Brasil prolonga la era Rousseff

Una segunda oportunidad llena de dificultades

Tras las elecciones más disputadas de la historia democrática del gigante latinoamericano, la presidenta afronta un mandato complejo

Las últimas elecciones brasileñas fueron las más disputadas de la reciente historia democrática del gigante latinoamericano. Lo fue el resultado final, hecho público en la noche del cinco de octubre: Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT) ganaba con un 51,6% contra un 48,3 de su oponente, el más liberal Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Pero no sólo. También la campaña se caracterizó por una enloquecida competición en la montaña rusa de los sondeos en los que los candidatos se aupaban y se despeñaban a una velocidad vertiginosa.

La carrera electoral empezó, en realidad, al día siguiente de que acabara el Mundial, en el que, por cierto, Brasil salió muy mal parado, con una apabullante derrota (7-1) ante Alemania en semifinales que los brasileños recordarán durante mucho tiempo. Más de un sociólogo aventuró que la goleada (y el consiguiente estado de ánimo depresivo en el que se sumió el país) afectaría a las elecciones y le restaría votos a Rousseff. No fue así. Lo que sí revolucionó todo fue la muerte en un accidente de avión, el 19 de agosto, de Eduardo Campos, candidato del Partido Socialista de Brasil (PSB), destinado a ser el tercero en discordia aunque, de partida, con menos posibilidades que los otros. Para ocupar el lugar de Campos fue elegida la ambientalista Marina Silva, que arrastrada por la fervorosa marea causada por el accidente, escaló en las audiencias hasta situarse en un inesperado primer lugar.

Sonaron entonces, a primeros de septiembre, las alarmas en el PT, la mayor organización electoral del país, y los expertos en campañas y políticos veteranos señalaron el blanco a batir. El bombardeo incesante de consignas contra Silva, a veces auténticos golpes bajos, como el de que recortaría logros sociales, más las propias contradicciones de la propia candidata, atrapada entre varias corrientes en medio de una macedonia ideológica, causaron que los vencedores de la primera vuelta fueran Dilma Rousseff y el casi olvidado ya Aécio Neves, que languidecía hasta entonces casi condenado a la invisibilidad.

La máquina electoral del PT se volvió entonces contra Neves. Este tuvo que esforzarse en todos los debates televisados (de los que salía con frecuencia victorioso, dada su mayor facilidad dialéctica que la de Rousseff) en convencer al electorado de que no iba a llevar a cabo recortes sociales y atacaba a Rousseff en el flanco más débil de ella: la mala marcha de la economía brasileña. La presidenta replicaba que por primera vez en la historia del país los organismos oficiales internacionales reconocían que Brasil había dejado de ser considerado como un país en el que se pasa hambre.

La presidenta deberá lidiar, a partir del 1 de enero, fecha de su reelección oficial, con un congreso dividido y fragmentado hasta la desesperación
Las encuestas mostraban un empate técnico entre los contendientes. Y los expertos alertaban de que el país corría el riesgo de fracturarse, geográfica e ideológicamente: Los estados del Norte y el Nordeste, más pobres y atrasados, más dependientes de las ayudas estatales y de los programas de subvenciones, votarían por Rousseff. Los estados del Sudeste, como São Paulo, más poblados y adelantados, lo harían por Neves.

En general, fue así. El mismo día de su triunfo Rousseff aseguró que trataría de cerrar la brecha y que intentaría ser mejor presidenta que en los cuatro años anteriores. Neves creció como líder de la oposición y se atrincheró en el senado esperando una nueva oportunidad.

En las semanas posteriores, la misma Rousseff comenzó a adoptar medidas impopulares y, en teoría, contrarias a las propugnadas en campaña: subió los tipos de interés y nombró a un ministro de Economía a un liberal de la Escuela de Chicago, Joaquim Levy, especialista en recortes y en contención del gasto. El objetivo está claro: contener la inflación y la deuda, congraciarse con los mercados y los inversores internacionales.

La presidenta fue criticada desde muchos sectores. Desde el PT también. Así, Rousseff deberá lidiar, a partir del 1 de enero, fecha de su reelección oficial, con un congreso dividido y fragmentado hasta la desesperación consecuencia de una ley electoral antigua, un partido que no acaba de confiar en ella y una coyuntura económica adversa. A su favor hay un hecho: como no podrá presentarse a un tercer mandato, ya no deberá congraciarse con un partido a fin de que la arrope en las próximas elecciones. Rousseff, pues, gobernará, para bien y para mal, siendo ella misma. Tal vez lo ha empezado a hacer ya.