En el mes más oscuro, aterrizamos en el norte en busca de los ciudadanos más afortunados del planeta. ¿Por qué es este el país más feliz del mundo? Este es un viaje para conocer la respuesta.
Viajamos al lugar que inventó la sauna para descubrir por qué es el país más feliz del mundo, según Naciones Unidas, por segundo año consecutivo.
Aterrizo en Helsinki. Al intentar pagar el tren al centro, se me clava el frío del andén. Olvidé mi vida —carné, móvil, billetera— en el baño de llegadas del aeropuerto. No puedo volver a entrar. Corro a un mostrador. Una empleada me escucha, inmune a mi cara de terror. Telefonea. Espero. Vuelve a telefonear. Nada. Me manda a otra ventanilla. Allí, la mujer, impasible, hurga bajo la repisa y pregunta: “¿Ana?”. Levanta el DNI. El teléfono. La cartera. En Finlandia dejas tu identidad en el váter y te la devuelven. Una revista abandonó 12 carteras en 16 ciudades. Helsinki resultó ser la más honrada del mundo. Aparecieron 11; en Madrid, 2. Al llegar al país plusmarquista en tantas cosas —el más libre y estable del mundo y el que más contribuye al bienestar de la humanidad— me toca experimentar precisamente este récord. Casi lloro de alivio. Ya puedo ponerme a buscar el secreto de la felicidad finlandesa.
-¿Os acordáis de aquellos turistas españoles?
Entre el vapor y la oscuridad de la sauna apenas se distinguen los rostros de una decena de hombres y mujeres. Salvo Ana, una joven mexicana que acompaña a Riikka, la tía abuela de su hijo, son todos de mediana edad. Riikka cuenta que el ritual de sauna y baño en el mar le hace sobrellevar la larguísima época de oscuridad. A Outi, una jovial médica en la cincuentena, le relaja. Un señor revela que conoció aquí a la sonriente mujer que se sienta a su lado. ¿De qué suelen conversar? “Del tiempo. O de recetas de cocina”, dice Outi. Lleva 19 años viniendo aquí, pero no conoce el apellido de los otros socios. Ni su profesión. “Existe una regla. No se habla ni de trabajo ni de política”. Buen lugar para saborear esta igualitaria sociedad.
Sudar en un cuarto de madera es el gran pasatiempo (e invento) finlandés. Hay 2,3 millones de saunas en este extenso país encastrado entre Rusia y Suecia con 5,5 millones de habitantes. Casi una por cada dos ciudadanos. En esa habitación caldeada nacían los niños y se despedía a los muertos. Se antoja un símbolo de ese núcleo resistente, tremendamente práctico, de una nación sometida a adversidades de todo tipo —climáticas, económicas, bélicas— y que ha viajado a velocidad supersónica desde la penuria de una sociedad rural hasta la cumbre del desarrollo humano.
Un bañista descansa en un club de natación de invierno en el centro de Helsinki tras sumergirse en el mar Báltico. El camino hacia el agua está cubierto de una alfombra calefactada para evitar el hielo.
La sauna de un club de natación de invierno en el centro de la capital finlandesa.
La nieve alivia la oscuridad en Helsinki.
En este club de Helsinki —un par de sencillas cabañas junto a un embarcadero—, mujeres en el trance de desvestirse para correr hacia el mar azotadas por el aguacero preguntan: “Pensarás que estamos locos, ¿no?”. ¿Y contentos? Finlandia es oficialmente el país más feliz del mundo por segundo año consecutivo, según un informe de Naciones Unidas. Una señora entra en el vestuario con una diminuta toalla por toda indumentaria y responde: “Sí, los finlandeses. Felices y desnudos, eso es lo que dicen, ¿no?”.
Y lo que dice el ex primer ministro Antti Rinne es: “En nuestra sociedad hay equidad, el Estado de bienestar significa que cada persona posee el mismo derecho a la educación y a las prestaciones sociales. Es además un país seguro para todos. Creo que debido a esas dos cosas somos tan felices”.
Si lanzas la pregunta a quienquiera que encuentres, arqueará las cejas. Probablemente ironice sobre la inclemente penumbra (poco más de seis horas de luz) que nos rodea: “¡Bienvenida a Finlandia en noviembre!”, dirá con media sonrisa. Después responderá que más bien se siente satisfecho con su vida. Citará la educación con toda seguridad. El Estado de bienestar. La igualdad. La confianza en los otros. Su creencia de que todo funciona. Algo así se refleja en el Informe sobre la felicidad en el mundo. No son los reservados finlandeses, modestos con sus logros, los que expresan más emociones alegres. Pero sobresalen en constatar la escasa corrupción, la gran libertad de la que disponen para tomar decisiones sobre su vida, y que, en caso de necesidad, siempre pueden contar con alguien.
