¿CÓMO

SE CUIDA

EN ESPAÑA?

Cada vez nacemos menos, cada vez vivimos más y cada vez morimos más tarde. Son los tres factores demográficos que hacen de España un país envejecido y necesitado de atenciones. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), tres millones de familias, el 16% del total, conviven con alguien que requiere ser cuidado. Personas con dificultades en su vida diaria a las que asear, mover, alimentar y acostar. Pero también leer, dar conversación, divertir y acompañar.

Cuidar a los que ya cuidaron una vez, cuando eran adultos y plenos, y ya fueron cuidados de niños, es uno de los deberes acuciantes de cualquier sociedad desarrollada. También atender a los jóvenes enfermos, a los niños, a los apartados. Los expertos coinciden en que es una necesidad que no parará de crecer y que tiene muchos asuntos que abordar. El principal, dicen, es institucionalizar esta labor para que no recaiga mayoritariamente sobre las familias. Convertirla en una prioridad política y limar la flagrante brecha de género que revela que las personas que cuidan de otras son, casi siempre, mujeres.

¿A quién cuidamos en España? ¿Quién está detrás de esos cuidados? ¿Cómo se cuida y cómo se debería cuidar?

Un país cada vez más envejecido

AÑO

2033

Uno de cada cuatro españoles tendrá 65 años
o más
. Serán 12 millones de personas de esas
edades por los nueve actuales.

AÑO

2068

2019 3 millones
2068 6.8 millones

6,8 millones de personas superarán los 80 años, más del
doble que en la actualidad.
Fuente: INE

A QUIÉN CUIDAMOS

“El cuidado depende de a quién cuidemos, y cómo lo hagamos”, introduce la socióloga y Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política 2018 María Ángeles Durán, pionera en el estudio de las mujeres y su relación con el trabajo no remunerado en el hogar. En líneas generales, Durán señala cuatro grandes grupos, no excluyentes, de demandantes de cuidados.

Ancianos

La pirámide poblacional es cada vez más estrecha en su base y más ancha en su cumbre. Los nacimientos no compensan el envejecimiento del país, lo que convierte a los mayores de 65 años en el más numeroso y principal segmento de cuidados. “Existe una demanda muy fuerte de personas mayores que no se curan cuando tienen episodios clínicos. Lo que hacen es mejorar. Sus situaciones, y consecuentemente su demanda de atenciones, se perpetúan”, incide Durán. Según la última Encuesta Nacional de Salud del INE, el 52% de la población mayor de 65 años experimenta dificultades para llevar a cabo alguna de las tareas del hogar. En 2014, la cifra era del 47%.

Juana Pilar Arconada, 92 años | Persona cuidada

“Estar en el centro hace que no
me aburra como una ostra”

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Juana Pilar Arconada tiene 92 años y un grado dos de dependencia reconocido. Su voz llega desde el centro de día al que acude para, dice, “no aburrirse como una ostra”, entre otras cosas. “Soy viuda y en casa estoy sola. Estoy encantada, y no lo digo por decir, de pasar tiempo aquí”, cuenta. “Ahora mismo nos estaban pasando revisión: cómo nos llamamos, cómo se llama la familia, de dónde somos… preguntas para recordar. Luego comemos, damos un paseín y hacemos la gimnasia. Y luego la siesta”. Nacida en Laredo, Arconada es uno de tantos ancianos que precisan, además de asistencia física, un contacto emocional para combatir la soledad. “Mi familia está encantada. Hay veces que voy en el autobús y otras me vienen a buscar mis hijas, antes de las cuatro. Ellos también tienen que vivir”, cierra.

Niños

“Históricamente es el grupo por excelencia de cuidados. Muy elementales, eso sí: cobijo, alimentación, seguridad. En países desarrollados como España la necesidad está bien cubierta”, entiende Durán. Esta cobertura se explica de nuevo por la deriva demográfica: pocos niños, muy pocos, y con mucha planificación familiar. Los nacimientos han caído un 30% en la última década en España, según el INE.

Hoy, cada mujer tiene una media de 1,25 hijos, lejos de los casi tres registrados en la bonanza natalicia de la segunda mitad de los setenta. “Lo interesante es que unos servicios públicos pensados para una demanda infantil muy fuerte tienen que repensarse para otras demandas, como la de los ancianos”, continúa Durán. Esa baja natalidad cultiva una imagen cada vez más frecuente: el niño sobrecargado de atenciones “porque es el único”. “La pirámide de prestación de cuidados potenciales se ha invertido. Ahora hay demasiado familiar para tan poco niño”, considera la socióloga.

