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El tramo final del curso del río Eo delinea la frontera natural entre Asturias y Galicia y conforma la marina de un espacio que en 2007 fue declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. La reserva natural Oscos-Eo / Terras de Burón se extiende más de 1.500 kilómetros cuadrados, albergando siete municipios gallegos y otros tantos asturianos, en los que habitan unas 34.000 personas. Del lado asturiano de esa linde, en la comarca Oscos-Eo, una zona donde caben cumbres y playas, y que posee una enorme riqueza paisajística y de flora y fauna, nació el turismo rural en España allá por los años ochenta. Hoy perviven allí oficios ancestrales y germinan iniciativas que, preservando el patrimonio y la cultura, alumbran los pasos de un futuro rural sostenible.
La comarca de los Oscos parece estar fuera del tiempo, un entorno idóneo para el senderismo y la contemplación de arroyos y bosques, hospitalario, donde el viajero puede detenerse ante maravillas arquitectónicas como el Palacio de Mon (San Martín de Oscos), erigido a finales del siglo XVII o principios del XVIII sobre una ladera, una edificación visitable en periodo estival en la que se entremezclan rasgos del barroco asturiano y el gallego, símbolo inequívoco del carácter fronterizo de la zona.
En la aldea de Mazonovo, en un valle de Santa Eulalia de Oscos, tierra de artesanos, de agua y fuego, se halla un taller de forja del siglo XVIII que sigue vivo. La fuerza del río sirve para mover un martillo de 114 kilos con el que los lingotes de hierro se transforman en láminas que luego Friedrich Bramsteidl, sexta generación de un linaje de herreros austriacos, que se afincó en los Oscos, en el occidente asturiano, en 2006, convierte en utensilios. Un oficio ancestral que va a tener relevo: Bramsteidl ha formado a Jorge, Paz y Víctor, que comparten con él fuego y yunque.
En Villanueva de Oscos se encuentra un imponente monasterio declarado Monumento Histórico-Artístico. Se levantó en el 1182, alojando primero a monjes benedictinos y luego a cistercienses. Su aspecto actual se lo debe a varias remodelaciones llevadas a cabo entre los siglos XVII y XVIII. Una visita obligada en la comarca.
En los años 80 Taramundi afrontaba un éxodo poblacional que amenazaba con la extinción del lugar, con su abandono. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) estaba desarrollando una fórmula para potenciar el turismo rural. Para 1985 ya existía la marca Paraíso Natural en Asturias y, en 1986, una antigua casa rectoral del XVIII pasó a la historia al convertirse en el primer hotel rural de España. “La gente pudo quedarse a vivir en el pueblo. El 80% de los programas de desarrollo españoles estudiaron el caso de Taramundi”, cuenta el responsable de La Rectoral de Taramundi, Jesús Mier.
La morfología de San Tirso de Abres está marcada por la ribera del Eo: frondosos bosques y unas vegas fértiles a lo largo del valle fluvial. Es una etapa de la ruta jacobea primitiva del norte hacia Compostela y, además de disponer de un área biosaludable con una piscina entre abedules, fresnos y alisos, ofrece planes como la ruta del Ferrocarril, una senda por la vía de un antiguo tren minero, un paseo con túneles, cascadas, salmones, puentes colgantes y un paisaje espectacular.
Concejo limítrofe con Galicia, Vegadeo vive bajo el influjo de los que peregrinan a Santiago de Compostela por la ruta costera y el influjo del agua. Los afluentes del Eo, como el Suarón, acogieron desde la Alta Edad Media numerosas manufacturas metalúrgicas hidráulicas, algunas visitables aún. Fue también zona de estraperlistas, lo que ha dejado rutas de senderismo únicas. También recomendables son las visitas a los distintos conjuntos palaciegos como la Casa de los Lastra en Viaxande.
El Eo, según se acerca a su desembocadura, se transforma en una ría declarada Zona de Especial Conservación y Humedal de Importancia Internacional. El estuario de este río salmonero se ha convertido en el refugio de miles de aves acuáticas, especialmente en periodo invernal.