61 años, diseñadora gráfica
De octubre a abril, combina la sauna con sumergirse en el mar Báltico. “Me hace sentir bien tanto física como psíquicamente. Después de ir al sauna (80 grados) y nadar en el mar congelado (ahora mismo –1 Cº) me siento valiente, limpia, fresca y serena. Todo lo demás se olvida. El sentido del tacto, todo el cuerpo se sensibiliza. La circulación de la sangre se acelera y me calienta. Me siento calmada, contenta y despierta”. Mientras se viste junto a la joven mexicana Ana Coudurier, la madre de su sobrino nieto, tan pletórica como ella, asegura: “Me ayuda a pasar los inviernos”. Ana, por su parte, relata que su mala circulación ha mejorado con esta práctica. Riika bromea sobre la felicidad de sus compatriotas: “Quizá se les haya entrevistado justo después de salir del sauna y el avanto (natación de invierno)...” Pero sin duda cree que su afición tiene que ver con la dicha finlandesa.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
El origen es un Estado democrático establecido en una Constitución de gran calado tras finalizar la sangrienta guerra civil de 1918, considera el profesor de Historia del Derecho Jukka Kekkonen. Un momento para la reconciliación del joven país, que había conseguido la independencia de Rusia en 1917. A partir de ahí, lo que hace a Finlandia única es “la comprensión del significado de las coaliciones políticas, el consenso y los compromisos en los grandes temas, además de la justicia e igualdad”. Esas amplias alianzas de fuerzas moderadas han sido fundamentales, cree, en la construcción de una sociedad no exenta de desafíos como guerras y escollos económicos: el colapso de la Unión Soviética, coincidente con una gran crisis en los noventa; la caída del gigante tecnológico Nokia y la Gran Recesión.
Cuando se hizo este reportaje, a finales de noviembre, Rinne era el primer gobernante socialdemócrata en 20 años, al frente de un Ejecutivo de coalición de centro izquierda. Había vencido por la mínima al ultra y xenófobo Partido de los Finlandeses, aupado como su propia formación por el descontento creado por la brecha social y los recortes del Ejecutivo anterior. Rinne cayó el 3 de diciembre, acusado de mentir en sede parlamentaria sobre la huelga del servicio postal.
Su dimisión provocó un nuevo récord nacional. La sucesora, Sanna Marin, se convirtió, a los 34 años, en la primera ministra más joven del mundo, en medio de una situación insólita: los cinco partidos del Gobierno están liderados por mujeres, cuatro de ellas menores de 35. Una marca que se entiende mejor con un dato. Las finlandesas fueron las primeras del mundo en poder votar y presentarse a las elecciones, en 1907. Su presencia laboral es altísima, con una tasa de empleo superior al 70%, ligeramente inferior a la masculina.
Finlandia, una economía muy industrializada (con amplio músculo en electrónica) y basada en el sector servicios, es una de las más generosas de la OCDE en protección social. Gasta el 30,9% de su PIB, con una renta per capita (42.340 euros) inferior al resto de los países nórdicos. Ese paraguas de seguridad, que no se desplegó totalmente hasta los sesenta del pasado siglo, cubre ahora a Edvin, un plácido bebé en brazos de su padre en el consultorio del centro de salud. Algo no va bien. La médica le acerca un aparato que zumba a la oreja izquierda. Ni se inmuta. Toca la revisión de los ocho meses. La sanidad pública finlandesa está tensionada por el ritmo récord de envejecimiento (se ha colocado en 10 años casi a la cabeza de la UE, con el 21% de mayores de 65 años) y la baja natalidad. El Ejecutivo pretende enmendar los recortes del Gobierno conservador anterior —que cayó al pretender privatizar en parte la sanidad y recentralizarla— a base de inyectar dinero, subiendo impuestos y generando más empleo.
Durante media hora la médica, una enfermera y una estudiante pesan, miden y auscultan a Edvin. Escuchan y hablan. “Tiene una infección en el oído. Le han prescrito antibióticos”, cuenta el padre, Juhana Tuunanen, diplomático de 37 años, frente a un café al regresar a casa. Es un apartamento con una habitación —y sauna, claro— en una zona acomodada de Helsinki. Llueve, pero deja a su hijo en el balcón. “Así duerme mejor la siesta”.
37 años, diplomático
Disfruta mucho de estar en casa cuidando de su hijo Edvin, un bebé con la cara curtida por la intemperie a punto de cumplir ocho meses. Solo uno de cada cuatro padres se beneficia completamente de la baja paternal, de nueve semanas o de la denominada “parental”, en la que uno de los dos cónyuges asume un permiso pagado de seis meses más. “En algunas partes de la sociedad se ve que criar a los hijos es una tarea de las madres”, lamenta este padre dedicado, que también cocina y se encarga de la limpieza, “y en ciertos sectores es difícil para los padres quedarse en casa”. Sobre la dicha en la que Finlandia destaca reflexiona: “En invierno cuando voy en bici a trabajo me pregunto cómo puedo ser feliz cuando no he visto el sol en dos meses y no para de llover. Tiene que ver con que el sistema funciona y nos da la posibilidad de ser felices”.
