Haití, una economía condenada por una deuda del siglo XIX
El país caribeño, sumido en una gran crisis institucional, tiene al 60% de la población en situación de pobreza. Los expertos piden fortalecer la moneda local y elevar los aranceles para favorecer la agricultura local
Jugar la carta del pasado colonial para explicar el subdesarrollo del presente no está bien visto, especialmente en las antiguas metrópolis, pero un pasado que comienza en el siglo XIX y llega hasta 1947 en forma de deuda desproporcionada es más difícil de ignorar. Haití tiene cosas en común con los países de su entorno: una estructura económica basada en la mano de obra barata —la exportación de textiles es la segunda fuente de divisas, después de las remesas—; y las injerencias de Washington. EE UU invadió y ocupó el país entre 1915 y 1934, para luego mimar a dictadores cuya principal virtud era un anticomunismo acérrimo. Como François Duvalier y su hijo Jean Claude, que entre 1957 y 1986 gobernaron Haití con mano de hierro.
Pero también presenta diferencias notables. El primer país americano en abolir la esclavitud al independizarse de Francia en 1804 fue a su vez el más castigado por su osadía dos décadas después, cuando una armada francesa liderada por el barón de Mackau lo forzó a un acuerdo ruinoso: 150 millones de francos como indemnización a los antiguos colonizadores por la expropiación de tierras y esclavos.
Con un tamaño que equivalía a 10 veces el presupuesto del nuevo país, la indemnización obligó a tomar una deuda con bancos franceses que fue transformándose hasta terminar entre los activos del estadounidense National City Bank, predecesor del Citibank. A diferencia de la deuda con que otros países mejoran su estructura productiva construyendo hospitales, colegios y carreteras, las amortizaciones que Haití tuvo que satisfacer hasta mediados del siglo XX respondían a un concepto mucho más elemental: el derecho a existir como nación. En una investigación publicada por The New York Times en 2022 se calculaba lo que habría que pagar a Haití para repararle el daño: entre 21.000 y 115 .000 millones de dólares actuales. “1,5 y 8 veces el tamaño de la economía de Haití en 2020″, estimó el periódico estadounidense.
Según el historiador del MIT Malick Ghachem, esa deuda generó además una traba fundamental al desarrollo del país que no ha terminado de resolverse: el uso del dólar como moneda de referencia y reserva de valor. El actual banco central del país, explica, es el heredero de un Banco Nacional de Haití que se creó para asegurar el pago a los intereses financieros franceses, primero; y estadounidenses después. “La gurda es la divisa oficial, pero Haití nunca ha tenido una autoridad monetaria con libertad y capacidad de hacer política pensando en las necesidades de los ciudadanos”, dice Ghachem, autor del libro The Old Regime and the Haitian Revolution.
Como las remesas son transformadas en gurdas antes de llegar a los haitianos de a pie, el dólar es coto casi exclusivo de bancos, empresas y millonarios de Haití. Como demuestra la experiencia de Argentina, Venezuela o el Líbano, que por otros caminos también han terminado con el dólar como referente, las consecuencias para la economía son nefastas: ciclos de devaluación/inflación que se retroalimentan y muy bajo poder adquisitivo de la población. En Haití, el precio del dólar se ha multiplicado por tres en solo diez años, con la inflación registrando en enero niveles del 20%, según las estimaciones de Kesner Pharel, que en Port au Prince dirige la consultora Group Croissance.¿Pero cómo se le da estabilidad y poder adquisitivo a la gurda? Ghachem reconoce que la solución que plantea no es fácil: que los bancos centrales de la Eurozona y EE UU contribuyan a estabilizarla con intervenciones en el mercado de cambios dentro de una política más amplia que incluiría alivios de aranceles y otros incentivos a las exportaciones haitianas, para que la moneda fortalecida no empeore la balanza de pagos.
“No digo que sea fácil, ni siquiera que fortalecer la moneda vaya a ser la solución mágica para devolver la democracia a Haití, lo que sí digo es que si no le prestamos atención a eso, el resto de medidas de seguridad no van a funcionar”, dice. “Si esta crisis no es lo suficientemente grave como para convencer a la comunidad internacional de la necesidad de medidas de calado que terminen con el legado de la esclavitud y la colonización, no sé qué crisis lo va a lograr”, añade Ghachem en referencia al caos político que vive Haití tras la dimisión en marzo del presidente en funciones Ariel Henry, una exigencia de las bandas armadas que se han adueñado de gran parte del país.
Según Jake Johnston, investigador en Washington del centro de estudios CEPR, un problema igual de fundamental para la economía es la virtual inexistencia del Estado para “una amplísima mayoría de la población que vive sin sus servicios ni su protección”. Hasta el 80% de los servicios públicos que debería prestar el Estado son gestionados por entidades no gubernamentales de fuera del país, dice.
La presencia en Haití de ONG de países ricos no ha hecho sino aumentar desde el terremoto que en 2010 se cobró entre 92.000 y 300.000 vidas (la imprecisión del número es otro indicador de la debilidad institucional). Un fenómeno que, según Johnston, tiene que ver con la falta de confianza en los organismos locales y con un modelo institucionalizado de ayuda al desarrollo en el que se busca premiar a empresas y organizaciones de los países donantes. Según Johnston, intervenciones de Naciones Unidas como la de 1993- 2001 y como la de 2004-2017 terminan por no funcionar porque los soldados tapan con su presencia la necesidad de arreglar las instituciones haitianas “y los problemas vuelven a aflorar en cuanto se van”.
Corrupción
Johnston, que en enero publicó el libro Aid State sobre los efectos de la intervención extranjera en Haití, considera que la comunidad internacional sí puede hacer varias cosas para mejorar las posibilidades de Haití: dejar de dirigir la ayuda hacia sus propias ONG y empresas, reforzar a las instituciones locales exigiéndoles transparencia, pero también denunciando ante ellas los casos de corrupción cuando se produzcan, “en vez de taparlos para ganar así poder de negociación sobre el que los comete”, aflorar las riquezas que la clase dominante haitiana oculta en los países ricos, y estudiar mecanismos para canalizar en herramientas de desarrollo la deuda histórica de los 21.000 millones de dólares.
Según el profesor de la universidad de Virginia y especialista en Haití, Robert Fatton, una medida económica básica para luchar contra la pobreza, que según las estimaciones de Pharel afecta a más del 60% de la población, es reducir la dependencia de alimentos importados deshaciendo, de manera paulatina, la abrupta bajada de aranceles que Haití registró en los años noventa (del 50% al 3%), arruinando entre otros el cultivo de su alimento básico, el arroz.
Un obstáculo clásico a una medida de esas características es el poder que ejercen las personas que hicieron dinero con el negocio de la importación y pueden verse perjudicadas con la imposición gradual de aranceles. Como otros grupos prominentes del país, tienen vínculos directos con las bandas armadas. Pero según Fatton, eso es algo que podría estar cambiando. “Las bandas han empezado a tener cierta autonomía, y ya no trabajan tanto a sus órdenes”, dice. “Ahora mismo los únicos hombres de negocios que están contentos con la situación son los que se dedican a las drogas, al lavado del dinero, y al tráfico de armas de mano”.
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