Castropol es monte y mar, cultura y color: del valle de Obanza y la cascada del Cioyo a la ría donde se practican deportes acuáticos, se pesca y se cultivan ostras de forma ecológica. Es hogar de uno de los últimos carpinteros navales del norte de España y lugar de arquitectura indiana y, en su casco antiguo, de señeros palacios, además de acoger la villa una de las celebraciones más apreciadas del Principado: las alfombras florales que decoran las calles durante el Corpus Christi.
Buena parte de los 99 kilómetros del río Eo delinean la frontera occidental del Principado con Galicia. En su desembocadura, se encuentra la Reserva Natural Parcial de la Ría del Eo, que se reparte entre los concejos de Castropol y Vegadeo. Un estuario en el que la confluencia de las aguas fluviales y las marinas generan una riqueza orgánica que llena de vida el entorno y permite el delicado cultivo de las ostras. El curso completo del río forma parte de la Reserva de la Biosfera Eo, Oscos y Terras de Burón –más de 1588 kilómetros cuadrados de paisajes protegidos–, que da cobijo a siete municipios gallegos y siete asturianos, un lugar de cultura transfronteriza, la única reserva que alcanza a llegar de los altos montañosos hasta el mar. Recorrer la ribera del Eo es, en muchos sentidos, un viaje a un pasado que sigue muy vivo: aquí perviven ferreiros, cuchilleros, cesteiros y tejedoras, un entorno donde la artesanía cobra un nuevo sentido, un paraíso virgen por descubrir que apuesta decididamente por un turismo y desarrollo sostenibles.
Pilar Quintana
Pilar Quintana recorría a pie cuatro kilómetros cada mañana para abrir su telar en Taramundi, en 1988. La actividad agraria había dejado de bastar como sustento familiar y el turismo rural empezaba a ser el camino a seguir para muchos, una senda que ella también transitó con éxito: confeccionó toda la ropa de la casa que abrió, que ofrecía a sus huéspedes mermeladas caseras elaboradas por ella misma y leche fresca. Pero en los noventa, y contra la opinión mayoritaria, que le decía que el telar era mucho trabajo para beneficios exiguos, sus tapices de algodón, lino, rafia y lana se hicieron muy populares y comenzaron a rodar por el mundo, gracias a los turistas extranjeros que la visitaban. “Una vez un señor me encargó uno que tuviera un paisaje de Asturias. Al tiempo me llamó y me preguntó cómo iba, porque era para Bill Clinton y se acercaba su cumpleaños”, relata. Los Reyes de España también tienen uno de Quintana, que recibieron como regalo de bodas por parte del Principado. “Es una pieza basada en un dibujo del pintor Antonio Suárez”, detalla.
Hace tres años que se jubiló, pero no se ha desecho de sus telares, entre los que hay uno centenario. Sigue usándolos cuando recibe el encargo de hacer un traje de novia o de novio y prepara una exposición de los tapices que elaboró junto al gijonés, fallecido en 2013, Antonio Suárez.
Como el pan recién hecho es muy apetitoso, las mujeres de los Oscos daban a sus familias el que habían elaborado un par de días antes para restarle atractivo y que no se lo comieran todo. Lo cuenta Elena Amor, guía del Ecomuseo del Pan en el área de Santa Eufemia, en Villanueva de Oscos. “Era la única manera de que les durase”, explica. En el museo se muestra a los visitantes todo el proceso para fabricar este alimento a mano. “Desde que se hacen los surcos con el arado tirado por reses hasta que sale del horno. Aquí no hay maquinaria industrial, solo un molino de agua”, remarca esta asturiana de 51 años.
El pan que se elabora en esta zona, asegura, es diferente. “Tiene un toque ácido debido a la masa madre, pero engancha. Y dura hasta ocho días”, describe Amor, que también guía a los visitantes a través del Monasterio de Santa María, de origen románico, con casi un milenio de historia. Se erigió en 1182 y ha sufrido múltiples transformaciones a lo largo de los siglos. “Las tropas francesas lo ocuparon a principios del siglo XIX y durante el XX se dividió en viviendas familiares, almacenes y cuadras para el ganado”, resume la guía. Todo lo que sabe Amor lo ha aprendido sola. “Me he formado hablando con la gente mayor y buscando libros de segunda mano, porque por aquí no se conseguían de ninguna otra manera”, reconoce.
