Paula Rivas
32 años / Cajera en Hipercor
Daniel Rodrigo
28 años / Cajero en Hipercor
–¿Cómo era la música típica de supermercado?
–Clásica, antigua, música inglesa que nadie conoce.
–¿Cómo es ahora?
–La elegimos nosotros. Suena rock y La Macarena.
Paula Rivas trabaja como cajera en el Hipercor de Sanchinarro, en el noreste de Madrid. Ha contribuido a la playlist que los propios empleados han creado en Spotify para estos días. Lo habían hablado con los jefes antes de la crisis y lo han conseguido. “Cuando escuchas música que te gusta trabajas más animada. A veces voy por los pasillos bailando. ¡Me van a echar!”, se ríe esta bióloga de 32 años que trabaja en El Corte Inglés desde 2007. Cobra en caja y atiende pedidos por teléfono, un servicio que ha pasado de contar con una decena de trabajadores a 50 o 60. Dan prioridad a los mayores, enfermos y trabajadores sanitarios. “No pedimos el DNI, no hace falta. Esto se sabe”, afirma esta mujer con capacidad para trasmitir buen rollo por teléfono de manera natural.
Paula Rivas se iba a casar con su novio al que conoció en el supermercado en el que trabaja, el 1 de mayo: “Hemos movido la boda a julio. ¡Nos tocará cambiarla otra vez!”, se ríe
Conocedora por sus estudios de la peligrosidad del virus, desde muy al principio insistía mucho a los compañeros con las medidas de seguridad; que contaran el dinero con guantes, que se distanciaran. “¡Que vais a coger cualquier cosa!”, les decía, campechana. Pasada la fase de desconocimiento, las advertencias de Rivas se han convertido en chanza. Hace bromas todo el rato a sus colegas por el bozal, como llama a la mascarilla, o por cualquiera de los numerosos elementos de seguridad que llevan desde que todo se pusiera feo de verdad. “Pareces Lola Flores con esa peineta”, le suelta a un compañero cuando se le descoloca la pantalla facial con la que se protegen.
Madre de una niña pequeña, dedica su tiempo libre a hacer ganchillo y a seguir estudiando biología para estar al día. Le encantan los animales. “Tengo dos perros, un gato, un loro, una pecera… mi novio”, no para de bromear. A su chico, con el que se iba a casar este 1 de mayo, le conoció en el Hipercor de Sanchinarro. Trabajan juntos. “Hemos movido la boda a julio. Nos tocará cambiarla otra vez”, se ríe. El supermercado abre todos los días de 10 a 20 horas y los trabajadores hacen un turno de mañana o de tarde de seis horas con dos días libres.
“Antes los clientes buscaban un servicio rápido, con el trato cordial y amable que siempre damos. Ahora tienen el impulso de hablar contigo”, describe Daniel Rodrigo
Daniel Rodrigo es otro de ellos. Con 28 años, lleva una década en el Hipercor. Delegado sindical, propuso hacer un vídeo en el que los trabajadores cantaran. “Un homenaje a los compañeros”, detalla este estudiante de último año de Psicología. “Hemos pasado de ser un oficio a ser un servicio”, resume con tino la profesión del medio millar de empleados que tiene este Hipercor ubicado en una zona de renta media-alta. “Antes los clientes buscaban un servicio rápido, con el trato cordial y amable que siempre damos. Ahora tienen el impulso de hablar contigo”, describe este madrileño que reside con su pareja en Talamanca del Jarama, un pueblo de 3.750 habitantes que hasta hace poco le permitía tener el contacto con el campo que a él le gusta.
Algunos clientes les explican que están haciendo la compra para algún familiar enfermo o para algún vecino. Otros directamente les cuentan su vida. “Una señora me hizo un pedido de harina para repostería. Acabó contándome la receta de las magdalenas”, revela Rivas, que también trabaja en el mostrador de atención al cliente.
La cesta de la compra ha cambiado en estas semanas tantas veces como el ánimo de los confinados. “Ya nadie aparece en la caja con siete paquetes de macarrones. La gente está confinada pero ha vuelto a la normalidad. Ya se han aprovisionado. Ahora se venden más snacks y más productos de limpieza”, explica Rodrigo, que a veces cobra en caja y otras gestiona la consigna o empaqueta los envíos. “Los clientes están seguros. El centro es muy grande y con mucho espacio. Se guarda la distancia con facilidad”, describe.
Rodrigo afirma que notan el reconocimiento. “Más de una vez se han arrancado los clientes a aplaudirnos a las 20 horas. No somos los sanitarios, ellos están más expuestos, pero aportamos”, explica, modesto. Reforzados los servicios, hay pedidos que se entregan antes de lo acordado. Los clientes lo agradecen. “Son exigentes, buscan calidad y algunas marcas en concreto. Ahora cada vez se dejan aconsejar más. Parece que la venta de cara al público es más cercana pero por teléfono se logra la confianza también”, resume Rivas, siempre entusiasta. Ella no se despega del teléfono. Ni en el trabajo ni en casa. Con uno de sus hermanos hablaba una vez cada tres meses. Ahora no para de llamarle.