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La américa de Clinton POR MARC BASSETS

Un viaje de un año y medio en busca de los Estados Unidos de Hillary Clinton, la candidata demócrata en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, no arroja titulares estridentes ni mensajes chocantes.

Si el republicano Donald Trump se jacta de tener una mayoría silenciosa que le apoya, existe otra multitud que se identifica con su rival y raramente es objeto de la curiosidad casi etnográfica que despiertan los votantes de Trump. Una mezcla de ideas progresistas con los valores genuinamente americanos. Una coalición de jóvenes, minorías y mujeres. Un país que no se siente al borde del apocalipsis, que aún cree en el sueño americano.

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Abril 2015 Wellesley (Massachusetts)

Cuando Hillary se hizo demócrata

La archivera de la universidad ha colocado en una mesa los volúmenes encuadernados del semanario de Wellesley College. Entre ellos, el ejemplar del 13 de octubre de 1966, con la noticia sobre la campaña para las elecciones locales y estatales de aquel año. También carpetas con recortes de periódicos. Y una copia de la tesis de final de carrera de su alumna más ilustre.

Uno de los viejos recortes del diario ‘The Wellesley News’ recoge unas declaraciones de Hillary Rodham, que entonces era republicana y reclutaba voluntarias en la universidad. Decía la estudiante Rodham: "La chica que no quiera salir a la calle a estrechar manos puede mecanografiar cartas o dedicarse al trabajo de oficina".

Ella salió a la calle, empezó a hacer política y dede entonces no ha parado. Hoy es Hillary Clinton y quiere llegar a la Casa Blanca.

Todo empezó aquí, en este campus de construcciones góticas en las afueras de Boston (Massachusetts), unos años antes de conocer a Bill Clinton, su futuro marido y presidente de Estados Unidos. En Wellesley, Hillary dejó de ser republicana y se convirtió en demócrata; su nombre salió por primera vez en los papeles; y, el 31 de mayo 1969, en el acto de graduación de su promoción, pronunció su primer discurso ante una audiencia de centenares de personas.

Profesores, alumnas y administrativos la veneran. Es una figura casi intocable. La exalumna con más éxito.

"Pese a nuestras diferencias ideológicas, y pese a que discrepe en algunas cosas, es una mujer que ha logrado tantas cosas y ha hecho tanto por romper el techo de cristal que no puedo hacer más que respetarla".

"En la primavera de 1968, Hillary todavía era republicana, aunque moderada "

La estudiante Lizamaria Arias es miembro de la dirección ejecutiva del Partido Republicano en Wellesley. En sus primeros años aquí, Hillary Rodham fue la presidenta de las Young Republicans, la misma organización a la que pertenece Arias.

Alan Schechter conoce bien a Hillary Clinton. Se cartean y hablan esporádicamente. Conversar con Schechter, profesor emérito de ciencias políticas, es una inmersión en el Wellesley de los años sesenta, un momento de explosión social y política.

"En la primavera de 1968, Hillary todavía era republicana, aunque moderada", recuerda Schechter. El profesor le consiguió una beca para trabajar durante el verano con el grupo republicano en el Congreso, en Washington.

Estados Unidos era un país en transformación. Como Hillary. Las leyes sobre los derechos civiles, la incipiente lucha por la igualdad de las mujeres y las dudas sobre la guerra de Vietnam —miles de muchachos coetáneos suyos morían en la jungla del sureste asiático— contribuyeron a convertirla.

"Regresó en otoño de 1968 y me dijo: ‘Quiero escribir una tesis de final de carrera sobre la pobreza’", dice Schechter. "Esto era un signo de que su ideología había cambiado".

Noviembre 2015 Nueva York

En la cocina de la campaña

En la planta 11 de este edificio en Brooklyn, Nueva York, se mezcla la intensidad de las viejas redacciones de prensa con la energía de una start-up de Silicon Valley.

La media de edad ronda los treinta años. Algunos se sientan con sus ordenadores en sofás o en el suelo. Los más formales, en sus mesas.

Aquí se fragua la campaña electoral que debe convertir a Clinton en la primera mujer presidente de Estados Unidos.

La zona donde se ubica la sede no es el Brooklyn de los bohemios y los hipsters, sino una zona de oficinas indistintas y edificios gubernamentales.

