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NEW HAMPSHIRE VIRGINIA OCCIDENTAL INDIANA IOWA

La américa de Trump POR MARC BASSETS

El gran mérito de Donald Trump en su camino hacia la Casa Blanca fue haber detectado una corriente de malestar profundo con las instituciones y los políticos tradicionales de Estados Unidos. ¿Populismo? ¿Nacionalismo? Hay elementos de ambos, y mucho más.

Desde que en junio de 2015 el 45º presidente estadounidense entró en la carrera electoral, EL PAÍS profundizó en las razones de su ascenso. Este es un viaje en cinco etapas —cinco instantáneas, fragmentarias por definición— en busca de las claves de un fenómeno que se estudiará décadas después de la llegada de Trump al poder.

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Agosto 2015 New Hampshire

Una fiebre Veraniega

Parecía una fiebre veraniega.

“Hablemos en dos o tres meses”, dijo a un grupo de periodistas Jeb Bush, el ungido por las élites para batirse con la demócrata Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Bush, exgobernador de Florida e hijo y hermano de presidente, era el más experimentado, el más serio, quizá el más sensato entre la multitud de republicanos que aspiraban a lograr la nominación tras el farragoso proceso de elecciones primarias.

Donald Trump, un magnate de la construcción más conocido por los rascacielos que llevaban su nombre, su trayectoria de playboy de serie B y sus programas de telerrealidad, era el más inexperimentado, el menos serio, el más irracional. Un bufón y un provocador. Una fiebre pasajera.

Los votantes republicanos no querían saber nada de lo que sus élites les habían vendido en las últimas décadas

En dos o tres meses nadie se acordaría de él. Así se veía a Trump en el verano de 2015. Pero las señales —las señales de que podía ser más que una fiebre pasajera— saltaban a la vista.

Las colas que se formaban en sus mítines. El entusiasmo de sus seguidores. La intuición que él, y nadie más, tuvo: que los votantes republicanos no querían saber nada de lo que sus élites les habían vendido en las últimas décadas. Que en Estados Unidos había millones de personas que se sentían despreciados por los políticos de ambos partidos, millones de personas en busca de un líder, de alguien que les diera voz.

Trump

Las élites —y al frente de ellas la dinastía Bush— decían: libre comercio. Las bases respondían: los acuerdos de libre comercio han provocado el cierre de fábricas en Estados Unidos y han dejado sin oportunidades a la clase trabajadora.

Las élites: Estados Unidos debe arreglar los problemas del resto del mundo, con guerras si hace falta. Las bases: estamos hartos de guerras y el próximo presidente debe dedicarse a resolver ‘nuestros’ problemas, no los de los demás.

Además de atraer más y más seguidores a sus mítines también atraía a más y más periodistas

Las élites: la inmigración será necesaria para la economía. Las bases: los inmigrantes nos quitan el trabajo y amenazan nuestra identidad.

Trump entendió todo esto antes que nadie. Además de atraer más y más seguidores a sus mítines también atraía a más y más periodistas.

Un día de aquel verano de ruido, circo y furia, en una escuela de Derry, un pueblo de New Hampshire, Trump habló con la prensa antes de dirigirse al millar de personas que llenaban la sala. Y se notaba que disfrutaba con sus propias astracanadas, y que la prensa disfrutaba escuchándole, y que Trump disfrutaba viendo cómo los periodistas disfrutaban, y cómo les manipulaba.

Era el producto televisivo perfecto.

—Habla directo. Dispara directo. Y no teme decir lo que, desde hace años, todo el mundo está pensando —dijo Ken Brand, un camionero de 56 años jubilado prematuramente por una lesión en la pierna.

—¿De qué se trata?

—De echar a todos los ilegales. De recuperar este país.

Diciembre 2015 Iowa y Virginia

Hablan los trumpistas

Jeb Bush falló en su vaticinio. No fue el único. En diciembre de 2015, a falta de dos meses para que el pequeño estado de Iowa abriese al baile de caucus (asambleas electivas) y primarias, Trump seguía encabezando los sondeos.