Hay fotos de Juhana con su esposa y su otra hija, de siete años, en la estantería del salón. Sobre todos se vierte la protección del Estado finlandés. El recuento de beneficios parece infinito: por Edvin recibirán 105 euros al mes hasta que cumpla 17 años. Cuando nació percibieron 170, el equivalente de lo que cuesta la famosa caja de cartón que el Estado envía en cada nacimiento, con ropa y alimentos para los dos primeros meses. Ya disfrutaban de la de su hermana. La madre ha tenido cuatro meses de baja; él, nueve semanas. Ambos se pueden repartir seis meses más. Por eso él cuida del bebé, cocina y limpia. La niña ha asistido a una escuela infantil asequible (“cuesta entre 50 y 300 euros, dependiendo de los ingresos familiares”, dice él) y a los cinco años ha comenzado la educación preescolar gratuita que ofrece la capital. “Tener hijos no significa un cambio dramático”, dice. Influye que tanto su esposa como él trabajan no más de ocho horas diarias, algo habitual en Finlandia.
Edvin ha despertado. Su foco de atención es el micrófono que registra las palabras del padre. “Bueno, los servicios públicos no salen de una caja mágica, tenemos que pagar una cantidad bastante alta de impuestos, yo estoy muy contento de pagarlos”, dice, repitiendo algo que te vas acostumbrando a escuchar, “los recibo luego en servicios que para mí son muy importantes”. La presión fiscal finlandesa es del 42,2% sobre el PIB, inferior al resto de los países escandinavos salvo Noruega. En España supone un 34,4%.
En la sauna, siguen con la historia de los españoles:
—Teníamos un agujero en el hielo para bañarnos. Se acercaron a mirar, tanto, que el hielo se rompió y cayeron al agua.
Acabaron metidos aquí, en este refugio asediado por la furia del chaparrón, mientras su ropa se secaba.
La hija de siete años de Juhana ha empezado ya el colegio. Educación se escribe aquí con mayúsculas. Pública y gratuita hasta el doctorado, es una de las mejores del mundo. Hanna, Evii, Harris y Aarhun guían con cierta condescendencia la visita en el colegio Pukinmäenkaari, al norte de Helsinki. Aarhun ya ha cumplido los 16 años. Alto, moreno, se expresa en un inglés rico. Su familia se ha mudado desde Azerbaiyán: “Este colegio es mucho más divertido”, explica. “Los profesores te apoyan. Te dan las calificaciones que mereces, no te aprueban por llevar regalos al maestro o hacerle la pelota. Tenemos más recreos y más largos y puedes hacer un montón de cosas con tus amigos”. Lo que se ve en el paseo son aulas sin libros y con ordenadores, algunas con cojines en forma de cono por todo mobiliario y un ala con pequeños con graves discapacidades, permanentemente encamados o en sofisticadas sillas de ruedas, siempre con un profesor junto a cada uno de ellos.
Estudiantes del colegio Pukinmäenkaari,en una de las aulas.
El socialdemócrata Antti Rinne, fotografiado como primer ministro en sus oficinas. Días después de la entrevista, dimitió.
La ministra de Educación, Li Andersson, de 32 años, también líder de la Alianza de la Izquierda, uno de los cinco partidos del Gobierno. Todos ellos están dirigidos por mujeres, la mayoría, menores de 35.
Escolares en el colegio Pukinmäenkaari, en el norte de Helsinki.
Lo que no se ve es que todos los maestros tienen un máster en la materia que enseñan y que ejercen una de las profesiones más deseadas, que hay un plan contra el acoso copiado en todo el mundo, que los horarios son cortos, que se trabaja por proyectos y que los 960 alumnos apenas se llevan deberes a casa. Buen lugar para evocar al profesor Pasi Sahlberg, experto en el sistema educativo del país: “Finlandia parece haber encontrado un equilibrio dorado entre presión y libertad para que sus alumnos consigan buenos resultados”. Todo ello, dice, es el resultado de medio siglo de evolución social en el que se prima la colaboración entre escuelas y la educación individualizada. ¿Es este excelente sistema una de las razones de la dicha de sus compatriotas? “Absolutamente”, responde. La joven ministra de Educación y Cultura, Li Andersson, también asiente: “Da igual que hablemos de empleo, felicidad, igualdad, creatividad o crecimiento. Todas esas cosas tienen su origen en lo bien que funciona el sistema educativo: eso, y el conocimiento, otorga a la gente herramientas para enfrentarse a lo que tenemos alrededor”.
Precisamente la gran baza del Ejecutivo para el crecimiento económico pasa por la educación, zarandeada por los recortes, a la que planea inyectar 2.000 millones de euros en cuatro años, y lo más importante: “En 2022 todos los alumnos han de estudiar secundaria (desde los 16 años) obligatoriamente”, anuncia, rotundo el ex primer ministro Rinne. Es fácil de entender, dice. A más cualificación, más empleo.
— Suelta el aire. Espira mientras bajas. Así. Tranquila.
La monitora de natación de invierno Päivi Pälvimäki hace equilibrios sobre el hielo que tamiza el muelle mientras da instrucciones. Verla en bañador y tocada con gorro de lana resultaría gracioso si tu cabeza no estuviese ocupada en sobrevivir. Miles de agujas se clavan en las piernas. Es importante acordarse de respirar con el agua a cuatro grados.
