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Irena Sendlerowa, el ángel para los niños judíos del gueto de Varsovia

La trabajadora social polaca arriesgó su vida para salvar a más de 2.500 niños de una muerte segura por hambre y enfermedades contagiosas durante la Segunda Guerra Mundial

Irena Sendlerowa en una recepción en la que niños polacos le presentaron la Orden de las Sonrisas en Abril de 2007 en Varsovia.
Irena Sendlerowa en una recepción en la que niños polacos le presentaron la Orden de las Sonrisas en Abril de 2007 en Varsovia.Wojtek Laski (Getty Images)

Irena Sendlerowa representa el compromiso, la justicia social y la preocupación desinteresada por el prójimo sin importar su color de piel, su religión, sus ideas políticas o su capacidad económica. La labor a lo largo de su vida fue tan arriesgada y a la vez fructífera que su heroicidad de salvar a más de 2.500 judíos del gueto de Varsovia condenados a ser víctimas del Holocausto y ponerlos a salvo con familias católicas permaneció oculta hasta hace dos décadas.

La influencia de su padre, un médico de gran prestigio que también dedicaba su tiempo a los más desfavorecidos, resultó decisiva. Sus palabras, y sobre todo su ejemplo, calaron en la joven Irena, especialmente antes de morir, cuando ella tenía 7 años y él se había contagiado de tifus por atender a pacientes judíos que sus colegas rechazaban.

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Una frase de su padre se le quedó grabada a Irena Sendlerowa y la puso siempre en práctica: “Si ves a alguien que se está ahogando debes tratar de salvarlo aun cuando no sepas nadar”. En agradecimiento a la labor de su padre, la comunidad judía pagó los estudios de la pequeña Irena hasta la universidad. Ella, dedicó toda su vida de manera abnegada y discreta al prójimo y, cuando a finales del siglo pasado se conoció su historia, llegó a ser incluso propuesta para el Nobel de la Paz, aunque finalmente no se lo concedieron, pero por encima de títulos y reconocimientos, su labor ha pasado a la historia como “El ángel del gueto de Varsovia”.

Irena Sendlerowa nació tal día como hoy, 15 febrero de hace 110 años, en 1910, en Otwock, a las afueras de la capital de Polonia. Desde muy pequeña supo que se dedicaría a ayudar a los demás, e influenciada por la vocación humanitaria de su padre, y también por la situación política y social del país, se convirtió en trabajadora social.

En su etapa universitaria ya destacó por oponerse a las injusticias haciendo frente a los criterios discriminatorios en la selección del alumnado, ya que los judíos tenían serias dificultades para acceder a los estudios superiores. Su actitud fue castigada por la Universidad de Varsovia con tres años sin poder estudiar.

El primer trabajo de Irena fue como administradora superior en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, desde el cual se dirigían todos los comedores sociales de la ciudad que brindaban asistencia a las personas necesitadas.

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Cuando los nazis invadieron Polonia en 1939, Irena Sendlerowa y sus compañeros de trabajo empezaron a utilizar los comedores para proporcionar medicamentos, ropa y otros bienes de primera necesidad a la población judía perseguida de la ciudad. Para evitar que los alemanes se dieran cuenta de esta ayuda a los judíos, se les registraba con nombres católicos ficticios y se les describía como pacientes con enfermedades muy contagiosas como el tifus o la tuberculosis, lo que hacía que los alemanes no se acercaran a comprobar los datos ante el miedo al contagio.

En 1942 los nazis designaron un área cerrada para alojar a los judíos que vivían en Varsovia, que sería conocido como el gueto de Varsovia y donde la resignación era el mejor síntoma para una muerte segura.

El gueto de Varsovia tenía casi medio millón de habitantes, lo que representaba el 30 % de la población de la capital polaca. El gueto fue tapiado y era vigilado las 24 horas para impedir la salida de nadie y, durante el año y medio que estuvo activo, murieron 100.000 personas de hambre o a causa del tifus. El resto de los judíos que había en el gueto fueron llevados después al campo de concentración de Treblinka, donde la inmensa mayoría murió en cámaras de gas.