Bush, el ungido, era una nota al pie de página. Y Trump un misterio. ¿Por qué millones de estadounidenses creían a un bocazas excéntrico y maleducado, un gamberro adicto a los comentarios machistas, xenófobos y autoritarios?

¿Por qué millones de estadounidenses creían a un bocazas adicto a los comentarios machistas, xenófobos y autoritarios?

A continuación, algunas opiniones recogidas aquel invierno en mítines en Iowa y Virginia, y la opinión de un psicoterapeuta.

“Nuestro país está inundado de personas que no quieren hablar inglés, que no quieren ser americanas”. Neal Kriete, soldador jubilado de Hayes (Virginia).

“Estamos en el gran estado de Virginia, que representaba a la Confederación. Los sureños estamos muy orgullosos de nuestra herencia, de las tradiciones que están desapareciendo, como Dios, familia, país, todos estos valores que amamos, como la Segunda Enmienda”, Jason Sulser, un hombre que exhibe en un mitin de Trump la bandera con la cruz de San Andrés con estrellas sobre fondo rojo, el emblema confederado que muchos estadounidenses asocian con el esclavismo de los estados del sur. La Segunda Enmienda de la Constitución garantiza, según la interpretación vigente, el derecho a portar armas de fuego.

“¿Para qué diario de izquierdas trabaja usted?” Karlis Norkus, un expolicía originario de Letonia que ejerce de conductor de autobús.

“EL PAÍS”.

“¿De Arabia Saudí?”

Después añade: “El terrorismo ya está aquí, por eso llevo un arma allí adónde voy. Yo no voy a ser un cordero… Cuando hay una zona libre de armas, el lobo entra y dispara a los corderos, y los corderos no pueden hacer más que decir: ‘Beeee. Y morir”

“Parece que Trump no gusta a nadie… excepto a millones de votantes americanos”. John Anderson (Illinois).

Diálogo en Davenport (Iowa) entre dos mujeres republicanas, una partidaria de Trump y otra detractora:

–Conozco a demasiadas mujeres republicanas que me dijeron que jamás votarán por él.

–Yo soy una mujer republicana.

–Trump dijo haber visto miles de musulmanes celebrando después del 11-S [en Nueva Jersey, un bulo propagado por Trump].

– ¿No los viste?… De todos modos, qué importa si los ofendemos.

ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA

“… el narcisista extremo tiene una imagen del yo grandiosa y carece de empatía hacia los demás. Constantemente se siente impulsado a demostrar que él es un ganador, con frecuencia a expensas de las personas a las que desprecia, los perdedores. Cuando se le critica, o cuando se cuestiona la imagen que él tiene de sí mismo, típicamente se defiende con indignación, desprecio y acusaciones… La grandiosidad de Trump es aparente: siente una necesidad constante de anunciar que él es el más grande y el mejor en todo lo que hace. Continuamente se refiere a sus oponentes como perdedores… El atractivo de Trump es un producto de los tiempos inciertos en los que vivimos.

"Parece que Trump no gusta a nadie… excepto a millones de votantes americanos”

Durante periodos de convulsión social, de inseguridad financiera y amenazas de violencia, los seres humanos regresamos a una mentalidad de blanco y negro, de nosotros contra ellos. Enfrentados a problemas complejos y aparentemente insolubles, buscamos respuestas simples que resuelvan nuestras ansiedades. Suspiramos por un líder fuerte que nos haga sentir seguros. A muchos individuos, la personalidad grandiosa y desagradable de Trump les parece un signo de fuerza. Su confianza en sí mismo y sus respuestas simplistas –construye un muro, bombardea [a los terroristas] hasta hacerles trizas– hacen que muchos votantes desencantados crean que él sabe exactamente qué hacer… [Sus votantes] tienden a ser blancos, mayores y menos educados que otros republicanos. Son personas cuyos puestos de trabajo están amenazados por la globalización y que carecen de la educación necesaria para los empleos disponibles en la era de la información. Mientras se reduce el porcentaje de blancos en la población, también sienten que su posición social se erosiona.