Nada anuncia en la entrada del edificio 1 Pierrepont Plaza que allí dentro se prepara una de las campañas más potentes de la historia reciente. Dentro, es otro mundo. Esta vez, sí, el Brooklyn de las series de televisión y el cliché turístico: el hipster con el cabello rosa, las barbas y las gafas de pasta, la atmósfera en apariencia cool, relajada, y al mismo tiempo concentrada. Hay decenas de jóvenes dedicados día y noche a analizar datos en busca de votantes, a seguir las redes sociales y responder a las crisis, a organizar a los equipos desplegados en los estados, a movilizar a segmentos demográficos clave para la victoria, como los latinos.

En la sede hay pocos despachos. En uno se ve a John Podesta, que en los años noventa fue jefe de gabinete del esposo de la candidata, el presidente Bill Clinton, y consejero del presidente Barack Obama.

Hay decenas de jóvenes dedicados día y noche a analizar datos en busca de votantes

En otro hablamos con Lorella Praeli, la jefa de la campaña de la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, para los votantes latinos. Supervisa los esfuerzos para movilizarlos para la elección de Obama en 2008 y su reelección en 2012.

Cuando Praeli tenía dos años, en su país natal, Perú, un coche la atropelló. Los médicos le amputaron la pierna. Le costaba caminar. Intentaba levantarse, sin éxito. Su padre no permitía que nadie le ayudase.

"Yo me caía y él me cantaba: 'Cuando me caigo me levanto, cuando me levanto me vuelvo a caer’. Era un mensaje que tenía un valor: ‘Te vas a caer en la vida. Te vas a tener que levantar’. Él me quería asegurar que yo podía hacerlo sola, que no era el fin del mundo si me caía".

Y así fue. Praeli se levantó, aprendió a caminar, emigró a Estados Unidos, estudió, y se convirtió en una destacada activista en favor de los dreamers, o soñadores, los inmigrantes indocumentados que, como ella, llegaron a este país siendo menores de edad. Y de ahí, a la campaña de Clinton.

"A veces me tengo que pellizcar", dice Praeli, de 27 años, en la sede de campaña. "Te dices: 'Se supone que yo no tendría que estar aquí’".

Praeli, casada con un estadounidense, es residente legal, pero aún no había obtenido la ciudadanía el día de la entrevista. La obtuvo poco después.

Es la máxima responsable de la movilización de los hispanos, pero nunca ha votado en este país. El 8 de noviembre de 2016 lo hará por primera vez en Estados Unidos.

"El mensaje subliminal de todo esto es: ‘Levántate y anda’"

A Praeli, la razón para luchar por Clinton se la dio la propia Clinton durante una reunión con ella y otros asesores en Washington. "Nos habló de su historia, de por qué hace lo que hace. El mensaje subliminal de todo esto es: ‘Levántate y anda’. Es una frase que ella dice: ‘Cuando te caes, te vuelves a levantar’".

Entonces cae en la cuenta. El consejo de Clinton es el que le daba su padre después del accidente: "Cuando me caigo me levanto, cuando me levanto me vuelvo a caer". El rostro se le ilumina.

"Es increíble, ¿sabe?", dice. "Es la primera vez que hago esta conexión".

Octubre 2016 Reading (Pensilvania)

Territorio Clinton, territorio hispano

Solo hace falta nombrar a Donald Trump para que la tertulia se anime.

"Yo grito a los cuatro vientos que voto a Hillary Clinton’"

"Yo le digo una cosa personal, sin ofender a nadie. Si me pregunta, yo grito a los cuatro vientos que voto a Hillary Clinton", dice la puertorriqueña María Vázquez, la única mujer en la mesa en el centro de la tercer edad de Reading.

Los demás asienten. Y explican que todo cambió en Reading, una ciudad industrial en Pensilvania, cuando los latinos empezaron a llegar en masa. Que antes, como dice Vázquez, "los que vivían aquí eran hillbillies. Hillbillies es el término, a veces despectivo, que designa a los blancos rurales de la región montañosa, minera e industrial, del este de Estados Unidos. El hombre que ha insultado a mexicanos y musulmanes, que ha ofendido a mujeres y veteranos de guerra, es persona non grata.

Preferencia política de los latinos

Porcentaje de votantes latinos registrados

"¿Sabe por qué aquí no le damos el voto a Donald Trump? Porque tiene cara de Satanás", interviene el mexicano Jesús Picazo.

