La desaparición de aldeas, el aumento de la acuicultura y el futuro de los ecosistemas de los manglares
Los manglares son un estrecho cinturón que se extiende entre la tierra y el mar en los territorios tropicales. Son poco abundantes. Representan menos del 0,4% del total de bosques del mundo.
Y están desapareciendo rápidamente.
Como están dispersos, se ha hecho caso omiso de su pérdida. En los últimos 50 años, ha desaparecido una tercera parte de los bosques de mangles. Estas formaciones menguan a un ritmo entre tres y cinco veces superior al de los otros bosques de la Tierra. Y esta pérdida tendrá un impacto. De hecho, ya lo está teniendo.
A pesar de representar un pequeño porcentaje de la cubierta forestal mundial, los manglares almacenan enormes cantidades de dióxido de carbono. Son capaces de acumular hasta 20.000 millones de toneladas de carbono, que sin embargo la deforestación libera a la atmósfera. Así, cuando se destruyen manglares, se emite CO2. La mala noticia es que es probable que la deforestación aumente. Está previsto que el comercio mundial de gambas de criadero procedentes del Sudeste de asiático, que tiene efectos directos sobre la tala de los manglares en la región, se triplique en los próximos años.
Los manglares son sacrificados para hacer sitio a la industria de la gamba, la palma aceitera y a la urbanización. “Me temo que, en un plazo de 50 años todos los manglares habrán desaparecido”, lamenta Daniel Murdiyarso, científico principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR, por sus siglas en inglés).
En el trópico, los bosques de mangles son cruciales para proteger y garantizar el alimento a las comunidades que viven en la costa.
Pescadores y expertos desde Indonesia hasta Europa relatan las consecuencias de la destrucción de los manglares y los desafíos que plantea su recuperación, y proponen soluciones para poner fin a una catástrofe que, en gran medida, está teniendo lugar en estos momentos.
La historia de Bedono, el pueblo fantasma que quedó sumergido tras la tala de los mangles
En menos de una década, el océano ha borrado la aldea de Bedono, en la isla indonesia de Java, de los mapas y las imágenes de satélite. Los frágiles sedimentos sobre los que se alzaba se hundieron debido a la extracción excesiva de agua del subsuelo, a la tala de los mangles y a la subida del nivel del mar, que sumergió los estanques piscícolas, las carreteras y las casas.
En las tres últimas décadas, se han abierto nuevos claros en los manglares para expandir la piscicultura y el desarrollo urbano. La modificación del entorno natural ha dejado la tierra y los pueblos sobre ella a merced de las corrientes oceánicas, las olas, las mareas.
Una imagen de Google Earth del año 2003 muestra centenares de estanques piscícolas y un vestigio minúsculo de lo que en su día fue un enorme manglar. En 2015, el océano se llevó hectáreas enteras de tierra y se tragó las piscinas e instalaciones. El bosque crece, pero probablemente nunca alcanzará su antigua extensión, ya que el nivel del mar es demasiado alto para permitir que los mangles se expandan. Solo se ha recuperado el manglar sobre las ruinas del pueblo.
Antes, en Bedono, los manglares permitían que se fijasen los sedimentos, protegiendo así la costa de la erosión y las mareas. De hecho, eran capaces de formar extensiones de tierra y de actuar como barrera natural frente a la acción del mar. Hoy en día, la línea de costa se ha desplazado un kilómetro y medio hacia el interior. Casi 700 hectáreas de estanques y viviendas han desaparecido bajo el mar. Ahora, las ciudades y arrozales tierra adentro están expuestos a frecuentes inundaciones. Y la intrusión del agua salada amenaza las cosechas y piscifactorías que quedan.
Bedono no es una excepción. Cada vez hay más historias parecidas en otros pueblos a lo largo de las costas de Java, la isla más poblada del mundo.
Pasijah sigue viviendo en esta tierra parcialmente sumergida. Es una de los dos únicos aldeanos que no abandonaron este pueblo medio sumergido. La tierra se hunde, el nivel del mar está subiendo, pero ella no piensa irse.
Tuvo que elevar su casa unos 50 centímetros para salvar la crecida del agua.