45 años, monitora de natación de invierno
Dejó su carrera en arte y teatro por estar en la naturaleza, junto al agua. Trabaja en los parques nacionales finlandeses. “Estoy satisfecha con mi vida”, dice después de una sesión de baños a cuatro grados, combinados con sauna en el parque Nacional de Nuuksio, “y tambièn con los estándares que tenemos en este país. He vivido fuera y puedo comparar. La naturaleza se nos acerca continuamente. El Estado de bienestar te da oportunidades y es una gran base para ser feliz”. Sumergirse en agua helada, algo que practican regularmente 150.000 finlandeses, “rebaja la tensión arterial”, asegura, “mejora el sueño y genera una inyección de hormonas del bienestar”.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
Una luz mortecina descubre los abetos que abrazan la laguna. Amanece en el descomunal escenario del parque nacional de Nuuksio, a solo media hora de Helsinki. El bosque, cuajado de lagos, es la esencia de Finlandia. El mayor recurso natural, bandera de exportaciones y ese lugar al que siempre se vuelve. Ocupa casi tres cuartas partes del país. La mitad de sus ciudadanos dicen que lo que más les gusta es hacer ejercicio en la naturaleza, como a Päivi. “Nadar en invierno me dispara la energía, es una experiencia extrema, una especie de meditación”. Para la periodista Katja Pantzar, hundirse en agua helada es un símbolo de sisu, un término finés que describe una fortaleza casi sobrehumana y que está en su ADN. La que repelió a –40 grados al equipadísimo y superior Ejército soviético en 1939, o la que mostró Lasse Virén tras caer en los 10.000 metros en Múnich 72, levantarse y vencer batiendo un récord mundial.
Nos refugiamos, solas, en la sauna de una cabina. Es fácil imaginarse en una de esas cabañas de vacaciones a las que todo el mundo se escapa. Hay una por cada 2,5 edificios de viviendas. “Nos gusta la vida simple y contemplar lo que pasa en las diferentes estaciones”, dice.
56 años, ingeniera e investigadora
Estudió ingeniería forestal, pero se decantó por el diseño de los espacios verdes en las ciudades, algo en lo que la capital finlandesa es pionera. Dirige un equipo en el Instituto de Recursos Naturales de Finlandia que estudia el impacto de la naturaleza sobre la salud. “Con tan solo 15 minutos en el bosque ya hay señales fisiológicas que indican que se rebaja es estrés. Si se permanece más tiempo, crecen las emociones positivas”, dice en los alrededores del parque Nacional de Nuuksio en una mañana en que la helada dificulta el paseo, “Los finlandeses se sienten en casa cuando están en el bosque, por eso hay tantas cabañas de vacaciones. Son directos, honestos y muy prácticos”
Finlandia tiene además el aire de mejor calidad del mundo y ciudades atravesadas de verde. Un buen sitio para Liisa Tyrväinen, que investiga el efecto de los bosques sobre la salud. “Basta una visita de un cuarto de hora para rebajar los marcadores de estrés”, comenta. Supervisa un proyecto con un bosque terapéutico dentro de un hospital. “Este país es único en su relación con la naturaleza. El 96% de sus ciudadanos la visita”, dice. “Y está demostrado que cuando estás en contacto con ella te comprometes con la sostenibilidad”. En los últimos comicios la mayor preocupación de los electores fue el cambio climático. Finlandia quiere ser neutra en carbono en 2035, un objetivo más ambicioso que el europeo. El plan incluye rebajar combustibles fósiles, producir energía solar y eólica, y electrificar calefacción y transporte.
Un parque de Helsinki al amanecer.
Platos del restaurante Gron, especializado en “comida salvaje”, elaborada con bayas, setas y otras plantas silvestres.
Sauna en una cabina junto a un lago en el Parque Nacional de Nuuksio, cerca de Helsinki.
La ley permite adentrarse y acampar en cualquier arboleda privada. Y recoger setas o frutos rojos. Hay restaurantes de “comida salvaje” que ofrecen platos con bayas, hongos y plantas silvestres. Uno de ellos es Gron, un diminuto local de Helsinki que expone su estrella Michelin en el retrete. “Recogemos 800 kilos de vegetales que preservamos”, informa con aire solemne el camarero al servir un menú en el que la cebolla se combina con flores de ajo, y el postre está elaborado con estambre de pino y brotes de abeto.
Päivi nada en el silencio del alba. Al emerger parece otra. La visitante entiende por qué. Hundirse en agua helada y brillar, metáfora de Finlandia
— Dicen que lo único que falta en Kauniainen es un campo de golf porque no cabe.
Lo cuenta Christoffer Masar, alcalde de esta ciudad de 9.700 habitantes y solo seis kilómetros cuadrados, al volante de su coche. La lluvia desdibuja las luces del atasco de las cuatro de la tarde. Ya es de noche. La mayoría de los vecinos trabajan en Helsinki, que está a 15 kilómetros, o en la vecina Espoo. En Kauniainen no habrá campo de golf, pero hasta tiene una escalera que no lleva a ningún sitio porque solo se construyó para hacer ejercicio.