Suena música caribeña en una radio y los voluntarios empiezan a repartir los platos de cartón con una albóndiga, remolacha, pasta y maíz. Medio centenar de jubilados —puertorriqueños, mexicanos y dominicanos— viene cada mañana a la Casa de la Amistad para jugar al dominó, platicar y comer. Esto es un comedor popular: el almuerzo es gratuito.

Reading es una de las ciudades con más pobreza de Estados Unidos. El 40% vive por debajo del umbral. También es una de las que tiene más hispanos. De sus 88.000 habitantes, casi un 60% son de origen latinoamericano.

Tasa de desempleo de Reading, Pensilvania

En porcentaje

Las penurias económicas, la marginación y el deterioro urbano serían, en cualquier otro lugar, una máquina de votos para el republicano Trump, el político que ha conectado con el malestar de la clase trabajadora blanca despreciada por las élites y sometida al vendaval de la globalización.

No aquí, donde las tertulias del comedor popular son en castellano y, las calles del downtown, el centro de la ciudad, no ofrecen una imagen de vacío y desolación, sino que bullen de tráfico y actividad: más cercanas al Bronx neoyorquino que a una ciudad del rust belt o cinturón del óxido, el corredor desindustrializado que va de Pensilvania a Minnesota.

En Reading, territorio Clinton, el ‘make America great again’, el ‘vamos a hacer América grande de nuevo’, el eslogan de Trump, tiene poco sentido. Aquí los latinos ya creen que Estados Unidos es un gran país y Reading una buena ciudad para vivir, pobre quizá, pero barata, con dimensiones humanas y vida de barrio.

Población de origen hispano en EE UU

Millones de personas

Como escribió uno de sus hijos predilectos, el novelista John Updike, Reading era en los años sesenta "una ciudad de fábricas y vías férreas encajadas entre filas de casas de sólido ladrillo, exiguas pero limpias, y decoradas, entre el áspero río Schuylkill y el perfil amenazante del Monte Penn".

"El autobús tiene demasiados negros. Conejo se da cuenta cada vez más y más"

Aquella era una ciudad de industriales ricos, bajo la sombra de la extravangante pagoda china que corona el Monte Penn, el capricho de un político local de principios del siglo XX. Era una ciudad en la que la clase media blanca veía con estupefacción los cambios sociales de los años sesenta y setenta, como la conquista de derechos por los negros o la liberación sexual.

El protagonista de la serie de novelas de Updike situadas en Reading es Harry Angstrom, apodado Conejo, una vieja gloria del baloncesto juvenil que trabaja en un concesionario de automóviles, blanco y protestante, demócrata y conservador (en aquella época ambos términos no eran contradictorios), patriotero y partidario de la Guerra de Vietnam, y racista sin conciencia de serlo. "El autobús tiene demasiados negros. Conejo se da cuenta cada vez más y más", escribe Updike en la segunda parte de la serie, ‘El regreso de Conejo’, publicada en 1971.

Angstrom es ficción pero refleja un arquetipo de votante clave en las últimas décadas: el demócrata de Reagan, el blanco de clase media que con Ronald Reagan se pasó al Partido Republicano. Este es el perfil de muchos votantes de Trump.

En Reading quedan pocos. Si hoy Angstrom, o Updike se subiesen a un autobús, o paseasen por el downtown de Reading, verían supermercados con nombres españoles y carteles anunciando que se aceptan food stamps o vales de comida, una forma de subsidio público para las personas con ingresos bajos.

Si visitasen las escuelas, se darían cuenta de que los blancos anglosajones, los descendientes de los alemanes que llegaron a estas tierras en los siglos XVII y XVIII, son minoría. En el autobús quizá se sentarían junto a Nanette Cardona, una limpiadora de oficinas y cuidadora en una guadería que comenta en la parada: "Donald Trump es un altanero... Las mujeres somos más fuertes que los hombres y lo vamos a ver".

Octubre 2016 Erie (Pensilvania)

El sueño de Reagan

Cuando Ferki Ferati llegó a Erie en 1999 con sus padres y hermanos, la primera impresión fue decepcionante. "¿Dónde demonios están los rascacielos?", se preguntó. Tenía 16 años y, huyendo de la guerra en su tierra, Kosovo, llegaba a esta ciudad a orillas de uno de los Grandes Lagos, en el noroeste de Pensilvania. La segunda impresión fue mejor. Vecinos de Erie llevaron a la casa donde vivía la familia Ferati todo tipo de regalos: helados, televisores, vajilla, bicicletas...