“Espero no tener que mudarme a otro sitio. Quiero quedarme aquí”, protesta. Sus raíces son tan profundas como las de los mangles que invaden los alrededores de su casa. Por eso ha montado un negocio de distribución de pescado. Los pescadores le llevan lo que han capturado, ella lo toma, se desplaza en barca hasta el pueblo más cercado y vende peces y gambas en el mercado local. Es una vida solitaria, pero el negocio funciona bien. Los pescadores necesitan su apoyo para reunir y vender la pesca diaria.
En algunas zonas cerca de su casa, los manglares crecen de nuevo. La pregunta es si podrán aguantar el ritmo vertiginoso al que el nivel del mar sube y sumerge la tierra.
Cómo los pequeños propietarios y la gran agroindustria están configurando las costas tropicales
En el estanque de 300 metros cuadrados, cuatro ruedas giran velozmente y añaden oxígeno al agua. En un medio así, las gambas crecen deprisa y alcanzan un tamaño mayor. Y para aumentar aún más la producción, los criadores alimentan a los crustáceos con fertilizantes artificiales.
Es la típica granja de cría intensiva. Las piscinas suelen tener menos de 10.000 metros cuadrados de superficie, pero producen entre 10 y 100 veces más gambas por hectárea que las instalaciones extensivas tradicionales. De un estanque de hormigón productivo pueden salir hasta 20 toneladas de gambas en un año.
En comparación con la cría tradicional, este sistema requiere inversiones sustanciales. La mayoría de pescadores no puede permitirse utilizar esta técnica y se gana la vida con criaderos semiintensivos, muchos más baratos.
Hasan Abdulá es el encargado de siete piscinas que ocupan dos hectáreas de terreno. Él aplica un procedimiento semiintensivo.
Abdulá aprovecha la marea para que los alevines, las gambas y los peces entren en los estanques, al estilo tradicional. A menudo mata a los peces con sustancias químicas producidas en China y en Japón. Eso le facilita la captura de los peces y no acaba con las gambas. El encargado también ha liberado de mangles del terreno para agilizar el proceso de recogida.
Por desgracia, este sistema deja una estela de aguas y tierras estériles y contaminadas. Viajando por la costa de Java se observa claramente que esta es la forma de cría más habitual. Y apenas está regulada.
Como pasa con casi todos los criadores, las piscinas pertenecen a un propietario que vive en la ciudad más cercana. ¿Es posible que el pescado esté contaminado con las sustancias químicas? Abdulá responde: “A mí eso no me preocupa. Yo me como el pescado, no los productos químicos”.
Las granjas industriales intensivas son grandes instalaciones. La extensa piscifactoría CP Prima de Lampung, en Sumatra, es enorme. Ensombrece a la granja de Abdulá y a la de todos los pequeños propietarios de Java.
“Nuestras piscinas se extienden por 3.500 hectáreas. Tenemos más de 10.000”, afirma Arianto Yohan, director de la división de procesado de alimentos de CP Prima. La compañia exporta a casi todos los países europeos, a Estados Unidos y a Japón. Es la mayor factoría de marisco de Indonesia. Sus piscinas cubren una superficie más extensa que la mitad de Manhattan.
Desde hace algunos años, CP Prima puede exhibir los certificados del Consejo de Administración de la Acuicultura y de GlobalGAP en sus productos. Son los dos únicos certificados de sostenibilidad ambiental y responsabilidad social que existen. Lamentablemente, en Indonesia tan solo unas pocas grandes empresas pueden cumplir los requisitos para obtenerlos. En Europa, por ejemplo, el certificado de sostenibilidad se está convirtiendo en imprescindible para entrar en el mercado, como admite Arianto. Esta exigencia se debe, sobre todo, a la presión de los minoristas y de los consumidores, más que de las instituciones.
Sin embargo, en el mercado nacional, la realidad es diferente. Los elevados estándares que se exigen para acceder a los mercados europeo y estadounidense, no son imprescindibles en Indonesia. Ni en lo que respecta a la seguridad de los alimentos, ni en lo relativo a la protección del medio ambiente y la sociedad. En el mercado intierno, la sostenibilidad es un concepto vago.
De todas maneras, el indonesio es un mercado próspero. El crecimiento de la economía en supone que más gente puede permitirse a una dieta rica en proteínas, y las organizaciones internacionales aconsejan aumentar la ingesta provenientes del pescado. Actualmente, el 40% de las gambas de Indonesia se producen para consumo interno. A medida que el mercado crece, el sector también ve la posibilidad de expandirse.