38 años, alcalde de Kauniainen
Abogado y funcionario público, responde tanto ante los políticos (de centro derecha) elegidos para el Ayuntamiento de la ciudad más feliz de Finlandia como ante sus convecinos, que pueden hablar por teléfono con él con normalidad. Las largas horas de trabajo le impiden ver a su hijo recién nacido. “Más que felices, estamos satisfechos”, asegura el gestor, “tenemos educación gratuita, sanidad prácticamente gratis, has de pagar muchos impuestos pero la mayoría de las cosas funcionan, “aquí todos creen que forman parte de la sociedad y que nadie se queda atrás”. El Estado del bienestar es el factor más importante para la felicidad, asegura, “pero es probablemente un producto de nuestra historia y de una naturaleza que no perdona. Finlandia es durante una gran parte del año un lugar frío y oscuro, así que un prerrequisito para sobrevivir y prosperar es trabajar juntos. Sin más recursos que los bosques, el agua limpia y el espacio, tenemos que invertir en la gente, a través de la educación y la sanidad”.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
Si Finlandia es el país más feliz del mundo, este puñado de casas dispersas entre los árboles, indistinguibles casi en la eterna oscuridad de noviembre, es la comunidad más dichosa, según una encuesta de 2017. ¿La razón? “Es una comunidad de vecinos ricos, muy formados, eso es importante”, explica el puntilloso regidor, de 38 años. Es un funcionario, como todos los alcaldes finlandeses, a las órdenes de los políticos electos. Para saber más porqués sobre esta felicidad hay que enterrarse. Literalmente.
Los miembros de un club de esquí entrenan en un rockódromo subterráneo en Kauniainen. Las agrupaciones deportivas son financiadas en parte por el Ayuntamiento.
Una patinadora se ejercita en la pista de hielo de Kaunianen.
Integrantes de un club de gimnasia entrenan en las instalaciones de un búnker de protección civil en la ciudad de Kauniainen. Sus habitantes se declaran los más satisfechos dentro de todos los municipios de Finlandia.
Un partido de balonmano en Kauniainen, La cancha está construida dentro de un refugio de protección civil, obligatorio en todo el país. Se pueden utilizar para diferentes actividades pero deben acondicionarse en 72 horas para acoger a la población.
Un portón franquea la entrada a un búnker excavado en una colina. Ahí empieza la vida. Hay chiquillos a la carrera por un túnel que parece no tener fin; balonmano juvenil en una cancha cubierta por roca; acrobacias de gimnastas adolescentes y la excitación de trepar por un rocódromo subterráneo. Los primeros refugios civiles se construyeron en 1938, antes de la guerra contra la vecina Unión Soviética. Desde los años cincuenta las ciudades y edificios poseen refugios antibélicos. Hay 45.000 en todo el país, un hormiguero de pistas deportivas, aparcamientos o trasteros que en 72 horas deben ser habilitados para acoger a la población. Kauniainen alberga 100 clubes y asociaciones de todo tipo, financiados en parte por el Ayuntamiento. Muchos de ellos entrenan en estas curiosas instalaciones.
El municipio gasta alrededor de 300 euros al año por habitante en actividades deportivas, el triple que la media de otros Ayuntamientos. También invierte el triple en educación de adultos y más que otros en educación infantil. Y eso que los impuestos municipales son los más bajos del país. Pero tener un grueso de contribuyentes ricos implica recaudar mucho.
La trepidante actividad intramuros se repite en las tres plantas del centro de educación de adultos, que recibe a 4.000 estudiantes al año. Atte Saari, 80 años, grande, compacto, sale de clase de estonio. Dice que le da pereza pedalear los 100 kilómetros diarios que solía y solo sale a caminar. “No tengo nada de lo que quejarme”. Paga una tercera parte del coste de la clase. El resto lo sufraga el Gobierno (24%) y el Ayuntamiento (43%), explica satisfecho el director de la escuela, Roger Renman. Se puede estudiar casi cualquier cosa, incluso sugerirlo.
Dos mujeres jóvenes, vestidas de blanco, se disponen a entrar en la clase de yoga kundalini al tiempo que Lars Chvister Johans, un espigado consultor retirado de 76 años, y Tarja Liljavista, de 63, terapeuta de una residencia de mayores, salen de ¡gimnasia de la parte superior del cuerpo! ¿Son felices? “Este es el sitio en el que, cuando tienes un problema y llamas al Ayuntamiento, te pasan con la persona que te lo soluciona”, dice él, “hasta te ponen con el alcalde. Todo funciona”. Ella pondera los colegios y la naturaleza. Él habla de los impuestos: “Me dan mucho por lo que pago”.
