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'La conjura contra América’: Pesadilla antisemita en Newark

La miniserie une al guionista David Simon con el maestro de las letras estadounidenses Philip Roth en una distopía política

John Turturro, en una imagen de 'La conjura contra América'.
Elsa Fernández-Santos

Adaptación de David Simon de la novela homónima de Philip Roth, La conjura contra América (HBO España) desarrolla una trama de política-ficción en los Estados Unidos de principios de los años cuarenta. Allí, aupado por su discurso populista (“La guerra o yo”), el exaviador y héroe nacional Charles Lindbergh derrota en las urnas a Franklin Delano Roosevelt abriendo así las puertas de la Casa Blanca a los ideales antisemitas y xenófobos de un líder próximo al Tercer Reich. Pero La conjura contra América no transcurre en Washington ni en ningún otro centro de poder sino en el hogar de los Levin, familia judía de Newark que funciona como espejo de la del propio Roth, que escribió su novela, publicada en 2004, en primera persona, cuando su protagonista era un niño judío que no llegaba a los diez años.

David Simon no ha ocultado que La conjura contra América tiene para él claros ecos con el presente y con el estilo mesiánico de Donald Trump, un presidente siempre dispuesto a abonar la xenofobia, ya sea contra los inmigrantes que llegan del Sur o ahora con el “virus chino”. Roth, fallecido en 2018, no tuvo a Trump como referente para escribir su distopía, algo que según Simon hace aún más poderosas estas memorias ficticias del autor de Pastoral americana o El lamento de Portnoy en las que el pequeño Philip descubre aterrado cómo su familia acaba en la diana de un país sembrado de antisemitas.

Dividida en seis capítulos, la nueva serie de HBO era un proyecto que Roth conoció y que pactó con el propio Simon, que se comprometió a no utilizar en la ficción el apellido Roth para la familia protagonista. Con una ambientación que saca brillo (a veces en exceso) a la nostálgica memorabilia de los años cuarenta y a las costumbres de la comunidad judía estadounidense en aquellos tiempos, La conjura contra América resulta especialmente audaz cuando ocurre entre las cuatro paredes de la familia Levin. La radio, elemento crucial en el desarrollo dramático de la serie, funciona como un poderoso personaje omnipresente cuyas ondas van dibujando al espectador el panorama político del país. Lo mismo ocurre con el cine, donde cada día se proyectan las noticias y donde el padre, Herman, un vendedor de seguros defensor del new deal que interpreta con garra el actor Morgan Spector, acude a diario. Como la familia Levin, escuchamos y vemos los boletines por los que poco a poco asoma la ola de crispación que les va despertando primero y atemorizando y acorralando después. A la radio está siempre pegado el padre, Herman.

Zoe Kazan y Winona Ryder, en 'La conjura contra América'.
Zoe Kazan y Winona Ryder, en 'La conjura contra América'.

Él y su mujer, interpretada por Zoe Kazan (sí, la nieta de Elia Kazan), son la base de esa tensión familiar sobre la que se erige la adaptación de Simon. Lo mejor de la serie ocurre dentro de un hogar donde todo lo que la mujer calla pone en evidencia todo lo que su marido grita. El personaje de Kazan, esa no tan pasiva madre Levin, es quien carga con los dilemas de su tradición judía.

El pulso marido-mujer (dos voces perfectamente medidas) se suma al que se entabla entre las dos hermanas que interpretan Zoe Kazan y Winona Ryder, quien en el segundo capítulo de la serie conoce al rabino Lionel Bengelsdorf (John Turturro), asesor del círculo de Lindbergh que no ve en el heroico piloto un peligro para su pueblo y que de alguna forma representa esa tierra de nadie que tan bien reflejó Claude Lanzmann en su retrato de Benjamin Murmelstein en El último de los injustos. Kazan y Ryder son medulares porque cada una de ellas absorbe visiones opuestas para bajarlas a tierra sin sermones ni bravuconadas.

Pero La conjura contra América es una serie que mezcla el punto de vista de los adultos con los de un niño (el pequeño Philip), perspectiva que despega del todo en los capítulos finales, en los que se concentra toda la tensión que se va fraguando en el resto de la miniserie. Frente a la mirada inocente de Philip está la de su hermano mayor, un adolescente con aspiraciones artísticas y fan de Lindbergh, y sobre todo la de Sheldon, ese vecino de aspecto frágil que representa algo que un guionista de la talla de Simon jamás olvida: las víctimas.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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