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Cementerio de Hombres y Barcos

Cementerio de Hombres y Barcos es un documental web desarrollado con el apoyo de la beca de reporterismo en desarrollo del Centro Europeo de Periodismo (EJC, por sus siglas en inglés), patrocinada por la Fundación Bill y Melinda Gates.

Un proyecto de

Textos y Fotografías
Tomaso Clavarino
Vídeo y Diseño
Isacco Chiaf

Edición de Vídeo

Luca Vigliani

Desarrollo de Mapas

Carlos Guimaraes

Música

Michele Sarda
Loris Spanu

Traducciones

Fay R. Ledvinka
Jia Uddin

Cementerio de Hombres y Barcos

MUERTE EN EL ASTILLERO

Debido a la falta de medidas de seguridad, docenas de trabajadores mueren o se lesionan en los astilleros de desguace de barcos del sureste de Asia

Nezam, paralizado en su cama tras sufrir un accidente en el desguace.



Chittagong, Bangladesh



Nezam está tendido en la cama con la cintura envuelta en una sábana sucia. Su madre está sentada a su lado. De vez en cuando le da la vuelta para moverlo. Lo limpia e intenta entender lo que él se esfuerza por articular. El hombre tiene 37 años y lleva nueve viviendo así, paralizado, desde que el 2 de abril de 2007, mientras estaba trabajando en las instalaciones de Mahin Enterprise (en Chittagong, Bangldesh), un cable de acero se rompió y lo golpeó en la espalda con una violencia terrible, rompiéndole la médula espinal. “Me estoy muriendo poco a poco”, se lamenta Nezam, que en los últimos meses ha visto cómo se deteriora su salud. “Nadie puede hacer nada por mí. Mi madre, que soñaba con un futuro brillante para mí, solo puede pasarse la vida a mi lado, viendo cómo me voy consumiendo día a día”. Tras una larga batalla legal, le han pagado una indemnización de 125.000 takas bangladesíes, el equivalente a unos 1.400 euros. Nada comparado con una vida destruida. Con el dinero compró un pequeño puesto en la calle en el quevende alimentos, y con eso se las arregla para ganar lo suficiente para mantener a su familia y a sí mismo. Una familia que vive a expensas del hijo mayor y que se vio obligada a vender la pequeña parcela de tierra de la que era propietaria para pagar su tratamiento y medicinas. “Lo que quiero es justicia”, susurra Nezam. “Lo he perdido todo. Estaba a punto de casarme. Nadie viene a visitarme nunca. El jefe de la obra eludió de su responsabilidad conmigo dándome poco más de 1.000 euros”.

Sheju: Hospital de Chittagong (Bangladesh)



Eso es el desguace de barcos. Un trabajo arriesgado, probablemente uno de los más peligrosos del mundo, que se realiza en países como Bangladesh, donde se emplea a gente sin cualificación, en su mayoría jóvenes, en condicionales laborales insalubres. Los accidentes se producen a diario, y cada año hay docenas de muertos. La seguridad es un concepto ajeno a estos sitios. Los trabajadores se mueven por ellos en chancletas y camisetas de manga corta. Nada de cascos, nada de gafas de protección. Trepan por escaleras suspendidas a muchas docenas de metros sobre el mar embravecido; hacen malabarismos con los sopletes al lado de los depósitos, los tanques y las bombonas de gas. Las explosiones son frecuentes, como muestran las quemaduras de quienes los manejan. A veces son poco importantes y se pueden tratar en el abarrotado y destartalado hospital de Chittagong; otras son tan graves que los médicos no tienen la cualificación o los medios para curarlas, de manera que los trabajadores heridos se quedan allí semanas, si no meses, tendidos en una cama y recibiendo el mínimo tratamiento básico. Ese es el caso de Sheju Moni y Tapas Jaladas, que vieron cómo dos depósitos de gas les explotaban en la cara cuando estaban cortando en trozos las planchas de metal de un carguero. Sheju sigue grave en el hospital. Ya hace meses que está allí con quemaduras en el 80% del cuerpo. Tapas se recuperó del accidente sucedido en enero de 2014 en las instalaciones de Kabir Steel. Se recuperó, pero quedó cubierto de cicatrices de por vida, con los brazos, parte de la cara y el cuello devorados por las llamas. “Después del accidente tardé varios meses en reponerme”, cuenta. “Cuando terminó el tratamiento básico, la empresa dejó de sufragarme los medicamentos, así que tuve que pagarlo todo yo, que, como no tenía empleo, ya no ganaba dinero. Ahora he vuelto a trabajar con la misma rutina y los mismos riesgos. Pero no tengo elección. Es la única posibilidad que tengo para sobrevivir”.

Los padres del joven Mohammad Abdul Karim, muerto en un astillero
de desguace el 31 de mayo de 2016.

Jasmin Akter, esposa de Sumon, muerto por atropello de camión en el astillero de Kabir Steel (Chittagong, Bangladesh)



Nezam, Tapas, Sheju o incluso Edris, que perdió una pierna en un accidente y que desde entonces se las arregla para ir malviviendo con su familia, son solo algunas de las víctimas de la actividad altamente peligrosa del desguace de barcos. Víctimas que, aun en la tragedia, han tenido la suerte de poder contarnos sus historias. Suerte, porque hay muchos que perdieron la vida en los astilleros y, aunque es difícil hacer un cálculo preciso ya que gran parte de los trabajadores ni siquiera están inscritos en el registro (son inmigrantes y, por lo tanto, no tienen familia en Chittagong), alrededor de 1.000 personas ha muerto desde la década de los ochenta hasta la actualidad. Tan solo en los primeros meses de 2016 se registraron 13 muertes.



Entre los fallecidos estaba Sumon, de 26 años, que hacía poco que había sido padre. Sumon salía de las instalaciones de desguace de Kabir Steel, donde era auxiliar de cortador, al final de su jornada, cuando un coche que estaba maniobrando lo atropelló y lo mató en el acto. Era el 28 de mayo de 2016. “Vi a mi marido marcharse al trabajo y nunca lo vi volver”, relata Jasmin Akter, la joven esposa de Sumon, en su habitación en la aldea de Masjidga. “Sabía que era un trabajo peligroso. Él solía decírmelo constantemente. Decía que no había seguridad, que demasiadas personas resultaban heridas. Incluso tuve que pelearme para que me devolviesen su cuerpo”. Efectivamente, porque Kabir Steel y las autoridades locales intentaron ocultarlo y se negaban a devolvérselo a la familia. Solo la protesta que llevaron a cabo sus amigos y sus familias hizo posible que sus seres queridos lo recuperasen. Una protesta que no estuvo exenta de dolor. Durante la manifestación en el exterior del astillero de Kabir Steel, varios guardas abrieron fuego sobre la gente que pedía el cadáver de Sumon. Docenas de personas resultaron heridas, alcanzadas por las balas procedentes de las torres de los muros que rodean las instalaciones, que desde fueran parecen impenetrables. También en el caso de Sumon, Kabir Steel dio a su familia una indemnización de unos 1.100 euros. “Un dinero al que todavía no hemos tenido acceso”, se lamenta Jasmin, “y que no me va a servir de mucho. Con una niña pequeña y sin trabajo, no sé cuánto tiempo podré resistir”.

Edris perdió la pierna en un astillero de desguace