Es viernes por la tarde y un neón gigante color rojo ilumina con cinco letras — sauna— a cuatro hombres semidesnudos sentados en fila en un repecho de la calle. Componen la estampa de la dicha, acogedores e inmunes al brío de la nevisca. “Estuve dos días sin dormir por un encuentro de programadores”, relata Claudio, un joven italiano de ancha osamenta, temblando un poco, “y aguanté porque vine a la sauna”. Su veterano colega finlandés —trabajan juntos en una empresa de software (el tecnológico es un gran sector en el país en el que nacieron los Angry Birds)— enuncia, divertido: “Se dice que si algo no se cura con sauna o alcohol, seguro que es mortal”. Carlos cruza los brazos sobre sus tatuajes y apura un cigarro con la sonrisa de fin de semana. Nació en El Salvador y es profesor. En la penumbra caliente se habla. Incluso hay un Día de la Sauna: “Vas a un sitio con gente que nunca habías visto, te desnudas y sudáis juntos”, se ríe Jaakko Blomberg, el inventor de la celebración, en la que las saunas privadas se abren a todos. Allí, dice, se ataja esa proverbial dificultad finlandesa de hablar con desconocidos. Y la fiesta, asegura, entronca con una divertida tradición: “Jugar en campos de fútbol embarrados, acarrear a las esposas o el lanzamiento de Nokias [la emblemática marca finlandesa de móviles, cuya abrupta caída lastró la economía nacional]”. Es un hombre alto que se mueve en bicicleta y tiene un aire de adolescente eterno. Ha organizado el Cleaning Day, en el que todo el mundo está invitado a vender lo que no usa, y también exposiciones de arte en casas. “En otro sitio esto sería un problema, aquí no. La gente confía en los demás”.
36 años, activista urbano
Está detrás de iniciativas como el Día de la Sauna, en el que las saunas privadas se abren. He hecho lo mismo con las casas de sus compatriotas, que reciben visitantes para ver exposiciones u obras de teatro. “La confianza es algo muy importante aquí, la gente confía en los otros y en lo que dicen. Eso te ayuda a hacer muchas cosas, como las muestras en los hogares, abren sus salones a centenares de personas. Eso no ha sido un problema, en muchos países sí lo hubiera sido”. Cree que sus compatriotas son pragmáticos. “Hacen más que hablan”. Con uno de sus muchos proyectos ha conseguido que 50 artistas hayan decorado los muros de hormigón de su barrio de Helsinki, Pasila, construido en los años 70.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
Kotiharjun, a cuyas puertas están sentados los cuatro hombres, es una de las pocas saunas públicas de leña que quedan en Helsinki. Abrió en 1929, cuando este barrio hoy bohemio, Kallio, era un enclave obrero y el baño de vapor el lugar para lavarse. Allí nació hace 63 años Martti, ojos azules permanentemente aguados. Huidizos. Al abrir la puerta de su casa, sorprende tanto el olor a tabaco como la pulcritud del humilde espacio cuadrado, con una cama sencilla, una colección de botellas vacías y cosas importantes colgadas en la pared. Un recorte de periódico en que se ve la iglesia en la que se casaron sus padres. Dos casetas de madera unidas. Como aquellas en las que pescaba en una isla cuando era un niño.
—Esto no es una habitación. Esto es una casa, la mejor que he tenido.
Lo que dice parece no enjugarle el gesto amargo, el ladeo esquivo de la cabeza. Vivía en casa de su tía y tuvo que irse cuando murió. Recorrió los albergues de Helsinki trasegando alcohol. En otro lugar del mundo seguramente estaría muerto.
No en Finlandia, el único país de la Unión Europea que proporciona una casa a quien no la tiene como primer escalón para recuperar su vida brindándole además apoyo con el engranaje público de asistencia. El sistema Housing First (la casa primero), adoptado como estrategia nacional, ha conseguido reducir en un 35% el número de personas sin hogar entre 2008 y 2013. De 18.000 en 1987 a 5.500 ahora.
Así, mientras en los países del entorno crece el número de esos otros Marttis, despeñados en la periferia del sistema, el castigado electricista ya incapacitado para trabajar habita desde hace tres años en este apartamento y pergeña test para el periódico de la asociación Vva Ry, que gestiona la casa. En el mismo edificio de ladrillo y cristal, 28 viviendas iguales a esta acogen a hombres solos, mayores. Pagan 900 euros al mes. Siempre hay un asistente social de guardia. Los ayudan en lo que necesiten.
En el descansillo, un hombre de rostro enrojecido se tambalea y grita. Acaba de llegar de la calle, amarrado a una lata de cerveza. Es uno de los residentes. El alcoholismo está en descenso en Finlandia, pero entre los hombres dobla la media europea. Pese a las duras estrategias nacionales —beber es más caro aquí que en ningún país de la UE—, la mitad de los finlandeses varones (44,7%) declara que consumió alcohol en grandes cantidades al menos una vez en el último mes. Tampoco perderá la casa el vociferante por su estado.
Uno de los inventores del sistema finlandés es Juha Kaakinen, consejero delegado de la ONG Fundación Y, el principal casero de esta red, que compra casas para alquilar barato con el dinero que gana el Estado con los juegos de azar. “Si Housing First fuese un fármaco”, afirma, “tendría que ser prescrito como el tratamiento básico para esta enfermedad llamada sinhogarismo”. Una receta que ha necesitado más viviendas públicas, reconvertir los albergues en complejos de apartamentos y no dejar a nadie solo. Una fórmula magistral que pretende hacer desaparecer la dolencia en 2027. Este sistema es ético, dice, y hasta ventajoso. “El ahorro anual por persona es de al menos 15.000 euros”, asegura, “porque se utilizan menos los servicios sociales, de emergencia, la policía o la justicia”.
