Tras la pista de los niños inmigrantes desaparecidos

Más de 14.000 menores no acompañados han llegado a las costas italianas desde principios de año

Por Lorraine Khil (Le Soir)

Desde hace algunos días, Alpha va a la escuela de noche para aprender italiano. Eso no llena un día, pero ya es algo. El resto del tiempo: dormir, comer, televisión, aburrimiento, aburrimiento y aburrimiento. “Cuando podemos salir, vamos fuera y vemos pasar los coches. En realidad, no hay gran cosa que hacer”. Pero después de los trabajos forzados y la cárcel en Libia, está bien.

Este guineano de 17 años vive con otros 24 chicos en un centro de primera acogida instalado hace dos meses en unas antiguas oficinas de la Policía en Catania, Sicilia. Con los 14.225 menores no acompañados que han desembarcado desde principios de año, los centros de “emergencia” creados paralelamente al sistema normal de acogida se han convertido en habituales en el sur del país.

Estas estructuras, que reciben escasos fondos (el Estado otorga 45 euros por niño y por día, mientras que en Bélgica otorga entre 60 y 80) y están poco organizadas, dependen en gran medida de la ayuda externa (voluntarios, fundaciones…) para garantizar unos servicios adaptados y completos para los menores: seguimiento psicológico, actividades educativas y culturales…que son como una lotería para los jóvenes. Globalmente, el sur del país, que es más pobre, es una región muy desfavorecida en la que los municipios no solo no tienen los mismos medios que en el norte, sino que, además, soportan la mayor parte del peso de la acogida. Solo Sicilia acoge a más del 40% de los menores no acompañados.

Me dijeron que cuando llegásemos aquí, sería sencillo. Que podríamos hacer lo que quisiéramos, estudiar, que iríamos al colegio

recuerda el guineano Ibrahim, de 16 años

“Me dijeron que cuando llegásemos aquí, sería sencillo”, recuerda Ibrahim, de 16 años. “Que podríamos hacer lo que quisiéramos, estudiar, que iríamos al colegio”. El chico todavía está digiriendo la decepción. La lentitud de los procedimientos no ayuda. ¿Para un reagrupamiento familiar? Meses, a menudo más de un año de espera. Y cuando quieren trabajar rápido para pagar a los traficantes de personas o ayudar a su familia, como ocurre en la mayoría de los casos, la espera es incomprensible. Entonces deciden escaparse, con el riesgo de pasar a la clandestinidad.

Las estrategias son diferentes según las nacionalidades. “Los eritreos y los somalíes pocas veces se quedan más de unos días”, señala un educador. “Se trata de inmigraciones antiguas muy organizadas. Los niños ya saben al llegar dónde van a encontrar al intermediario para seguir su viaje. Los egipcios…depende”.

"Me he escapado del hospital"

Frente al ir y venir de los autobuses de la estación de Catania, en Sicilia, un pequeño grupo de eritreos mata el tiempo alrededor de un banco. En el suelo, sentado con las piernas cruzadas, un chico pálido de 17 años dirige la conversación. Biniam ha llegado hace solo unos días y acaba de escaparse del hospital al que le habían enviado. La pulsera de papel con su nombre y su grupo sanguíneo todavía cuelga de su delgada muñeca. “¿Sabéis dónde puedo encontrar un abrigo? Vamos a dormir en la hierba en algún sitio esta noche, pero por la noche hace frío”.

Tiene un hermano en Holanda, o un tío, no está muy claro. En Roma, un “amigo” va a ayudarle. Insiste: tiene que ir a Roma. Lo más rápido posible. Pero primero, necesita una chaqueta para esta noche. Espera a “la gente de Oxfam” para que le den una de las mochilas que reparten a los inmigrantes. “Seguro que tendrán una chaqueta para mí”.

Andrea y Chiara, la “gente de Oxfam”, hablan un poco más lejos, visiblemente preocupados. La situación de Biniam y de otro adolescente que le acompaña, Habtcom, les plantea un dilema: las bolsas que contienen un kit de llegada (toalla, jabón, calcetines, cepillo de dientes, mapa de la ciudad… pero no una chaqueta) están destinadas exclusivamente a los adultos. “Es importante que no desempeñemos el papel de los centros de acogida”, explica Andrea. Pero los dos chicos enclenques, si dicen la verdad, no tienen centro. Solo piensan en seguir al grupo de adultos eritreos hacia el parque en el que duermen. Ahora que cae la noche, hay que tomar una decisión: les entregarán las bolsas, con la condición de que Biniam y Habtcom acudan para pasar la noche al centro de acogida de emergencia situado a algunas calles de distancia. Los adolescentes asienten con la cabeza y repiten la dirección, como unos buenos chicos, antes de dirigirse hacia la sopa popular.

“Muchos menores no acompañados deambulan por aquí durante el día”, explica Andrea Bottazzi observando cómo se alejan las dos siluetas. “Aquí es donde podrán coger el autobús para ir al norte cuando hayan conseguido dinero para hacerlo. Siempre se les explica que hay soluciones legales para reunirse con sus allegados en otro país, que se ocuparán mejor de ellos en los centros de acogida. Casi no existe ningún medio para hacer un seguimiento, pero no hay que engañarse, porque la mayoría de ellos se esfuman”.