Hoy Ferati dirige la Sociedad Jefferson, un laboratorio de ideas que cada año organiza una conferencia en Erie con invitados de renombre mundial. Cuando habla de Erie, dice "mi casa" o "nosotros". En su despacho tiene bustos de Jefferson y Madison (y un retrato de Teresa de Calcuta, albanesa como él). Su historia no tiene nada de particular. Él podría ser uno de los sirios que, dos décadas después del estallido de los Balcanes, vuelven a repetir la experiencia: huyen de otra región en guerra y encuentran refugio en EE UU en lugares como Erie: una ciudad sin rascacielos ni atractivos turísticos y que, como otras en esta región, ha sufrido los embates de la globalización y ha visto cómo en las últimas décadas cerraban fábricas y los residentes se marchaban.

"Me gusta la libertad de opinión aquí. Y que cada uno se ocupa de lo suyo"

En un momento en que la hostilidad al extranjero se han normalizado en el discurso público en EE UU de la mano del candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, Erie abre las puertas. Los conflictos son mínimos y la actitud de los locales ha sido ejemplar.

"Me gusta la libertad de opinión aquí. Y que cada uno se ocupa de lo suyo", dice un sirio de Alepo que llegó en agosto junto a su esposa.

"Los refugiados sirios: no tenemos ni idea de quiénes son, de dónde vienen", dice Trump en sus mítines. La afirmación es falsa. Para cualquier terrorista sería mucho más fácil entrar como turista que como refugiado.

Residentes en EE UU nacidos en el extranjero

Hay una desconexión entre la retórica virulenta contra los refugiados musulmanes en la campaña electoral, y la realidad de un sistema de acceso muy selectivo y una adaptación sin sobresaltos.

"Algunos sirios ven las noticias y preguntan: '¿Por qué nos odian los americanos?'", dice Dylanna Jackson, la directora del Instituto Internacional de Erie, la rama local del Comité de EE UU para los Refugiados y los Inmigrantes. "Pero Erie ha sido acogedora y se dan cuenta. Aquí hay seguridad".

El liberiano James Barclay llegó en 2004 y ahora trabaja de chófer para los recién llegados. Esta mañana lleva a una mujer somalí y a su hija al médico. En la consulta les espera un intérprete, pero es de suajili y no de árabe, que era lo que necesitaban. "A los dos o tres meses, cuando te enseñan a conducir y encuentras un trabajo, todo es más fácil", dice.

Algunos restan importancia a la posibilidad de que Trump gane las elecciones. Otros, como Barclay, se lo toman más en serio. Admite que tiene miedo. "No me gusta", dice. Pero añade: "No le odio".

"Hemos visto la llegada de los refugiados como activo más que como algo perjudicial"

Kathy Dalhkemper, jefa ejecutiva del condado de Erie, no ha visto en la ciudad la retórica del miedo hacia los refugiados que se escucha en los discursos electorales. "Hemos visto la llegada de los refugiados como activo más que como algo perjudicial", dice Dalhkemper. "Traen un espíritu emprendedor, nos han ayudado a mantener nuestra población elevada en número, y tienen una buena ética del trabajo, cosa que nuestras empresas y fábricas aprecian".

A los refugiados de Erie, Dahlkemper, que es demócrata, les llama "nuevos americanos". En un momento de sensación de declive de Estados Unidos, ellos son quienes más creen en el sueño americano.

Porcentaje de residentes nacidos en el extranjero

"Si eres desplazado de tu país, América es el lugar"

El presidente republicano Ronald Reagan usó en su discurso de despedida de la Casa Blanca la metáfora de "la ciudad radiante sobre la colina". Se trataba de "una ciudad (…) repleta de personas de todo tipo viviendo en armonía y paz… con puertas abiertas a cualquiera con la voluntad y el corazón para llegar aquí". Para los refugiados la metáfora sigue siendo válida, aunque la "ciudad radiante sobre la colina" sea en la realidad una ciudad postindustrial sin más épica que la de la vida cotidiana.

"Si eres desplazado de tu país, América es el lugar", dice Ferki Ferati. "Aquí en Erie, de mis 11 mejores amigos, nueve se graduaron en la universidad y tienen empleos profesionales. En cambio, tengo un hermano en Eslovenia y otro en Alemania. Allí son extranjeros y sus hijos serán extranjeros".

