La tragedia de los refugiados menores no acompañados

Los menores no acompañados que huyen a Grecia son recluidos porque en los alojamientos adecuados no hay sitio suficiente

Por Flora Wisdorff (Die Welt)

Los menores no acompañados que huyen a Grecia tienen que tener presente que, lo primero de todo, los van a recluir. La razón es que en los alojamientos adecuados no hay sitio suficiente. Las autoridades y las ONG trabajan contrarreloj para mejorar las condiciones.

Cuando Ahmed llegó a Grecia, se sintió seguro. A este sirio de 17 años no se le había pasado por la cabeza que, precisamente aquí, acabaría recluido. Pero eso fue, ni más ni menos, lo que le pasó. Poco antes de la frontera con Macedonia, en Idomeni, la Policía griega lo detuvo. Lo llevaron a un centro de detención en el que lo retuvieron 40 días junto con otros reclusos adultos. “Un día quise ver la televisión, como los mayores. De repente, los guardias me cogieron y me llevaron a una sala de interrogatorios. Me gritaron y me golpearon en la espalda”. Aún hoy sigue sin saber a qué vino que lo castigasen por haber hecho algo así.

Nadie me ha explicado por qué me tuvieron detenido

dice Ahmed, un sirio de 17 años

“Nadie me ha explicado por qué me tuvieron detenido”, dice el sirio, que desde marzo vive en un albergue en Atenas. Es un adolescente delgado procedente de Daraa, en el sur de Siria. Antes de la guerra, sus padres huyeron a Líbano y su hermano a Gran Bretaña. “Estaba solo y quería irme con mi hermano”, cuenta. En aquel entonces, en febrero, las fronteras todavía estaban abiertas.

De acuerdo con la legislación griega, cuando la Policía coge a un refugiado menor no acompañado, es responsable de él hasta que quede una plaza libre en un alojamiento en condiciones. Pero los albergues están desbordados, así que, por su seguridad —eso es lo que dicen—, lo primero que hace la Policía es trasladar a los menores a instalaciones cerradas en las que a menudo conviven con adultos.

Actualmente hay 1.110 plazas en alojamientos adecuados a las necesidades de los menores que viajan solos. Sin embargo, según datos de las autoridades locales, en estos momentos en Grecia se encuentran 2.500 de estos niños. La “escasez crónica de alojamientos apropiados” provoca que los pequeños se vean obligados “arbitrariamente a vivir en cautividad durante largos periodos de tiempo, a menudo en condiciones degradantes”, afirma un informe de Human Rights Watch hecho público en septiembre. Según investigaciones de la organización, a mediados de octubre, 381 refugiados menores que viajaban solos vivían encerrados, muchas veces durante meses. 31 de ellos estaban incluso en prisión preventiva en comisarías de Policía. Otros 1.246 se encontraban en campamentos al aire libre o en residencias con otras personas de su misma procedencia sin protección ni acompañamiento especiales.

1 de cada 5 refugiados en Grecia no tiene ni 14 años

El 79% procede de Siria, Afganistán o Pakistán. La mayoría son jóvenes, pero también hay niños. Uno de cada cinco todavía no tiene ni 14 años. Estos pequeños que viajan solos pasan por ser especialmente vulnerables. Sin protección ni compañía, no tardan en convertirse en víctimas de la violencia sexual, las redes criminales y el tráfico de personas. Human Rights Watch considera que es imprescindible no solo que vivan en libertad, sino que se les dé atención psicológica, asesoramiento legal, y la posibilidad de realizar actividades al aire libre. La ONG asegura que, con frecuencia, esto no es así, y ha sabido que la mayoría todavía ni han conocido a la persona encargada de su tutela.

Otras organizaciones humanitarias condenan asimismo la situación en duros términos. Grecia es incapaz de garantizar que los menores tengan acceso a los derechos humanos fundamentales, denuncian Médicos Sin Fronteras, Save the Children y la ONG griega Praksis en un informe conjunto. También la Unión Europea califica la situación de problemática: recientemente, el presidente de la institución, Jean-Claude Juncker, en su Discurso sobre el Estado de la Unión, pidió a Grecia y a la UE “medidas urgentes y de amplio alcance” para proteger a los niños no acompañados. Si Europa no es capaz de hacerlo, estará “traicionando sus valores históricos”.