En el ámbito psicológico, su autoestima y su sentido del valor están bajo asedio. Están asustados e inseguros. Ante estas heridas narcisistas, Trump ofrece una vía para reinflar la autoestima, y lo hace mediante tres defensas narcisistas típicas: agitar tu rabia con indignación autocomplaciente, expresar el desprecio por otras personas y culpar a otros por tus problemas”, Joseph Burgo, autor de The Narcissist You Know: Defending Yourself Against Extreme Narcissists in an All-About-Me World (El narcisista que conoces: defiéndete ante los narcisistas extremos en un mundo que solo gira en torno a mí).

Mayo 2016 Indiana

Historia de una fábrica

El día en que la empresa Carrier anunció que trasladaría la producción de aparatos de aire acondicionado de Indianápolis a México, Dawn Martin tenía migraña.

Martin, una mujer blanca de 44 años, madre de dos hijos de 16 y 20 años, y empleada en Carrier, sufre dolores de cabeza intensos por una contusión cerebral provocada por un accidente de coche. Aquel día, el 10 de febrero de 2016, no fue a trabajar. Se enteró de la noticia por la red social Facebook. Hasta entonces había creído que su empleo era seguro. Creía –eso le decían– que Carrier ganaba dinero y era número 1 gracias a que fabricaban productos made in USA.

"No me lo esperaba", dijo tres meses después en la sala de actos de la sede del sindicato United Steelworkers (USW) en Indianápolis, un edificio de ladrillos de una planta en un barrio destartalado de Indianápolis partido por una vía férrea y lleno de establecimientos con nombres exóticos: Taquería la Posada, Antojitos Morelia, Pollo Michoacano, Princesas Beauty Salón, Consultorio médico Dr. Humberto C. González: medicina general, cirugía, ginecología.

Dawn Martin, que lleva 12 años trabajando en Carrier, cobra 22 dólares por hora; los trabajadores mexicanos cobrarán entre 3 y 6, según datos no confirmados por la empresa.

Dawn Martin cobra 22 dólares por hora; los trabajadores mexicanos cobrarán entre 3 y 6

Perder el trabajo puede significar, para ella, quedarse sin seguro médico. En Estados Unidos el seguro es privado salvo para los más pobres y los mayores de 65 años. Carrier cubre la protección sanitaria de sus trabajadores, una ventaja que no todas las empresas ofrecen. Martin se ahorra así el gasto de los medicamentos para las migrañas —9 pastillas Relpax por 300 dólares, explica— y para el tratamiento de su hija de 20 años, aquejada de esquizofrenia paranoide.

En pocos días, después del anuncio, el cierre de la fábrica dejó de ser un asunto local en Indianápolis, más que una convulsión en la vida íntima de personas como Dawn Martin, y pasó a ser un motivo de debate nacional.

Un vídeo del responsable de Carrier anunciando los despidos, grabado con un teléfono móvil, empezó a circular por la red. Trump propone construir un doble muro: el primero, de cemento en la frontera con México para frenar la entrada de inmigrantes; el segundo, de aranceles, para frenar la entrada de productos extranjeros. En Indianápolis, el magnate ha encontrado el mejor ejemplo práctico de lo que lleva meses defendiendo: la demostración de por qué globalización es dañina para los trabajadores de EE UU.

Trump propone crear un doble muro: el primero, de cemento; el segundo, de aranceles

La historia no es nueva.

El padre de Dawn Martin vivió hace tres décadas la misma experiencia de ella. Cuando ella tenía 12 o 13 años, perdió su trabajo en Chrysler, que acabó cerrando su fábrica aquí. Ella espera que Carrier reconsidere el cierre. Las alternativas para ella son volver a empezar en otro trabajo, quizá sin seguro médico, sin las pastillas para la migraña o sin el tratamiento para su hija.

Sin el tratamiento, cubierto por el seguro, en un centro de Florida, "quizá hoy ella no estaría aquí”, dijo Martin en la sede de su sindicato, USW. "Quizá se habría suicidado”.

Octubre 2016 Virginia Occidental

Donde las buenas personas hacen cosas malas

Es difícil encontrar a alguien, en esta región minera en la cadena montañosa de los Apalaches, que no tenga un familiar o amigo con problemas de drogas, sobre todo pastillas analgésicas que pueden obtenerse con receta médica.

