New York se deshace poco a poco de sus inmigrantes
EL PAÍS recorre algunos de los hoteles de la ciudad convertidos en albergues para personas indocumentadas en la mira de Elon Musk. El alcalde ha prometido cerrar 53 antes de junio
En la entrada principal del hotel The Row, una madre aborda el bus escolar amarillo del que baja despacio su hija de unos 10 años. Llevaba un rato esperando cerca de la Octava Avenida, en la parte oeste del centro de Manhattan, donde hay un alboroto usual y tremendo, de gente que va y gente que viene. Esa zona de Nueva York parece dividida entre los que pertenecen al hotel y los que siguen de largo. El The Row, una mole de 1.300 habitaciones con fachada de ladrillos color terracota, se levanta como una especie de fortín que guarda a sus inquilinos del mundo exterior. Del hotel hacia afuera, está el grupo de adolescentes chillones que hacen fila en una tienda de souvenirs; o la pareja fitness que sale con varias botellas de vino de la licorería Time Square; o los paseantes que señalan el musical de Michel Jackson. Del hotel hacia adentro, está el padre de familia que pide trabajo y no encuentra, o los chicos que intercambian cigarrillos por billetes de dólares sueltos cerca del lobby, o la mujer de mediana edad que habla español y parece agotada cuando se dirige a sus padres por videollamada. Son, estos últimos, los inquilinos inmigrantes del The Row.
El hotel de cuatro estrellas fue el primero de los más de 200 que la ciudad de Nueva York retiró del circuito turístico y convirtió en albergues para los emigrantes que han llegado en los últimos años. Pero ninguno de los inquilinos, ni la madre que esperaba a su hija, ni los chicos que trafican pequeños bienes, ni la mujer que hablaba por videollamada, están dispuestos a admitir que viven en el hotel. No quieren hablar con la prensa, decir nada que pueda perjudicarlos, ni que sus rostros aparezcan en la televisión o en una revista. Algunos terminan de fumar un cigarrillo o conversar en la acerase, muestran sus tarjetas de identificación a los guardias del hotel y suben a las habitaciones. Otros agarrarán las bicicletas que tienen parqueadas en frente y comenzarán su faena como repartidores de comida. Algunos esperarán simplemente a que caiga temprano la noche.
El The Row, que se promociona como un lugar “más Nueva York que Nueva York”, anuncia en su página web que está “cerrado hasta nuevo aviso”, al menos para los turistas. Cuando en 2022 el gobernador de Texas empezó a expulsar de su Estado a los migrantes que llegaban al país en medio de la crisis desatada en la frontera, llegaron a Nueva York semanalmente unas 4.000 personas, a los que la ciudad debía, por ley, ofrecerles al menos una cama donde dormir. El The Row negoció un acuerdo inicial de 40 millones de dólares con la ciudad para acoger a las familias, que llegaban a través de los aeropuertos o en buses a la terminal de Port Authority. Decenas de otros hoteles de Manhattan, normalmente destinados a recibir a los millones de turistas de paso, se vieron entre la espada y la pared por el golpe económico de la pandemia y se convirtieron en albergues. Hasta finales del pasado año, las cifras mostraban que la mayoría de las familias o personas viviendo en albergues eran de origen latino, principalmente venezolanos (35%), luego ecuatorianos (18%) y colombianos (9%).
Ahora, después de casi tres años, las autoridades de Nueva York anuncian el fin de una época que, según el alcalde Eric Adams, ningún funcionario pudo predecir. Un momento en el que el sistema llegó “a su punto de quiebre” y, a falta de hoteles y refugios, hizo pensar a los políticos en alojar a los migrantes en cruceros, iglesias y hasta en gimnasios de la ciudad. Hasta hoy, el Gobierno local ha registrado en su sistema de albergues a 232.000 personas, pero Nueva York parece estar ahora lejos de esos días en que los migrantes llegaban en cantidades inesperadas. Hoy la ciudad tiene bajo su cuidado a un total de 45.000 personas, unas 24.000 menos que el mes anterior. La última promesa del Gobierno de Adams consiste en cerrar 53 albergues antes de junio.
