El aeropuerto internacional de Ciudad de México ha quedado atrapado en medio de sus grandes avenidas. Hace años que la capital mexicana requiere de un aeródromo de mayor capacidad operativa ante su intensa actividad aérea; sin embargo, por cuestiones políticas que son más grandes que las pistas actuales, esa terminal aérea no llegará pronto. Así pues, los capitalinos viven escuchando los rasantes aviones.

No es casualidad que muchos de los ídolos de la música mexicana comenzaran sus largas trayectorias cantando en las calles de la ciudad. Al día de hoy, esa búsqueda de fortuna continúa por los callejones del Centro Histórico, los bares, cantinas o cualquier rincón donde se pueda ganar una moneda.

Quizá el sonido que más sorprende a los visitantes, pero tiene muy acostumbrados a los residentes, es la vieja camioneta que transita como un espíritu que no anuncia su hora o destino, aparece como ánima mexicana recitando su canto que oferta comprar colchones o todo tipo de fierro viejo que venda.

Las construcciones, una constante a lo largo y ancho de la ciudad, son parte de la banda sonora que acompaña a los capitalinos en sus labores diarias. Las máquinas martillando despiertan a los que se quedaron en casa y los gritos de obra llevan de la mano a los transeúntes hasta su trabajo.

El 8 de marzo ha erigido un significado único en Ciudad de México; no solo es el grito desesperado de las mujeres ante la violencia de género que parece interminable en el país, es la demostración de unidad en un solo grito o en muchos sonidos que cada tanto sacuden las principales avenidas de la capital.

Una caja autómata del siglo XVIII proveniente de Europa operada por un músico de uniforme circense aparece cada tantos metros en algunos barrios de la ciudad. Primero era solo en el Centro Histórico, en determinados horarios y en días específicos; hoy, estos músicos uniformados suman más de 800 caminantes cargando a cuestas su caja de ritmos que remontan a un pasado en blanco y negro que se resiste al olvido.

Llegaron a principios del siglo XXI, un sonido extraño que alertaba al transeúnte que podía avanzar y cruzar la calle; una señal de ilusión que hacía evidente la exclusión. Los peatones desconcertados se preguntaban qué sonido era ese y para qué lo requerían los cruces. Ahora miraban a su alrededor a los que no pueden ver.

Quizá la estampa más famosa de la capital mexicana sean las interminables filas de vehículos en el medio de un caos total que inundan sus avenidas. A diario, cientos de miles de automovilistas sortean las distancias de norte a sur.

La ciudad está invadida por los tradicionales mercados y vendedores ambulantes. Una serie de comercios móviles que llevan hasta el consumidor todo tipo de enseres: cortauñas, memorias con toda la colección musical de su banda favorita, paraguas mágicos de 70 varos y bolsas ecológicas de 10.

Debajo de la capital existe una ciudad subterránea habitada por una serpiente de acero que permite la movilidad de millones de personas. Por las entrañas de la capital circula un metro sin comparaciones a otros tantos sistemas similares en el mundo, un metro que lo enfrenta todo, lo puede todo.