“Todavía hay mucha costa en Sumatra y en Kalimatán, y algunos huecos en Java, donde podríamos expandir nuestra actividad”, señala Arianto Yohan. Y quien dice costa, dice los ecosistemas de los manglares.
En el mercado nacional, la sostenibilidad es un concepto vago.
Una normativa reciente impide que se otorguen nuevas concesiones en las zonas de manglar, y las autoridades han subido el listón en materia de conservación de los bosques. En 2012, el Gobierno indonesio promulgó la Estrategia Nacional para la Gestión del Ecosistema de los Manglares (SNPEM, por sus siglas en inglés).
Los expertos advierten, sin embargo, de que esta no incluye debidamente las causas principales de la pérdida de los bosques, es decir, la cría de gambas en agua salada y las plantaciones de palma aceitera. En todo caso, aunque la regulación combatiese adecuadamente la destrucción de los manglares, hay proyectos para liberalizar nuevas zonas y así permitir el crecimiento de la acuicultura.
Según los científicos, la consecuencia de una política insensible a esta situación será la pérdida de 700.000 hectáreas de manglares en las próximas dos décadas.
Los criadores tienen la solución: conservar los manglares y salvar la costa y los ecosistemas
El sol del trópico cae a plomo sobre las tierras bajas costeras de los alrededores de Banten, en el oeste de la isla de Java. Durante el día no hay pescadores trabajando. Si no fuese por las piscinas, el lugar estaría desierto.
Los peces y los crustáceos sufren en los estanques. Están estresados y los pescadores lo saben. Las piscinas sin árboles, tratadas con aditivos y productos químicos, aumentan la producción en las granjas semiintensivas. La cosecha es buena durante algunos años. Luego, la productividad desciende porque la tierra y el agua están contaminadas, y esta última se vuelve pobre en oxígeno.
En Tapak, en la costa norte de Java Central, las cosas son diferentes. Los habitantes de este pueblo nunca talan sus manglares.
Muhammad Arifin y los miembros de la Asociación Prenjak Tapak recorren canales cubiertos por el denso follaje de los mangles. Algunos árboles tienen más de 30 años. Tanto los diques como los estanques están a la sombra de estos árboles.
Los lugareños aprecian las ventajas de preservar la cría tradicional, y pretended defender la zona del desarrollo urbano e industrial. Los pescadores capturan peces, gambas y cangrejos. Es cierto que no pueden competir con las granjas intensivas y, de hecho, no lo hacen, pero su forma de cría es sostenible comparada con la semi-intensiva que practican los pequeños propietarios.
Porque se ha demostrado que, a largo plazo, la producción semiintensiva no es ni siquiera eficaz. Solo es devastadora para el medio ambiente.
“Aquí, en Tapak, aunque los estanques ya tienen casi 50 años y sean viejos, el criadero todavía da beneficios”, afirma Arifin.
“La sociedad tiene que saber que los manglares son útiles para la cría en la zona costera”, añade.
Recuperar los manglares, un exuberante oasis de madera en una tierra desértica
En Sawah Luhur (Java, Indonesia), las piscinas de Rudin parecen un nido verde en medio de un laberinto de estanques piscícolas. Las imágenes aéreas descubren una mancha verde en un desierto de agua. Desde hace siete años, el criador participa en el proyecto de recuperación de la organización Wetlands International.
Tras varios años trabajando como conductor de mototaxi, Rudin se enroló en un proyecto de recuperación de los manglares. Plantó mangles en una piscina en la que no había vegetación y empezó a criar y recoger gambas. A medida que su negocio se estabilice, irá liquidando un crédito blando concedido por Wetlands International. Cada día, gana unas 25.000 rupias (1,80 euros) con las gambas, lo justo para comprar un paquete de tabaco. Pero Rudin ha dejado de fumar. Así que ahora le llega para alimentar a su familia e incluso consigue consegue ahorrar algo.
Cada cuatro meses obtiene también sabalotes, un pez muy consumido en la región. Con ellos saca unos 2,5 millones de rupias (unos 180 euros). También vende plantones de mangle, ya que tanto el Gobierno como la iniciativa privada están poniendo en marcha proyectos de recuperación de los manglares.
En el paisaje que rodea las piscinas de Rudin reinan el calor y la humedad. Los fertilizantes y pesticidas contaminan el agua y la tierra. Los criadores utilizan Samponen, un molusquicida. Excepto a las gambas, el producto mata a cualquier animal que haya en los estanques y ayuda a los granjeros a recoger el pescado. Es cierto que, como sistema de cosecha, es eficaz, pero la piscina tarda meses en recuperarse del tratamiento que, además, contamina los suelos.
