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El Congo adopta nuevas medidas en la lucha contra el ébola

Los tratamientos se humanizan, con centros que permiten visitas individualizadas, y se trabaja en implicar a la comunidad en la lucha contra la epidemia

José Naranjo
Un trabajador sanitario en un cubo en el Centro de Tratamiento de Ébola de la ONG Alima, en Katwa (Beni, RDC).
Un trabajador sanitario en un cubo en el Centro de Tratamiento de Ébola de la ONG Alima, en Katwa (Beni, RDC).Christopher Black (oms)

Centro de Tratamiento de Ébola (CTE) de Katwa, en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC). El doctor François Kamona se acerca a una pared de plástico transparente. Observa a través de ella a una mujer acostada en una cama. Le pregunta por su estado. La paciente apenas se puede mover. Entonces, el médico introduce sus brazos a través de unos guantes instalados en la propia estructura para tomarle la temperatura y hacerle un análisis de sangre. Así funcionan las Unidades de Cuidados de Emergencia Bioseguras, conocidas como los cubos por sus siglas en inglés, una especie de cámaras individuales de aislamiento en las que los enfermos de ébola reciben un tratamiento de calidad, pero sin riesgos para el personal médico.

Durante la terrible epidemia que provocó más de 11.000 muertos entre 2014 y 2016 en África occidental, los pacientes se encontraban en unas grandes tiendas y estaban separados entre ellos por unas mamparas. Para acceder a ellos y dado el peligro de contagio al mínimo contacto con su sangre, saliva, sudor o vómitos, los médicos y enfermeros debían ponerse en todo momento el Equipo de Protección Personal (PPE), esa especie de traje de astronauta blanco con guantes y gafas. Sin embargo, solo podían permanecer un máximo de 45 minutos dentro de él por el calor que hace dentro, y eso limitaba mucho el tiempo de atención a los pacientes.

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Por ello, la ONG Alima desarrolló los cubos. “Aquí tenemos 11 en funcionamiento, 10 para los pacientes que necesitan cuidados intensivos y uno para maternidad”, asegura el doctor Kamona, director del CTE de Katwa. “Como tienen presión negativa gracias a un compresor, ningún fluido puede salir al exterior, tampoco el oxígeno que está dentro”, explica. Los pacientes están conectados a monitores a través de cables que atraviesan el plástico. “La mayor parte de los actos médicos, como una perfusión o el monitoreo, incluso bañarlos, es posible desde el exterior”, explica. El cubo de maternidad está preparado incluso para que una enferma dé a luz, un momento de alto riesgo por la gran presencia de fluidos, con asistencia desde el otro lado del plástico.

Esta es una de las múltiples novedades en la atención a pacientes desarrolladas a partir de la experiencia de 2014 y puestas en marcha en el actual brote, que ya ha causado más de 1.500 muertos en la República Democrática del Congo. Entre ellas se encuentran también los cuatro tratamientos experimentales que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), van en la buena dirección de reducir la mortalidad de los enfermos a la espera de resultados más concluyentes cuando acaben las pruebas, y una vacuna en fase experimental que ya se probó en la anterior epidemia, pero que en esta ocasión ha vivido su auténtica puesta de largo también con resultados esperanzadores.

Los cubos de Alima, que la OMS ha adoptado con rapidez, presentan otra ventaja: permiten que los enfermos, incluso aquellos que están más graves, puedan ver el rostro de quienes les atienden y, más importante aún, recibir visitas. En esta epidemia, por primera vez, la mayoría de los pacientes tienen habitaciones individuales con ventanas hacia un pasillo al que los familiares y amigos pueden acceder. Solo les falta tocarse. Esto puede ser clave para su recuperación. “Hicimos un estudio”, asegura la antropóloga española Julienne Anoko en Beni, “para averiguar cómo se cuida a los enfermos en las casas. Y descubrimos que los ponen en el salón durante el día. ¿Por qué?, preguntamos. Pues para facilitar las visitas. Aquí un enfermo lo es de toda la comunidad, no se debe romper ese vínculo”.

Humor y empatía

“¿Que no tienes nombre? ¿Te lo han robado?”, le pregunta Anoko a un chaval de 12 años. El pueblo pigmeo de Manyama, habitado por unas cien personas, está en el interior del bosque. Un vecino falleció de ébola en el centro de salud más cercano y un equipo de la OMS fue hasta allí para hacer el seguimiento de contactos y vacunarles. Se encontraron con el silencio, el rechazo y la desconfianza. “Me llamo Lionel Messi”, respondió al fin el niño. “Entonces yo soy Cristiano Ronaldo, vamos a echar un pulso”, gritó Anoko, provocando un estallido de carcajadas. “Al final aceptaron que les viéramos. Encontramos cinco casos positivos”, explica. El humor y la empatía como fórmula para romper la barrera.

Un equipo de la OMS habla con vecinos en el distrito sanitario de Tamende (República Democrática del Congo).
Un equipo de la OMS habla con vecinos en el distrito sanitario de Tamende (República Democrática del Congo).Christopher Black (OMS)

En la epidemia de 2014 a 2016, las ciencias sociales irrumpieron de lleno en el abordaje del ébola, pero en este brote el enfoque antropológico se ha consolidado. El objetivo es entender la lógica de la comunidad y adaptar los tratamientos a ella, vencer las resistencias, hablar, dialogar, explicar. Pero primero hay que escuchar. En enero comenzó a funcionar un grupo de investigación rápida liderado por Anoko que hace recomendaciones. Una de las primeras fue la de integrar a la comunidad en la respuesta. Los entierros dignos y seguros, por ejemplo, los llevan a cabo los chicos del barrio, todos ellos con trajes especiales, y en la descontaminación de los hogares participan miembros de la familia. “A nadie le gusta que entre en su casa un desconocido”, dice.

Desde su base principal en Goma, la capital regional, Antoine Gauge, responsable de Médicos sin Fronteras para esta epidemia, incide en la misma dirección. “La población en esta zona ha estado sometida a un gran nivel de violencia desde hace mucho tiempo, y a la vez ha estado un poco olvidada, por eso siente una enorme desconfianza hacia todo lo que venga de fuera”, asegura. Tras su salida de los centros de tratamiento de Butembo y Katwa debido a los ataques que sufrieron, MSF está reconduciendo su estrategia. “Nos dimos cuenta de que teníamos que implicar más a las estructuras de salud existentes, la gente confía en sus médicos, en sus hospitales, pero temen ir a los nuevos centros”, asegura. La ONG está ahora “descentralizando la respuesta”, al abrir unas pequeñas unidades para ébola en los centros de salud.

El grupo de investigación que colidera Anoko está formado por antropólogos, pero también sociólogos y psicólogos. Todo suma. El equipo de la OMS vuelve a Manyama unos días después con un balón de regalo para el tal Lionel Messi. Se ha creado un vínculo de confianza. “Algunos médicos están obsesionados por alcanzar los indicadores del fin de la epidemia, pero no entienden que eso no depende de ellos ni de los 40 coches aparcados en la puerta, ni de sus doctorados y másteres en Europa, sino de que la señora que está enferma en una cabaña al fondo del bosque confíe en nosotros. Esa es la cuestión”, remata la antropóloga.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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