En esta región, es difícil encontrar a alguien que no tenga un familiar o amigo con problemas de drogas

Sin autopistas que comuniquen el condado con el mundo exterior, sin supermercados bien surtidos con fruta y verdura fresca, sin oportunidades para ganarse el sustento a menos que sea con subsidios públicos, este es un lugar aislado, el caso más extremo de un país —los Estados Unidos más blancos y rurales— que muere lentamente, y no sólo por sobredosis.

“Mañana tengo un funeral”, dijo Martin West, el sheriff del condado. “Un chico con algunos problemas”. En la entrada de las oficinas de sheriff, en Welch, había dos cajas con un cartel que invita a depositar de forma anónima botes de pastillas y jeringuillas para su destrucción.

MUERTES POR SOBREDOSIS 2014

West es, además de sheriff, pastor protestante. Como agente del orden, su misión es perseguir el crimen: nueve de cada diez casos que trata tienen que ver con la droga. Como predicador, debe consolar a las familias destruidas por una epidemia que ha contribuido a elevar la tasa de mortalidad entre los blancos de entre 45 y 54 años en todo EE UU. La esperanza de vida para los hombres en McDowell era en 2010 de 64 años, 18 menos que en el condado de Fairfax, a las afueras de Washington, a 560 kilómetros de allí.

En las calles de Welch y de otros pueblos a lo largo de la carretera 52 se veían escaparates tapiados; una escuela abandonada con un aula de música y, sobre el piano, la última partitura; un hotel en ruinas; viviendas en cuyo interior crece la vegetación. Eran restos del esplendor pasado, cuando el condado superaba los 100.000 habitantes. Los años en los que el carbón fue a Welch lo que el automóvil a Detroit: el combustible de la nación.

Hoy viven unas 18.000 personas en McDowell, y no hay ni concesionarios ni, desde que el pasado invierno cerró Wal-Mart, una gran superficie. Se atribuye a Wal-Mart y su política de precios bajos y oferta inacabable la destrucción del tejido de pequeños comercios —y, finalmente, la decadencia de los centros urbanos— en la América rural. La paradoja es que el cierre del Wal-Mart es un segundo golpe, quizá mayor, para McDowell. Porque obliga a sus habitantes a desplazarse hasta una hora, por carreteras de montaña, hasta los condados vecinos para hacer las compras.

“No somos distintos de otras partes del mundo, salvo en un hecho: no tenemos una clase media"

“Tienda cerrada a las 19 horas. Jueves 27 de enero 2016”, se lee en una nota pegada en la puerta tapiada de Wal-Mart. Suena a certificado de defunción.

“No somos distintos de otras partes del mundo, salvo en un hecho: no tenemos una clase media”, dijo Harold McBride, presidente del condado de McDowell. Una vez emigrada a condados vecinos, argumenta McBride, ha dejado a McDowell sin el pegamento social necesario para recuperar la prosperidad.

Población estadounidense por estrato social

El candidato republicano Donald Trump no entusiasma nada a este condado demócrata, pero nadie olvida que la candidata de este partido, Hillary Clinton, dio por hecho hace unos meses que muchos mineros del carbón se quedarían sin trabajo. Una declaración de guerra contra los Apalaches.

Conduciendo por carreteras secundarias entre paisajes idílicos, Sabrina Shrader, luchadora incansable por el buen nombre de estas tierras, recordaba su infancia en McDowell, donde vivió hasta los 13 años, y hablaba de sus sueños: participó en la campaña por la nominación del senador Bernie Sanders —rival de Clinton en las primarias del Partido Demócrata— y es candidata demócrata por el condado vecino, Mercer, a la cámara legislativa de Virginia Occidental. “Soy una cristiana de los Apalaches”, se definió Shrader, que salpica su conversación con referencias bíblicas y se muestra orgullosa de esta identidad.

Familia Ver fotos Hombre

“De ninguna manera quiero que mis hijos se queden aquí”

Nos llevó a Davy, un pueblo de 400 habitantes junto a una línea del ferrocarril. Allí viven los Wingate: su amiga de infancia Heather con su marido Adam y sus dos hijos. Adam Wingate, que llegó a Estados Unidos a los cinco años procedente de Líbano, adoptado por una familia local, es minero y lleva cuatro meses sin trabajo.

