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Conxita Herrero.
Conxita Herrero.

Ser mujer es perjudicial para su salud

El sesgo al detectar un infarto, los ensayos de fármacos o de la seguridad al volante: algunas brechas amenazan la vida de ellas

No había pastilla que le quitase a María el dolor del costado derecho. La médica la mandó al hospital. Tenía 76 años, hipertensión, diabetes y obesidad. Al llegar al centro sanitario privado la vieron en Traumatología. Dictamen: dolor de espalda y a casa. Al día siguiente una ambulancia la llevó de nuevo al hospital agitada, con la tensión altísima y con taquicardia. Horas después, falleció. De un infarto de miocardio que ya sufría al entrar por primera vez en Urgencias. Son menos las mujeres que sufren esa grave cardiopatía, pero mueren más que los hombres. El doble.

La brecha de género salarial (16% en Europa) o la de los cuidados (las mujeres ahorran 28 millones de empleos por echarse a las espaldas la atención a niños, enfermos y mayores) copan titulares junto a la violencia machista. Son brechas sistémicas y penosas. Pero hay otras menos conocidas que, como un bisturí, amenazan o rebanan implacablemente la vida de las mujeres. Una de ellas es la existente en las enfermedades cardiovasculares, la mayor causa de muerte femenina en España y en especial en el infarto.

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La cardióloga Antonia Sambola, de la Unidad de Cuidados Agudos Cardiológicos del hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, dirigió una revisión de 11 años (entre 2005 y 2015) sobre la mortalidad por infarto analizando a casi 280.000 pacientes. La tasa de fallecimientos en mujeres fue del 18% y la de hombres, 9%. Algo que concuerda con las cifras de otras investigaciones. ¿Qué ocurre? “Que hay un retraso en tratarlas, ya que ellas consultan tarde y los médicos interpretan sus síntomas en muchos casos erróneamente”, explica la médica, coordinadora del Grupo de Mujeres de la Sociedad Española de Cardiología. Encima, a ellas “se les realiza en un 15% menos la angioplastia primaria [la colocación de un muelle para abrir la arteria ocluida] que es el tratamiento de elección”. Puede tener que ver, dice, con que las mujeres sufren el ataque 10 años más tarde que los hombres y, de nuevo, con la demora en tratarlas.

“El infarto se diagnostica mal. Hay un sesgo de género porque se sigue pensando que es una cosa de hombres”. La cardióloga recalca, como otros estudios, que no es que haya síntomas distintos de infarto entre sexos. El signo constante es dolor en el tórax. Sí que en ellas se pueden añadir “náuseas, vómitos, sudoración y sensación de asfixia”, que pueden asociarse a ansiedad. “Pero hay que realizar pruebas y descartar que haya un cuadro orgánico”.

Carlos Sardinero, de Sardinero Abogados y de la Asociación Defensor del Paciente, demandó al centro madrileño por la muerte de María [nombre supuesto] en 2015. La médica que la atendió fue condenada a indemnizar a la familia con 83.000 euros. “Le tenían que haber hecho un electrocardiograma, una radiografía de tórax y unos análisis”, explica el abogado. “No elaboraron una historia clínica correcta. Ni le preguntaron. Ni siquiera le tomaron la tensión”. El letrado asegura que en todos los casos que ha llevado por infarto no detectado, las mujeres habían ido a Urgencias con dolor torácico, “hasta dos y tres veces” y siempre les habían dado el alta.

Diagnóstico: ansiedad

Sambola alarma sobre los casos en jóvenes, en que la sospecha de un ataque cardiaco resulta más lejana: “Van a urgencias con una angina (la antesala del infarto) y les diagnostican ansiedad. Si se repite el cuadro, se quedan en casa porque creen que se les pasará”. En general tardan en ir a Urgencias porque anteponen sus obligaciones y además, según varios estudios, solo el 30% realiza la rehabilitación cardiaca por sus complicadas jornadas de cuidados.

