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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Niños sin infancia, niños sin patria

España no se había distinguido por una actitud muy vigilante ante las agresiones a los menores. La ley que debe remediarlo nace con amplio apoyo y una excepción

Ricardo de Querol
Abuso sexual a menores
Un niño juega con un oso de peluche.Carlos Rosillo

La única patria que tiene el hombre es su infancia, escribió el poeta Rainer Maria Rilke, quien no la tuvo fácil. Miguel Delibes abundó en la idea: “La infancia es la patria común de todos los mortales”. Lo que consideramos nuestra identidad, o nuestro yo, no es más que nuestra imperfecta memoria, y nada nos ha marcado tanto como los recuerdos más pretéritos de ese tiempo en que aprendimos a vivir. Preferimos mirar la infancia como un tiempo feliz, sin preocupaciones y bajo un manto protector, pero para demasiadas personas esa etapa fue un suplicio y arruinó lo que vino después. La vida las sometió a pruebas muy duras —el maltrato o abandono por sus padres, el abuso sexual por sus cuidadores, el acoso por sus iguales— antes de tener una madurez mínima para hacer frente a eso. No sirve de patria la infancia de los niños violados, de los niños criados en hogares conflictivos, de las niñas mutiladas por una aberrante tradición, de los niños mendigos, de los niños soldado, de los niños dejados a su suerte en una frontera.

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España no se había distinguido en la historia reciente por una actitud muy vigilante ante las agresiones a los menores. Durante mucho tiempo nadie prestaba atención al fenómeno. Al igual que la violencia machista se consideraba un asunto privado, de pareja, en el que nadie debía meter sus narices, la pederastia se veía como una enfermedad y se creía que lo mejor para todos, hasta para la víctima, era el silencio, evitar el escándalo, que cada uno cargue callado con su cruz.

Hace dos décadas, el Boston Globe dirigido por Marty Baron, en una investigación muy valiente en la ciudad más católica de Estados Unidos, abrió la espita de una lacra descomunal: los abusos sexuales por miembros de la Iglesia. La ola barrió medio mundo: Australia, México, Reino Unido, Irlanda, Alemania… Hace año y medio, el papa Francisco levantó el secreto pontificio sobre los delitos de pederastia, vigente desde 1972, para facilitar que los criminales respondan ante la justicia ordinaria. Hace un año, los obispos franceses confesaron su “ceguera y sordera” ante unos 10.000 casos de abusos.

Como en España no se ha hecho nada ni siquiera remotamente parecido, algunas órdenes religiosas sí han empezado a sacar a la luz sus investigaciones internas. Y ha tenido que ser este periódico el que ponga en marcha la primera base de datos de casos documentados en este ámbito: 817 víctimas, lo que no será más que la punta del iceberg.

El intento más serio en España de dinamitar esa cultura del encubrimiento está a punto de culminar su trámite en el Senado: la ley de protección de la infancia y adolescencia. La norma —con medidas de prevención, que evita al menor traumatizado tener que declarar varias veces ante la justicia, que amplía la prescripción de la pederastia hasta que la víctima cumpla 35 años— reunió en el Congreso un amplísimo apoyo, raro en esta legislatura. Con la notoria excepción de ese partido que se dice de valores familiares y cristianos pero a la vez hace campaña demonizando a los menores extranjeros no acompañados, esto es, a niños necesitados de amparo. El cartel electoral de Vox que enfrenta a un chico inmigrante enmascarado y amenazador, supuestamente regado de dinero público, con una anciana con la pensión mínima no es solo un bulo tóxico y una inmoralidad. Es poner a niños en la diana del odio. Deshumanizarlos. Nada que no hayamos visto en la historia con terribles consecuencias.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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