No es algo de lo que los habitantes del The Row parezcan estar enterados, pero que sí se nota unas cuadras más al noroeste, en el The Watson, el hotel de 600 habitaciones que hace un año era una algarabía de niños en el lobby, de padres que entraban y salían y de gente que pedía trabajo en el vecindario. Ahora es un lugar mucho más apagado, al que Luz Marina llegó con una maleta grande a recoger las pertenencias que le quedaban en su antigua habitación, en la que vivió por seis meses con su esposo y dos hijos, desde que vinieran de Venezuela. Su hijo de siete años tiene una tristeza inmensa después de que el 24 de febrero tuvieran que abandonar el hotel.
“Yo tengo a mis niños estudiando aquí cerca y ahora me mandaron a un albergue en Queens”, cuenta Luz Marina, de 21 años, quien todos los días se traslada más de una hora para llegar a la escuela. “Se me hace muy complicado, porque ellos no quieren cambiarse”.
Aunque se siente “triste” de tener que irse de un vecindario que ya conoce, en su nuevo albergue le permiten cocinar, algo que no podía hacer en el The Watson, y hay además una pequeña sala donde recibe visitas. Pero lo que Luz Marina quiere, en realidad, es trabajar y tener documentos para ganarse el dinero. Fue beneficiaria del Estatus de Protección Temporal (TPS) que como venezolana recibió en 2023, pero ahora es una de las 300.000 personas a las que la Administración de Donald Trump les retiró la protección. “Con esta suspensión quedamos todos en el aire”, dice, mientras arrastra su maleta para dejar por fin el The Watson.
Una cruzada anterior a Trump
Doblando a la izquierda del The Watson, una cuadras más abajo y sobre la Décima Avenida, el hotel The Skyline se muestra casi desolado. Un señor llega con un pedido de Domino‘s Pizza, una mujer sale a alcanzarlo y es la señal de que todavía hay gente viviendo dentro. No se ven muchos más inquilinos a las afuera del lugar austero —no tan imponente como el The Row o el The Watson— y de paredes grises, devenido albergue durante la crisis de migrantes en la ciudad, algo de lo que se han quejado no pocas veces los vecinos y dueños de negocios de Hell’s Kitchen. Si hace unos meses siempre había gente congregada en los alrededores del The Skyline, ahora todo es mucho más silencioso. Algunos dicen que las familias migrantes se cuidan de estar expuestas, por temor a que las autoridades del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) puedan aparecer en una de las redadas tan anunciadas por Trump, con las que el alcalde Adams se ha mostrado particularmente colaborativo.
A solo unas cuadras del The Skyline está el Merit, un pequeño hotel donde se niegan a aceptar que hace no mucho fue el albergue de decenas de migrantes. Al parecer, no resulta conveniente que los turistas se imaginen durmiendo en las mismas habitaciones donde antes vivieron familias recién llegadas a Nueva York. El pasado mes de noviembre, el medio local W42St anunció que el Gobierno de la ciudad había finalizado el contrato con este hotel y hoy, apenas cuatro meses después, la recepcionista del lugar asegura que nunca fueron un albergue. Si se le insiste, dirá con un tono sosegado: “Sí, probablemente sí”.
La cruzada del Gobierno neoyorquino contra los albergues y centros de acogida a migrantes no comenzó con la llegada de Trump al poder. Antes de mediados de enero, el alcalde Adams ya anunció el cierre de 25 centros, entre los que están los Centros Humanitarios de Respuesta y Ayuda de Emergencia (HERRC, por sus siglas en inglés) de Randall‘s Island y Floyd Bennett Field. Aunque es un hecho que el terror difundido por la nueva Administración —junto al fin de programas como el de Parole Humanitario o CBP One— han disminuido la llegada de migrantes al país, el flujo ya se había reducido el pasado año tras las medidas tomadas en la frontera por el Gobierno demócrata. Aun así, Adams ha exhibido como “un hito importante” de las autoridades locales el descenso en los números de llegadas de inmigrantes a Nueva York y sus políticas para hacer frente a la crisis, como la de limitar las estancias de los inmigrantes en albergues a un máximo de entre 30 y 60 días.
Lo que es una realidad, y lo prueba el Censo de Albergues para Inmigrantes de la ciudad, es que la cantidad de personas registradas en refugios ha estado disminuyendo desde hace más de siete meses. Ya las llegadas de migrantes no son de miles, sino de 350 personas por semana y, según el Gobierno, el 80% de los migrantes en albergues ya han dado “los siguientes pasos en sus viajes”. El Censo asegura que la Administración no registra esos “siguientes pasos” ni conocen “si han conseguido su propia vivienda”.