“De ninguna manera quiero que mis hijos se queden aquí”, dijo Adam. En el parque cercano ha llegado a encontrar jeringuillas.

Heather Wingate recuerda que a los 22 años tuvo un accidente de coche y el médico le prescribió 180 pastillas analgésicas. “Aquí”, dijo, “las buenas personas hacen cosas malas”.

Octubre 2016 Indiana

No es laeconomía

El viaje termina en Elkhart (Indiana), la capital mundial de las autocaravanas, un lugar donde las ofertas de trabajo sobran, el desempleo es inexistente y las fábricas no tienen suficientes trabajadores para funcionar a pleno rendimiento. Aquí los tenebrosos discursos de Donald Trump sobre el declive de Estados Unidos suenan a ficción distópica.

Elkhart, una de las ciudades más golpeadas por la crisis de 2008, es hoy el alumno modélico de los Estados Unidos de Obama: la demostración de que en sus ocho años de presidencia ha logrado darle la vuelta a una economía que el día que llegó a la Casa Blanca estaba en caída libre.

Ed Neufeldt recuerda el día de septiembre de 2008 en que se quedó sin trabajo. Los jefes de Monaco, la fábrica de autocaravanas en la que llevaba 32 años, anunciaron que cerraban las puertas. “Nunca pensábamos que nos íbamos a hundir, pero nos hundimos”, recordaba Neufeldt, de 70 años, en la biblioteca municipal de Wakarusa, un pueblo a 15 kilómetros de la ciudad.

Las dos hijas de Neufeldt y sus yernos perdieron el trabajo en la fábrica. Su familia experimentó en carne propia una de las mayores recesiones en décadas. “Casi cada semana había un nuevo anuncio de que cerraba una fábrica, o despedía gente. Fueron días muy tristes, deprimentes”, dijo Tim Vandenack, periodista de The Elkhart Truth, el diario local. Y recordó una máxima que muchos repiten aquí: las autocaravanas son un sensor sobre el estado de la economía.

“Nunca pensábamos que nos íbamos a hundir, pero nos hundimos”

Entre 2008 y 2009 la tasa de desempleo pasó en Elkhart del 5% a cerca del 20%, un nivel fuera de lo común en Estados Unidos, propio de la depresión. No es extraño que fuese el primer destino de Obama tras llegar a la Casa Blanca. Llevaba tres semanas en el cargo cuando se desplazó a Elkhart. Neufeldt fue el encargado de pronunciar unas palabras introductorias en el mitin del presidente. Y volvió a reunirse con él el pasado junio, cuando Obama, triunfante, regresó a la ciudad.

El paro ha caído en Elkhart del 20% a cerca del 4%. Las previsiones indican que este año Estados Unidos fabricará 400.000 autocaravanas, un récord. Más del 80% se producen en la región del Elkhart, conocido como el Detroit de los RV (iniciales en inglés de vehículos recreativos).

Después de quedarse en el paro en 2008, Ed Neufeldt trabajó en una compañía de coches eléctricos. Sus hijas y yernos volvieron a encontrar empleo. Cuando las fábricas de autocaravanas volvieron a abrir, se vio demasiado mayor para este trabajo, pero no para jubilarse. Hoy tiene tres empleos a tiempo parciales: en una panadería, en una clínica y un supermercado. “Me levanto a las cuatro. Trabajo siete días a la semana, entre 50 y 55 horas semanas”, dijo.

Indiana

En la fábrica ganaba 20 dólares por hora; ahora unos 11 dólares por hora. El reverso del crecimiento y el pleno empleo es la precarización laboral. Admirador de Obama, Neufeldt es una prueba de que la política no es una línea recta.

“Soy muy provida”, dijo. Provida es como se describen los detractores del derecho al aborto, que Hillary Clinton defiende. Cuando a principios de octubre hablamos con él, Ed Neufeldt tenía la intención de votar a Donald Trump.