Elena frente al Monasterio de Santa María.
El herrero austríaco Friedrich Bramsteidl en su forja.
Padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo… seis generaciones debe remontarse Friedrich Bramsteidl para encontrar al primer herrero de su linaje. Este austriaco que creció junto a las ascuas de la forja de su padre se dijo que él no continuaría la saga y se marchó. Viajó por África y, en 1989, llegó a España. Vino de vacaciones, con su familia, pero algo hizo clic en él y ya no regresaron. En Galicia, cerca de la frontera con Portugal, se dio cuenta de que este oficio ancestral formaba parte de él y montó su primera fragua. En 2006, a través de un amigo, un cuchillero de Taramundi, conoció la fragua de Mazonovo de Santa Eulalia de Oscos, ya en Asturias, que poco después pasó a regentar. “Nada más entrar al mazo [nombre que recibe el mecanismo hidráulico que martillea los lingotes de hierro hasta convertirlos en láminas] sientes sus 300 años de historia, te sientes volviendo a las raíces”, dice Bramsteidl.
Al poco de llegar se le fue acercando gente, querían aprender de él. “El fuego fascina. Trabajar moldeando hierros y aceros tan duros, dándoles forma con un martillo, es algo atractivo”, apunta Fritz, que lleva 15 años dando cursos y adoptando aprendices, y que en tiempos de máxima demanda ha llegado a tener trabajando con él a otras tres personas que se formaron bajo su ala: Jorge, Paz y Víctor. Son los que se acercan primero por curiosidad quienes después suelen realizarle encargos, que van desde lámparas o letreros de comercios a reparaciones en casas antiguas de aldabas, picaportes, herrajes o barandas. “Mantener este mazo vivo es muy importante, y contribuye a su vez al turismo”.
La ovetense Yolanda Alzu vive en la ribera del Eo desde 1988. “Cuando ni siquiera existía eso que hoy llamamos turismo internacional, había pescadores que se desplazaban desde Italia o Francia a pescar salmones aquí”, explica sobre un modelo productivo ya extinto. Alzu, maestra, iba a ser la encargada de una granja escuela en San Tirso de Abres que, por distintos avatares, terminó derivando en un complejo agroturístico hace ya 30 años. “La cultura rural se transmite de generación en generación, y la despoblación conlleva mucho más que vaciar un territorio, implica la desaparición de todo este conocimiento”, cuenta Alzu, cuyo objetivo es paliar esa pérdida con su trabajo. Muchas familias se desplazan allí con sus niños para que tengan la oportunidad de relacionarse con la naturaleza: recolectan de la huerta, atienden a las gallinas y se hacen más conscientes de la vigencia de lo que Alzu denomina “el círculo de la vida” y de hasta qué punto estamos imbricados los seres humanos en ello. “El concepto de medioambiente que se tiene en las ciudades y en el mundo rural es distinto; aquí un gato no es una simple mascota sino que nos libra de los ratones, y seguimos debiendo procurar que la zorra no se cuele en la cerca y nos mate las gallinas”.
Alzu, que está casada con un guarda forestal, Carlos González, ofrece, además, planes como una ruta de senderismo que viaja a través de la antigua vía férrea, llevándote por bosques, túneles y puentes colgantes, o como, en noviembre y diciembre, paseos en los que es posible contemplar a los salmones remontando una cascada.
Una de las actividades ecoturísticas de Yolanda Alzu.
Martín González, uno de los últimos carpinteros de ribera, reparando una embarcación.
Es uno de los últimos de un oficio antiquísimo: los carpinteros navales, los constructores de barcos de madera radicados en astilleros fluviales. Apenas quedan en todo el norte de España, donde antes abundaron. El padre de Martín González y su tío, conocidos como los Pachos, dieron nombre al astillero en El Esquilo, Castropol, un negocio con más de 80 años de vida que ahora regenta él. Su abuelo aprendió la profesión en la misma ría de Castropol, cuando todavía era algo habitual, y todos fueron aprendiendo de él porque, según cuenta González, se necesitan años de adiestramiento. “Tienes que buscar maderas con buenas figuras para la embarcación y, para ello, no basta con calcular y cortar así o asá. Muchas se corrigen a ojo, pero no cualquier ojo, uno muy entrenado. Hay que mamarlo”, sentencia González.