Dejando atrás Hell’s Kitchen, y atravesando Times Square se levanta el majestuoso hotel Roosevelt, una construcción de fachadas de estilo renacentista italiano que acapara toda la manzana situada entre las calles 45 y 46 y las avenidas Madison y Vanderbilt. El centenario hotel de 1025 habitaciones, que abrió sus puertas a la crisis en 2023, ha recibido a unos 173.000 migrantes y solicitantes de asilo. Ahora, a punto de anochecer, un hombre está frente a la puerta principal fumándose lentamente un cigarrillo.
Llegó de Colombia hace dos años, pero vive en el Roosevelt desde hace 20 días. Supo que el hotel había salido en las noticias, que es uno de los albergues de migrantes programados para cerrar antes del mes de junio. No le inquieta la decisión, más bien dice que se siente agradecido por la ayuda que hasta ahora le ha dado la ciudad. “A caballo regalado no se le mira el colmillo”, dice mientras suelta una bocanada de humo y asegura que lo que realmente pretende es que le ofrezcan trabajo, que nadie quiere a la larga vivir en un albergue, que lo que necesita es un lugar para ganarse el dinero y rentar un cuarto.
En una de las habitaciones del Roosevelt también viven Paola, su esposo Gleiber y sus dos hijos pequeños. Dentro de poco se les sumará el bebé prematuro que Paola dio a luz hace solo un mes en el Bellevue Hospital Center, pero que permanece ingresado hasta que le den de alta. El Roosevelt se convertirá en la primera casa de su bebé. Hace un año llegaron a Houston, Texas, lugar que dejaron atrás hace dos meses “por la falta de trabajo”. Agarraron una camioneta y manejaron por varios días hasta Nueva York. “Me imaginé que aquí había más posibilidades, pero solo hemos chupado puro frío, no hay trabajo”, asegura Gleiber, de 22 años, quien confiesa que no ha recibido ningún tipo de ayuda u orientación por parte de la ciudad, más allá del alojamiento.
La pareja se acaba de enterar de que en junio el hotel Roosevelt tiene previsto cerrar las puertas. Nadie les había avisado. Tampoco es el lugar en el que quisieran estar mucho más tiempo. Elon Musk dice que se trata de un “hotel de lujo”, pero los pasillos apestan, hay mucha bulla, la comida no es buena, la gente a veces los mira mal. Aun así, agradecen tener un techo. Les parece increíble que nadie se haya acercado para decirles que en unos meses tendrán que irse, pero sí han notado mucha menos gente entrando y saliendo del hotel, y su correspondencia no está llegando al Roosevelt como antes, sino a un centro de El Bronx.
Aunque a las afueras del hotel ya no se ven las filas de migrantes acampando, o ya no funciona el centro de procesamiento donde se ofrecía ayuda a los indocumentados, Liz García, la portavoz del Ayuntamiento, asegura que en el hotel aún permanecen alojados unos 2.852 personas, que tendrán que salir en los próximos meses, según las fechas previstas por la ciudad. Otros espacios también cerrarán para junio: se espera que el refugio de 2.400 camas ubicado en Clinton Hill cierre ese mes, así como un campamento para inmigrantes con 1.300 camas en los terrenos del Centro Psiquiátrico Creedmoor de Queens.
En un comunicado enviado a El PAÍS, las organizaciones Sociedad de Asistencia Legal y Coalición para las Personas sin Hogar se mostraron consternadas por el anuncio del cierre del hotel Roosevelt y el manejo de la crisis de los albergues por parte de la ciudad. “Estamos muy preocupados de que la ciudad no pueda cumplir con sus obligaciones morales y legales de proporcionar un refugio seguro y apropiado para todos los necesitados, especialmente en un momento en el que un número cada vez mayor de neoyorquinos se encuentran sin hogar”, sostienen. “La ciudad debe asegurarse de que nadie se quede a la intemperie por falta de camas”.
Recientemente la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) ordenó suspender más de 80 millones de dólares destinados a costear alojamientos y otros servicios para inmigrantes en Nueva York, luego de que Musk tildó de “ilegal” el haber convertido en refugios algunos hoteles de alta gama. Aunque muchos albergues hoy han cerrado, sobre todo los ubicados en Manhattan, la ciudad todavía debe hacerse cargo de unos 45.000 migrantes o solicitantes de asilo. Aún así, las autoridades ya ven el fin de la crisis que comenzó en 2022 y el Gobierno de Adams lo cuenta como una victoria que les ha ahorrado, según dicen, unos 5.200 millones de dólares.