Como trabajadora social Irena Sendlerowa podía entrar en el gueto con asiduidad para ayudar a los judíos. Junto a 24 mujeres y un solo hombre formaron el Consejo para la Ayuda, Zegota, que, bajo su dirección y poniendo en riesgo sus vidas, se propuso salvar a la mayor cantidad posible de niños judíos de la muerte en el gueto o de la deportación a campos de concentración.

Irena, con el seudónimo de Jolanta, comenzó salvando a niños huérfanos judíos y, para ello, tenía varias formas de sacarlos del gueto como contrabando: algunos se llevaban a cabo en ataúdes o sacos de patatas; otros se fueron en ambulancias o escaparon por túneles subterráneos. Otros entraron mal vestidos por la puerta judía de una iglesia católica en el límite del gueto y salían luego por la otra puerta católica con nuevas identidades y bien vestidos. Después, se encargaban de ayudar a instalar a los niños salvados en conventos o con familias no judías.

A medida que la situación se hizo más traumática y desesperante para los habitantes del gueto, Irena y sus colegas fueron más allá al pedirles a los padres judíos que les dejaran poner a sus hijos a salvo. Aunque no podían garantizar la supervivencia de los niños, al menos tendrían una oportunidad.

Irena mantuvo registros detallados y listas de los niños con sus nombres verdaderos guardados en un frasco de cristal, debajo de un manzano en la casa de un vecino, con la intención de que cuando terminara la guerra pudieran reunirse las familias y los niños recobraran su identidad. Sin embargo, la mayoría de los padres no sobrevivió.

El 20 de octubre de 1943 los nazis arrestaron a Irena y la enviaron a la prisión de Pawiak. Allí la torturaron y le rompieron las piernas, tratando de que revelara los nombres de los niños y su localización. Ella se negó y fue sentenciada a muerte. Sin embargo, un guardia polaco, un día antes de su muerte, la liberó con la excusa de realizarle un interrogatorio y diciéndole que corriera para salvarse. Al día siguiente ese guardia apareció en la lista de muertos.

Irena Sendlerowa continuó su trabajo hasta que terminó la guerra, cuando el balance de niños judíos rescatados se elevaba a 2.500. A partir de ese momento trabajó en organizaciones para el bienestar social ayudando a la creación de casas para ancianos, orfanatos y un servicio de emergencia para niños.

Su labor, sin embargo, permaneció en el anonimato por el sistema comunista hasta que, en 1965, Yad Vashem, la organización conmemorativa del Holocausto de Israel, nombró a Irena Sendlerowa como Justa entre las Naciones por su trabajo para salvar a los niños judíos.

En 1999, un grupo de estudiantes de Kansas que realizaba un estudio sobre el Holocausto judío se topó por casualidad con el nombre de una mujer polaca y un dato junto al mismo: Irena Sendlerowa había salvado ni más ni menos que a 2.500 niños del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi.

Ese mismo año, con lo que realmente se dio a conocer la historia de esta mujer al mundo fue con la obra teatral ‘La vida en un tarro’. Esta obra hizo posible que algunos de los niños judíos salvados del gueto de Varsovia por Irena se pusieran en contacto con ella para decirle: “Recuerdo su cara, es quien me sacó del gueto”.

Irena tenía entonces 90 años y se encontraba postrada en una silla de ruedas, pero comenzó a ser muy visitada para reconocer su historia de valentía. Todo el mundo empezó a admirar la personalidad del ángel del gueto de Varsovia, marcada por la sabiduría, la valentía y la amabilidad.

En noviembre de 2003 el presidente de la República de Polonia le entregó la Orden del Águila Blanca, y en 2006 el presidente de la Federación de Trabajadores Sociales le concedió la máxima distinción de la organización.

En el año 2008, cuando ya tenía 98 años, fue nominada al Premio Nobel de la Paz, pero no le fue concedido. La historia de su vida también fue reflejada en una película de televisión al año siguiente, ‘El corazón valiente de Irena Sendlerowa’.

El ángel del gueto de Varsovia murió el 12 de mayo de 2008 en esa ciudad, a la edad de 98 años. Nunca se consideró una heroína y nunca se adjudicó mérito alguno a sus acciones, ya que decía que “podría haber hecho más, y eso me acompañará hasta el día que muera”. Tampoco esperó reconocimientos: “Yo no hice nada especial, solo hice lo que debía, nada más. Cada niño que salvé es la justificación de mi existencia en la Tierra y no un título de gloria”.

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