Las diferencias de sexo existen, tanto en los médicos cardiólogos (desde la paridad en residentes disminuye el número de mujeres hasta los jefes, en un 89% varones, según un estudio de Sambola) como en los tratamientos cardíacos. Por ejemplo, con los desfibriladores automáticos implantables, que evitan la muerte súbita. Solo 18 de cada 100 se aplican a mujeres y esa cifra permanece estable, según los datos. “Lo mismo ocurre con los trasplantes, asistencias ventriculares y terapias de sincronización”, dice. La pauta se repite en otras enfermedades. “Ellas reciben tratamientos menos avanzados para la insuficiencia cardiaca [la tercera dolencia más común en mujeres]”, asegura la experta, “y no podemos explicar por qué”. Tampoco se conoce la causa de que en las arritmias, que pueden generar ictus por enviar trombos al cerebro, se las suele medicar “con anticoagulantes más baratos y menos eficaces”. Y eso que el accidente cerebrovascular es la condición más frecuente y mortífera para las mujeres. La cardióloga lo resume así: “No tenemos números sobre cómo se está diagnosticando y tratando las enfermedades cardiovasculares de acuerdo con el sexo”.

La periodista británica Caroline Criado recoge el caso del infarto en su extenso y premiado ensayo La mujer invisible (Seix Barral, 2020) que evidencia el “grave impacto que la brecha de datos de género está teniendo en las vidas de las mujeres”. “Mueren simplemente porque no estamos recopilando datos sobre ellas”, asegura, “porque los médicos no reconocen sus síntomas; porque los tratamientos médicos que hemos desarrollado no siempre funcionan en cuerpos femeninos; porque los autos han sido diseñados para proteger al hombre promedio”.

Se sabe que las mujeres toman más psicofármacos. Valium, por ejemplo, que solo fue ensayado en hombres, como muchas medicinas comercializadas antes de 1988, recuerda Isabel de la Paz, del grupo de ensayos clínicos de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria, y que realiza su tesis sobre el impacto de género en su especialidad. “Tradicionalmente en los estudios de seguridad a corto plazo en los medicamentos se habían incluido mayoritariamente hombres”, explica, “era más sencillo y económico ya que la variabilidad en el comportamiento de los fármacos es menor y requiere menos grupos de control”. No se conocía, por tanto, cómo actuaba el medicamento en un cuerpo diferente, sujeto a cambios hormonales y con distinta composición (con más grasa, por ejemplo, un tejido donde se pueden acumular estas sustancias). “Ahora se incluye a hombres y mujeres pero en las publicaciones no se suele encontrar el análisis por sexo”, asegura la experta de la Unidad de Coordinación y Estrategia del Medicamento del Instituto Catalán de la Salud. “Normalmente, el número de hombres y mujeres es insuficiente para demostrar diferencias en sexo y por tanto las posibles diferencias pueden pasar desapercibidas”.

Si alguien quiere acallar un dolor, el prospecto del analgésico diferenciará entre niños, adultos y mayores. No entre hombres y mujeres. Se recomienda la misma dosis para todos. ¿Debería ser así? “Algunos estudios reportan que la tasa de eliminación del paracetamol en las mujeres es del 60% respecto a la descrita para los hombres”, asegura De la Paz. Esto quiere decir que, en tratamientos prolongados y a dosis altas, las mujeres alcanzarían antes que los hombres niveles tóxicos para este fármaco”.

Diferencias hay hasta en los efectos adversos, que, cuenta la experta, sufren más las mujeres. Cita varios análisis y metaanálisis que arrojan un dato relevante: el segundo efecto secundario en ellas es que el medicamento no funciona.

No solo en un hospital o en el botiquín existen amenazas. ¿Puede el paisaje de un parque con árboles y parterres, junto a media docena de edificios alineados, atemorizar a las mujeres? “Sí, porque hay mala iluminación, poca presencia de personas, poca visibilidad y posibilidad de obtener ayuda o poder escapar, suciedad y abandono”, responde la especialista en planificación urbana Inés Sánchez de Madariaga, directora de la cátedra Unesco en Políticas de Igualdad de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación. Este escenario es el norte del parque de Pradolongo, en Madrid, donde además existe menudeo de drogas y las casas habitadas por familias de realojo carecen de tiendas. Sánchez de Madariaga ha confeccionado mapas de zonas peligrosas elaborados mediante “marchas de seguridad” con mujeres. “Por todas las tareas de cuidado que asumen están más tiempo en la calle, son las que más usan el espacio público y lo hacen de manera distinta, se mueven cerca de su vivienda, usan más el transporte público y hacen más desplazamientos a pie”. Tres de cada cuatro mujeres jóvenes sufren acoso callejero en Madrid, según un estudio de la ONG Plan Internacional. Y nueve de cada 10 francesas lo sufre en el transporte. Situaciones que además generan ansiedad y evitar pasar por determinados lugares. Más de la mitad de las británicas tiene miedo a caminar por andenes de estaciones o desde el autobús a casa.