En las piscinas de Rudin, por el contrario, se puede cosechar todo el año. Él es uno de los pocos pescadores que optó por volver a la cría con estanques cubiertos de mangles. Es la solución tradicional, conocida como wanamina, en la que se planta una isla de estos árboles en el centro de las aguas.
Ahora, muchos pescadores miran la isla verde con interés. “Muchos de ellos participarían en la replantación de mangles”, asegura Rudin. “El problema es que no son propietarios de la tierra. Aquí, la mayoría de los criadores de las piscinas son empleados”, cuenta. Los dueños viven normalmente en las grandes áreas metropolitanas y tienen otras prioridades antes que repoblar de árboles las costas de Java.
El ritmo acelerado y el impacto mundial de la deforestación de los manglares
Probablemente la isla de Java tenga la costa más deforestada del mundo. La isla ha perdido al menos el 70% de los bosques de mangles originales. Y el conjunto de Indonesia ocupa el primer puesto en la tala de estos bosques. Hasta hace un siglo, el litoral indonesio estaba cubierto por 4,2 millones de hectáreas de estos bosques. Hoy son unos tres millones. En las últimas tres décadas, la deforestación se ha disparado. También el mundo, la superficie de manglares desaparece a un ritmo de aproximadamente el 1% al año. En Indonesia, se calcula que la tasa es de entre el 2% y el 8% anual.
El 40% de la pérdida se debe a la revolución azul, como se conoce al auge de la acuicultura. Es probable que, en las próximas décadas, la deforestación se acelere, ya que se prevé que la demanda mundial de gambas de criadero, con efectos directos sobre la tala de manglares, se triplique.
Sin el cinturón verde de los manglares, la subida del nivel del mar es una amenaza para las comunidades locales.
La economía crece y más gente puede permitirse comer marisco, que antes era carísimo. Pero ese crecimiento económico puede producirse a expensas de los más pobres, que son los más expuestos a la pérdida de los recursos locales. Los riesgos climáticos y ambientales, además, son cada vez mayores.
Nyoman Suryadiputra, director del Programa para Indonesia de Wetlands International, afirma: “Sin el cinturón verde de los manglares, la subida del nivel del mar es una amenaza para las comunidades locales. La erosión no es el único peligro para las poblaciones costeras. El agua salada está invadiendo el interior, lo que afecta al agua de los pozos”. Los edificios también empiezan a sufrir la corrosión por el agua de mar. La mayoría de los pescadores necesitan que los manglares estén en buen estado, ya que solo pueden permitirse pescar cerca de la costa. Sin los mangles, los litorales estériles supondrán la ruina de la pesca de bajura.
Desde que se promulgó el Decreto Presidencial 32/1990, Indonesia cuenta con una normativa para proteger la costa. Pero de hecho, la corrupción y la ilegalidad contribuyen a la pérdida de los manglares. Y por si no hubiese bastante con los incumplimientos de la norma, aún hay margen para la liberalización. Con el fin de atraer a nuevos inversores y aumentar la producción, Susi Pudjiastuti, ministro de Pesca y Asuntos Marítimos, proyecta abrir a la industria pesquera zonas actualmente protegidas por la regulación.
Indonesia se encuentra en una encrucijada. Puede seguir talando los manglares e impulsando el modelo económico actual. Pero esto llevaría a la emisión de 190 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, el equivalente a las emisiones de 40 millones de coches.
O bien podría dejar de talar. El cese de la deforestación de los manglares representaría un 26% la reducción del total de emisiones que Indonesia se ha comprometido a alcanzar en 2020, según los acuerdos internacionales. De hecho, los expertos afirman que conservar estos bosques es una solución barata para reducir sustancialmente las emisiones de CO2.
La merma de los manglares es un desastre de proporciones mundiales, desde Asia hasta América. La Tierra ha perdido más de una cuarta parte de sus bosques de mangles en menos de 50 años. Al ritmo actual de deforestación, a finales de siglo la superficie restante podría haber desaparecido.
Salvar los manglares podría generar entre 6.000 y 24.000 millones de dólares en almacenamiento de carbono en todo el mundo.
