La receta de los nómadas para la adaptación climática: unir fuerzas para enfrentarse a los cambios

Un cambio de época

“Creo que sin pastores, Mongolia no es Mongolia”, sentencia Dorjgofov Tsevelravjaa, un viejo pastor miembro de una comunidad de la región de Uvurkhangai, en el desierto de Gobi. Este gremio está desarrollando estrategias que les ayuden a adaptarse a los cambios. A menudo se habla de ellos como si se encontrasen en un callejón sin salida, al final de una vida nómada de milenios de antigüedad. Sin embargo, algunos no lo creen así y piensan que su modo de vida puede subsistir a pesar de los cambios climáticos y sociales de nuestros tiempos.

En estas tierras interiores, el cambio climático ha puesto a los habitantes de la meseta mongola contra las cuerdas y no les ha dejado más remedio que luchar para adaptarse a condiciones ambientales cada vez más extremas. Pero, antes de que se diesen cuenta de la amenaza que representan, las transformaciones sociales y económicas ya habían asestado un golpe a su forma de vida. Su cultura y su economía siguen estando estrechamente vinculadas al mundo natural. Mongolia es uno de los últimos países del mundo dedicado al pastoreo, con una economía que depende casi por completo de la ganadería. El 80% de su territorio sigue siendo pasto. “Después de la minería, la lana de oveja y el cachemir son los principales productos comerciales de Mongolia”, explica Tsunga Ulambayaar, directora de Saruul Khuduu Environmental Research, Training & Consulting, una empresa que lleva a cabo estudios ambientales en el país por encargo de las organizaciones internacionales y gubernamentales.

En la década de 1990, la caída del régimen socialista tuvo como consecuencia el derrumbamiento de un antiguo sistema de vida para estas poblaciones, conocido como negdel, en el que los rebaños y los pastos eran propiedad del Estado. Con este cambio, los derechos tradicionales de propiedad de la tierra vigentes durante siglos fueron sustituidos por la normativa gubernamental. Los rebaños y los pastos se repartieron equitativamente entre los pastores. “El resultado fue una explotación sostenible de los pastos”, recuerda Ulambayaar. Los desplazamientos estacionales estaban programados, se facilitaban servicios sociales y veterinarios, y además se suministraba forraje en caso de dzud (que en mongol significa un invierno extremadamente riguroso). Del desmoronamiento del socialismo, nació una economía de mercado.

“Sin planes de gestión, los nómadas quedaron a su suerte. De repente, se convirtieron en propietarios de sus animales y de sus tierras, sin instituciones que los guiasen ni les diesen apoyo”, cuenta Ulambayaar.

“El número de cabezas de ganado aumentó rápidamente y los pastos no tardaron en empezar a degradarse. Los pastores perdieron interés en protegerlos y no tenían la capacidad de conservarlos”, comenta Ulambayaar.

Batkhuyag Tsevelravjaa, jefe de la comunidad de Uvurkhangai del desierto de Gobi, añade: “Hoy en día trabajamos de una manera muy diferente. Antes, los rebaños y el territorio eran propiedad del negdel. Ahora, nosotros somos dueños del ganado y por eso hacemos todo lo que podemos para aumentar el número de cabezas. Antes de la economía de mercado, los pastores no tenían ningún motivo para aumentar la producción, ya que el Gobierno les pagaba un salario fijo y les facilitaba los servicios sociales. En la actualidad, el cachemir es un recurso rentable, y como el Estado ya no impone el número de cabezas que puede tener un pastor, desde la década de 1960, por ejemplo, el número de cabras ha pasado de 4,5 a 23 millones”.

Dzud!

Además está el cambio climático. Igual que ocurre con otros entornos extremos de la Tierra, Mongolia está sufriendo las consecuencias del calentamiento global. “A lo largo de los últimos 70 años, la temperatura media del aire ha aumentado 2,1 grados centígrados, uno de los incrementos más fuertes registrados en el planeta, y es posible que suba hasta cinco grados”, afirma Ulambayaar.El aumento de las temperaturas no solo supone que Mongolia se esté volviendo un sitio más cálido. El cambio climático se manifiesta de manera diferente en las distintas regiones ecológicas del país. Ulambayaar lo explica así:

“En muchas zonas se está dando más episodios extremos. Los casos de dzud (invierno extremadamente riguroso) son cada vez más frecuentes”.

“En algunas zonas llueve en verano, mientras que en otras hay tormentas invernales cada vez más fuertes”, explica.

Los dzuds suelen tener graves consecuencias para los rebaños. “Bastan un par de centímetros de nieve por encima de la media para que el pasto sea inaccesible y provoque una gran mortalidad en el ganado. Los nómadas se ven obligados a emigrar a otros distritos, donde someterán a presión otros pastos igualmente frágiles explotados por otra comunidad. Muchos no tienen más remedio que marcharse a la ciudad”, añade.

Los pastos de Mongolia son delicados y con frecuencia los episodios climáticos extremos tienen consecuencias catastróficas. El 21% de la población del país vive en situación de pobreza, si bien el porcentaje está disminuyendo. La miseria se concentra en las zonas rurales, donde la mitad de sus habitantes llevan una vida nómada. Las catástrofes naturales afectan sobre todo a estas comunidades tan débiles. Los dzuds de los inviernos de 1999 y 2000 acabaron con la pérdida de una tercera parte de las cabezas de ganado del país. Asimismo, en la revista científica World Development, Ulambayaar informaba de que en 2009 se perdieron dos millones de cabezas, una quinta parte de la cabaña nacional. Casi cada invierno, el dzud ataca a uno o dos distritos. Los científicos advierten de que el cambio climático se traducirá en una multiplicación de estos episodios.

