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Un “depredador” en un piso con menores y en dos colegios públicos en Salamanca

El cura expulsado de Miami tras una denuncia vivió años con adolescentes e invitaba a los estudiantes a su casa

Íñigo Domínguez
Santuario de Valdejimena, en Salamanca, donde reside Francisco Carreras, el sacerdote acusado de abusos en pueblos de esta provincia y en Estados Unidos.
Santuario de Valdejimena, en Salamanca, donde reside Francisco Carreras, el sacerdote acusado de abusos en pueblos de esta provincia y en Estados Unidos.I. D.

El obispado de Salamanca no solo movió de pueblo en pueblo durante dos décadas a Francisco Carreras, el sacerdote español expulsado de la archidiócesis de Miami en 1981 tras una denuncia de abusos y enviado de vuelta a su provincia, sino que también lo asignó como profesor a dos colegios públicos de la ciudad. Carreras, de cuyos antecedentes fue informado el obispado desde EE UU y que en una de las denuncias posteriores fue definido como "depredador sexual", ha sido acusado por tres víctimas localizadas por EL PAÍS en Sequeros y Calzada de Valdunciel. Ahora sale a la luz, según confirman cinco antiguos alumnos y un exprofesor, que también fue docente de religión en el colegio Campo Charro, entre los ochenta y los noventa, y el Rufino Blanco, en la década de los noventa y hasta 2000. Hasta ahora solo constaba su paso por el centro privado Lorenzo Milani.

El obispado de Salamanca, que un mes después de la información de EL PAÍS aún no ha dado explicaciones sobre el caso, también se niega a aclarar su etapa de profesor. Los obispos en este periodo fueron Mauro Rubio, fallecido; Braulio Rodríguez, hoy arzobispo de Toledo; y el actual, Carlos López. En 2011, ante las primeras noticias de denuncias de EE UU, el obispado defendió su trayectoria como “intachable”.

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Los directores de los dos colegios de Salamanca responden que no tienen archivos para consultarlo y no queda ningún profesor de aquellos años para hacer averiguaciones. Carreras, que recibió dos denuncias en Estados Unidos en 2002 y 2011 por acusaciones de abusos en su estancia en ese país, vive actualmente en un pequeño santuario de la provincia, en Horcajo Medianero. Localizado por este periódico, rechazó hacer declaraciones e insultó al redactor.

Los benedictinos niegan que sea de su orden: "No es fraile, solo se disfraza de fraile"

Francisco Carreras va vestido desde hace décadas de fraile benedictino, con hábito oscuro y capucha. Ha dado incluso entrevistas en la prensa local contando su dedicación a la orden en una casa de acogida de personas sin recursos que gestionó en la década de 2000 junto al convento de las Bernardas. Ahora mismo vive como un fraile en el santuario de Valdejimena. Pero la realidad es que no es benedictino, solo se disfraza de monje. Este periódico ha contactado con tres de los principales monasterios de la orden en España –Silos, Montserrat y Valle de los Caídos- y niegan que sea benedictino. De forma definitiva, portavoces de la curia central de la orden en Roma consultan la base de datos de los 8.000 benedictinos de todo el mundo y él no está. "Puedo decir que no es fraile benedictino, solo se disfrazará de fraile", concluye un responsable.

“Uno puede vestirse de lo que quiera, sin nuestro permiso”, lamentan los responsables consultados. En realidad en el Valle de los Caídos si lo conocen: “Venía por aquí, concelebraba con nosotros, pero no es benedictino. Sí, iba vestido así, y nos extrañaba, pero le dejábamos hacer”. Hasta que acabaron mal: “Quiso montar su propia comunidad en Salamanca, y convertirse él en abad, y eso no puede ser, nos engañó. Nunca más volvió”. Todo apunta a que es otra de las mistificaciones de Carreras, que en Salamanca contaba a veces que había sido piloto en la guerra de Vietnam. El obispado de Salamanca tampoco ha querido dar explicaciones sobre esta cuestión.

Carreras estuvo primero en el colegio Campo Charro, confirma un exprofesor del Rufino Blanco: "Allí tuvo problemas, creo que le echaron, y luego pasó a este colegio". Cinco alumnos suyos en este centro recuerdan sus extrañas y controvertidas clases, cuando tenían entre 10 y 14 años. “Nos hablaba de temas que no eran en absoluto para niños. Sexo, masturbación, homosexualidad, y sobre todo estaba obsesionado con los exorcismos, nos ponía vídeos de exorcismos y de películas de terror, del lado oscuro”, dice una alumna que lo tuvo de profesor de 1994 a 1997, de sexto a octavo de EGB.