Que haya tanta gente señalando la mala situación de los refugiados menores de edad en Grecia justo en este momento tiene que ver con el hecho de que este verano saltó especialmente a la vista. Antes de marzo, la mayoría de los pequeños —como también los adultos y las familias— viajaban directamente hacia Europa central pasando por Grecia. Desde que en primavera se cerró la ruta de los Balcanes y entró en vigor el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que impide que los solicitantes de asilo que se encuentran en las islas egeas prosigan su viaje, los jóvenes y los niños solos también se han quedado atrapados en Grecia. Desde entonces, los alojamientos se han llenado rápidamente. Las autoridades griegas, que ya estaban desbordadas, tienen que ocuparse ahora además de estos grupos que necesitan un acompañamiento particularmente intenso, y no dan abasto.

Existen 1.110 plazas en alojamientos para niños. Pero en Grecia hay más de 2.500 menores no acompañados

Hamdou tiene 16 años. Está sentado en un gran jardín en el que crecen naranjos y limoneros, detrás de los cuales se levanta una mansión de tres pisos. Un par de jóvenes juegan al ping-pong. Hamdou está pálido. Su cara mofletuda tiene todavía rasgos infantiles. El sirio vive desde hace siete meses en el centro de acogida de la organización humanitaria Praksis en Mitilene, la capital de la isla de Lesbos, junto con otros 23 adolescentes. Comparte una habitación de cuatro literas con siete jóvenes más. En esta villa neoclásica los techos son altos, y en el dormitorio hay dos ordenadores. Los chicos pueden aprender inglés y griego, los atiende una psicóloga y disponen de abogados que les asesoran en sus peticiones de asilo. Hamdou ha tenido suerte.

Cuando llegó a Lesbos hace ocho meses huyendo de la guerra de Siria, su alojamiento no era tan bueno. En el centro de primera acogida situado en el “punto caliente” de Moria, a solo unos kilómetros de Mitilene, los menores son recluidos en el perímetro cerrado del “centro de detención”. “Era como una cárcel”, recuerda Hamdou, que acababa de pasar por una dura huida. Desde su país, caminó siete horas hasta llegar a la frontera turca y, desde allí, tres días más hasta la costa del Mediterráneo, desde la cual los traficantes lo trasladaron a Lesbos en un bote hinchable.

Actualmente 75 adolescentes viven en el sector cercado por un muro y una verja del atestado campamento en el que en total se alojan más de 6.000 refugiados, a razón de 20 por barracón. Delante de cada uno de estos barracones hay un exiguo patio de gravilla en el que los niños y los jóvenes pueden moverse un poco. Cuando Hamadou estuvo allí en marzo, no le estaba permitido salir del sector. Ahora, al menos se ha autorizado a los trabajadores sociales de las ONG a organizar excursiones para los chicos una vez a la semana, y diariamente hay paseos acompañados por el recinto del campamento y sus alrededores.

Aquí las condiciones de vida no son buenas, y eso repercute en la mente de los niños y los adolescentes

señala Konstantina Belteki, trabajadora social

El ambiente es muy tenso. “Aquí las condiciones de vida no son buenas, y eso repercute en la mente de los niños y los adolescentes”, señala Konstantina Belteki, trabajadora social de Praksis. A finales de septiembre violaron a una de las jóvenes que vive en el campamento. Otros cuatro adolescentes fueron detenidos.

Hamdou tuvo que permanecer allí 16 días, pero otros se quedan cuatro meses. La legislación griega permite que los refugiados menores de edad que viajan sin acompañamiento pasen un máximo de 25 días en cautividad como “último recurso”. Según Belketi, este límite de tiempo se excede a menudo.

Incluso cuando los niños ingresan en un centro de acogida abierto, siguen sintiéndose encerrados, cuenta Giorgos Spyropoulos, que dirige el albergue de Lesbos. Según él, la tramitación de las solicitudes de asilo tarda tanto que muchos de ellos no le ven salida. Los jóvenes sufren la incertidumbre aún más que los adultos. Hamdou también se siente mal por este motivo. “Estoy muy cansado”, dice. “Cansado de esperar. Estoy perdiendo mucho tiempo en este sitio”. Le gustaría aprender alemán, porque su hermano vive en Alemania. Ha presentado una solicitud de reagrupación familiar, pero todavía no ha recibido respuesta.

