Luis Alfonso Martínez
49 años / Conductor de Radioteléfono Taxi
Todos los mediodías, cuando llega a su casa para comer, el taxista Luis Alfonso Martínez evita el contacto con sus hijos de cuatro y siete años y con su esposa. “Me quito los zapatos, los dejo en la terraza. No quiero que me toquen ni nada. Como rápido solo y me largo a seguir trabajando”, cuenta. Trata así de mantenerlos a salvo de cualquier contagio. Martínez es uno de los 500 taxistas que se apuntaron como voluntarios a Taxi Madrid Solidario, una app que desarrollaron entre la cooperativa Radioteléfono Taxi, Pide Taxi y la Federación Profesional del Taxi para colaborar con los desplazamientos de los sanitarios. Han hecho ya más de 80.000 viajes gratuitos.
Martínez sale a las once de la mañana de su casa tras ocuparse unas horas de los niños y dejarlos “haciendo los deberes de la escuela”. Su mujer teletrabaja desde las nueve: “Sin su apoyo esto no sería posible. La app funciona como cualquier sistema de petición de taxis. “Te llega un mensaje y aceptas el viaje”, explica. Se ocupa de trasladar a profesionales de la sanidad y hacer servicios especiales como llevar ancianos desde residencias a los hoteles adaptados. Junto los pasajeros, por su taxi han pasado cientos de historias. Aunque muchas prefiera no recordarlas. “Me da pena, sobre todo, el abandono a los ancianos”, cuenta. Hace algunos días, una sanitaria le empezó a contar la historia de una señora mayor. Le tuvo que pedir que parara.
“Un día subí a una sanitaria que iba vestida como una astronauta y entonces piensas: ‘Hostia, esto debe ser muy serio”
Tres semanas atrás, cuando comenzó a ofrecer este servicio exclusivo para los sanitarios o los afectados por la crisis hacía entre cinco y siete viajes al día. Estas últimas jornadas, hubo veces en las que hizo solo dos. Que baje el movimiento le da esperanzas; debería indicar que la situación está mejorando.
Oriundo de Campillo de Dueñas, un pueblo de la provincia de Guadalajara, a 250 kilómetros de Madrid, “donde se grabó Juego de Tronos”, Martínez recorre las calles de la capital con su taxi desde hace 25 años, la mitad de su vida. “Lo que me sorprende estos días no es ver la ciudad vacía, si no la cantidad de movimiento. ¡Hay mucha gente!”, protesta. Los primeros días, dice, estaba un poco nervioso antes de salir porque no sabía con qué se iba a encontrar. Con el tiempo, se fue relajando. “Un día subí a una sanitaria que iba vestida como una astronauta y entonces piensas: ‘Hostia, esto debe ser muy serio”.
“Si esto durara más tendrías una amistad con todos los pasajeros”
Después de varios días ha comenzado a repetir pasajeros. “Los sanitarios y los médicos, todos están muy agradecidos. A veces me da vergüenza”, dice Martínez. “Son muy responsables y cuidadosos”, cuenta. El único protocolo marca que el taxista tiene que abrir y cerrar la puerta del coche, pero algunos viajeros se llevan fundas de plástico para cubrir los asientos. “La bata con la que tratan al paciente, los guantes y la mascarilla los meten en una bolsa roja. A veces la dejan en el maletero”, detalla.
“Si esto durara más tendrías una amistad con todos”, asegura. Al final del día, Martínez trata el coche con productos desinfectantes. Se centra sobre todo en la manecilla interior de la puerta, en los cinturones de seguridad y en los asientos.
“Los sanitarios y los médicos, todos están muy agradecidos. A veces me da vergüenza”
El 23 de marzo la app Pidetaxi rechazó 132.000 euros que la Dirección General de Transporte les había dado para sus gastos y gasolina. A través de diferentes prórrogas los aportes de la DGT alcanzaron los 400.000 euros. El importe se donó a la Sanidad. “Algunos compañeros han tenido que viajar hasta Colmenar Viejo, Arganda del Rey o Galapagar, que están a 40 o 50 kilómetros de Madrid”, dice Martínez.
Luego, casi por instinto, retoma una vieja costumbre, como si estuviera en un viaje con un pasajero aleatorio y se pone a analizar si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi. El debate se interrumpe porque lo necesitan en un centro de salud de Getafe. “Allí ya me reciben haciéndome la ola", bromea. "¡Hasta me invitan café!”. Cuando regrese por la noche a casa se irá directamente a su terraza, se quitará la ropa, meterá todo en la lavadora, se lavará las manos y se duchará. Y, entonces, saludará a sus hijos.