El hombre, la medida

Subirse a un coche es una actividad de riesgo. Pero para las mujeres más. Resulta el doble de peligrosa. Estudios consecutivos en los últimos 50 años reflejan que, en caso de accidente, las conductoras tienen más probabilidades de morir que los hombres (54% en una de las investigaciones) y de sufrir graves heridas que pueden llegar a ser fatales (71% más). Incluso un trabajo de 2019 que examinaba las mejoras de seguridad entre coches anteriores y posteriores a 2009 seguía mostrando que las mujeres tenían un riesgo más elevado de sufrir heridas (73%), sobre todo en caderas y piernas (casi cuatro veces más en el caso de los tobillos).

Esta alarmante brecha tiene que ver con que el hombre sigue siendo la medida del mundo, y en este caso, de los automóviles: en las pruebas de choques “solo se utilizan maniquíes con complexión y peso masculino”, asegura Astrid Linder, jefa de investigación del Instituto de Investigación en Seguridad Vial (VTI) de Suecia. Para algunos tests se usa una versión jibarizada del muñeco masculino, representativa de una mínima parte de las mujeres (las que miden 1,51 y pesan 47 kilos). Pero no refleja las diferencias anatómicas y funcionales femeninas, (en densidad ósea, fortaleza del cuello o estructura de la pelvis). Algunos fabricantes trabajan con modelos virtuales pero no con maniquíes. “La conclusión es que no podemos mostrar qué coches protegen a toda la población ni, como consumidores, escoger el coche más seguro”, expone la investigadora.

Linder, que ha desarrollado un prototipo de muñeca equivalente a una mujer de tamaño medio, ha revisado los daños en el cuello por el brusco movimiento en látigo de la cabeza por un choque, lesión mucho más frecuente en mujeres. Los reposacabezas rebajan el peligro, pero, otra vez, mucho más en los hombres.

Máscaras y cascos que bailan

La guardia civil Alicia Sánchez patrullaba con un chaleco antibalas a medida que había comprado por 500 euros. Eran épocas que esa protección no estaba a disposición de todos los agentes. “Ya llevaba ocho años con él hasta que mi capitán me lo prohibió. Me dieron uno “unisex, a todas luces masculino”, recuerda. “Como tengo mucho pecho, el que me cabía me tapaba la pistola, el cargador, los grilletes. En caso de necesitar cualquiera de esas cosas, no podía cogerlas. Y eso es peligroso”. El caso de la guardia Sánchez no es un rareza, según refleja Caroline Criado en La mujer invisible. Solo el 29% de las trabajadoras del Reino Unido que trabajan en diferentes sectores -desde servicios de emergencia hasta construcción- usan equipos de protección diseñados para ellas.

La guardia volvió a vestir su viejo chaleco. “Hasta que el mando me echó del control”. Ocurrió en 2016. El caso se archivó por un juzgado militar, pero después fue sancionada por falta grave de insubordinación con cinco días de empleo y sueldo. Hoy es vocal del Comité de Igualdad en la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC), después de dos años y medio de baja. Ahora ya hay chalecos femeninos para todas las guardias que ocupen puestos que lo precisen.

Una veterana bombera dice que también han mejorado las cosas para ellas. Son muy pocas (menos del 1% de todos los efectivos) y se quejan poco. Aun así, en un chat escriben:

-Con la máscara [para respirar en incendios] estándar no nos sellaba bien y perdíamos constantemente el aire. También les pasaba a algunos compañeros menudetes. Hubo que presionar un poco exponiendo nuestro malestar.

-Con la máscara, igual. Solo puedo llevar de correa y aún así me baila.

-El casco F1 solo han cogido una talla M. Estás paleando, te va a la cara y viceversa, a la nuca, porque ni regulando ajusta como debería.

-En alguna inundación me he puesto los zapatos de parque (37) dentro de las botas de agua (42-44).... me movía así mejor por el agua que con el pie suelto dentro de la bota.

-No es que los NBQ [trajes de protección química y biológica] queden muy bien a nadie.. Pero cuando te van 4 tallas grandes es más complicado todavía taponar o hacer cualquier trabajo de precisión.

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