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Menos urogallos y más orugas procesionarias: efectos de los veranos cada vez más largos

El Observatorio de la Sostenibilidad realiza una radiografía de España ante el calentamiento y advierte a los políticos de que los ciudadanos piden medidas concretas ya

Esther Sánchez
Un montañero contempla el glaciar del monte Perdido, en septiembre.
Un montañero contempla el glaciar del monte Perdido, en septiembre.Luis Almodóvar

Subidas de temperatura de hasta dos grados en las ciudades, emisiones de CO2 descontroladas, desaparición de los glaciares, cambios en la distribución de las especies, aparición de animales y plantas exóticas invasoras o alteraciones en las migraciones de las aves, entre otros efectos, evidencian el alto grado de vulnerabilidad de España ante el cambio climático, sostiene el Observatorio de la Sostenibilidad en un completo estudio presentado este viernes. La entidad, formada por expertos en diferentes campos, ha utilizado cientos de artículos científicos, además de observaciones de naturalistas y grupos de conservación que no se han publicado en revistas de referencia, y listados de datos de diferentes organismos.

Con los resultados en la mano, y en medio de un aluvión de resoluciones oficiales de emergencia climática, entre ellas la del Parlamento español el pasado 17 de septiembre y la del Parlamento Europeo este jueves, afirman: "Llegados a este punto ya no se trata de decir lo que hay que hacer en 2050, sino en 2019. Los ciudadanos exigen más concreción". Piden "voluntad política" para afrontar el grave riesgo al que se enfrenta el planeta, porque "no se trata solo de declarar la emergencia climática y seguir al día siguiente como si nada". En España "todavía no hay una ley de cambio climático y el Plan Nacional de Energía y Clima carece de concreción, como ha señalado la Unión Europea". "Toca actuar", puntualizan.

Subida de temperaturas y precipitaciones

Los estudios de la Agencia Española de Meteorología (Aemet) no dejan lugar a dudas: el verano se alarga, a una media de nueve días por década, provocando que el estío actual abarque cinco semanas más que a comienzos de los años ochenta. En las capitales de provincia, la temperatura ha crecido un grado en los últimos 30 años. “Y donde los datos son más antiguos, como Barcelona, Alicante o Madrid la subida se sitúa por encima de los dos grados centígrados”, concreta el documento. El Mediterráneo se calienta a razón de 0,34 grados por década, señalan los datos de evolución diaria de la temperatura superficial tomados por el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo. Al mismo tiempo, se está produciendo un incremento del nivel del Mediterráneo estimado en 3,4 milímetros por año desde 1993 hasta 2017.

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Las variaciones que han sufrido las precipitaciones debido al cambio climático son más complicadas de evaluar, pero los expertos sí han comprobado que las lluvias son más irregulares y hay más fenómenos meteorológicos extremos. En general, las precipitaciones, en cantidad, son similares a las de hace unos años, pero se aprecia una disminución en verano e invierno y un aumento ligero en otoño y primavera. Por ejemplo, el Organismo Autónomo de Parques Nacionales (OAPN) ha detectado menos tormentas estivales en el Sistema Central que ponen en peligro la regeneración natural de los bosques de pino albar en Guadarrama y Somosierra, a las puertas de Madrid, "cuya degradación afectará al abastecimiento de agua de la capital".

El calor se relaciona en España con unos 1.200 fallecimientos al año. Y cada vez se producen más fenómenos extremos con olas de calor y de frío que "tienen graves consecuencias para la salud pública", porque pueden agravar las enfermedades cardiovasculares y respiratorias e incluso causar la muerte, aclara el informe. El calentamiento favorece, a su vez, el establecimiento de especies exóticas invasoras, que pueden acarrear, además del desplazamiento de especies autóctonas, la transmisión de enfermedades como el zika o el dengue.

Especies en peligro

Hay especies animales que sufren especialmente con las altas temperaturas. Entre ellas, se encuentra el urogallo cantábrico que ha perdido el 70% de sus poblaciones en los últimos 30 años, más de un 2% de la población anualmente. Otras se han expandido, como la oruga procesionaria, de origen y distribución mediterráneos, que ha incrementado su presencia en Asturias y ha alcanzado cotas de 2.000 metros en Sierra Nevada.

El calentamiento se está cebando con los glaciares. De los 52 que había en 1850 han desaparecido ya 33 (más del 80%) de los pirenaicos, la mayor parte después de 1980. “Tesoros naturales como la Maladeta, Aneto o Monte Perdido están hoy en estado terminal”, apuntan. En 1995 desapareció completamente el último en Sierra Nevada (Granada) y las 3.300 hectáreas de lenguas de hielo que existían a principios del siglo XX en el Pirineo, se han reducido a 390, de las que 211 (el 58%) se sitúan en la vertiente española. En el conjunto del Pirineo, la temperatura ha mostrado un claro incremento, calculado en torno a 0,2 grados centígrados por década, con pocas diferencias entre ambas vertientes de la cordillera.

La falta de nieve afecta a la perdiz nival, "típico ejemplo de especie que cada vez se desplaza más hacia el norte" para intentar encontrar una temperatura más fría. En España, sus poblaciones ya solo viven aisladas en áreas de los Pirineos a más de 1.800 metros de altitud, y se estima que sobreviven como mucho, 700 parejas y que su población continúa en retroceso, afirma el informe. Y hay aves procedentes de África que ya son habituales en varias localidades andaluzas, como el vencejo moro, el vencejo cafre o el buitre moteado.

La flora no es ajena a los problemas. "El crecimiento de las hayas en las montañas catalanas ha experimentado una disminución de casi el 50% en los últimos 30 años", indica el informe. En el Montseny, por ejemplo, se ha observado un reemplazamiento progresivo de los ecosistemas frío-templados por otros de tipo mediterráneo. El hayedo y el brezal están siendo sustituidos por el encinar en altitudes intermedias. El cambio climático favorecerá, a su vez, la expansión de enfermedades provocadas por especies parásitas hacia nuevos territorios, como la "seca" que fulmina a encinas y alcornoques.

CO2 fuera de control

Todo ello favorecido por las emisiones de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero. Aunque los últimos datos indican que España consiguió reducir un 1,6% su dispersión en 2018, todavía está lejos de alcanzar la meta que plantea el Plan Nacional de Energía y Clima (2021-2030), con una reducción de 21 puntos porcentuales con respecto a los niveles de 1990. Con las emisiones actuales, 332,8 millones de toneladas en 2018, España todavía está un 15,4% por encima de esos niveles.

Soluciones

El Observatorio de la Sostenibilidad insta, ante la COP25 de Madrid, a actuar reduciendo las emisiones con las tasas recomendadas por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente del 7% anual. "Es urgente descarbonizar todos los sectores de nuestra economía en las próximas décadas", concretan. Además de desarrollar "una serie de actuaciones imprescindibles de adaptación para las consecuencias de la emergencia climática que ya nos están afectando". El informe apunta, como una de las soluciones, a la creación de un gran corredor ecológico mediterráneo. Este uniría los diferentes espacios protegidos, que se complementarían con otras grandes infraestructuras naturales como zonas forestales, cultivos tradicionales, humedales hoy en mal estado o zonas de matorrales de gran valor ecológico.

Proponen ciudades más verdes para disminuir la temperatura, con fachadas y azoteas con plantas y diseñando anillos de vegetación alrededor de las urbes. Apuestan también por crear zonas de emisiones cero para reducir la contaminación, facilitando métodos de movilidad sostenibles, baratos y rápidos.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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