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Los padres que mataron a sus hijos creyendo salvarlos

La detenida en Valencia recibía asistencia psiquiátrica desde 2017 y creía que los niños se reencarnarían en ella, según su marido

Ignacio Zafra
María Gombau, en 2011.
María Gombau, en 2011.

María Gombau y su novio Gabriel Carvajal querían a sus hijos y se preocupaban por ellos. En eso coinciden media docena de fuentes consultadas, dos de ellas cercanas a la pareja acusada de matar, entre el miércoles por la noche y el jueves por la mañana a sus dos hijos en Godella (Valencia), Amiel, de tres años y medio, e Ixchel, que iba a cumplir seis meses. No solo los querían; se desvivían por ellos, los cuidaban, en palabras de una amiga de la joven de 27 años, como a dos “angelitos de cornisa”. Lo que pocos sabían era que ambos llevaban tiempo escurriéndose en un torbellino de locura. Y lo que nadie imaginaba era que ese camino podía conducir al horror.

Los menores no estuvieron bajo supervisión de los servicios sociales hasta el miércoles porque, según aseguran fuentes municipales y coinciden personas próximas a la familia, la pareja no había dado razones para ello. Las imágenes que han publicado los medios, tomadas desde donde permitía hacerlo el perímetro establecido por la Guardia Civil, no muestran la casa okupada donde Gombau y Carvajal residían con sus hijos, sino un almacén abandonado anexo. La vivienda tenía agua corriente y luz eléctrica gracias a las placas solares que habían instalado, estaba limpia y había sido rehabilitada con esmero, asegura un amigo. Los niños iban limpios, el mayor estaba matriculado en el colegio, ambos acudían a clases de natación, jugaban en el parque con otros críos, estaban bien alimentados y no mostraban signos de maltrato. Al revés, según aseguran seis personas que los conocieron y defendía este viernes también la abuela, recibían de sus progenitores mucho afecto, algo especialmente visible en el caso de la madre.

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Hasta esta semana, la pareja figuraba en los expedientes municipales a raíz de la petición realizada en 2016 por el Juzgado de Instrucción 2 de Paterna para que los servicios sociales de Godella intervinieran en un “conflicto de convivencia vecinal”, informó este viernes la alcaldesa de Godella, Eva Sanchis. El expediente se cerró porque la familia dejó temporalmente el municipio. Gombau, que participó en el 15-M y en otro movimiento estudiantil coetáneo, la Primavera Valenciana, fue detenida en una protesta y condenada por resistencia a la autoridad a realizar trabajos comunitarios en la biblioteca de Rocafort.

Tratamiento psiquiátrico

La joven recibía desde 2017 tratamiento psiquiátrico en el centro de salud de Godella, pero eso no constituye en sí un motivo para la retirada de la custodia, afirman fuentes municipales. La Generalitat no había intervenido porque nadie se lo había pedido, dicen. La Fiscalía de Menores, la otra vía para retirar la custodia, no recibió una alerta hasta esta semana, cuando la abuela denunció el caso. Primero llamó el lunes a la policía, porque Gombau no contestaba a los mensajes, pero los agentes no vieron nada anormal en la casa. Como seguía sin saber nada de la hija y los nietos, la mujer llamó de nuevo el miércoles al teléfono de atención a la infancia de la Generalitat valenciana, desde donde se avisó a los servicios sociales de Godella, que abrieron un expediente: pidieron datos a la abuela de los niños, al colegio público de Rocafort donde asistía Amiel y al centro de salud de Godella. Los mecanismos se pusieron en marcha, pero no consiguieron evitar la tragedia inesperada: esa misma noche, o quizá el jueves por la mañana, la madre presuntamente mató a los niños y los enterró con una participación del padre todavía por determinar, pero que según los investigadores fue, como mínimo, de encubrimiento.

¿Cómo llegó Gombau a ese punto? Sus amigas explican que la filosofía alternativa de la joven derivó en una “paranoia de control” cada vez más intensa mezclada con teorías místicas sobre la existencia de vidas anteriores. Gombau y Carvajal hablaban desde hacía tiempo de que el mundo estaba dominado por una secta de pederastas. Pero el proceso experimentó un salto exponencial hace un mes y medio, cuando su comportamiento adoptó, según señalan fuentes de la investigación y dos de sus conocidos, las características de un brote psicótico avivado probablemente por el consumo regular de drogas psicotrópicas, especialmente marihuana. “A principios de febrero empezaron a decir que todo el mundo formaba parte de esa secta y que los perseguían. Los maestros del colegio de Amiel, la gente del pueblo... dudaban hasta de la madre de María y de sus amigos”, afirma una amiga de la pareja.

Evaluación psiquiátrica

María Gombau fue trasladada este viernes a un centro hospitalario para que se determine, por parte de especialistas en psiquiatría, si está en condiciones mentales de prestar declaración.

La joven y su pareja, Gabriel Carvajal, consumían regularmente, al menos, marihuana, coinciden varias personas que los conocieron. Miguel del Nogal, psicólogo experto en adicciones, señala que las sustancias psicotrópicas y en particular los alucinógenos pueden provocar la aparición de dos tipos de cuadros psicóticos. Por un lado, las llamadas psicosis inducidas por una sustancia, que con la medicación adecuada suelen remitir en el plazo de dos semanas o un mes. Pero los alucinógenos pueden desatar también “un cuadro psicótico latente en la persona, y en este caso la huella puede quedar para toda la vida", advierte Del Nogal.

Solo el círculo más cercano sabía que la pareja llevaba meses turnándose para pasar las noches en vela, haciendo guardia para evitar que la supuesta secta entrara en casa por la noche y se llevara a sus hijos. Y ni sus amigos más cercanos imaginaban que el jueves, ante los interrogadores de la Guardia Civil, Carvajal iba a declarar que, al matarlos, Gombau esperaba que los niños se reencarnaran en el cuerpo de ella. Como si así fuera a protegerlos.

A mediados de febrero, el padre fue despedido del trabajo por su impuntualidad. Y la madre llamó para dar de baja al niño del colegio porque, afirmó, iban a irse del pueblo. En el centro les dijeron que tenían que ir a tramitar la baja en persona. Durante las semanas siguientes, el colegio telefoneó dos veces a Gombau para preguntarle por qué ni llevaban a clase al niño ni habían ido a la escuela para comunicarle su nuevo colegio —a pesar de que la escolarización solo es obligatoria a partir de los seis años—. La joven dijo en ambos casos que estaban preparando la mudanza, que lo harían. Nunca fueron.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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