Asume la desaparición del oficio como algo natural, consustancial a la evolución de lo que hace: la fibra es más práctica para la construcción de embarcaciones de recreo que la madera, que requiere de reparaciones y, aun así, un bote dura 50 o 60 años. Todavía tiene mucho trabajo, dice, y últimamente su labor despierta la curiosidad de turistas, pero dice González que será cuestión de tiempo que se jubile y nadie recoja el testigo. Luego, quedarán las maquetas que guarda de cada barco construido, que ya se han expuesto en alguna ocasión, y da ese componente cultural de un oficio que ha moldeado la personalidad de la comarca.
Sucedió en Taramundi: en 1986 se abrió en esta localidad del occidente asturiano el primer hotel rural español, que después acogió también la primera escuela consagrada a formar profesionales en esta área. “Un 80% de los proyectos que se han establecido en España tienen como ejemplo La Rectoral”, asegura Jesús Mier, experto en turismo y uno de los responsables del desarrollo de los atractivos de esta zona. La Escuela Permanente de Turismo Rural, de la que Mier fue director, cerró en 2005 después de formar a cientos de futuros responsables de complejos de todo el país, pero el hotel continúa abierto como enseña local en un edificio del siglo XVIII. “Allí vivió el cura hasta los años ochenta y el Principado la adquirió para desarrollar su primer proyecto rural. Hasta entonces, en esa zona solo veraneaban los que tenían raíces en la tierra”, explica Mier, de 59 años, que dejó su trabajo en la Empresa Nacional Siderúrgica (Ensidesa) para dedicarse a esta nueva industria. “Fue un antes y un después: cambió su fisonomía y trajo prosperidad. La actividad artesanal se ha potenciado y dignificado”. Este establecimiento fue el primero en recibir el sello Casonas de Asturias hace 27 años y, además del hospedaje, cuida también la gastronomía, ofreciendo el característico pote asturiano con nabizas (las hojas del nabo), carnes de ternera, cerdo o cabrito. “Y que lo hacemos con patatines”, remata Mier.
Terraza de La Rectoral de Taramundi.
Nieves Bermúdez.
Nieves Bermúdez hace cuchillos, como antes los fabricara su padre, como siguen haciéndolos también su hermano y su sobrino. Lo llevan en la sangre porque, al fin y al cabo, como cuenta Bermúdez, Taramundi es tierra de hierro. Desde hace centurias se extrae mineral en la comarca y en el siglo XVIII aparecieron las fraguas en las riberas de afluentes del Eo que, aprovechando la fuerza del agua, movían martillos de hasta media tonelada para forjar herramientas y aperos para el campo. La artesanía ha sido históricamente muy importante en la zona y durante la década de los 90 se percataron de que cuchilleiros y navalleiros se acercaban a la edad de la jubilación sin tener un relevo por lo que, en 1998, se creó una sociedad para dar impulso a la actividad, la Cuchillería de Taramundi. A ella se incorporó Nieves en 2004. “Generalmente, nos conocen a partir de visitas turísticas, pero esos que se llevan cuchillos o navajas de aquí primero como mero recuerdo suelen ser los que luego nos hacen encargos, al comprobar la calidad”, cuenta Bermúdez, que explica que los precios de una navaja de Taramundi pueden oscilar entre los diez y los 200 euros, y que el coleccionismo en el sector juega un papel importante, así como los pasos que han dado desde 2010 para incrementar las ventas directas a través de Internet. “Entre los 17 talleres artesanos de Taramundi, este año, con todo lo que ha sucedido, hemos hecho unos 50.000 cuchillos”.
Iker Nogales y Olga Busom dejaron en 2013 sus trabajos en la producción de series de televisión para montar en Santa Eulalia de Oscos un espacio donde enseñar a hacer pan, cerveza, jabones, forja tradicional o quesos. “Queremos recuperar oficios antiguos y mostrárselos a la gente, enseñarles a elaborar sus propios productos artesanalmente”, expresa Nogales. Sus cursos transcurren tanto en el aula como en el entorno y su duración varía de unas pocas horas, como el de reconocimiento de setas y el de cestas, a un fin de semana, en el caso de los talleres de apicultura, o de fabricación de cuchillos o forja, impartido por Friederich Bramsteidl.
