_
_
_
_
_

‘Podría destruirte’: Contra el consentimiento (y todo lo demás)

Michaela Coel construye para HBO una ferocísima obra de autor sobre el consentimiento que cuestiona nuestra actual y desalmada manera de relacionarnos sexualmente

Michaela Coel en un instante de 'Podría destruirte'. En vídeo, tráiler de la serie. Vídeo: HBO
Laura Fernández

Como una fuerza de la naturaleza que se contase a sí misma para poner orden en lo vivido, y para que lo vivido importe como debería, Michaela Coel (Londres, 33 años), actriz de, sobre todo, aquello que escribe y dirige ella misma, da en Podría destruirte (HBO España), un estruendoso paso al frente. La responsable de la aparentemente inocente pero igualmente punzante Chewing Gum (Netflix), donde sometió su vida a la lógica de la ficción –como Tracey, la protagonista, Michaela, hija de padres ghaneses, creció en un ambiente asfixiantemente religioso– y descubrió que aún queda mucho por contar –¿acaso el relato del veintañerismo se había detenido alguna vez en alguien que hubiera pasado por lo que ella pasó?–, dispara ahora contra el consentimiento, pero no solo contra el consentimiento.

Con un look ferocísimo, Coel indaga en las, obviamente, devastadoras consecuencias de un abuso: Arabella, la protagonista, toma en un bar un tequila blanco adulterado, y al día siguiente ni siquiera sabe dónde está su casa, pese a que ha pasado la noche en ella y ha llegado a tiempo a la reunión que tenía por la mañana, porque el que adulteró la bebida abusó de ella. Pero también radiografía un modo de vida en la cuerda floja -el tiempo se mide en alarmas de móvil: este rato trabajas, este rato quedas con alguien, este intentas despejarte–, el del millenial pluriempleado a exprimir, y, aún más importante, la adictiva y deshumanizada ley del deseo algorítmico.

La propia Coel ha dicho que nada de lo que se cuenta en Podría destruirte es enteramente ficticio, y eso incluye el episodio de abuso –señala que algo parecido le ocurrió en su etapa al frente de Chewing Gum–, y tal vez esa es la razón del alto voltaje de su interpretación, que parece abocar al espectador, sin apenas conocerla, al centro mismo de su desordenada y caótica existencia, marcada por la precariedad sentimental –está enamorada de un chico italiano que, a su manera, la desprecia, quién sabe por qué– y las exigencias de un entorno laboral que no la deja respirar. Unos agentes quieren de ella algo y lo quieren ya, sin importarles lo que sea por lo que está pasando, ni cómo lo consiga: un claro ejemplo de lo que el mundo de hoy hace con los jóvenes –y no tan jóvenes– sin sueldo fijo.

¿Y qué hace? Los convierte en empleados sumisos sin ningún derecho, en esclavos que deben considerarse afortunados por el mero hecho de poder serlo, esclavos que aún y teniendo la sartén por el mango –el libro de Arabella solo puede escribirlo ella y parece que eso es lo último que importa–, obedecen por miedo a que lo único que tienen también se desmorone. El mundo de la fama virtual también tiene su pequeña ración de crítica. Arabella es relativamente famosa –en especial, entre el público femenino, que no se corta a la hora de pedirle un selfi en la calle– porque ha publicado un libro que primero escribió para Twitter titulado Crónicas de una millenial harta, pero está terriblemente sola, todos los demás son espejismos la noche en la que todo se tuerce, porque para el agresor nada importa más que su momentáneo e irreprimible deseo.

“Es una serie sobre cómo el trauma de haber sufrido un abuso te cambia, te reduce, hace que explotes”, ha dicho la actriz, que aquí también escribe y dirige, y señala a un culpable: una sociedad hedonista y deshumanizada en la que el otro es un objeto que puede usarse y luego abandonarse. Su mejor amigo, Kwame (Paapa Essiedu), es un adicto a Grindr –apenas la escucha cuando habla, solo descarta chicos en la aplicación– y la pareja que forma otro par de amigos cree que su diversión, su noche, depende de la chica que han escogido para hacer un trío. Todo apunta al desestabilizante mundo del deseo sin escrúpulos, o lo que ocurre cuando se aplica la lógica del mercado –lo quiero, lo tengo– a algo que no es un producto sino que piensa y siente y tiene derecho a decir que no.

Que el bar en el que todo ocurre se llame Ego Death Bar –Bar de la Muerte del Ego– es solo uno de los múltiples y muy adecuados detalles que convierten Podría destruirte en una declaradísima obra de autor –autora, en este caso– que hace mucho más que poner el dedo en la llaga y dibujar un escenario posMeToo en el que nada, pese a las apariencias, ha cambiado, llega al centro mismo de la mil veces interrumpida existencia contemporánea y advierte, por enésima vez, que nada va a salvarte del totémico ego sin piedad del acosador que, por otro lado, es el débil. La fuerte, en todo momento, y pese al duro golpe, es ella. Ha caído, pero va a levantarse, y va a costarle, pero el espectador va a vivirlo con ella, y va a tener que sacar sus propias conclusiones.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_