65 años, director de Y Foundation, principal casero del sistema Housing First
Licenciado en Literatura, trabajaba en una compañía pública financiada por los ayuntamientos cuando se convirtió en el secretario del comité de sabios que Finlandia convocó para solucionar el problema de las personas sin hogar. Previamente había trabajado con indigentes en Helsinki durante 10 años. “Vimos que en los albergues la gente volvía una y otra vez, no dejaban de ser sin techo”, asegura Kaakinen en la sede central de la fundación, el principal casero del sistema, con 6.000 viviendas para personas sin hogar alquiladas en colaboración con otras instituciones, que también se encargan dar apoyo. Cuatro de cada cinco personas han conseguido mantener su casa. ¿En qué consiste la manera finlandesa? “Somos prácticos, nos gusta resolver los problemas. Si algo no funciona, buscamos otra solución”. La felicidad, dice, es algo muy subjetivo, “pero hay cuatro elementos básicos: la gente (seres queridos, familia, amigos), trabajo y aficiones, naturaleza y Estado de bienestar”.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
¿Es este medicamento prescribible a sociedades distintas y más pobladas? “Por supuesto”, responde, “pero has de tener al Gobierno, Ayuntamientos y ONG trabajando con el mismo objetivo y aportando fondos. Y luego necesitas casas, claro”.
Por extensión, y llegamos a una cuestión recurrente, ¿es aplicable el Estado de bienestar finlandés a otros países? “Los Estados de bienestar son conjuntos complejos donde se combinan políticas, regulaciones, prestaciones y servicios en ámbitos diferentes (relaciones laborales, sanidad, vejez). Por tanto, no se pueden exportar como exportamos el aceite de oliva desde España”, explica el profesor de Economía de la Universidad de León Luis Buendía, autor del libro ¿Es exportable el modelo nórdico? Igual que no construyes una democracia, dice, solo con convocar elecciones. Has de instaurar libertades y separación de poderes. Pero cree el docente que sí se puede aprender y mucho.
En esta página, tres usuarios de la sauna de leña Kotiharjun se refrescan bajo la nevada en el barrio bohemio de Kallio, en Helsinki.
Martti, uno de los residentes del programa Housing First, en su casa de la capital finlandesa.
La asunción de que los Estados de bienestar solo son viables en países poco habitados no es correcta: “No es cuestión de la cantidad de población. Es la voluntad de comprometerse, de que funcionen bien las instituciones y sobre todo la igualdad de oportunidades para todos los niños”, dice el profesor finlandés Jukka Kekkonen. “Suecia tiene aproximadamente los mismos habitantes que Grecia o Portugal. Los Estados de bienestar de estos son muy diferentes, parecidos al español, que tiene mucha más población”, lanza Buendía. “Lo que apunta a una historia compartida: los tres vivieron dictaduras con represión de los movimientos obreros y de izquierda cuando el resto de Europa consolidaba y extendía sus Estados de bienestar”.
Si dices que viajarás a Finlandia es común oír una frase similar a esta:
—No serán tan felices si son los que más se suicidan, ¿no?
Los finlandeses tienen una tasa de suicidios tres puntos superior a la media europea (14 por cada 100.000 habitantes) y es tremenda entre los hombres, pero la han reducido a la mitad desde 1990. El catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Helsinki, Erkki T. Isometsä, explica cómo: “Fuimos el primer país del mundo en elaborar un plan de prevención, se investigaron todos los suicidios durante un año y luego se impulsó la disponibilidad y calidad del tratamiento de las enfermedades mentales”. Otra demostración de la pericia finlandesa: una web, Mental Health Hub, ofrece orientación y tratamientos virtuales en todo el país.
No hay que invocar como origen de los suicidios la climatología extrema, dicen los expertos, ya que hay más en este país que en el resto de los nórdicos. Las causas, complejas siempre, tendrían más que ver con el alcoholismo, la traumática emigración a la ciudad y la gran cantidad de armas de caza.
58 años, escritor
”Utilizamos la música clásica, el teatro y la literatura para construir nuestra identidad como país, así que la alta cultura siempre ha tenido mucho peso en Finlandia y creo que la sigue teniendo”, asegura el autor finlandés más prestigioso en lengua sueca (que habla el 5% de la población). Acaba de salir del ensayo de una de sus obras en el Teatro Nacional. Multipremiado, sus novelas tienen como telón de fondo Helsinki. Y en la época de entreguerras, en el caso de las dos obras traducidas al español, Espejismo 38 y Por donde caminamos. Su fascinación por los escritores latinoamericanos le llevó a estudiar este idioma a los 35 años. Toca la guitarra en dos grupos de rock que hacen versiones. “La diferencia entre los muy ricos y la clase media y los pobres en Finlandia es en mi opinión demasiado grande”, observa, “pero es mucho menos que en muchos otros países”.
“Este es un país bastante brutal”. Kjell Westö pronuncia estas palabras en el Teatro Nacional, donde se ensaya la adaptación de una de sus novelas. “Hubo cuatro guerras en 27 años en un país con tan pocos habitantes. Eso ha dejado sus marcas en varias generaciones de hombres. Cuando yo era niño, todos éramos hijos o nietos de soldados y eso trae consigo una cierta dureza en la vida y en las actitudes. Esta ha sido una parte oscura de nuestra sociedad, pero por otro lado hay solidaridad, un sentido de que todos somos bastante iguales”. Cree que tiene que ver con un pasado rural y pobre, sin apenas aristocracia, “que nos ha hecho igualitarios en nuestras actitudes”. Westö aprendió español a los 35 años para leer a Cortázar, Borges y Sábato. Después escuchó obsesivamente a Sabina. “Hablo mucho”, ríe, “y aquí se sospecha de quienes hablan mucho”.
