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Contagios en Vitoria, bajo control en los pueblos

Álava refleja la tendencia del virus a concentrarse en la ciudad y bajar el ritmo en áreas rurales

Vecinos en una terraza en el barrio de Salburua, Vitoria, el pasado viernes.
Vecinos en una terraza en el barrio de Salburua, Vitoria, el pasado viernes.L. RICO
Juan Navarro

El mundo ha cambiado desde febrero. También en el impacto del virus en Vitoria, que se llevó entonces todos los focos, cuando se decía que el coronavirus era apenas una gripe y que su incidencia en España sería residual. La covid-19 ya estaba haciendo estragos en Italia tras saltar de China a Occidente y pronto se instaló en la Península, con la provincia vasca como uno de los primeros focos. En particular, el hospital de Txagorritxu, donde el patógeno se infiltró y castigó a la plantilla y a los pacientes. Han pasado solo seis meses, que parecen una eternidad, desde aquellos tiempos en los que las mascarillas parecían cosa de Asia y la distancia social no era necesaria. Los indicadores actuales, al menos a primera vista, apuntan a Bilbao y Bizkaia como grandes epicentros del peligro vírico en Euskadi. Álava, cuyos contagios han sido muy inferiores desde después del estado de alarma, parecía librarse de este segundo azote. Pero solo a primera vista.

Bucear entre las tasas de incidencia del virus en Vitoria (250.000 habitantes) y la provincia alavesa (325.000) revela un contraste: del mismo modo que la enfermedad se propaga velozmente en ciudades, el ritmo se aminora fuera de las áreas urbanas. La acumulación de los últimos 14 días eleva a esta ciudad como segundo municipio con más positivos registrados: ronda los 1.000 y solo la supera Bilbao, con más de 1.300. El podio lo completa San Sebastián y a partir de entonces aparecen localidades vizcaínas y donostiarras; ningún núcleo alavés, más allá de su capital, alcanza semejantes volúmenes.

El especialista en medicina preventiva y salud pública Adrián Llorente argumenta que esta situación tiene un recorrido histórico. “Está estudiadísimo”, defiende, y destaca que en pandemias del siglo XIX o XX ocurrió algo similar: Vitoria sufrió mucho más que su entorno por culpa de una “configuración macrocefálica”. Esta urbe aglutina a la inmensa mayoría de la población y propicia el contraste respecto al ámbito rural, subraya este especialista, que definió el sistema de rastreo en Euskadi tras ser enviado por el ministerio de Sanidad a colaborar con el Gobierno vasco. Era de esperar un repunte así, afirma, porque en septiembre se reinicia la actividad económica y la movilidad que conlleva.

Llorente no cree que se pueda achacar lo ocurrido a la ciudadanía, pero los vitorianos sí admiten que podrían haberse cuidado más. Garazi Arana, de 27 años, relata que su grupo de amistades ha tratado de protegerse con mascarillas y distancia física, pero que todo cambia cuando el verano avanza y aparece la relajación. Las restricciones sobre la noche, indica la joven, han modificado, que no eliminado, el contacto: “Hay días que la Kutxi asusta”. Esta calle la frecuentan los jóvenes que, en lugar de divertirse cuando cae la tarde, han adelantado sus hábitos, con lo que ello supone cuando empiezan a vaciarse los vasos.

Ocio nocturno

El casco medieval de Vitoria se prepara para otra tarde noche de ajetreo. Las calles están llenas de terrazas para albergar a más personas sentadas y cumplir las ordenanzas que impiden consumir de pie. En la calle Cuchillería, las cuadrillas de amigos de a partir de 35 años, la mayoría, apuran las últimas cañas antes de empezar a pedir platos combinados o pinchos. Las mesas, separadas; los amigos, juntos. Ainhoa López y Juan, su pareja, llevan mascarilla pero saben que tras un par de horas de potes se caen todos los sistemas de protección. “A veces te das cuenta de que te has metido a pedir en un bar y estás pegado a otros tres que piden. Es muy difícil que todos lo hagamos bien cuando se acumula tanta gente, pero lo intentamos”, aseguran mientras brindan por la futura vacuna.

A escasos cinco kilómetros del centro, en la terraza del Ekume, en el barrio-pueblo de Abetxuko, el ocaso del viernes se vive de otra manera. Las distancias son mayores a simple vista y no hay tanta gente alrededor de las mesas y de las barras. Una familia comparte unas bravas y unos refrescos. La enfermera Carmen Ortiz de Apodaca se prepara para entrar en el turno de la noche. “Prefiero evitar el centro porque las calles estrechas y llenas de bares me dan un poco de miedo todavía”, afirma. Se siente más segura en Abetxuko, donde visita a su padre, aunque ella vive con su familia en otra zona de la ciudad. “Hay que mantener las defensas altas y pese a todo el virus se cuela en nuestras vidas”, recalca, preocupada por la dureza con la que está golpeando la segunda ola. Con información de Pedro Gorospe.

Movilidad, conexiones y distribución poblacional

La distribución poblacional contribuye a este tipo de contagios concentrados en zonas urbanas. Del mismo modo que Vitoria aglutina buena parte de los residentes en Álava, la extensión demográfica es mucho más amplia en Bilbao. Esta ciudad cuenta con unos 345.000 vecinos, pero el conocido como Gran Bilbao, que abarca a municipios como Portugalete, Getxo, Barakaldo, Basauri o Santurce, congrega a más de un millón de personas en un espacio geográfico reducido. Asimismo, existe una gran movilidad entre ellos por motivos sociales, familiares o laborales, algo que propicia que los infectados puedan extender la enfermedad. De hecho, Getxo y Barakaldo son las siguientes poblaciones con más casos en las últimas dos semanas.

 

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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