“Uno siente que el mundo le da la espalda
y ahí llegan la criminalidad, el consumo,
las malas decisiones”

El desempleo afecta a 1 de cada 5 jóvenes de 15 a 28 años en Colombia, el doble que a las personas de mayor edad. Las bajas posibilidades de acceso a la educación superior y las escasas oportunidades laborales dificultan los sueños de personas como Brayan Alexander Sucre Millán, quien narra su travesía por tratar de salir adelante.

“Intento buscar más. A uno le toca hacer de todo”

  • Fotografía y audio: Diego Cuevas
  • Texto: Greace Vanegas
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Brayan Alexander Sucre Millán, de 22 años, no es atleta, pero su vida ha sido una carrera de obstáculos. Su historia refleja la de millones de jóvenes en Colombia que atraviesan una lucha inagotable por salir adelante. Ha sido recolector de pagos en peajes, vendedor de papa y “todero” en restaurantes de comidas rápidas, compañías de logística y tiendas de mercado. “Intento buscar más. A uno le toca hacer de todo”, asegura.

La vida de Brayan inició bajo la amenaza del conflicto armado en una de las zonas más apartadas del país. Nació en Vichada, un departamento tan extenso como Corea del Sur, pero con unos 117.000 habitantes, donde las oportunidades son más escasas que en las grandes ciudades. “Aún me acuerdo de esos dos o tres días que había que estar debajo de la cama por enfrentamientos entre los grupos subversivos y el Ejército”, rememora.

El joven, de ojos claros y mirada profunda, llegó hace 17 años a Bogotá, agarrado de la determinación de una madre soltera. “Mi mamá tenía ese sueño de venir a la ciudad, buscar oportunidades. Que yo algún día pudiera estudiar en un buen colegio, tener una carrera, un buen trabajo, lo que toda mamá desea de su hijo”, relata. Pasaron de un lugar recóndito, donde la electricidad no llega las 24 horas del día, a una ciudad con 8 millones de habitantes. “Fue un choque entrar a estudiar a un colegio distrital del norte”.

Brayan terminó sus estudios de secundaria, un resultado que para muchos es toda una hazaña. En Colombia, la deserción escolar es del 3,58% de acuerdo con cifras del Ministerio de Educación Nacional para 2021. Los estudiantes que abandonan las aulas lo hacen, principalmente, mientras cursan bachillerato y en las zonas rurales. Los hombres, sobre todo, porque necesitan trabajar. Las mujeres para encargarse de los oficios del hogar.

Quienes se gradúan de secundaria encuentran otro cuello de botella: solo la mitad accede a la educación superior, sea profesional o técnica. Los cupos en universidades públicas son insuficientes y el costo en las privadas es inalcanzable: un semestre en las más caras puede alcanzar entre 20 y 30 millones de pesos (4.400 y 6.600 dólares), lo que una persona se ganaría en dos años con un salario mínimo, otras ofrecen programas a unos 3 millones de pesos (650 dólares). Brayan es técnico en contabilización de operaciones comerciales y financieras con el SENA, una institución pública de formación técnica que es gratuita.

El desempleo de las personas de 15 a 28 años alcanzó el 19% en el primer trimestre de 2023, según el Departamento Nacional de Estadísticas (DANE). Es casi el doble de la tasa nacional del 10% y afecta todavía más a las mujeres, con una tasa del 24,3%. Aunque ha disminuido tras la pandemia, 1,2 millones de jóvenes como Brayan buscan oportunidades laborales y otros 2,9 millones ni estudian ni trabajan. Entre los países de la OCDE, solo Turquía tiene un mayor porcentaje de jóvenes en estas condiciones.

Brayan realizó siete meses de práctica con una comercializadora de agroquímicos, pero no más. Han pasado cuatro años desde que obtuvo el título como técnico, sin encontrar un empleo formal. “Dije: voy a intentar, a hacer el esfuerzo sobrehumano de conseguir un empleo y con él costearme mis estudios. ¡Oh, sorpresa! Ha sido muy complicado conseguir un empleo por esto de que siempre te piden experiencia laboral”, lamenta. Le exigen, como mínimo, año y medio de experiencia.