Guardar silencio no extraña en este país en el que se hace más que se habla, pero cuyos ciudadanos son los europeos que más confían unos en otros y en sus instituciones. Aguardan el tranvía o el autobús muy separados entre sí (hasta hay un emoji alusivo), celosos de su espacio personal. Y en los trenes, buscan la mayor soledad posible.
Un hombre sentado en el Cielo de los Libros de la biblioteca pública Oodi, en Helsinki.
El Cielo de los Libros en la nueva biblioteca pública Oodi, en Helsinki. En el mismo espacio diáfano se realizan presentaciones de libros, hay lugares para juego y lectura de los más pequeños y hasta un café.
La icónica estación de tren art nouveau de Helsinki.
Exterior de Oodi, la biblioteca central de Helsinki.
La sauna pública Löyly es una de las nuevas señas de identidad de Helsinki. Está recubierta en madera y construida a la orilla del mar.
Niklas Mahlberg parece un capitán en el puente de una nave inabarcable. A sus pies, niños que gatean, mesas de café, siluetas encorvadas sobre portátiles, variopintos grupos en conversación y estanterías blancas repletas de libros. Observa el panorama como quien mira a su hijo jugar. “Esto es el gran cuarto de estar de la ciudad”. Mahlberg, de la firma ALA, es uno de los arquitectos de Oodi, la nueva biblioteca central de Helsinki. Estamos en el Cielo de los Libros. Así han llamado a este espacio diáfano cuyos lucernarios absorben el ruido en el techo ondulado, como todo el edificio, una especie de navío de formas esculturales que navega entre el Parlamento y el Museo de Arte Contemporáneo. Un piso más abajo hay impresoras 3D, máquinas de coser, estudios de grabación y salas para videojuegos. Todo gratuito. En su primer año ha recibido 10.000 visitantes al día.
En el país más alfabetizado del mundo, cincelado en su identidad por la alta cultura, Oodi ha conquistado la ciudad, envuelta en madera. También las lamas de pino ascienden por la fachada de la sauna Löyly, un emblema arquitectónico —otro— de Helsinki. El legendario diseño finlandés difunde el aliento del bosque en sus últimas enseñas.
50 años, periodista y escritora
Su familia procede de Finlandia y de Canadá, donde creció. Cuando se mudó a Helsinki descubrió un estilo de vida “menos consumista, cercano a la naturaleza y más simple y sensible”, asegura con una sonrisa enorme. “He aprendido a buscar soluciones incluso cuando las cosas son duras o difíciles”. Esto es, el sisu, “ese concepto de la fortaleza, cuando hay una situación difícil la enfrentamos en vez de ignorarla”. Escribió un libro sobre este concepto. Cree que Finlandia es única porque, pese a todos sus logros, sus ciudadanos “son muy humildes y eso me encanta, es parte de la razón por la que tienen tanto éxito y esa es también la esencia del sisu, no te quedas regodeándote con tus laureles, sino que te preguntas cuál será tu próximo desafío”.
Su fórmula de la felicidad finlandesa
La periodista Katja Pantzar entra en la biblioteca. Creció en Canadá y al mudarse se tragó Finlandia como una medicina. Se subió a la bici y nada en un agujero en el hielo. Vio a sus compatriotas enfrentar los problemas “en vez de esconderlos bajo la alfombra”, y hallar soluciones. Como con los suicidios o los sin techo. Otra vez el sisu, esa fortaleza. Quiso saber más y escribió Sisu, el secreto finlandés para un estilo de vida feliz. Mira a su hijo de nueve años y dice: “Si tiene talento musical podrá ir a la academia Sibelius, una de nuestras instituciones más prestigiosas, no porque sus padres conocen a alguien o tienen dinero”.
Puerta 31 del aeropuerto de Helsinki. Miradas impacientes que saltan desde los móviles a la pantalla, que anuncia el vuelo a Estocolmo. El ruidoso paisaje habitual. Al otro lado de la pared se oyen pájaros. Es una grabación. Una mujer lee ante la gran cristalera, las maletas y el abrigo desplegados a su lado. Se sienta en una silla fabricada por un artista a partir de un árbol caído. En la sala hay una estantería colmada de libros que dejan los viajeros y que cualquiera puede tomar prestados. La joven delegada de una ONG, de camino a la Cumbre del Clima de Madrid, consulta el teléfono en una especie de chaise longue enmoquetada que le ha crecido al suelo. Cuando mira al techo, ve lo que vería si estuviera tumbada en el bosque. Es solo una fotografía, pero así se despide Finlandia. —eps
Redacción: Ana Alfageme
Fotografías y vídeos: Manuel Vázquez
Diseño: Ruth Benito
Front-end: Belén Polo