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Inyectar belleza a las máquinas

Si hay algo terriblemente aburrido en tecnología es el "yo también" (me too). Son aquellos que proponen algo, pero más tarde que otro y, encima, no muy distinto. Jobs no ha sido precisamente de estos. Todo lo contrario. Detrás de él ha habido destacadísimos copiones. Y una de las ideas que ha impuesto es la búsqueda por parte de las compañías de un ecosistema en torno a su oferta. Quizás Jobs no dijo nunca la palabra, tan de moda hoy en día, pero es obvio que ha creado un verdadero sistema planetario, el de Apple, con sus ventajas y, también, su lado inhóspito. Las máquinas de Apple conversan entre ellas con una agilidad admirable. Son intuitivas en su manejo, un empeño del propio Jobs, poco amigo de los botones, en la vestimenta y en los cacharros. Eso sí, Apple impone sus propias condiciones para entrar en su jardín, del que es vigilante propietario, y aunque siempre las argumenta con razones técnicas -por ejemplo, la seguridad- a veces parece como si dictara la expulsión de su paraíso.

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Jobs tomó una decisión inicial que limitó la expansión de la marca. El software de Apple iría en las máquinas de Apple y no de terceros. Mientras, Microsoft, por entonces sólo fabricante de programas, licenciaba su sistema operativo a todos los clones del pecé de IBM y a la propia IBM y su Windows se convertía en el paisaje digital dominante en los escritorios. Jobs tenía un concepto holístico de las máquinas de Apple, como un todo distinto de las partes que lo componen.

Apple, de la mano de Jobs, ha sido, de entrada, fabricante de máquinas con su propio sistema operativo y un diseño diferencial. Los ordenadores de Apple tienen una fiel clientela y una enorme valoración, pero su cuota de mercado ha sido siempre modesta. Ha sido con la emergencia del universo de los móviles (tabletas, teléfonos inteligentes, portátiles..) cuando la empresa, liderando el inicio de una época que el propio Jobs ha definido como "pos pecé", se ha encumbrado a la cima. Y este fabricante de máquinas ha abierto la principal tienda digital de música y se ha inventado el gancho de las aplicaciones, que dan vida a los móviles y fidelizan al cliente con la marca porque no quiere abandonar aquello que él ha instalado. Más de una vez se ha escrito que Jobs ha inyectado inteligencia y belleza a sus máquinas. Desde luego no ha sido él solo. Hay apellidos inevitables en esa historia. Desde su amigo de los inicios, Steve Wozniak, a su colega en Pixar (John Lasseter) o la gente que está detrás de los Mac o las iPad (Andy Hertzfel , Jonathan Ive...), pero Jobs supo escucharles.

Obviamente, una biografía de un personaje sin claroscuros es una biografía mal hecha, pero lo que importa es su herencia y lo mejor de Jobs es que estuvo en el mundo de la informática pensando por su cuenta, arriesgando, inventando. A Jobs le gustaba citar a Henry Ford, que explicaba que si hubiera preguntado a sus clientes qué querían le habrían dicho que un caballo más rápido. Ford propuso su coche a pesar de sus clientes. Y ganó. Le gustaban los retos. Un lema de la casa Apple era "para qué quieres entrar en la Marina si puedes ser pirata". No aceptaba lo acomodaticio. Jay Elliot, ex vicepresidente de Apple, explica en su libro El camino de Steve Jobs que cuando se estaba trabajando en el primer iPhone, Jobs dijo a sus ingenieros: "El móvil tendrá un solo botón. Arréglenselas". Y tuvo un único botón.

Steve Jobs y Steve Wozniak en su primer ordenador, el Apple I, en una imagen proyectada años más tarde en una presentación del a firma.
Steve Jobs y Steve Wozniak en su primer ordenador, el Apple I, en una imagen proyectada años más tarde en una presentación del a firma.KIMBERLY WHITE (REUTERS)

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