Los datos no son la única manifestación del cambio climático en Mongolia. La gente más vulnerable es también la más atenta a las alteraciones del clima y el medio ambiente:

“Cuando era pequeño, aquí solía haber mucha hierba. En los últimos años hay más tormentas de arena y menos precipitaciones, así que la hierba no es tan buena como antes”, se lamenta Dorjgofov Tsevelravjaa.

Los ríos, que no son más que arroyos superficiales, se están acortando. “Antes el río Khunkeree fluía a lo largo de 25 kilómetros, pero ahora solo llega a los 20. Se ha vuelto más corto”, asegura el pastor.

Es probable que los pastores nómadas no puedan hacer frente a esta proliferación de episodios climáticos extremos. Los expertos advierten de que, a consecuencia del pastoreo excesivo y el cambio climático, cabe la posibilidad de que los pastos se encuentren en un punto de inflexión. A pesar de ello, algunos intentan adaptarse creando asociaciones. Estos grupos organizados les permiten gestionar los pastos, sumar su fuerza de trabajo y frenar o incluso detener la degradación de sus tierras. Muchos de ellos piensan que podría ser la solución.
La comunidad ganadera está preocupada. Las profundas arrugas de Dorjgofov Tsevelravjaa se acentúan aún más cuando habla de sus incertidumbres. “No estoy seguro de lo que podemos hacer para enfrentarnos a esto. Con el descenso de las precipitaciones, las plantas escasearán. El ganado no podrá engordar, así que bajará el precio de las pieles. En consecuencia, a los pastores rurales les será más difícil ganarse la vida”.

Soluciones de los pastores

Sin embargo, hay estudios anteriores que muestran que los habitantes del desierto y la estepa que se asocian en comunidades organizadas mejoran su capacidad de respuesta a las condiciones climáticas extremas, lo cual podría aumentar su resiliencia. “Tras las desastrosas consecuencias de los inviernos de principios de la década de 2000, muchos se agruparon en asociaciones para gestionar los pastos y los recursos naturales. Algunas ONG les ayudaron a hacerlo y se han creado alrededor de 2.000 organizaciones”, señala Ulambayaar. La experta ha estudiado la capacidad de adaptación de los nómadas, es decir, sus cambios de comportamiento en respuesta a las presiones externas, en cuatro distritos. Ha descubierto que el resultado de la creación de estas comunidades era que los recursos se mancomunaban y la vulnerabilidad de los hogares al dzud se reducía. Batkhuyag Tsevelravjaa explica: “Recogemos juntos el heno y el forraje para el invierno. Cultivamos verduras, peinamos las cabras, esquilamos las ovejas y nos ocupamos de que el río esté siempre limpio. Y lo hacemos colectivamente. Cuando realizamos estas actividades entre todos, terminamos antes”.

Las comunidades organizadas también favorecen el apoyo social. “Si los miembros de la asociación tienen una emergencia familiar, los ayudamos cuidando del rebaño y ocupándonos de las tareas domésticas. Queremos enseñar a nuestros jóvenes la fuerza de la cooperación y del trabajo conjunto”, dice Batkhuyag Tsevelravjaa. Y añade: “Ayudamos a familias gravemente afectadas por las catástrofes de 2002, 2003 y 2010. Tenemos un fondo comunitario con unos cinco millones de tugriks [2.000 euros aproximadamente]. Los miembros que necesitan dinero pueden tomarlo prestado de ese fondo”.

No todas las asociaciones sobreviven mucho tiempo, ya que su longevidad depende del líder y de la habilidad de todos ellos para unir a las familias en la comunidad. “La nuestra y muchas otras siguen funcionando”, afirma Tsevelravjaa.

Imagen esférica. El interior del gher de un pastor nómada está adaptado a la perfección al frío del entorno (Desierto de Gobi, Mongolia. Jacopo Pasotti, 2017).

Según Ulambayaar, los pastores de la comunidad de Uvurkhagai son conscientes de las ventajas de la cooperación y la defienden. “Hasta ahora, las comunidades han demostrado que su capacidad de respuesta es considerable mayor que la de los individuos solos, y son la mejor manera de gestionar sus tierras. Los nómadas conocen su territorio, se dan cuenta de qué especies vegetales están desapareciendo, observan la degradación de los pastos y la pérdida de biodiversidad. Creo que la solución al cambio climático y social está en el diálogo entre los pastores y las instituciones. Estas últimas no deberían dictar normas que podrían ser perjudiciales para los habitantes del desierto, sino reforzar su capacidad para adaptarse no solo al cambio climático y ambiental, sino también a las transformaciones económicas y sociales. Hasta el momento, ha quedado demostrado que funciona”, concluye. Un segundo antes de que apaguemos la cámara de vídeo con la que hemos grabado una larga entrevista, añade:

“Encontrar estrategias de adaptación para las comunidades rurales de Mongolia es una prioridad económica, social y humanitaria”.