“Nos decía que él había hecho exorcismos y si estábamos con él no veríamos el infierno”, recuerda otro del curso 1992-1993, que lo tuvo como profesor en octavo. Señala que una de sus manías era Freud, al que odiaba. “Otra cosa extraña que ahora he recordado es que nos hacía fotos en clase con una polaroid, y se las guardaba”, relata. “Más que hablar de Dios, hablaba del demonio, nos metía mucho miedo en clase”, apunta otro. El exprofesor de este colegio admite que era frecuente que a mitad de curso muchos alumnos se cambiaran a la asignatura de ética.

Todos coinciden en su carácter violento y colérico. Una vez rompió un paraguas contra una mesa. Otra, el marco de la puerta de un portazo. De hecho, dos alumnos indican que sus padres se quejaron a la dirección del centro y, junto a otros, también acudieron a la dirección provincial de Educación. En este organismo, no obstante, aseguran que en sus archivos no consta registro de quejas ni denuncias contra Carreras, aunque no tienen por qué reflejarse el contenido de visitas y reuniones de padres con la dirección provincial.

Pero una de las alumnas recuerda algo más: “Hacíamos trabajos con piedra de Villamayor, una variedad de Salamanca, y un día nos dijo que si queríamos podíamos ir el fin de semana a su casa a hacer talleres”. Es una práctica que coincide con su modus operandi en las denuncias de abusos en Estados Unidos y en municipios de Salamanca. “Aunque éramos unos niños nos sorprendió mucho, era un tío muy raro, pero nos lo tomamos como una aventura, y un día cuatro decidimos presentarnos allí por sorpresa, a ver qué pasaba. Nos abrió la puerta un chico, y vimos varios más pasando por detrás. Preguntamos por don Paco y apareció él, muy incómodo de que estuviéramos allí de repente, nos dijo que no podía atendernos y que lo organizaríamos para otro día. Nunca volvimos, y ahora me alegro. Solo espero que nunca le pasara nada a ningún compañero", suspira esta antigua alumna.

Lo cierto es que Francisco Carreras vivía con menores. Dos vecinas de ese edificio, en la calle Pinzones, confirman que residió allí casi una década, en los noventa. “Vivía con dos chicos, sí, adolescentes, la verdad es que nunca nos preguntamos mucho, pensamos que se los habían dejado a su cargo o eran adoptados o algo así”, relata. Pero es que era el propio Carreras el que contaba en clase que vivía con menores. Al menos dos alumnos recuerdan haberle visto llegar una vez con un ojo morado y otra, con un brazo escayolado. “Nos explicó que vivía con chicos marginados con problemas que a veces le pegaban”, recuerdan dos alumnos. Un exprofesor del Rufino Blanco apunta que, según le dijo el cura, “eran chicos de unos pueblos, marginados o algo así”.

El obispado también se niega a dar explicaciones sobre este aspecto y si Carreras desarrollaba en su piso alguna actividad de acogida de menores autorizada por el obispado. Su domicilio, en todo caso, constaba en los boletines diocesanos.

Posteriormente Carreras vivió con una familia. Uno de los hijos del matrimonio, que no desea ser identificado y era menor en aquella época, tiene una experiencia totalmente distinta: relata que nunca tuvo ningún problema con el sacerdote y, es más, le cuesta creerlo. “Era uno más de la familia, nunca vi nada raro y convivimos mucho tiempo juntos. Me sorprendió mucho cuando leí la noticia de EL PAÍS”.

El exprofesor del Rufino Blanco, ya jubilado, cree que el problema de base es el modo de elección de los profesores de religión, aún vigente: "Según mi experiencia, no puede mantenerse por más tiempo el sistema de nombramiento de los profesores de religión en los colegios públicos. Dependen casi exclusivamente de la voluntad del responsable de cada diócesis, no hay criterios objetivos para la selección, en muchos casos las propuestas están basadas en meras impresiones personales, clientelismo, compromisos institucionales, como parece ser en este caso. Por eso se ha dado el caso de que a la iglesia católica le ha preocupado más si el profesor o profesora estaba divorciado o divorciada que si ya había tenido previamente comportamientos pederastas, por ejemplo. Lo conveniente para todos, incluso para la iglesia, es que a una función pública, como es la de profesor, se accediera por un procedimiento también público. Por ejemplo por una oposición con tribunales adecuados, como un profesor de matemáticas. Creo que la iglesia debería ser la más interesada".

Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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