Enfermos

“Con la llegada del estado de bienestar, la creación de servicios públicos para al tratamiento de la enfermedad revolucionó la cobertura de este grupo”, entiende Durán. “Lo que es nuevo es que ya no importa tanto la enfermedad aguda cuanto la enfermedad degenerativa”. Según el INE, tres de cada diez personas de más de 65 años tienen algún grado de deterioro cognitivo y casi la mitad experimenta problemas de movilidad. “En los episodios agudos, la atención es profesional y sanitaria, mientas que en la enfermedad degenerativa, la parte médico-clínica es pequeñísima pero el consumo de tiempo generado es enorme, lo que constituye un reto”, amplía la experta.

Otras realidades sociales

El cuidado va más allá de las dimensiones de la edad y la enfermedad. Existen otras realidades cuya necesidad de atenciones a veces pasa desapercibida. “Por ejemplo, inmigrantes que no están cubiertos, marginales que aunque necesitan cuidados los rechazan o personas que padecen trastornos psicológicos”, enumera la socióloga. En ese grupo heterogéneo caben también los menores extranjeros no acompañados (MENAS), exadictos, expresidiarios, desahuciados, mujeres que hayan sufrido maltratos, asilados… “Son colectivos que no hay que descuidar”, entiende Durán.

Un quinto grupo: el autocuidado

Aunque diametralmente opuestos a las atenciones que la edad y la enfermedad requieren, los cuidados que cada uno se procura a sí mismo también son algo a tener en cuenta. Sobre todo por el negocio que generan. “Es la gente sana. Personas que utilizan servicios de fitness, gimnasios, cosas más relacionadas con el aspecto y la belleza que con la dependencia y la enfermedad. Hay un gran mercado para estos productos. El tipo de cuidado que requieren no tiene nada que ver con los demás”. afirma Durán.

QUIÉNES CUIDAN

Familiares, mujeres y no profesionales. Tres rasgos que dibujan el perfil predominante de los cuidadores en España, en el que encajan aproximadamente el 80% del total, según la Sociedad Española de Geriatría. Este grupo mayoritario comparte foto con un colectivo creciente, el de los cuidadores profesionales. Un sector también feminizado cuya profesionalización, según los expertos, supone una oportunidad económica y de empleo.

Luisa Torres Delgado, 59 años | Cuidadora profesional

"Como al nacer, a la hora de marcharnos
necesitamos atenciones"

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El cuidador profesional

Las cuidadoras profesionales llevan a cabo labores de asistencia domiciliaria y trabajan en centros de día y residencias ayudando a personas con un grado de dependencia reconocido por ley. Para desempeñar esta labor, la ley exige una titulación. En la actualidad, unas 540.000 personas trabajan en el sector de la dependencia: 330.000 en centros de día y residencias y 210.000 en servicios sin alojamiento (ayuda a domicilio y otros), según los últimos datos de CC OO.

Cantar canciones es cosa habitual en el día a día de Luisa Torres, una cuidadora profesional de 59 años que presta asistencia domiciliaria a tres personas de 84, 92 y 96 años residentes en la periferia sevillana. Torres se sirve de Estrellita Castro para despertar la memoria de una señora con demencia senil, que se sabe al dedillo las melodías, así como las tablas de multiplicar. “Yo era empresaria y tenía una escuela de música y, por un giro de la vida, ahora desempeño este trabajo”, cuenta Torres, que posee el título de auxiliar de ayuda a la dependencia y ejerce desde hace tres años. Sus ocupaciones se concentran en el aseo, las comidas, la movilidad y el orden de los enseres de los usuarios. “Como al nacer, a la hora de perder salud y marcharnos también necesitamos atenciones”, reflexiona. Torres no solo ha tratado con ancianos. Hace un tiempo asistió a una niña con esquizofrenia de 16 años y presenció las dificultades que afrontan las familias en estas circunstancias. “Las relaciones que se establecen son muy humanas”, considera. “Hay que tener madurez emocional con los usuarios y con las familias, que a veces no saben enfrentar estas situaciones”.