Noviembre 2016 Leesburg (Virginia)

"Os va muy mal aquí, por cierto. Lamento decíroslo"

En la patria de los más ricos, el desempleo y el cierre de las fábricas preocupan a pocos. La inmigración se ve más como una ayuda que una amenaza. Los discursos tenebrosos sobre Estados Unidos como un país con la economía en caída libre y con masas de desesperados a punto de levantarse contra las élites opresoras suenan a película de ciencia ficción.

En el condado de Loudoun, a unos 65 kilómetros de Washington, lo que quita el sueño son otras cosas más cotidianas. El tráfico, que obliga a consumir horas en las carreteras y autopistas que llevan al trabajo. O los impuestos.

Loudoun es el territorio del 1%: los más ricos, los que sobrevivieron a la última crisis con apenas unos rasguños, los blancos con estudios universitarios e ingresos altos: cada vez más la educación es la línea divisoria en Estados Unidos.

Población de Loudoun

Número de habitantes

El mundo del 'establishment' recela de la llegada de Trump a la Casa Blanca

Loudoun forma parte del anillo de ciudades y barrios residenciales próximos a Washington que se desarrollaron a partir de mediados de siglo, al abrigo del complejo militar-industrial. Se encuentran en el norte de Virginia, sede del Pentágono y de la CIA. Forman una megalópolis sin nombre. El historiador Andrew Friedman la llamó 'La capital encubierta' y tituló así su libro sobre la retaguardia de la Guerra Fría. Es el paisaje anónimo en el que habitan los espías de series como Homeland. Y es el mundo del establishment de la seguridad y la defensa, que recela de la llegada de Trump a la Casa Blanca. Las empresas tecnológicas y los contratistas de defensa —en los últimos años, en el sector de la ciberseguridad— han contribuido a una prosperidad a prueba de recesiones.

Hillary Clinton

Cuando a principios de agosto Donald Trump visitó el condado, retomó su discurso catastrofista y dijo a una audiencia de fieles: "Os va muy mal aquí, por cierto. Lamento decíroslo". Nadie aplaudió, porque aquí casi nadie piensa que las cosas vayan muy mal. No todos son ricos en Loudoun County, ni todos se sienten ricos, pero el país de Trump queda lejos.

Tampoco recogería aplausos en el almuerzo de ocho mujeres que la candidata a la Cámara de Representantes, LuAnn Bennett, ha organizado en el restaurante Tuscarora Mill de Leesburg, la capital de Loudoun. Las ocho ostentan cargos electos, se presentan a las elecciones del martes, o trabajan para las campañas. Y son demócratas: partidarias de políticas sociales más igualitarias y redistributivas, y de la protección de los derechos civiles de las minorías. Cuando ven a un extranjero, lo primero que hacen es preguntarle cómo se ve esta campaña desde fuera. Y cuando el extranjero les dice una obviedad —que es consciente de que no todo EE UU es como Donald Trump—, Phyllis Randall, que es la presidenta del condado, precisa: "Parte de América es Donald Trump".

Randall, la única afroamericana en la mesa, explica que, cuando leyó su discurso anual como jefa del condado, seis hombres blancos le preguntaron: "¿Quién te lo escribió?". Aparentemente no creían que una mujer negra pudiese escribirlo sola.

Media de ingresos de los hogares

En dólares

"Dios mío", exclaman las demás. Karen Jimmerson, vicealcaldesa de Purcellville, otro pueblo del condado, cuenta que, cuando entró en política hace dos años y medio, un hombre progresista le dijo a su marido: "Quiero agradecerte que permitas a tu mujer que se presente a las elecciones".

Las ocho son demócratas: partidarias de políticas sociales más igualitarias y de la protección de las minorías

Aunque la política local es el tema del almuerzo, la conversación deriva hacia Trump. Inevitablemente se menciona la grabación de hace 11 años en la que este alardeaba de poder abusar sexualmente de mujeres gracias a su fama. Trump estaba con varios hombres cuando dijo aquello. "Ninguno tuvo cojones", dice Jimmerson utilizando la palabra española, "para decirle: 'Esto no está bien'".

Al alejarse de Leesburg, los barrios residenciales se transforman en viñedos y bosques. Los anuncios electorales demócratas dejan paso a los de Trump: la campaña llega a la periferia de la periferia. En Middleburg, un pueblo entre bucólico y aristocrático donde los Kennedy tuvieron una casa, hay un mercadillo navideño y, al lado, una iglesia episcopaliana. "Oración de vigilia electoral", dice un cartel. "Todos están invitados a entrar y rezar".