Las empresas buscan empleados conocedores, pero pocas abren sus puertas para que puedan desarrollar sus destrezas. Es un círculo vicioso difícil de romper. El Gobierno nacional subsidia hasta el 25 % de un salario mínimo para jóvenes entre 18 y 28 años, pero el incentivo no basta. El 55% de los empleadores califican de regulares o malas las capacidades con las que llegan los jóvenes al entorno laboral, según una encuesta del centro de pensamiento Probogotá.

Stefano Farné, director del observatorio del mercado de trabajo de la Universidad Externado de Colombia, destaca que, aunque la tasa de desempleo juvenil es más alta que en otros países, no es solo un fenómeno nacional. “En general en el mundo los jóvenes tienen más problemas para insertarse en el mercado del trabajo. Son muy pocos los países donde su tasa de desempleo es baja comparada con los demás grupos poblacionales”, señala el experto. “Las empresas deberían ver que uno tiene un compromiso porque uno quiere salir adelante”, insiste Brayan.

El joven no se rinde. Cada mañana navega en busca de opciones que lo acerquen a sus sueños. Mientras se concreta alguna, divide sus horas entre tareas del hogar, trabajo social con otros jóvenes vulnerables y ocupaciones informales e inciertas, que le mantienen viva la esperanza. Es ayudante de un supermercado familiar en Soacha, un municipio cerca de Kennedy, la localidad donde vive en el sur de Bogotá. Con ese y otros rebusques ajusta entre 5 y 10 dólares diarios, ocasionalmente.

Comparte un apartamento en arriendo con su madre, que trabaja como empleada de servicio, su padrastro obrero, y dos hermanos menores. “Hago una cosa, hago la otra porque hay que buscar qué hacer… la situación económica en que uno vive no le da para ponerse exigente”, dice Brayan. Inicia su rutina llevando a sus hermanos al jardín. Luego toma un bicitaxi hasta una avenida principal para tomar el transporte hacia el sitio de trabajo. Intenta abrirse un lugar en el bus, como en el mundo que lo rodea. Al final de la jornada, toma impulso para el día siguiente.

“Los jóvenes vivimos con esto de siempre cargar con todas las expectativas… al salir al mundo real y ver que no es tan fácil, es un choque duro… te das cuenta que la vida es otra cosa”, confiesa. Reconoce que, ante la ausencia de oportunidades, los grupos ilegales se aprovechan. “A veces uno siente que el mundo te da la espalda, crece la criminalidad, el consumo, las malas decisiones y eso nos lleva a cómo está la sociedad”. También alerta sobre problemas de salud mental que aquejan cada vez más a los jóvenes, como la depresión o la ansiedad.

Brayan formó parte del programa “Parceros por Bogotá”, una estrategia que busca arrebatarles los jóvenes a los brazos de la delincuencia. Como en otras ciudades o pueblos, la Administración local ofrece un apoyo monetario temporal con la condición de que los jóvenes participen en actividades pedagógicas en sus barrios. Esto, a su vez, les permite mejorar habilidades blandas como el trabajo en equipo.

En un país donde el talento y el trabajo duro no siempre alcanzan, Brayan habla por otros jóvenes. Pide menos estigmatización y más oportunidades. “Hay muchos jóvenes que cada día se levantan, comen lo que su mamá les prepara, cogen su bolso lleno de hojas de vida y van buscando una oportunidad, un sueño. ¿Son los vagos que están diciendo que somos? ¿Gente que madruga y está buscando una oportunidad de salir adelante, de educarse y ser mejores personas, de brindarle lo mejor a sus familias y a su comunidad?”, se pregunta.

Los ojos claros de Brayan expresan más que su mirada. El brillo de sus pupilas irradia una ilusión que no se vence. Quiere ser contador público y está cada vez más cerca. Ya consiguió la rigurosa admisión en una prestigiosa universidad de Bogotá a la que espera ingresar con el apoyo de “Jóvenes a la U”, un programa distrital que ofrece becas y apoyo de sostenimiento a jóvenes de escasos recursos.
-¿Qué son para ti las oportunidades?
-“Son una lucha constante, pero cuando las consigues quieres comerte el mundo”, afirma.

“Intento buscar más. A uno le toca hacer de todo”

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