Los cursos “no tienen un objetivo profesional”. “La idea es que luego, en casa, puedas hacer pan o queso”, añade. Son una buena excusa para perderse por el verdor de esta poco explorada zona del occidente asturiano. “Los turistas se sorprenden de la tranquilidad reinante, de la posibilidad de hacer una ruta y no cruzarse con nadie”, completa.
Curso de apicultura de Artesanamente.
Selección de ostras de Acueo en la playa de Castropol.
Las ostras de Acueo, en Castropol, se crían en sacos anclados a mesas situadas a 150 metros de la orilla del mar, que emergen cuando baja la marea. Así, parte de su vida transcurre fuera del agua. “Eso hace que tengan el músculo más desarrollado y se conserven frescas durante más tiempo”, asegura Eduardo Martín, biólogo y fundador de la empresa que cultiva el manjar marino de manera ecológica dentro de la Reserva Natural de la Ría del Eo. Martín llegó de Madrid a la costa asturiana a principios de los años 90 y descubrió el oficio de la mano de Carmen Vinjoy, una de las últimas cooperativistas de la zona. Tras probarlo durante dos mareas decidió asociarse con ella. En 1998 Vinjoy se retiró y Martín creó Acueo, la iniciativa empresarial a la que poco después se sumó Nuria Núñez, madrileña que se mudó de Londres a este pueblo de 3.500 habitantes. “Vendíamos casi toda la cosecha a Francia, hasta que en 2009 pusimos en marcha la tienda electrónica”, comenta Núñez. Entonces comenzaron a recibir pedidos de toda España. “Cada semana seleccionamos lo que vamos a vender la siguiente”, explica Núñez. Las ostras que pesan 70 gramos están listas para comercializarse y cada año despachan entre 150.000 y 200.000 unidades. Su método de cultivo es diferente al de las tradicionales bateas gallegas, ya que las ostras pasan unas horas en seco cada día y los sacos que contienen las ostras se voltean manualmente cuando baja la marea. “Es un trabajo muy físico”, apostilla Martín. Ahora disponen de una pequeña terraza en la que puedes saborearlas mientras admiras la ría y la ensenada de La Linera y Figueras y escuchas la historia sobre cómo se cultivan.
Juan Seijo es ingeniero de caminos y miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, una de las organizaciones que ha impulsado la recuperación de esta ruta. Conoce muy bien Vegadeo y su entorno. Ha tenido 72 años para recorrer y retener en su memoria cada rincón de esta zona de Asturias, pese a que diez de ellos los pasó en Madrid. “A mí me gusta la naturaleza y estar a campo abierto”, puntualiza. Por eso, reconoce el valor del trazado medieval de la ruta del Camino de Santiago, que va desde Vegadeo y Santiago de Abres y continúa hasta Trabada y Mondoñedo, ya en la provincia de Lugo (Galicia).
“Es una ruta tranquila, con una suave pendiente y está a algo más de 180 kilómetros de Santiago de Compostela”, describe Seijo. “La gente de aquí tenía la ilusión de rescatar la historia”, añade. Poco a poco, la labor organizada de vecinos y personalidades del entorno hizo que el interés por el Camino de la Costa, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2005, escalara también en las Administraciones y pudiera completarse su recuperación para el uso de los peregrinos.
Castillo del Pividal en Santiago de Abres, donde se inició la recuperación del Camino de Santiago por el norte de España.
Fina García en Casa Barbeiro.
Las estancias por las que Fina García correteó cuando era niña conforman hoy su casa de comidas en el concejo de Vegadeo. Ahora se apresura de un punto a otro de Casa Barbeiro para atender las comandas de las mesas, las del bar y las de la pequeña tienda de comestibles adyacente. Y estar pendiente de la cocina. “Aquí servimos menú con platos de los dos lados del Eo: hay cocina gallega y asturiana”, subraya García. Entre su oferta destaca un plato poco común: la lamprea, que también cocina al estilo de una orilla y de otra. “En la versión asturiana va en una salsa suave y tiene una textura especial, parecida a la de la anguila”, describe la cocinera de 48 años.