“En Indonesia, el beneficio de conservar y recuperar los manglares degradados podrían ser de unos 2.000 millones de dólares anuales”, declara Daniel Murdiyarso, científico principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR, por sus siglas en inglés). Los responsables políticos proyectan incluir objetivos referidos específicamente a los manglares en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas aprobados en 2015.
Los manglares cubren solamente unos 137.000 kilómetros cuadrados. No es mucho comparado con los 40 millones que ocupan los bosques del mundo. Al crecer en zonas pantanosas, y debido a sus características biológicas, los manglares son excepcionales para capturar el dióxido de carbono de la atmósfera. Retienen hasta cinco veces más CO2 por hectárea que las selvas tropicales. En otras palabras, las emisiones por eliminar una hectárea de manglares para dedicarla la acuicultura equivalen a las emisiones de cinco hectáreas de selva tropical talada para la agricultura u otros usos.
Los manglares representan menos del 1% de los bosques del mundo. Sin embargo, su desaparición supone el 10% a las emisiones mundiales.
Lailli Fitriani vive en Mangunharjo, un pueblo de la costa de Java. Es maestra. Cuenta que, cuando era pequeña, su pueblo era bonito y tranquilo. La tala para la acuicultura empezó más o menos en 1980. En pocos años, se construyeron cientos de piscinas que llegaban casi hasta la orilla del mar.
Los pescadores se enriquecieron. Pudieron permitirse incluso peregrinar a La Meca. Pero las cosas no tardaron en cambiar. Entre 1990 y 1995, la erosión de la costa fue brutal. El océano devoraba la tierra, borrando del mapa las piscinas a marchas forzadas. “Las playas quedaron destrozadas y se acabó la vida de ricos”, recuerda.
Las imágenes históricas de Google Earth muestran los impresionantes efectos de una serie de episodios de erosión que tuvieron lugar en Mangunharjo entre 2002 y 2016. Tras talar prácticamente todos los mangles en 2002 para dejar sitio a las balsas piscícolas, la costa se quedó sin la protección natural que le proporcionaban los manglares. En menos de una década, una serie de episodios erosivos estuvieron a punto de llegar hasta el pueblo. El agua se llevó las piscinas. Ahora, los lugareños vuelven a plantar mangles.
Pak Sururi es el padre de Fitrianti. Recuerda el desastre que ocurrió cuando los estanques se convirtieron en una laguna fangosa. “Un pueblo entero quedó sumergido”, asegura. Antes, la línea de la costa estaba a un kilómetro y medio de la población. Tras una serie de episodios de erosión, quedó a tan solo 500 metros de las casas, la mezquita y la escuela.
Al perder su cinturón de seguridad natural, la costa fue arrasada por las corrientes marinas. En una lucha desesperada contra el avance del mar, Sururi plantó mangles. Quería detener la erosión y salvar el pueblo.
Paso a paso, con la ayuda de voluntarios y de toda la comunidad, ganó 200 metros al mar.
Los manglares fijan los sedimentos y forman tierra firme. “A partir de 2007, los pájaros empezaron a construir nidos en el bosque de nuevo, y lo mismo pasó con los peces y las gambas”, relata. Ahora ya lo sabe. Todo el mundo en el pueblo lo sabe.
La demanda mundial de pescado no deja de aumentar. La acuicultura representa una cuota cada vez mayor de este mercado.
En 1972, la acuicultura mundial produjo alrededor de 16.000 toneladas, que en 2014 se habían convertido en 66 millones. La pesca, en cambio, se mantiene estable o desciende.
En 2030, la producción piscícola podría ser superior a la de la pesca. La cría de gambas se ha disparado.
“Mientras que las cantidades aumentan, los costes de la mano de obra se abaratan”, señala Tiziano Scovacricchi, del Instituto de Ciencias Marinas del Consejo Nacional de Investigación italiano. Hace 20 años, prácticamente no había gambas tropicales en ninguna mesa europea. “El producto final, que antes era una cosa especial, ahora también es barato”, añade.
La Unión Europea tiene normas estrictas relativas a la seguridad del marisco importado. Sin duda, lo que llega a su plato en el restaurante de la esquina es inocuo, y no contiene pesticidas, fertilizantes ni antibióticos. Antes de llegar a su boca, el marisco importado ha pasado por varios controles. Hay funcionarios, veterinarios y biólogos europeos acreditados que se dedican a ello en pro de la seguridad de ciudadano. Entre el criadero y el estante de la tienda, el marisco pasa por controles para que sea seguro. Y cada vez más barato.