“Son jóvenes fuertes. Han superado solos un viaje muy peligroso. Pueden sobrevivir, aunque muchos estén traumatizados”, observa Mariliz Dialatzi, la psicóloga que atiende a Hamadou y al resto de menores que viven en el centro de acogida. Explica que no se comportan como los típicos adolescentes, sino que son más formales, pero la frustración permanente hace que enfermen. A ellos les cuesta más que a los adultos aceptar que las cosas no sigan adelante.

Desde que empezaron su huida tenían en mente una meta clara, explica la psicóloga, pero ahora un gran obstáculo se interpone en su camino: la tramitación de la petición de asilo, que, sencillamente, no avanza: “Cuando preguntan por qué pasa eso, todo el mundo les dice cosas diferentes: sus amigos, los abogados, las oficinas de asilo… Al final ya no se fían de nadie”. La experta asegura que se trata de una experiencia muy dolorosa. Su objetivo concreto para el futuro se desvanece. Algunos se deprimen y otros se autolesionan.

Los Estados de la Unión Europea podrían ayudar a los menores dándoles prioridad en el proyectado reasentamiento de los refugiados que se encuentran en Grecia. De hecho, ya se debería haber reasentado a 64.000 en los países de la Unión para aliviar a los helenos. Hasta ahora se ha hecho solo con unos 4.000, de los cuales únicamente 75 son menores no acompañados. “Los Estados miembros deben acelerar el ritmo de reasentamiento y dar prioridad a los adolescentes y los niños no acompañados”, insta la Comisión. Human Rights Watch, además de Save the Children y Médicos Sin Fronteras, consideran necesario que se acelere la tramitación de las solicitudes de reagrupación familiar de los menores. De esta manera, en Grecia quedaría más sitio libre en los centros de alojamiento.

Mejoras y reformas

Por otra parte, se deben mejorar las condiciones de acogida sobre el terreno, reclaman las organizaciones pro derechos humanos. Para ello, entre otras cosas, la Unión Europea puso a disposición de Grecia 115 millones de euros en septiembre. Con el dinero de la ayuda, al menos se están ampliando considerablemente los alojamientos. Sin embargo, no siempre son construcciones estables. Debido a que es especialmente urgente, se agiliza sobre todo la instalación en los campamentos de zonas protegidas separadas especiales para menores, en las que deben estar las 24 horas del día al cuidado de trabajadores sociales.

“Uno de los mayores retos es construir más centros de acogida”, opina Galit Wolfensohn, de Unicef, el fondo de Naciones Unidas para la infancia. Ha llegado a Atenas enviada desde Nueva York para ayudar al Gobierno griego a mejorar las infraestructuras. Afirma que es particularmente importante que los niños y los adolescentes reciban la protección y la asistencia adecuadas, como por ejemplo una buena atención psicológica, en los lugares de alojamiento. Unicef también colabora con las autoridades helenas en el desarrollo de estructuras que permitan dar asistencia duradera a los niños y adolescentes, entre ellas su alojamiento en familias de acogida.

El sistema de tutela griego también necesita reformas, señala Wolfensohn. Los fiscales, que actualmente se convierten de golpe en tutores de un gran número de menores, están desbordados, asegura. Muchas veces los niños ni siquiera llegan a verlos, dicen en su informe los expertos de Human Rights Watch. Algunos ignoran por completo que tienen un tutor. La normativa de la Unión Europea establece que en los primeros cinco días siguientes a la solicitud de asilo se debe nombrar un tutor.

En el futuro se prevén mejoras también en este aspecto. El departamento del Ministerio de Asuntos Sociales competente en materia de refugiados (EKKA, por sus siglas en griego) quiere empezar pronto a registrar, formar y evaluar a los tutores. “Las autoridades griegas han reconocido que es necesario actuar”, declara Wolfensohn, la experta de Unicef.

Para el sirio Ahmed, que pasó 40 días recluido y que ahora vive en un albergue en Atenas, eso ya no tiene importancia. En su caso las cosas cambiaron rápidamente a mejor. Desde hace un par de semanas sabe que tiene permiso para reunirse con su hermano en Birmingham (Reino Unido). Los británicos han autorizado la reagrupación familiar. Hace dos años que no lo ve. Cuando se le pregunta qué va a hacer allí responde que aprender inglés. Por el momento no tiene otros planes, dice, y se ríe.

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