Decidió montar un bar y una tienda cuando regresó a vivir con su padre tras fallecer su madre hace un cuarto de siglo. Una década más tarde añadió el restaurante. “Discurrí la idea como un pequeño negocio familiar para mantenernos”, recuerda. Lo hizo en el local donde su padre había tenido antes una barbería, debajo de la casa de la familia, de ahí el nombre. “El de barbero fue uno de sus múltiples empleos, porque también trabajó de pescador, de ganadero y ya jubilado aprendió a hacer café para ayudarme en el bar”, añade García.
La historia de Sofía Caraduje, de San Martín de Oscos, podría ejemplificar la tenacidad con que unos cuantos ayudaron al mundo rural a repensarse desde los ochenta, cuando la despoblación parecía irrefrenable. A través de su amiga, la hilandera Pilar Quintana, de Taramundi, entró a formar parte de la Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias (AMCA). En diciembre de 1989 abrió la primera casa rural de la comarca de los Oscos, la quinta de Asturias. Pero no colocó todos los huevos en esa cesta. “Diversificar riesgos”, lo llama Caraduje, aunque confiesa que en el impulso que la llevó a querer perseverar en sus quehaceres labriegos y ganaderos había otro convencimiento: “Nos habían hecho creer que los que nos quedábamos en los pueblos éramos los que no valíamos para ir a ningún otro sitio. Yo me niego a aceptar eso. Es más: atesoramos un conocimiento valiosísimo que hemos de preservar”. Desde 2002 su ganadería tiene certificación ecológica y, además, ha ahondado en el conocimiento de las plantas medicinales y sus propiedades, heredado de su abuela y de su bisabuela. Hay turistas a los que Caraduje ya no considera tal, pues llevan décadas visitándolos, y son ya amigos con los que comparten ratos en la huerta o largas sobremesas. “Es un momento propicio para el regreso al mundo rural, pero para que la gente sea capaz y no abandone a los dos o tres años, es necesario que se empape de ese conocimiento que nosotros podemos transmitir. Aquí, no puedes desear algo y tenerlo de inmediato”. Una sensación de calma y bienestar que Caraduje, al teléfono, resume así: “Ahora mismo estoy con las vacas. Del otro lado están las gallinas, los gatos remolonean por ahí. Al fondo, veo el río. Estoy a gusto aquí”.
Sofía Caraduje con su ganado.
Gideon y Laura en Mazo de Mon.
Gideon Kuitenbrouwer y Laura Cuéllar, en 2002, hacían senderismo por una ruta que los llevó al Mazo de Mon, una aldea abandonada por sus últimos pobladores en 1996, situada en un valle recóndito de San Martín de Oscos, con un microclima que, extraño en la zona, permite el cultivo de vid o naranjos, y donde pueden verse alcornoques o madroños. Aquello dio un vuelco a sus vidas. Políglotas ambos, habían rodado por medio mundo y, de pronto, supieron que estaban ante el lugar donde querían asentarse para vivir según los preceptos de la permacultura, un sistema de principios según el cual arquitectura, agricultura o fuentes de energía deben ser no solamente sostenibles sino estar diseñadas en base a lo que el entorno ofrece.
Kuitenbrouwer es un experto artesano y Cuéllar ya había trabajado en entornos montañosos y rurales, como los de los Pirineos. Adquirieron varias casonas que poco a poco han ido restaurando, siempre respetando los materiales autóctonos y los modos de hacer tradicionales y, en este tiempo, han conseguido que una aldea deshabitada que no dispuso de acceso para vehículos hasta que en 2006 el Principado construyó una pista forestal sea ya autosuficiente energéticamente y disfrute de agua corriente. Sus terrenos son ecológicos, tienen colmenas y ganado, e incluso abrieron una Casa de Aldea, un alojamiento para turistas a los que ofrecen rutas etnográficas. Para ambos es muy importante lo que denominan “inserción rural”, la preservación de todo ese conocimiento en severo riesgo de desaparición cuya enseñanza podría posibilitar que en otras personas prendiera su ejemplo y pudieran continuar con la repoblación sostenible de zonas rurales.