Luisa Torres Delgado, 59 años | Cuidadora profesional

"Como al nacer, a la hora de marcharnos
necesitamos atenciones"

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Cantar canciones es cosa habitual en el día a día de Luisa Torres, una cuidadora profesional de 59 años que presta asistencia domiciliaria a tres personas de 84, 92 y 96 años residentes en la periferia sevillana. Torres se sirve de Estrellita Castro para despertar la memoria de una señora con demencia senil, que se sabe al dedillo las melodías, así como las tablas de multiplicar. “Yo era empresaria y tenía una escuela de música y, por un giro de la vida, ahora desempeño este trabajo”, cuenta Torres, que posee el título de auxiliar de ayuda a la dependencia y ejerce desde hace tres años. Sus ocupaciones se concentran en el aseo, las comidas, la movilidad y el orden de los enseres de los usuarios. “Como al nacer, a la hora de perder salud y marcharnos también necesitamos atenciones”, reflexiona. Torres no solo ha tratado con ancianos. Hace un tiempo asistió a una niña con esquizofrenia de 16 años y presenció las dificultades que afrontan las familias en estas circunstancias. “Las relaciones que se establecen son muy humanas”, considera. “Hay que tener madurez emocional con los usuarios y con las familias, que a veces no saben enfrentar estas situaciones”.

El cuidador profesional

Las cuidadoras profesionales llevan a cabo labores de asistencia domiciliaria y trabajan en centros de día y residencias ayudando a personas con un grado de dependencia reconocido por ley. Para desempeñar esta labor, la ley exige una titulación. En la actualidad, unas 540.000 personas trabajan en el sector de la dependencia: 330.000 en centros de día y residencias y 210.000 en servicios sin alojamiento (ayuda a domicilio y otros), según los últimos datos de CC OO.

344.800 mujeres

optaron el año pasado por jornada reducida para poder
cuidar a sus dependientes

Fuente: INE

El cuidador no profesional

Mujer en el 85% de los casos, casada y con una media de edad de 52 años. Son las señas del cuidador no profesional, según el Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso). Un enorme grupo que atiende a sus seres queridos por obligación moral, por costumbre o por amor filial. Madres, hijas y abuelas que renuncian a su vida laboral y social o se ven obligadas a compaginar su empleo para velar por sus familiares.

Patricia Oruña, 44 años | Cuidadora no profesional

"Lo hacemos lo mejor que podemos,
pero a veces no es suficiente"

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Cántabra de 44 años, Patricia Oruña trabaja, es madre de dos hijos de seis y diez años y tiene un padre, Pedro, de 81 años, al que cuida haciendo malabares logísticos. A causa de una hidrocefalia, una afección del cerebro que merma las capacidades cognitivas y físicas, su progenitor requiere desde hace dos años atención constante. “Andaba y ahora ya no hace pie, está en silla de ruedas. No puede coger el teléfono y llamarte si quiere algo, como antes. Hay que alimentarle, asearle y vigilar que no se caiga. Necesita todo”, explica Oruña. Su padre reside en casa de su cuñado, que también trabaja, circunstancia que la obliga a acudir diariamente al domicilio para levantarle y acostarle. “Solicitamos en abril del año pasado la dependencia y en enero nos reconocieron un grado uno. Desde entonces lo llevo a un centro de día”, dice Oruña, que detalla que a las seis tiene que ir a recogerle al centro, aún en horario laboral, y luego volver a su empleo, por suerte cercano. “Ha empeorado muchísimo y hemos pedido una revisión de la dependencia. Hasta que nos lo resuelvan puedo acabar loca”. En su caso, el centro de día es un alivio, no la solución. “Los familiares lo hacemos lo mejor que podemos, pero a veces no es suficiente”, entiende.

“El cuidado no remunerado en España equivale a 28 millones
de empleos directos”, afirma María Ángeles Durán

UNA REALIDAD FEMENINA

En el mundo, 607 millones de mujeres en edad laboral se ocupan de cuidar a sus familiares sin remuneración frente a 41 millones de hombres, menos de una décima parte, según estima la Organización Internacional de Trabajo en un informe de este año. Salvar el desequilibrio pasa, recomienda el organismo, por tomar medidas políticas concretas, como fomentar la transparencia salarial y los permisos de maternidad y paternidad igualitarios, además de luchar contra los efectos perniciosos para la carrera laboral que conlleva ser madre. De no hacerlo, la brecha tardará en cerrarse 209 años, advierten. María Ángeles Durán da un dato para comprender la magnitud de estas tareas: “El tiempo dedicado por los hogares al cuidado no remunerado es un 30% superior a todo el tiempo de trabajo remunerado en el mercado laboral, incluido el sumergido”.

