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Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 5: Una Champions en la maleta

Un miembro del Real Madrid que conquistó la octava es uno de los 21 españoles confinados en el Gómez Ulla, entre los que se cuenta el enviado especial de EL PAÍS

J.S.

“4. Puede utilizar su ropa y cuando esté sucia se le indicará dónde depositarla. Tiene a su disposición si lo desean pijamas hospitalarios.”

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Lo más parecido a una salida al exterior han sido los algodones con los que ayer nos frotaron el fondo del paladar y que luego se llevaron a analizar al Carlos III. No volvimos a saber de ellos hasta por la noche, cuando el ministro de Sanidad anunció que todos habíamos dado negativo en la prueba del coronavirus. Nosotros nos enteramos de nuestros resultados por la televisión –ese extraño desdoblamiento de la realidad no se agota–, lo que demuestra que llevar la delantera sigue siendo lo más importante, te llames Ansu Fati o Salvador Illa. La noticia fue recibida con alivio y algunos la celebraron como si hubieran marcado un gol. También en la planta 17 el fútbol, como un aleph borgiano, es símbolo de todo.

En el Gómez Ulla el personal hace todo con amabilidad, incluso ofrecernos pijamas. La equipación de este peculiar equipo, no obstante, ha ido pasando de moda a medida que los familiares de los internos iban apareciendo y descargando maletas llenas de ropa, libros y embutidos. Esta simbólica mudanza era muy necesaria: a la hora de evacuar Wuhan, cada pasajero solo pudo cargar con un bulto de no más de 15 kilos, lo que llevó a mucho de los repatriados a tener que elegir entre los bienes de una casa a la que no saben cuándo podrán regresar. Sin embargo, algunas de sus posesiones más preciadas siempre serán suyas aunque no las tengan a mano. Óliver Cuadrado, por ejemplo, tiene una Champions.

La octava del Real Madrid, para ser exactos. Corría el año 1999 y Óliver, formando en las categorías inferiores junto a Raúl y Guti, era portero del Castilla. “Illgner, el portero titular, se lesionó y Bizarri, el tercero, estaba concentrado con Argentina, así que me inscribieron a mí”. Muestra un recorte del Diario As de entonces, titulado “El Madrid en sus manos: la pareja de porteros más joven de Primera División”. En la foto, sus palmas se juntan con las de otro imberbe, un tal Iker. En la semifinal Redondo firmó un taconazo inolvidable y en la final el Madrid se impuso al Valencia por tres a cero, con goles de Morientes, McManaman y Raúl. “La celebración en el Bernabéu fue espectacular: todo el estadio estaba a oscuras, en el centro del campo había un enorme ocho al que íbamos accediendo de uno en uno mientras la megafonía nos presentaba”.

Antes de eso, su incorporación al primer equipo se fraguó en la convocatoria para participar en el primer mundialito de clubes, celebrado ese mismo año en Brasil. Por eso, no le impresionó en demasía el convoy de diez furgones policiales y dos ambulancias que nos escoltó desde el aeropuerto hasta el hospital el pasado viernes. “En Río era tres veces más”. Ese torneo se lo acabaría llevado el Corinthians, tras una final vibrante en Maracaná contra Vasco de Gama. El Madrid, empatado a puntos con los futuros campeones en la fase de grupos, perdió en los penaltis el partido por el tercer y cuarto puesto contra el Necaxa mexicano. De lo que sucedió fuera del césped, Óliver recuerda coincidir en el bar del hotel con los integrantes del Manchester United. “¡Cómo bebían! Pronto me encontré rodeado de cervezas calientes y a medias, no había quien les aguantara el ritmo”.

Con la temporada acabada, Vicente del Bosque le llamó a su despacho. “Solo te quedarás con nosotros si alguno de los otros porteros salen”. Fue el verano del desembarco en la presidencia de Florentino Pérez y el polémico fichaje de Figo. “Su primer gol en un entrenamiento me lo marcó a mí”, rememora. Al ver que ni Bizarri ni Illgner se movían, en el último día del mercado de fichajes Óliver dio el salto al Compostela de Segunda División. Allí proseguiría una carrera de 18 temporadas antes de pasar a los banquillos y acabar como coordinador de porteros del Wuhan Shangwen. Su debut llegó en la cuarta jornada, ante un Atlético que había vivido su traumático descenso ese mismo año. “El día antes del partido la prensa tituló: “Un madridista debuta en el Calderón”. Durante el partido, el Fondo me dijo las mayores barbaridades. Toda mi familia es colchonera y estaban en el campo ese día. Por suerte, están acostumbrados”. Al recordarlo ahora se ríe. “Después de vivir eso, el coronavirus no da miedo”.

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