En Roma, los niños están en la calle

Yonas ha intentado seguir el sistema. Un poco. Este eritreo de 17 años intenta reunirse con su hermano que vive en Finlandia desde hace ya dos meses. Ha pasado un mes, y luego otro. Mientras tanto, el expediente del chico ni siquiera se ha iniciado y no ha encontrado un traductor. Dos meses, con la barrera del idioma, sin hacer nada.

“Todos estos jóvenes tienen prisa, hay que ir rápido, ser el primero. Existe la idea de que cada día perdido es una oportunidad menos de superar la siguiente etapa”, cuenta Valentina Aquilino, la coordinadora de CivicoZero, una asociación que ayuda a los menores no acompañados en tránsito por Roma. “Y no confían en el sistema. No hay que pensar que no saben lo que pasa: la lentitud de los procedimientos, la hostilidad de los Gobiernos europeos hacia ellos, el incremento de los controles en las fronteras, el Brexit…”

Más tarde, cogió un tren a Milán, donde sabía que podía encontrar a un intermediario. La Policía le detuvo. Tuvo miedo, pero solo le echaron del tren. Lo siguiente era Roma. Y decide ir a Roma. Y el riesgo de la calle.

Niños refugiados FOTO: Lorraine Khil (Le Soir)

A diferencia de otras grandes ciudades del norte, la capital italiana no ha establecido un sistema de acogida para los inmigrantes que están en tránsito y que, por tanto, no tienen intención de pedir asilo, explican las asociaciones. Desde hace poco más de un año, una asociación ciudadana compensa esto como buenamente puede repartiendo comida caliente y mantas, y ofreciendo algo parecido a un techo cerca de la estación de Tiburtina, donde se reúnen los inmigrantes. Los voluntarios, que primero fueron expulsados de sus locales y luego del callejón en el que una instalación improvisada seguía prestando ayuda, juegan cada noche al gato y al ratón con la Policía que viene a dispersar cualquier concentración.

En los alrededores de la estación, decenas de pequeños grupos de dos o tres inmigrantes deambulan cargados con bolsas que contienen sus escasas pertenencias. La mitad de ellos son menores o adultos muy jóvenes, y algunos de ellos apenas son adolescentes. Por el momento, todos los centros de acogida están saturados.

Las autoridades italianas calculan que han desaparecido 6.357 menores desde principios de año. Hay que relativizar esta cifra porque algunos pueden volver a incorporarse al sistema registrándose en una ciudad del norte con otro nombre, pero da una idea de la magnitud del fenómeno y del escaso seguimiento.

“Se calcula que la mitad de los niños que vemos pasar tiene una vulnerabilidad específica, como un problema de salud o psicológico, una situación de explotación o dificultades de aprendizaje, que es un verdadero problema en un país en el que no dominan el idioma”, detalla Valentina Aquilino. “Pero hay que entender que todos son muy vulnerables. Están controlados por los traficantes, que tienen un poder absoluto sobre ellos”.

Explotación, criminalidad...

Al principio, estas grandes ciudades solo eran lugares de paso. Dos días, como máximo una semana, el tiempo de conseguir un poco de dinero y encontrar a los intermediarios para seguir el viaje. Pero con el incremento de los controles en las fronteras, se ha vuelto mucho más difícil pasar, y también más caro. “Los jóvenes se quedan ahora varias semanas, a veces meses”, indica Michele Prosperi de Save the Children.

Y el problema es el dinero. En el mejor de los casos, la familia que está en su país o un allegado les envía dinero. En el caso de Yonas, es su hermano. Pero este, como acaba de llegar a Finlandia, todavía no ha podido reunir toda la suma necesaria. El chico tendrá entonces que encontrar a una persona de confianza —un adulto que tenga papeles— para ir a recuperar el dinero transferido, con el riesgo de que exija una comisión… o de que se quede con todo. “Y si la familia no tiene medios, los niños deben acudir al mercado informal”, explica Marco Cappuccino, el coordinador de la red CivicoZero, que también está en Milán y en Turín. “Según la urgencia y la suma que necesiten, deberán trabajar en negro a cambio de un sueldo miserable, realizar pequeños actos delictivos, vender droga y, en los casos menos frecuentes, ejercer la prostitución”.

En Italia se observa lo mismo que en otros lugares: los menores son cada vez más jóvenes.

Se necesita tiempo y delicadeza para ganarse la confianza de los jóvenes. Eso también implica que hay que mantener una distancia clara con las instituciones. “El objetivo de CivicoZero es operar en esta zona de riesgo, ofrecer una respuesta rápida a unas necesidades básicas, proporcionar un lugar seguro durante el día, información legal sobre los derechos, un espacio para hablar, cuidados… Y solo cuando una situación parece crítica, avisamos a los servicios sociales o a la policía”. Desde principios de año, han pasado por el centro más de 1.200 niños. Y se observa lo mismo que en otros lugares: los menores son cada vez más jóvenes.

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