enseña en la torre del castillo de Fòs; se trasladó a finales del invierno de 1858, y desde allí, cada poco, debía enviar sus trabajos para justificar su estancia. Comenzó su gusto por la pintura de género, el costumbrismo o el natural (que despertó por su asistencia a la Academia Gigi) y empezó a relacionarse con otros pintores y fue haciendo crecer su red de contactos y amigos: Peter von Cornelius, Eduardo Rosales o Attilio Simonetti, de quien fue también discípulo. La precisión en el dibujo y un crecimiento en la expresividad fueron las claves de aquellos dos primeros años en la ciudad italiana.

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Marruecos

1860

En enero de 1860, la Diputación de Barcelona encarga a su pensionado la decoración del Salón de Sesiones. Tenía que pintar cuatro cuadros de gran formato y seis medianos representando la guerra hispanomarroquí. Fortuny viajó a Marruecos el 12 de febrero de 1860, como parte del regimiento del general Juan Prim, y desde ese momento y hasta que se firmó la paz dos meses después (el 26 de abril) se convirtió en cronista de guerra. Los meses que pasó en Marruecos cambiaron por completo su percepción del paisaje, la composición de su obra, el color y la luz con los que interpretaba la realidad y, en general, del arte, de la vida y la forma de enfrentarse a todo ello, con o sin pincel. En agosto de ese mismo año, regresó a España.

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España - Italia

1860 - 1868

A su vuelta de Marruecos, Fortuny pasó un tiempo en Barcelona, donde conoció a la familia de Madrazo y a la que después fue su esposa, Cecilia de Madrazo, coleccionista de tejidos. A su vuelta a Italia en 1863, el artista se acerca a un natural más realista que el que se estaba dando en aquel momento; se amplifica su gusto por lo árabe, la precisión con la que usa la luz, el exotismo, el contraste entre el movimiento y la quietud… Durante aquellos años viajó a Madrid, Nápoles, París o Sevilla, y volvió a Marruecos; de aquellos años son obras como El pórtico de la iglesia de San Ginés de Madrid o Fantasía sobre Fausto. Fortuny creció en todas sus técnicas, viró hacia lo oriental durante un tiempo, practicó acuarela, aguafuerte, óleo… Se nutrió de cada viaje y cada experiencia hasta adquirir ese carácter poliédrico que lo define y que solo fue posible gracias a la libertad de ejecución que llevó a cabo en cada técnica que tocó.

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Granada

1870 - 1872

Dos años pasó Fortuny en Granada -desde donde también viajó a Sevilla e hizo un inciso para bajar a Tánger-, dentro y fuera de La Alhambra, recorriendo sus calles, observando su día a día, soñando, creando dibujos… Patios, gitanos, callejuelas, días y noches. Parte del éxito de Fortuny era su “capacidad para mantener vivas las impresiones del natural en sus cuadros definitivos”, como apunta Javier Barón, Jefe del Área de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Prado, en uno de los textos del catálogo de la exposición del Museo del Prado; y Granada fue clave en la evolución del pintor. “Allí fundamentó sus obras en mayor medida que antes en el estudio del natural, a través de los dibujos, en los que usó no solo el lápiz, sino también las tintas pardas a la pluma, con una ejecución muy rápida pero dando un carácter muy definido a obras como Una calle del Albaicín y Alameda del Salón, en las que aparecen, respectivamente, el lado más recoleto y el más público de la ciudad”, apunta Barón.

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De Roma a Roma pasando por Portici

1873 - 1874

Aquel viaje a Roma, en 1873, no hizo ninguna ilusión a Fortuny, que había encontrado en Granada el equilibrio entre su vida y su trabajo; sin embargo, en la ciudad italiana el pintor no solo era querido sino admirado, seguido, acogido. Allí terminó algunas grandes obras que había comenzado en Granada, como La elección de la modelo, y también allí creció su nombre y su prestigio. A pesar de eso, en sus últimos años a Fortuny le molestaba tener que volver a Italia. Desde ahí viajó a Londres, después a Nápoles y a Portici, un pequeño pueblo al sur de Italia que fue, según apunta Javier Barón, “la culminación de su aproximación a la pintura del natural en un camino intuido en África y desarrollado en Granada”. Tras un paso final por París, volvió por última vez a Roma, donde murió, por una hemorragia estomacal, el 21 de noviembre de 1874. Pero, en cualquier caso, sus trabajos más innovadores quedaron sin terminar, según Barón: “Testimonio de la encrucijada en la que le sorprendió la muerte”.

Los hijos del pintor en el salón japonés, óleo sobre lienzo