La producción barata y la calidad rara vez van de la mano con la sostenibilidad. En pocas palabras, puede que su ensalada de gambas sea inocua y no contenga tóxicos contaminantes, pero también es posible que no se haya producido de manera sostenible. Existen controles del marisco importado, pero no hay normas referentes a su sostenibilidad social y ecológica.
Saša Raicevich, del Instituto Italiano para la Protección del Medioambiente y la Investigación, con sede en Chioggia (Italia), lo resume: “Se controla la seguridad y la higiene de los productos importados, pero no su sostenibilidad ecológica y social”.
Xavier Guillou, de la Dirección General de Asuntos Marítimos y Pesca de la Comisión Europea, reconoce que hay normas estrictas en lo que se refiere a la seguridad de los alimentos, pero no a la sostenibilidad de su producción. Pero asegura que la Comisión Europea está trabajando al respecto, en respuesta a la cada vez mayor sensibilización de los consumidores. Sin embargo, los menús siguen incluyendo gambas no sostenibles.
En pocas palabras, puede que su ensalada de gambas sea inocua y no contenga tóxicos contaminantes, pero es posible que no se haya producido de manera sostenible.
Nuestro estómago está protegido. Pero puede que el medio ambiente no lo esté. Ni la mano de obra. Y de hecho, no lo están.
Solo los certificados como el de GlobalGAP y el del Consejo de Administración de la Acuicultura tienen en cuenta la sostenibilidad. Sin embargo, estos certificados son voluntarios y están orientados al mercado. En la cría de gambas no se han introducido hasta hace poco tiempo.
A menudo, los productos importados tienen precios competitivos. Porque a los productores de Europa y Estados Unidos se les exige que cumplan unos elevados estándares de sostenibilidad. Y esto tiene un coste que se refleja en el precio del producto. Al final, hace que los criadores locales no sean competitivos en un mercado globalizado. Así, los productores europeos sucumben ante los competidores de Asia y América. Se ha demostrado que todo el proceso, desde la cría hasta la distribución, es insostenible. “A la larga, la insostenibilidad tiene un impacto social negativo sobre los recursos”, denuncia Raicevich. Sin embargo, si se gestionan de manera sostenible, la pesca permanece estable a lo largo del tiempo. Cuando la explotación es excesiva, la biomasa decrece y el coste de capturar la misma cantidad de pescado se incrementa.
Eliminar los manglares conduce al colapso de los ecosistemas litorales en muchas regiones tropicales, provoca emisiones masivas de gases de efecto invernadero y expone a las comunidades costeras a amenazas insufribles.
Hoy en día, la cría de gambas está sometida al escrutinio de la sociedad civil debido a su impacto social y medioambiental. Dirigida por los dictados de la economía, la deforestación de los manglares continúa a un ritmo insoportable desde Bangladesh hasta Brasil, México e Indonesia, prácticamente en todo el litoral tropical. El impacto de la deforestación también afecta a las variables climáticas y medioambientales, como las inundaciones en las costas, los episodios meteorológicos extremos, la temperatura y la salinidad del agua, o la circulación de los nutrientes. También está teniendo efectos trágicos en las comunidades costeras y el calentamiento global.
Eliminar los manglares conduce al colapso del ecosistema litoral.
Los manglares son clave para aumentar la resistencia al cambio climático. Las buenas noticias las traen los pescadores, que proponen soluciones para detener la deforestación sin acabar con la acuicultura y preservar la salud de un hábitat en el que viven cientos de millones de seres humanos.
Conservar y recuperar los manglares es una manera de mitigar el impacto del cambio climático. Preservar los hábitats litorales es clave para garantizar la buena salud de los ecosistemas costeros en los países en desarrollo.
Producido por:
Jacopo Pasotti (@medjaco)
Elisabetta Zavoli (@elizavola)
Diseño y maquetación:
Alessandro D’Alfonso (16am)
Con el apoyo para fotografías y filmaciones de:
Ulet Ifansasti
Agradecimientos:
Wetlands International (Indonesia)
CIFOR (Indonesia)
ISMAR-CNR (Italia)
Universidad de Wageningen (Holanda)
ISPRA (Italia)
Edición y adaptación:
Redacción Planeta Futuro
Traducción al español:
Newsclips