Esta abismal brecha de género tiene una raíz social profunda. “Se debe a una cosa sencilla: a la hora de coger un trabajo mal pagado, lo coge una mujer”, sentencia Aurelia Jerez, presidenta de la Coordinadora Estatal de Plataformas por la Dependencia. Jerez tiene un hijo de 11 años con el grado más severo de dependencia reconocido. Padece una rara enfermedad que afecta al desarrollo neurológico, el síndrome de Pitt-Hopkins. Su condición exige atenciones continuas y ella ha dejado su empleo para dedicarse a cuidarle. “En mi casa, por ejemplo, ¿quién ha dejado de trabajar? Evidentemente, el que cobraba menos. Y eso, en general y por desgracia, somos las mujeres”, denuncia. ¿Cómo romper esa lógica perversa? “Si los salarios fueran iguales, la cosa cambiaría. Nosotras no tenemos un gen que diga: ‘este gen es de cuidadora’”.

Cuidatoriado, el proletariado cuidador

María Ángeles Durán define una clase social emergente: aquellos cuya principal ocupación es cuidar de otro sin que les paguen por ello. “En nuestra sociedad hay un gran número de dependientes que no se van a morir de hambre, con una cobertura mínima, pero que, evidentemente, no pueden pagar a alguien que les cuide. Esos cuidados hay que procurarlos de alguna manera y, en general, los asumen mujeres de edad intermedia que no cobran por esa labor. Atienden a sus familiares por razones morales o afectivas. Y a diferencia de otros colectivos, poseen muy pocos derechos porque carecen de capacidad reivindicativa”, explica.

EL LIMBO DE LA DEPENDENCIA

Más de 250.000 personas aguardan a recibir la ayuda por dependencia que tienen reconocida por ley, una prestación vital para familias que tienen que costear servicios asistenciales, médicos y logísticos para sus familiares. Es el llamado limbo de la dependencia, un compás de espera en el que el año pasado fallecieron 30.000 españoles, cifra la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales (ADyGSS), que no vieron cómo se materializaba su derecho.

“Desde 2015, y por primera vez en el país, ha aumentado la lista de espera de grandes dependientes [el mayor grado de dependencia] en 6.000 personas”, apunta José Manuel Ramírez, presidente de la ADyGSS y director del Observatorio Estatal para la Dependencia. “Estamos condenando a los grandes dependientes y a los dependientes severos a morir sin haber ejercido el derecho que tienen. Y no estamos hablando de ayudas.

Es un derecho de ciudadanía reclamable jurídica y administrativamente, marcado en el primer artículo de la Ley de Dependencia, y así hay que considerarlo”. A ellos se suma otra lista de espera: la de las personas pendientes de resolución de su grado de dependencia, que en la actualidad ascienden a 142.189, según datos del Imserso.

La ley prevé que las prestaciones estén cofinanciadas por el Estado y las Comunidades Autónomas, que tienen transferidas las competencias. Algo que en la práctica lleva años sin cumplirse porque, según Ramírez, solo el 20% de la financiación pública proviene del Estado, con la consecuente asfixia de las Comunidades. “Esto no tiene solución si no hay Gobierno. Al día fallecen 80 personas esperando a que se cumpla este derecho”, alerta.

Rosaura González, 38 años | Trabajadora social y directora de un centro de día

"Hay que perder el miedo a sentarse con un trabajador social o el médico de cabecera y exponerle la situación"

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A sus 38 años, la trabajadora social Rosaura González dirige un centro de día de plazas concertadas en Santander (Cantabria). Las edades de sus usuarios oscilan entre los 67 y los 103 años. Todos ellos tienen un grado de dependencia reconocido pero no todos ingresaron a las mismas edades ni con el mismo deterioro, un aspecto que González considera clave para optimizar el bienestar de usuarios y familias. Hay que adelantarse. “Como familiares, demos el paso antes, no cuando la dependencia esté sumamente avanzada”, enfatiza. “La dependencia tarda tiempo en tramitarse, la burocracia es en muchas ocasiones lenta y nos piden mucha documentación… pero a veces la familia lo ve muy tarde. Hay que perder el miedo a plantearlo”. González, que también coordina el servicio de ayuda a domicilio –que además de ancianos y enfermos abarca, entre otras cosas, familias desestructuradas–, pone como ejemplo un momento en el que ya es pertinente recurrir al sistema público de salud. “Estás con tu padre o madre en casa y se os acaban las ideas para hacer cosas o los temas de conversación. No hace falta esperar a más. Se puede ir a ver a un trabajador social o al mismo médico de cabecera y exponerle la situación. En muchas ocasiones la gente desconoce estas posibilidades”, afirma.

0

españoles tienen reconocido el derecho a
una prestación por dependencia

0

han recibido la prestación

0

siguen esperando a recibir la ayuda

3

años

es el tiempo que a este ritmo tardaremos en absorber
la lista de espera
, según los expertos

Fuente: Imserso